Este año no hay alfombras de jacarandá

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Jacarandá

En mi soledad / he visto cosas muy claras, / que no son verdad
Antonio Machado, Proverbios y Cantares (XVII)

Todos los años espero los meses de mayo y noviembre para pisar las alfombras de jacarandá. Así lo expresaba en la floración de este árbol en mayo de 2015, cuando escribí un post que llevaba por título Palabras del amanecer / 3. Alfombras del jacarandá, que reproduzco a continuación, cambiando lo que haya que cambiar en estos tiempos modernos de 2017. A la altura de este mes y pasado también el mes de octubre, que en años anteriores ya nos avisaba de estos brotes, no vemos por ningún sitio las flores de jacarandá en calles y avenidas de esta ciudad. ¿Qué pasa con la naturaleza realmente? Es su manera de protestar. Ya estábamos avisados, en expresión de Al Gore, porque es evidente que el cambio climático nos ha retirado estos regalos anuales que caracterizan esta ciudad, que tanto ama a estos árboles y sus flores duplicadas. Por algo será, aunque Sevilla necesita urgentemente las alfombras del jacarandá para recordarnos que en nuestro andar de soledad vemos cosas muy claras que no son verdad.

Sevilla, 8/XI/2017

PALABRAS DEL AMANECER / 3. Alfombras del jacarandá

El hombre tardó en comprender que Dios había sentido misericordia de los enamorados y había convertido a Mbareté en ese árbol, y que los ojos de su hija lo miraban desde todas y cada una de las azules flores del jacarandá.
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AA.VV. (1998). Cuentos y leyendas de la Argentina

Sevilla se llena de alfombras dos veces al año gracias a las flores del jacarandá, árbol traído desde América a través del Río Grande. Estos días hay que pasear con cuidado para no estropear estas obras de arte de la naturaleza en el amanecer precioso, cuando se ponen las aceras, de una ciudad diseñada por personas que fueron respetuosas a través de su historia con la naturaleza, la sociedad, sus habitantes y… Dios, cuatro creencias necesarias según Ferrater Mora cuando estamos atravesando cualquier encrucijada de la vida.

Por aquí y por allá se llenan las aceras de un manto de flores azules con tonos violáceos, acampanadas, que nos obligan a ser cuidadosos para no estropearlas al pisarlas, después de que se ofrezcan a millares como un regalo fuera de la dinámica de los mercados, porque todavía no la han convertido en mercancía. Cualquiera puede recogerlas del suelo y preparar un ramillete de libre composición donde lo único que cuenta es la sensibilidad del respeto a un bien entregado por la propia naturaleza, que sabe lo que entrega, aunque es probable que ella dude de qué es lo que se recibe.

Disputa su posición en la ciudad con las buganvillas ante miles de ojos buscadores de otra forma de admirarse y ver como transcurre la cotidianidad de la vida vestida con vistosos colores, porque saben que Antonio Machado recomendó cómo utilizar el campo de la visión personal e intransferible: «El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve.». Con él he paseado esta mañana por aceras-alfombra de jacarandá, buscando el sentido de un acertijo ético que escribió junto a su manera de ver a las otras personas, a la vida: Entre el vivir y el soñar hay una tercera cosa. Adivínala. Y buscando la mejor respuesta la he encontrado también en él: el despertar a nuevas sensaciones en tiempos revueltos, de turbación, donde a diferencia de la recomendación de Ignacio de Loyola, procuro hacer alguna mudanza cuando voy de mi corazón a mis asuntos: “Tras el vivir y el soñar, está lo que más importa: despertar”.

Sorteando un campo de flores, he sabido que ha llegado la hora de mi corazón: la hora de una esperanza y una desesperación. Hoy he salido a pasear de nuevo con Antonio Machado, un gran amigo de Sevilla, aunque fuera su hermano quien mejor la definiría como ciudad que a veces te deja sin palabras. Ella, Sevilla, se vale por sí sola, aunque hoy necesite las alfombras del jacarandá para recordarnos que en nuestro andar de soledad vemos cosas muy claras que no son verdad.

Sevilla, 15/05/2015

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