Perniculás, una mina desconocida

Sevilla, 25/III/2021

He finalizado la lectura de un libro sorprendente, Hijos del uranio (1), escrito con alma por Joaquín Mayordomo, periodista y escritor a quien conozco y aprecio, en torno a la realidad de una Tierra de Nadie, Perniculás, en la que cuentan que nació él hace ya unos años. He tenido la sensación, desde las primeras páginas, de que me iba sintiendo con su lectura un perniculasino más, habitante de un lugar que podía haber retratado perfectamente García Márquez a través de su realismo mágico, doloroso en su fondo y forma, a través de veinticinco relatos donde se desgrana su hilo conductor: la afectación silente y manifiesta del uranio en las personas de aquella tierra ignota, al vivir sobre una veta natural y explotada por el mercado minero sin compasión alguna: “el bicho radiactivo que habita en su espíritu (algunos aseguran que lo tienen vivo y coleando en el cerebro) les gestiona la vida: ni mejor ni peor, sencillamente les guía. Y es esta fuerza la que interviene para que, por ejemplo, algunos neonatos vengan al mundo con un suplemento de dedos en sus manos; o nazcan con rabo, o con cerdas tan gruesas que en su cuerpo como las de la crin de un caballo”.

La lectura ha descubierto en mi vida una realidad que no es tan mágica: el analfabetismo rural al leer en esta historia palabras bellísimas de ese entorno tan olvidado en la escuela de nuestro país: charracina, caozo, teso, rachisol, zaragalla, patacán, tajuela, zarcerones, pepechines, andarríos, entre otras muchas, aunque poco a poco, lo dicho antes, como un perniculasino más, “me he ido haciendo a todo” avanzando en la lectura de sus páginas. Traduce una realidad de muchas personas de este país, porque la España Olvidada es una realidad lacerante que, con motivo de la pandemia, está comenzando a respetarse y apreciarse en su justa medida. Nada justifica nuestra ignorancia, ni la responsabilidad individual y colectiva para que ocurran determinadas injusticias sociales en el ámbito rural de la España también Vaciada.

Al leer alguna de sus páginas me he sentido muchas veces como Pardal, el niño protagonista de La lengua de las mariposas, que no olvido. Todavía recuerdo con emoción los planos finales de la película homónima, los silencios cómplices ante la dictadura, donde Fernando Fernán Gómez interpretaba de forma magistral el papel de D. Gregorio, el maestro entrañable de Moncho (Pardal o el niño gorrión, tan querido por su creador, Manuel Rivas, a quien tanto admiro), el niño asombrado por la forma en espiral de la lengua de las mariposas, maravillosos seres vivos que van siempre por el mundo volando con trajes de fiesta. Aquella cara con expresión entre admiración e inocencia ante lo que puede aparecer en la vida, aquella figura enroscada, sin tocarse, que el maestro republicano, dibujaba con tiza en la pizarra, todavía está alojada en mi memoria a largo plazo, con la suerte de que sé cómo localizarla y, si me apuran, hasta puedo discernir donde está alojada, quizá para siempre, en mi cerebro de secreto.

El planteamiento del libro es muy interesante porque el primer relato, el que da título al libro, Hijos del uranio, es imprescindible leerlo con detalle y pasión al contextualizar el hilo conductor del mismo. Igual que el último, Los herederos radiactivos, porque “la radioactividad, atizada por la mina a cielo abierto que, durante una década, explotara Minas de Uranio de Perniculás, SA, había iniciado un nuevo ciclo y ahora estaba arrasando otra vez todo”, como un auténtico aviso para navegantes por la llegada de Berkeley Minera España a esa Tierra de Nadie o, posiblemente, de “los nadie” a los que ensalzó en su momento Eduardo Galeano.

Todavía resuena en mi mente un nombre propio, paradójico, que sintetiza el argumentario de esta bella obra: Luz Divina, el nombre de una protagonista que aporta claridad en el antes y después de lo que sucede en Perniculás con la implantación de la explotación minera del uranio y el devenir de su hijo, Argimiro Shin-Shin-Hu Miguel, alias Polifemo, una intrahistoria profunda de la mina. Seguir las andanzas de sus padres por medio mundo y su realidad de mercado en la finca Encinas Negras, traduce lo que puede suceder en la España Olvidada con la llegada de los salvadores de tierras en las que lo único que sobran son las personas que las pueblan.

