
Ida Vitale y cartel promocional del documental Ida Vitale (2022) / Fotocomposición del autor
Sevilla, 14/III/2023
La poeta uruguaya Ida Vitale ha viajado desde Montevideo a Málaga, a sus 99 años de edad, para presentar en el Festival de Málaga, en su 26ª edición, un documental que lleva por título su nombre y apellido, Ida Vitale (2022), rodado por la directora también uruguaya, María Arrillaga, manifestando en el acto de presentación y proyección del mismo, el pasado sábado 11 de marzo, algo que me ha hecho reflexionar sobre uno de los grandes principios de la vida: “Solo hay una cosa más importante que la palabra, la música”. No es la primera vez que la cito en este cuaderno digital, porque con ocasión de la celebración del Día del Libro 2019, se hizo una promoción oficial del mismo, junto a un acto especial, la entrega del Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes 2018, en la que figuraba una frase suya que también me conmovió: “Hay libros que nos tienen en cuenta, ven en nosotros lo que de nosotros ignoramos. Descubrirlos es un placer duradero”.
La prelación de la música sobre la palabra hay que entenderla en el contexto en que lo dijo durante su estancia y presencia en el Festival, tal y como lo ha recogido el artículo de elDiario.es de hoy dedicado a ella: “Para Ida Vitale es la palabra lo único que puede ordenar el caos del mundo. Las únicas reglas que realmente funcionan son las ortográficas, y quizás por ello considera que el cine está un paso por encima de la literatura. Lo dice delante de la directora y volviendo a tirar de ironía. “En el cine justamente la palabra es lo que menos cuenta. En el cine son las imágenes las que se suceden, y la palabra puede ser suplida. Delante suyo (y señala a la directora) no puedo decir que la palabra es más importante que la imagen… Igual que delante de un pintor tampoco debería decirlo. Solo hay una cosa que es más importante que la palabra, y es la música. Eso sí, la buena música”.
Aunque comparto el fondo de lo que expresa Ida Vitale, en determinados momentos existenciales, sigo defendiendo que por encima de todo está la palabra, porque es la esencia de la identificación más exquisita de los seres humanos. Me reafirmo segundo a segundo de mi vida porque la grandeza del ser humano radica en demostrar a través de la inteligencia que lo biológico (la biosfera) solo tiene sentido cuando va hacia adelante y se completa en la malla pensante de la humanidad, en la malla de la inteligencia (la Noosfera). En definitiva, una de las tesis principales de mi maestro de juventud, Teilhard de Chardin, radicaba en llevar al ánimo de los seres humanos la siguiente investigación: estamos “programados” para ser inteligentes, para hablar. Todavía hoy me sobrecoge el descubrimiento de Selam (paz), al que dediqué un post específico en este cuaderno digital en 2006, la niña de Dikika, cuando se valoró la localización de su hueso hioides como un hallazgo trascendental para conocer el origen del lenguaje en el “equipo” de fonación pre-programado en los seres humanos, a diferencia de los chimpancés y macacos más próximos en nuestros antepasados (siempre se ha dicho -desde el punto de vista científico y hasta con cierto desdén- que los monos no hablan): “Y lo que me ha llamado la atención poderosamente, desde la anatomía de estos fósiles, ha sido el hallazgo de un hueso, el hioides [Hueso impar, simétrico, solitario, de forma parabólica (en U), situado en la parte anterior y media del cuello entre la base de la lengua y la laringe], que es el auténtico protagonista, porque su función está vinculada claramente a una característica de los homínidos: el hioides permite fosilizar el aparato fonador, es decir, hay una base para localizar la génesis del lenguaje, aunque tengamos que aceptar que el grito fuera la primera seña de identidad de los australopitecus afarensis”. Nunca sabremos si Selam, que cumpliría hoy tres mil millones, trescientos mil años, dijo alguna vez ¡mamá!, aunque su hueso hioides nos permite vislumbrar que sí habló.
En definitiva, lo expresado por Ida Vitale es sólo la constatación de que tanto la palabra como la música son una obra humana y que el orden de valoración que tengamos sobre ellas no es lo importante, no altera la quintaesencia de los seres humanos, el “producto” final, porque reitero que estamos “programados” para ser inteligentes, para hablar, para componer música, para disfrutarla. Para los investigadores y personas con fe, la posibilidad de conocer el cerebro es una posibilidad ya prevista por Dios y que se “manifiesta” en estos acontecimientos científicos. Para los agnósticos y escépticos, la posibilidad de descubrir la funcionalidad última del cerebro no es más que el grado de avance del conocimiento humano debido a su propio esfuerzo, a su autosuficiencia programada. Sería fácil comprender entonces el gran adagio sobre la música, expresado…, eso sí, con palabras, porque es compañera en la alegría, pero también medicina para el dolor: musica laetitiae comes, medicina dolorum. Incluso para comprender el sinsentido de las guerras.
NOTA: la imagen de Ida Vitale, en la fotocomposición, se ha recuperado hoy de El histórico premio Cervantes de Ida Vitale – The New York Times (nytimes.com)
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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