
Sevilla, 14/III/2021
Hoy se cumple el primer año de vida de una aventura hacia lo desconocido al declararse el estado de alarma por la pandemia del coronavirus en nuestro país. Ese día escribí un artículo, El músico e Venecia y el coronavirus, que reproduzco a continuación porque, salvando lo que haya que salvar, mantiene su vigencia, sobre todo porque propuse que el cine, la música y la literatura podían ser bálsamos que nos ayudarían a sobrellevar la carga que presumíamos íbamos a soportar a partir de ese día y por el confinamiento declarado.
Es un cumpleaños que no pide celebraciones especiales, sólo una muy importante por imprescindible: que tenemos ya un regalo de la ciencia llamado vacuna para combatir este virus tan letal. También, es una nueva oportunidad para recordar que no debemos olvidar a los que se fueron sin poder decirnos ni siquiera adiós y a todos los servidores públicos, sin dejar a nadie atrás, que se han entregado en cuerpo y alma para intentar devolvernos la salud plena. Es una carga ética que es difícil soportar sin la dignidad humana que le es consustancial, porque el principio de realidad del virus ha sido demoledor aunque muchas personas irresponsables sigan sin querer verlo y aceptarlo. También, porque las cicatrices que ha dejado la pandemia son hoy, un año después, las costuras de la memoria.
Vuelvo a leer aquellas palabras que utilicé como una gran metáfora de lo que se nos venía encima. Aquella pregunta de Gustav von Aschenbach en Muerte en Venecia, ¿Por qué desinfectan Venecia?, vuelve a resonar hoy en nuestros oídos, llevándola en ese momento a muchos lugares del mundo, porque la planteé como una metáfora sobre la necesidad de saber la verdad de lo que estaba pasando en nuestro país con el coronavirus, en un día como hoy, hace un año, en un desconcierto sin parangón.
Amplifico hoy al mundo la frase que Stefan Zweig dedicó a Sevilla en 1905 y que cité en aquella ocasión como zona segura para buscar refugio ante lo desconocido: “En estos días difíciles sigo leyendo a Stefan Zweig en la obra citada [De viaje II: Francia, España, Argelia e Italia] y sus palabras se graban en mi cerebro como el mejor bálsamo para tiempos complejos y de turbación: “¿no es una maravilla el hecho de que los hombres y el destino trabajen juntos durante siglos para construir una ciudad, y al final resulte una sonrisa en el rostro de la vida?”. Me acompaña también un “momento estelar de la humanidad” que sobrecogió a Zweig, la resurrección de Händel a través de su obra magna “El Mesías”, que escucho con atención reverencial. Quizá me ayude a comprender bien y en toda su extensión esa frase rotunda de Zweig, “aquí [en Sevilla] se puede ser feliz”, tras una experiencia de juventud en esta ciudad”. También en el mundo gracias a la ciencia y a una proyección de ella, las vacunas.
La ciencia ha dado respuesta a la frase enigmática que aprendí de Enrique Morente en su “Soleá de la ciencia”, que no olvido:
Presumes que eres la ciencia
Yo no lo comprendo así
Porque siendo tú la ciencia
No me has comprendido a mí
Sale el sol y da en el cristal
Cuando no quebranta el vidrio
¿Qué es lo que va a quebrantar?
Los pajarillos y yo
Nos levantamos a un tiempo
Ellos le cantan al alba
Y yo alegro mis sentimientos
Para qué tanto llover
Mis ojitos tengo secos
De sembrar y no coger
Desde el Sur, que también existe, la pregunta de Morente tiene hoy más validez que nunca y eso la ciencia lo sabe. Mi agradecimiento especial a la inteligencia humana, proyectada en la ciencia, porque ha sabido entender al mundo quebrantado que sufre. También, porque hoy, un año después, comienzan a alegrarse nuestros sentimientos.
