Hijo de la Superluna

Dedicado, en el día que nos visita la Superluna, a Neil Armstrong, aquél americano que pisó por primera vez, de verdad, una luna de verano muy grande y que hizo posible creer en la innovación y en el progreso de la humanidad, en un año en que España tenía -en una gran parte de sus habitantes- helado el corazón. También, a todas las personas que cuidan al niño que llevamos dentro y que siempre fue, que sigue presente en nuestras vidas y en la de los demás, que observa la luna de cada día en cualquiera de sus estados, al niño o niña que nunca debemos olvidar para no dejar de respetarnos y ser personas dignas sin tener que esperar días y acontecimientos especiales.

Érase una vez una Superluna que quiso un día visitarnos después de muchos años (sesenta y ocho, exactamente) y hablar con todo el mundo, tan grande y poderosa ella… Siempre recuerdo una experiencia vital que tuve con ella en mi juventud, eso sí, en un momento muy especial, como si fuera un relato de realismo mágico inspirado en García Márquez. Verán por qué. El niño que siempre fui pertenece a la generación que escuchó a Jesús Hermida la narración de la llegada de Neil Armstrong a la luna. Era de noche y mi abuela desconfiaba de todo lo que estaba viendo: ¡Hermida es así de fantástico!, decía tan tranquila y más ancha que larga: ¡Peor para vosotros, que os lo creéis todo! Y todos nos deshacíamos en esfuerzos para entender aquello que nos superaba más que a mi abuela, a decir verdad, todavía en una película de blanco y negro que se conserva en mi hipocampo de todos y en el de secreto. España vivía un mes de julio muy caluroso desde el compromiso político. A lo más que aspirábamos a mi edad era a no estar en la luna y, sobre todo, a no pedirla, como se decía en mi casa si algo era desproporcionado.

Yo no estaba en la luna, porque al día siguiente me iba a atender a los familiares de enfermos muy pobres del Hospital de las Cinco Llagas, en Sevilla, para invitarlos a dormir y asearse, en una habitación limpia, de un piso que había alquilado la asociación a la que pertenecía, para entregarles dignidad como personas, a pesar de que fueran pobres de solemnidad, como se decía en aquella época. Estaba de vacaciones, y cogía un autobús desde Valencina de la Concepción a Sevilla, ida y vuelta, con una misión posible, muy terrenal por cierto.

Aquella noche de 20 de julio de 1969, la voz trémula y engolada de Hermida, muy americano él, nos hizo muy cercana la llegada del primer hombre a la Luna, algo que se nos escapaba a los que estábamos muy cerca de la Tierra, en su difícil día a día, luchando por cambiar un país, diseñado en aquel momento por el enemigo, que vivía aquello como el mundo del nunca jamás que solo pertenecía a Míster Marshall.

Y al cabo de los años, recordaba siempre aquella luna con una canción que Ana Torroja, del grupo Mecano, nos dejó para la posteridad, haciéndonos comprender que la Luna, a pesar de la visita de Amstrong, estaba sola, “quería ser madre”, y no respondía, muy celosa ella, cuando se le preguntaba, de forma más desafiante que el astronauta lo pudo hacer, aquello de:

Luna quieres ser madre
y no encuentras querer
que te haga mujer.
dime, luna de plata,
qué pretendes hacer
con un niño de piel.

La luna lo tenía muy claro. Un día no muy lejano, ese niño estaría muy cerca de ella porque nadie entendió el conjuro de una gitana, desafiante ella, ya estuviera en fase menguante o llena, o detectara unas atrevidas huellas humanas de un tal Armstrong en su suelo o de un tal Trump, precisamente hoy, merodeando la Casa Blanca:

Y en las noches
que haya luna llena
será porque el niño
esté de buenas.
Y si el niño llora
menguará la luna
para hacerle una cuna.

Hoy he vuelto a leer este cuento escrito hace ya unos años para mi persona de secreto y esta noche voy a buscar la luna grande, la Superluna, para decirle a solas que el niño que siempre fui, de piel, no se cree lo que está viendo y pasando en este mundo al revés. Aprendí de Saramago eso, que había que dejarse llevar siempre por el niño que fuimos y le leeré este cuento en voz baja, porque estoy de buenas como el niño de Mecano. También, porque ante tanto desconcierto vital sé que es capaz de menguar para hacer una cuna al niño que todos llevamos dentro y porque no vuelve a visitarnos hasta el 25 de noviembre de 2034. La verdad es que no podemos esperar tanto para volver a hablar con ella, para consolarnos mutuamente, porque también sufre y no encuentra querer que la haga mujer, a pesar de estar hoy… tan bella.

Así fue y así lo he contado.

Sevilla, 14/XI/2016

NOTA: el vídeo se ha recuperado hoy de http://svs.gsfc.nasa.gov/4404

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