Sus expresiones faciales dirigiendo la Filarmónica de Viena, en los Conciertos de Año Nuevo de 2001 y 2003, dejaron huella para siempre ante millones de telespectadores. Todo lo mostraba con su mirada y con el baile armónico de sus manos, siempre sin batuta, para dejar volar la música en estado puro. Nikolaus Harnoncourt luchó hasta el final de su vida para que se respetara la quintaesencia de la música antigua sin reinterpretaciones de sonidos que nunca emitieron los instrumentos de época en el barroco o en el clasicismo. Ese fue su proyecto de vida representado por el Concentus Musicus Wien hasta el sábado pasado, el día de su silencio definitivo al apagarse definitivamente los focos de su dilatada existencia.
El pasado 6 de diciembre anunció su ausencia del concierto habitual en el Musikverein de Viena, su querida ciudad, mediante el programa de mano de ese día, en el que figuraba una carta facsímil suya, manuscrita, con palabras especiales y sentidas de despedida de una vida que le ha dado tanto. Eran palabras cargadas de respeto a su querido público, así comenzaba la carta, a quien tanto amó cuando les transmitía la autenticidad de las obras de Bach o Mozart, por poner solo algunos ejemplos especiales: “Se ha desarrollado una relación increíblemente profunda entre nosotros en el escenario y con ustedes en la sala de conciertos —¡nos hemos convertido en una venturosa comunidad de descubridores! —“.
Se atrevió un día a decir que Mozart “no era un genio” y se ganó la antipatía de la cohorte de musicólogos defensores a ultranza del mito salzburgués, sin ver más allá de sus manos. Lo cuestionaba todo porque no quería que se sacara nada de contexto histórico y esa opinión era solo un reflejo del proyecto que inició con tan solo 23 años un día ya lejano de 1953 con su querido Concentus Musicus Wien.
En una entrevista con motivo de su 85 cumpleaños, ante la pregunta sobre la composición que le gustaría escuchar cuando estuviera próxima su partida de este mundo, afirmó después de sus famosos silencios el nombre del coral de Bach, que resume su vida de respeto reverencial a uno de sus maestros preferidos: “Vor deinen Thron tret’ ich hiermit” (“Con esto me presento ante tu trono”). Mirando a Dios como solo él sabía hacerlo, a sus músicos, a su querido público.
He entrado en su página web oficial y se puede leer con detalle la extensa programación de conciertos que tenía por delante, como si no pasara nada, sabiendo que difícilmente se puede agregar un solo día a la vida. Le bastaba solo su afán diario, como lo aprendió siendo muy joven del evangelista Mateo, al que conoció muy bien de la mano prolífica de Juan Sebastián Bach en una de las composiciones más brillantes de la Pasión sufrida por un hombre bueno. Así lo aprendió e interpretó con sus manos desnudas ante orquestas y público en los cinco continentes, dedos que mejor que nadie sabían dibujar bellas partituras barrocas en el aire, mirando al cielo.
Sevilla, 7/III/2016
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