Sevilla, 8/III/2023, Día Internacional de la Mujer
Dedicado hoy, en el Día Internacional de la Mujer, a María Teresa León, una mujer extraordinaria que como tantas otras estuvo a la sombra de su compañero de vida, Rafael Alberti, como cola de cometa, algo que sucedió a muchas mujeres de toda clase y condición en una de las dos Españas que nos helaba siempre el corazón y que todavía perdura: «Ahora yo soy la cola del cometa. Él va delante. Rafael no ha perdido nunca su luz”. Al buen entendedor de olvidos, con pocas palabras basta. Ellas, hoy, lo merecen todo, en letra grande, con emoción política y con la dignidad de la memoria histórica y democrática que merecen. Con la melancolía ejemplar de María Teresa León, como ejemplo digno de su azarosa vida.
Finalizo esta serie dedicada al viaje de Rafael Alberti y María Teresa León a Ibiza en junio de 1936, como guía espiritual del que he hecho recientemente junto a María José a ese bello lugar, la isla de Bes, de Teócrito, de Astarté. Creo que la obra escrita sobre esta experiencia por parte de los dos autores citados, encuentra su máximo esplendor en Memoria de la melancolía, escrita por María Teresa León, junto al relato publicado por Rafael Alberti en 1937, con ardor guerrero, Una historia de Ibiza, aunque he escogido hoy, para abrochar esta serie, la introducción que escribió el poeta a la Memoria de María Teresa León y como sentido homenaje a ella, Cuando tú apareciste, porque nace curiosamente, como él lo expresa, mejor que nadie, “un día de comienzos del verano de 1987, […] a los cincuenta y un años de haber estado por primera vez en Ibiza”, en “un viaje casi secreto”, a la que volvía solo, sin María Teresa, que sobrellevaba una enfermedad plagada de ausencias y que fallecería un año más tarde.
En esa introducción, el poeta estaba saliendo en ese mes de junio de 1936 de “un amor torturado”, “que me tironeaba y me hacía vacilar antes de refugiarme en aquel puerto”, volviendo a publicar el poema que le dedicó a María Teresa, una “aparición” preciosa, tal y como lo expresó bellamente en Retornos del amor recién aparecido (en Retornos de lo vivo lejano, 1956):
Cuando tú apareciste,
penaba yo en la entraña más profunda
de una cueva sin aire y sin salida.
Braceaba en lo oscuro, agonizando,
oyendo un estertor que aleteaba
como el latir de un ave imperceptible.
Sobre mí derramaste tus cabellos
y ascendí al sol y vi que eran la aurora
cubriendo un alto mar en primavera.
Fue como si llegara al más hermoso
puerto del mediodía. Se anegaban
en ti los más lucidos paisajes:
claros, agudos montes coronados
de nieve rosa, fuentes escondidas
en el rizado umbroso de los bosques.
Para Rafael Alberti ella era “como una mitológica aparición, pasada antes por los cielos y aguas de Venecia. Ella podía haber sido la Venus del Giorgione o la Dánae de Tiziano”, a lo que se une una descripción metafórica, llena de significado sobre la enfermedad de María Teresa: “Comenzaba una fábula como la de Venus y Adonis, pero con un final más tarde cambiado: el dios Marte, disfrazado de jabalí, no matará en este caso a Adonis, sino que intentará acabar lentamente con Venus, llevándola hasta hoy a sacarle el respiro, teniéndola olvidada de ella misma, sombra perdida de un bosque shakesperiano”. A continuación ensalza continuamente la vida y obra de aquella persona tan querida, ahora ensombrecida por una enfermedad, que merece del poeta “páginas elogiosas” para ella, que en ese momento existía todavía pero que estaba transportada por la enfermedad, el Alzheimer, “a un lejano vergel de árboles y flores”.
Las palabras finales de Alberti en esa introducción, Esta mañana, amor, tenemos veinte años, son las que figurarían después en su lápida en el cementerio de Majadahonda (Madrid). Antes hace una pregunta inquietante ante la soledad del poeta: “¿En dónde estás? Tú bien que en tu Memoria de la melancolía recuerdas aquellos veinte días en la cueva de la colina, con Pau y Escandell, aquellos dos obreros, pescadores, piratas a la vela, que nos ayudaron a salvar la vida. -¡Adiós, Pau! ¡Adiós, Escandell! Adiós, adorable isla pequeña de Astarté! Nos vamos, pero mucho hemos de hablar de ti, hermosa entre las hermosas. Volveremos a mirar tus ovejas, bañándose en la madrugada y las tumbas cartaginesas y las redes que los pescadores tan plateadas por sus ánforas griegas cubiertas de moluscos… ¡Adiós, Pau! ¡Adiós, Escandell!
-¡Adiós, María Teresa!”.
En nuestro caso, volvimos al monumento dedicado a los corsarios, junto a su querido Bar La Estrella, y nos despedimos de los dos, ¡Adiós, María Teresa!, ¡Adiós Rafael!, leyendo en voz alta un poema precioso de Alberti dedicado a Ibiza, Retorno a una isla dichosa, mirando al mar, la mar de ambos:
Venid, días dichosos, que regresáis de lejos
teniendo por morada las velas de un molino;
por espejo de luna, la que el sol tiró al pozo,
y por bienes del alma,
todo el mar apresado en pequeñas bahías.
[…] Isla de amor, escúchame, antes de que te vayas,
antes, ya que has venido, de que escapes de nuevo:
Concédeme la gracia de aclarar los perfiles
del canto que a mi lengua le quede aún, poniéndole
esa azul y afilada delgadez de contornos
que subes cuando al alba renaces sin rubores,
feliz y enteramente desnuda, de las olas.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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