El rey emérito se va «de rositas» y con un traje nuevo

Sevilla, 4/III/2022

No es la primera vez que escribo sobre la trayectoria indigna del rey emérito durante una parte de su reinado en este país y la verdad es que preferiría no haber tenido que hacerlo, siguiendo a Bartleby el escribiente, pero el silencio lo interpreto en determinadas ocasiones como una complicidad que clama al cielo. Además, sigo ahora el consejo del Abate Joseph Antoine Dinouart, en El arte de callar (1): Solo se debe dejar de callar cuando se tiene algo que decir más valioso que el silencio (Principio 1º, necesario para callar). Este es uno de mis principios y a diferencia de Groucho Marx, si a alguien no le gusta, no tengo otro.

Hoy, quiero hacer una reflexión en escritura alta, porque en medio de una guerra que no tiene nombre aunque sí un lugar, Ucrania, la Fiscalía contra la Corrupción y la Criminalidad Organizada, del Tribunal Supremo, ha decidido en estos días archivar mediante dos decretos la investigación contra el rey emérito, sobre las presuntas comisiones millonarias que cobró por su intervención en la adjudicación de las obras del AVE a La Meca, el uso de tarjetas opacas y, finalmente, por su relación con millones ocultos en la isla de Jersey, por dos razones incuestionables para ese órgano judicial, la inviolabilidad y la prescripción. La primera, porque extiende todos sus efectos a todos los actos ejecutados por el Jefe del Estado, sean estos desarrollados con ocasión del ejercicio de funciones regias o al margen de estas y, la prescripción, porque se ciñe al marco temporal en el que se desarrollaron los hechos denunciados y por las fechas en que sucedieron ya han prescrito ante la Ley. Lo verdaderamente sorprendente es que el rey emérito “se va de rositas” de esta investigación que ha durado cuatro años, aun cuando la propia Fiscalía reconoce que se han calificado en esta investigación, como delitos cometidos por el Jefe del Estado, los siguientes: 10 delitos fiscales, dos cohechos impropios y uno de blanqueo de capitales, es decir, una «hoja de servicios” al país que avergüenza sólo al conocerlas, no digamos cuando se entra en el detalle de lo ocurrido o cuando se recuerdan, sin ir más lejos, los sucesivos discursos de navidad en los que nos decía sin mover una pestaña que “Juntos podemos vencer problemas y dificultades si actuamos con realismo, rigor, ética y mucho esfuerzo, anteponiendo siempre el interés general sobre el particular” (¡en 2008!). Sobran comentarios.

Irse “de rositas” es una locución que se conoce muy bien en el país, en los términos que recoge el Diccionario fraseológico documentado del español actual, de Seco, Andrés y Ramos, donde se da la siguiente definición: de rositas. adv (col) Sin pagar lo que se debe o sin recibir el castigo merecido. Generalmente en la locución «irse de rositas». Efectivamente, el rey emérito se va de la comisión de estos delitos «sin pagar lo que debe» a Hacienda, sólo una multa más que dudosa en su trayectoria y “sin recibir el castigo merecido”, no porque personalmente goce del mal ajeno, sino por la falta de ejemplaridad y ética que se le supone a la Casa Real y, más en concreto, al Jefe del Estado. Lo que verdaderamente me preocupa es que el silencio cómplice pueda ser “marca de la casa”, así como la falta de «alma social», porque lo percibí en el último discurso del actual rey Felipe VI en la Navidad de 2021, según escribí en esas fechas: “Anoche escuché atentamente el Mensaje de Navidad del Rey, un nuevo discurso desnudo en su fondo y forma, porque no hizo una sola referencia a la falta de ejemplaridad ética de la Corona como institución afectada por las noticias que a lo largo del año se han dado en referencia al rey emérito, su padre, que sigue figurando como parte de la Casa Real, por mucho que hiciera una referencia concreta a las instituciones públicas porque «[…] tenemos la mayor responsabilidad. Debemos tener siempre presente los intereses generales y pensar en los ciudadanos, en sus inquietudes, en sus preocupaciones, estar permanentemente a su servicio y atender sus problemas. Debemos estar en el lugar que constitucionalmente nos corresponde; asumir, cada uno, las obligaciones que tenemos encomendadas; respetar y cumplir las leyes y ser ejemplo de integridad pública y moral». En este punto del Mensaje, así como en otros, faltó alma”. Eso es lo que más me preocupa, porque en el discurso de 2020 ocurrió lo mismo.