Estos relatos cobran vida en estos momentos por la batalla judicial que se sigue planteando por la ciudadanía responsable contra el Proyecto Salamanca de la compañía minera australiana Berkeley, concretamente en Retortillo, en la comarca de Ciudad Rodrigo (Salamanca). En octubre de 2019, la Audiencia Nacional rechazó el recurso contencioso administrativo interpuesto por ecologistas y verdes de Salamanca contra la autorización concedida en 2015 por la Secretaria de Estado de Energía para iniciar el proyecto de mina de uranio en Retortillo (Salamanca). Como nada de lo que sucede políticamente en nuestro país es inocente, los medios de comunicación recogían en esos días la siguiente crónica de la apertura de una mina anunciada: “Berkeley registró un tirón impresionante en Bolsa tras las elecciones municipales y autonómicas de mayo [2019]. El PP ganó en los municipios salmantinos afectados por el proyecto y el mercado se disparó. El día después, la empresa minera lideró las subidas en el Mercado Continuo con un repunte del 35,8%, hasta los 0,235 euros, y recuperó una capitalización bursátil por encima de los 60 millones de euros. El espasmo bursátil dio la razón a quienes han cuestionado durante años la vertiente especulativa del proyecto”. Poderoso caballero don dinero.

He consultado una noticia reciente del pasado 2 de marzo en el portal de comunicación del ICEX España Exportación e Inversiones (anteriormente conocido como ICEX – Instituto Español de Comercio Exterior) dependiente del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo, que no deja lugar a muchas dudas sobre la situación actual: el proyecto minero de Berkeley en Salamanca sigue cumpliendo hitos: “La compañía minera australiana Berkeley sigue avanzando en su proyecto Salamanca, la explotación de la que afirma que será la mayor mina de uranio de Europa. Ubicada en el municipio de Retortillo, en la provincia que le da nombre, su primer anuncio público se produjo en 2016, cuando la compañía habló de una inversión de 100 millones de euros y la creación de 450 empleos directos […] En diciembre pasado [2020], el Ministerio para la Transición Ecológica y el Desafío Demográfico renovó la autorización inicial para la planta de concentrado de uranio como instalación radiactiva. La autorización inicial original data de septiembre de 2015, y tenía que ser renovada al tener una validez de cinco años. Esta renovación había obtenido el respaldo del Consejo de Seguridad Nuclear en el mes de julio [2020]”.

No sobran más comentarios. Recomiendo, hoy, la lectura del libro de Joaquín Mayordomo, porque permite valorar el esfuerzo de un escritor y periodista avezado en mostrar a través de 25 relatos lo que significa una mina de uranio y su impacto en la sociedad que la rodea. Me quedo leyendo otra vez uno de los relatos que simbolizan mejor la reacción popular ante tal desatino, Una bomba de colores, donde unos niños perniculasinos, la Pandilla de los Ocho, sabían que podían hacer trastadas en la explotación minera con su encanto de niños: “¿Por qué? Quién lo sabe. A los niños les gusta transgredir, ¿no?, llamar la atención, especular con la rutina. Quizá en su inconsciente protestaban porque Minas de Uranio de Perniculás, SA (MUPSA) había venido a romper el equilibrio de su mundo”. No se puede explicar mejor lo que sienten en la actualidad las miles de personas que vienen luchando sin descanso para que la explotación de Berkeley no siga adelante “cumpliendo hitos”.

Hoy, no olvido lo que ocurre en esa parte de la España Olvidada. Les confieso que al leer este libro precioso me ha pasado algo parecido a lo que contaba Gabriel García Márquez en el prólogo de sus “doce cuentos peregrinos”, yendo del timbo al tambo de la vida “peleando para sobrevivir a las perversidades de la incertidumbre”. Cada vez que he vuelto a leer uno de los veinticinco relatos, lo comprendo mejor que la primera vez y sé qué hacer con lo aprendido, que es mucho, porque quizá entiendo mejor el mensaje interior de Joaquín Mayordomo al escribirlos: “Siempre he creído que toda versión de un cuento es mejor que la anterior. ¿Como saber entonces cuál debe ser la última? Es un secreto del oficio que no obedece a las leyes de la inteligencia sino a la magia de los instintos, como sabe la cocinera cuándo está la sopa”.

Léanlo, lo recomiendo para cuidar el alma de quien lo ha escrito como si “cavara un pozo con una aguja”, una expresión turca que conocí leyendo el discurso de Orhan Pamuk en el acto de entrega del Premio Nobel de Literatura en 2006, publicado después con un título muy sugerente, tanto como las palabras escritas en su dilatada vida: La maleta de mi padre. Es verdad que la vida de un escritor se hace poco a poco, horadando la persona de secreto que todos llevamos dentro, aunque no todos lo descubran, es decir, cavando el pozo del alma con una aguja virtual a imagen y semejanza de cada uno. Esa es la razón de que existan pocos escritores que aporten al mundo sus pozos con agua, porque es su misión, no la de estar secos.

(1) Mayordomo, Joaquín (2019). Hijos del uranio. Sevilla: Punto Rojo Ediciones.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.