Cosas de estío / 9. Biomímica y biomímicos

BIOMIMICO

Biomímico. Proyecto del artista mural Eric Okdec, en Sevilla / JA Cobeña

[…] En Sevilla se puede ser feliz […] ¿No es una maravilla el hecho de que los hombres y el destino trabajen juntos durante siglos para construir una ciudad, y al final resulte una sonrisa en el rostro de la vida?

Stefan Zweig, en De viaje II: Francia, España, Argelia e Italia

Sevilla, 20/VII/2020 / 2ª edición

Después del estado de alarma hemos recuperado las aceras de Sevilla, ciudad en la que Stefan Zweig decía que «se podía ser feliz». No lo niego, porque en esta ciudad se vive en la calle durante todo el año, disfrutándose mucho de ella. Después del confinamiento, volvemos a redescubrir el barrio y la ciudad en la que vivimos, la importancia de sus tiendas y aceras, su uso íntimo tal y como preconizaba la gran urbanista americana Jane Jacobs en una obra emblemática para la defensa del urbanismo humanista: “Bajo el aparente desorden de la ciudad vieja, en los sitios en que la ciudad vieja funciona bien, hay un orden maravilloso que mantiene la seguridad en la calle y la libertad de la ciudad. Es un orden complejo. Su esencia es un uso íntimo de las aceras acompañado de una sucesión de miradas” (1).

En aquella mañana del estío de 2018 incorporé dos vocablos nuevos a mi diccionario personal e intransferible: biomímica y biomímicos, creados por el artista mural Erik Okdec, dejándonos una muestra de su arte aquí en Sevilla, en un barrio humilde, Polígono de San Pablo, que hoy día se puede visitar como un museo al aire libre incorporado a la oferta cultural de la ciudad, de sus aceras.

He manifestado recientemente que los barrios de Sevilla, de España, han vuelto a recuperar la alegría en sus calles. También, su biomímica, una forma de pedir prestados los diseños principales de la naturaleza, que le pertenecen, para crear productos y procesos sostenibles en la «nueva normalidad». Una vez más, hago un sencillo homenaje a Jane Jacobs, una mujer extraordinaria, que solo quiso poner un grano de arena en su territorio americano para que las personas pudieran crecer con mejor calidad de vida. Aunque ahora, sigo pidiendo prestada a El Pali, un cantor de Sevilla ya fallecido y donde quiera que esté, alguna sevillana que pudiéramos ofrecerle en clave de canto a la posibilidad de ser en la ciudad, en sus aceras de siempre, sentados en sus aceras como si fuéramos eternos estudiantes de arte: Ya no pasan cigarreras / por la calle San Fernando / con flores en la cabeza / y los mantones bordaos. / ¡Ay, Sevilla de mi alma! / que lo estás perdiendo todo, / los niños en la plazuela / cuando jugaban al toro.

¿Por qué? Porque la magia de las ciudades y de sus barrios, en todo el país, viene siempre desde abajo, desde su historia pasada y presente, incluyendo biomímicos y biomímica, desde los encuentros ilusionados de personas que van y vienen alrededor de sus asuntos, sobre todo haciendo un uso íntimo de las aceras, acompañado todo de una sucesión de miradas hacia las pinturas murales del Gran Museo de la Vida que es Sevilla, solo para encontrar una sonrisa en el rostro de su vida. Tal y como lo describió Stefan Zweig en esta ciudad, paseando por sus aceras, un día ya lejano.

(1) Jacobs, Jane (1961),  Muerte y vida en las grandes ciudades americanas, Nueva York: Vintage, pág. 50.

 

Cosas de estío / 9. Biomímica y biomímicos

Es lo que tiene ser alumno de la Facultad de la Calle, por estar matriculado en la Universidad de la Vida. Los albores de Sevilla ofrecen siempre regalos inesperados, como el de hoy, cuando en el paseo del amanecer claro y luminoso de esta ciudad he encontrado unas palabras inolvidables en una pintura mural del Polígono de San Pablo, una obra esplendorosa del artista Eric Okdec: biomímico no es cosechar los recursos de la naturaleza, pero el sentarse a sus pies como estudiantes. Así escrito, sin modificar palabra alguna. Junto a este lema tan sorprendente, otra acepción no menos aleccionadora: biomímica es la práctica de pedir prestados los diseños principales de la naturaleza para crear más productos y procesos sostenibles. Maravilloso.