El músico de Venecia y el coronavirus
Sevilla, 14/III/2020
Una pregunta de Gustav von Aschenbach en Muerte en Venecia, la obra inolvidable de Thomas Mann, a un músico que pasa junto a él pidiendo la voluntad, “¿Por qué desinfectan Venecia?” y la respuesta a la misma, “Está indicado por el calor y el siroco”, me han recordado -en este confinamiento legal y preventivo que estamos viviendo- la necesidad de que conozcamos en cada momento la verdad de lo que está pasando con el coronavirus, tal y como lo vengo expresando los últimos días. La insistencia de Aschenbach, que no se cree lo que le ha dicho el músico, traduce la inquietud legítima que tenemos en la sociedad por saber la realidad de lo que nos rodea por muy cruda que sea.
“¿De manera que no hay ninguna epidemia en Venecia?”, pregunta Aschenbach. “¿Una epidemia?”, contesta el músico de manera desafiante. “¿Qué epidemia va a haber? ¿Es epidemia el siroco? ¿Acaso es una epidemia nuestra Policía? ¡Usted bromea! ¡Una epidemia! ¡No diga usted eso! Sólo se trata de una medida de previsión policial. ¿Entiende usted? Una disposición en vista del tiempo bochornoso”.
Salvando lo que haya que salvar hoy, podemos cambiar la palabra siroco por coronavirus o policía por el estado de alarma y el acto de previsión policial como una medida para evitar mayores contagios y de previsión para contener en lo posible males mayores. El escritor Gustav von Aschenbach, uno de los protagonistas de la obra de Thomas Mann, prefirió abrazar el amor cerca de Tadzio desoyendo todas las recomendaciones para preservar su salud en una ciudad donde el cólera indio hacía estragos.
Esta cita de la literatura que tanto nos ha hecho reflexionar, es una metáfora sobre la realidad de la vida de nuestros antepasados que han intentado abordar épocas difíciles en las que el mal ha asolado la humanidad y en las que se ha intentado dejar para la posteridad un mensaje de la importancia de dar sentido a la vida, que es lo que más importa ante avisos tan importantes para navegantes.
El confinamiento en las casas impuesto por el Estado puede ser una buena oportunidad para acudir a la literatura y encontrar en ella un remanso de paz en el rincón de pensar que cada uno elija libremente en su casa. Hoy ya no se habla de ir a lazaretos sino de permanecer en nuestras casas el tiempo que sea necesario hasta que el coronavirus se dé por controlado y se autorice la vuelta a la vida normal, acompañados en el caso de Sevilla por su calor tradicional de primavera y verano, porque “aquí se puede ser feliz”. Así se expresaba Stefan Zweig en su visita a Sevilla en 1905, cuando comenzaba a despertar el siglo XX. Leo también con atención las páginas dedicadas a esta ciudad en un libro suyo muy interesante, De viaje II: Francia, España, Argelia e Italia (1), escritas por un joven de veinticuatro años, buscando rincones que ya conocía por la obra de Mozart, pensando que la barbería de Fígaro iba a devolverle la comprensión de la relación de Don Juan y Carmen.
En estos días difíciles sigo leyendo a Stefan Zweig en la obra citada y sus palabras se graban en mi cerebro como el mejor bálsamo para tiempos complejos y de turbación: “¿no es una maravilla el hecho de que los hombres y el destino trabajen juntos durante siglos para construir una ciudad, y al final resulte una sonrisa en el rostro de la vida?”. Me acompaña también un “momento estelar de la humanidad” que sobrecogió a Zweig, la resurrección de Händel a través de su obra magna “El Mesías”, que escucho con atención reverencial. Quizá me ayude a comprender bien y en toda su extensión esa frase rotunda de Zweig, “aquí [en Sevilla] se puede ser feliz”, tras una experiencia de juventud en esta ciudad.
Con ella me quedo hoy a pesar de todo y porque necesito conocer la verdad de lo que está ocurriendo, lejos de músicos celestiales como el de Venecia que no la reconocen.
(1) Zweig, Stefan (2015). De viaje II: Francia, España, Argelia e Italia. Madrid: Sequitur.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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