Han sido dos lecciones que por breves han sido dos veces buenas, aprendidas curiosamente muy cerca de la calle Baltasar Gracián, el escritor que decía que «lo bueno, si breve, dos veces bueno». La biomímica debería ser una asignatura de obligada inclusión en la carrera que estudiamos a lo largo de la vida y en la Facultad de la Calle, adscrita a la Universidad de la Vida, en los tres mundos que tantas veces he estudiado en la Academia y en los que estamos instalados a diario: el mundo propio, el de nuestro alrededor y del de los demás, que dicho de forma petulante en alemán suenan extraordinariamente bien (eigenwelt, umwelt y mitwelt). Las dos definiciones son fantásticas si las analizamos con detenimiento. La primera, porque la cosa radica en no explotar los recursos de la naturaleza sin compasión alguna, sino aprender continuamente de ella “como estudiantes sempiternos”. Es lo que nos recuerda a diario el problema recurrente del cambio climático y de la Suciedad Plástica instaurada en la superficie y fondos de los océanos y mares que nos rodean. La segunda acepción, es reveladora de lo que podemos aprender de los diseños de la propia naturaleza, porque si lo hiciéramos podríamos vivir mejor, creando nuevos productos con diseños naturales prestados sin interés comercial alguno y, por tanto, más sostenibles.

A lo largo de doce años he incorporado páginas en este blog con este esquema biomímico aleccionador. Entresaco solo dos experiencias maravillosas de la Universidad de la Naturaleza que da sus clases en la calle. Una de ellas, es lo que llamo la inteligencia emergente, que tenemos todos por definición en esencia y potencia, por mucho que al capital le duela. Indudablemente, porque todos los seres humanos, mujeres y hombres, niñas y niños, tenemos el recurso natural principal: la inteligencia emergente como estructura que siempre anda preocupada por organizarse espontáneamente, adaptándose permanentemente mediante retroalimentación positiva a determinadas situaciones propicias o adversas, pero con un fin común, vivir conforme a un plan que permite resolver problemas con un objetivo muy claro: ser felices. Y la ciudad es un patrón excelente para cooperar en esta búsqueda legítima de felicidad. O de infelicidad, por el urbanismo adverso, en la dialéctica vivienda/murienda (perdón por el neologismo). Corren tiempos, además, en los que los especuladores escondidos en fondos buitres de todo tipo, se suben de nuevo a los barcos de los que se tiraron cuando huían miserablemente en desbandada, cuando en los tiempos tan cercanos y actuales de crisis olieron la biomímica porque ya no les salían las cuentas. Y aquí y ahora, en el escolástico hic et nunc, podemos dar rienda suelta a las tesis de las aceras inteligentes y sociales en las ciudades, las que amaba Jane Jacobs, porque cuando el dinero no corre, la inteligencia vuela. Emergente, por supuesto.

Emergente, porque se demuestra que lo que ocurre en las ciudades nunca nos es ajeno. Existen patrones escritos desde hace millones de años y las ciudades se reinventan permanentemente: “¿por qué ha triunfado el superorganismo de la ciudad sobre otras formas sociales? Como en el caso de otros insectos sociales, hay varios factores, pero uno crucial es que las ciudades, como las colonias de hormigas, poseen una inteligencia emergente: una habilidad para almacenar y recabar información, para reconocer y responder a patrones de conducta humanos. Contribuimos a esa inteligencia emergente, pero para nosotros es casi imposible percibir nuestra contribución porque vivimos en la escala incorrecta” (1). Biomimica en estado puro.

La segunda experiencia es la que ha llevado a cabo el fotógrafo brasileño Sebastião Salgado, en su descubrimiento paulatino del escenario auténtico del Génesis, que conocí cuando se iniciaba el proyecto en 2005, bajo el título de Génesis, que él mismo explica en profundidad: “¿Para qué [lo hago]? Para emular el ojo de Dios, pero ser fiel a Darwin, para dar testimonio de los orígenes de la vida intactos, para certificar que corre el agua, que la luz es ese manantial mágico que penetra como un pincel y muta las infinitas sugerencias en blanco y negro. Para experimentar pegado a la tierra y los caminos aquello que relatan los textos sagrados pero también seguir la estela de la evolución de las especies; para comprobar que los pingüinos se manifiestan; para comparar la huella con escamas de la iguana y el monumental caparazón de las tortugas en Galápagos; para explicar que los indígenas llevan en la piel tatuado el mapa de su comunión con la de los ríos y los bosques; y que los elefantes y los icebergs emulan fortalezas de hielo y piel; y que la geología diseña monumentos y que todavía quedan santuarios naturales a los que aferrarnos”.

Indudablemente, biomímica y biomímicos en estado puro, animándonos todos los días la naturaleza a sentarnos a sus pies, como estudiantes en las aceras de nuestras ciudades, de la Universidad de la Vida. Siempre nos valdrán sus diseños prestados para que podamos disfrutar de nuevos productos sin tener que recurrir de forma teledirigida a la economía de mercado, no inocente, por supuesto.

Sevilla, 23/VII/2018

NOTA: el mural, obra de Eric Okdeh, se encuentra en una zona de viviendas sociales del Polígono de San Pablo, en Sevilla. Su historia detallada y gráfica, que nace en 2010, se puede consultar en http://www.ericokdeh.com/biomimico/ . La fotografía es mía.

(1) Johnson, S. (2003). Sistemas emergentes. O qué tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y software. Madrid: Turner-Fondo de Cultura Económica, pág. 90.

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