Por todo lo anterior, recuerdo de nuevo el cuento de Andersen, El traje nuevo del emperador, en sus párrafos finales, donde se menciona un supuesto traje nuevo del emperador que nadie veía aunque nadie decía nada, excepto un niño, recurso que también utilizó Groucho Marx en Sopa de ganso, la sabiduría infantil sin filtro alguno, salvando lo que haya que salvar: “¡Hasta un niño de cuatro años sería capaz de entender esto!… Rápido, busque a un niño de cuatro años, a mí me parece chino“:

-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.

-¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño.

-¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!

-¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero.

Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; más pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola.

El decreto de la Fiscalía por el que se archiva la investigación de hechos cometidos por el rey emérito, trae a colación el cuento de Andersen, porque es un relato hecho realidad ahora, que volverá a tener más interés si cabe cuando se plantee el regreso a España con un «traje nuevo», después de haberse ido «de rositas» gracias al decreto de exoneración emitido por la Fiscalía. En el mes de agosto de 2020 escribí un artículo con motivo de la salida vergonzante del Rey emérito de este país, Agosto 2020 / 4. El traje nuevo del rey, en el que contaba que el Rey emérito ya no estaba en España: “Se ha ido después de haberlo consultado con su espejo. Fue una noticia de un calado excepcional porque comprometió muchas cosas, fundamentalmente la Constitución, al tocar de lleno a la Jefatura del Estado, de la que se debe esperar siempre no heroicidades sino la máxima ejemplaridad en todos los ámbitos de la vida real. Correrán ríos de tinta para analizar todo lo ocurrido, verdaderamente lamentable, pero cada uno tiene una parte en la responsabilidad de analizarlo como es debido”. Han corrido esos ríos que han ido a la mar del desencanto social y ahora escucho con gran asombro a los “tejedores espabilados” que están ya preparando un nuevo traje al rey desnudo.

Esa es la razón de por qué vuelvo a abrir un libro al que tengo especial aprecio, el cuento de Andersen citado, El traje nuevo del emperador, pero interpretado y leído por actores que son amigos de Steven Spielberg (2). Suelo leerlo a menudo, sobre todo para refrescar siempre una recomendación del reconocido director: ¡Cuidado con los tejedores espabilados! (incluidos determinados partidos políticos, periodistas y militares de este país). Hojeándolo de nuevo con atención, he vuelto a leer la interpretación que del mismo hace la actriz Geena Davis, dedicado especialmente al espejo imperial [o real], que en estos momentos reales creo que ha tenido un papel decisivo y refiriéndome en estos momentos al decreto de la Fiscalía y a la preparación de la “operación retorno” del emérito, donde cada uno, cada una, vuelve a desempeñar perfectamente su papel, incluido el del rey ante el espejo real:

“Soy PERFECTO

No bromeo, soy perfectísimo. Reflejo las cosas exactamente como son. Soy incapaz de cometer un error.

Es cierto que el emperador y yo hemos discutido a menudo por unos cuantos kilos o por la progresiva extensión de su calva, pero por lo general termina aceptando mi punto de vista. Por esta razón me había divertido tanto con la farsa de los tejedores. Estaba seguro de que una vez que el emperador se contemplara en mi luna el día de la gran prueba final vería la verdad: los ladrones quedarían en evidencia, y al final todos nos desternillaríamos de risa.

Pero no: el emperador se plantó delante de mí y nos miramos el uno al otro. Con los ojos buscaba el reflejo de su persona, pero no podía dejar de mirar los de sus consejeros, que seguían el “ensayo general” desconcertados. Estoy convencido de que Su Majestad vio lo que yo, sin dejar lugar a dudas, reflejaba: un emperador prácticamente desnudo, enmarcado en un espejo; un par de nerviosos “tejedores”; el transparentemente siniestro primer ministro, y todo el cabeceo aprobatorio de la corte imperial de tontos.

Sin embargo, no dijo esta boca es mía. Nadie dijo una palabra. Yo casi me hago añicos por la frustración. Había creído que el emperador era un hombre sensato.

¡Por mi gloria! ¿Es que no se daba cuenta?

Parece ser que no. Muchas veces, los “tejedores” más próximos [del Rey] son los que menos ayudan a ser uno mismo, por muy perfectos que sean (al buen entendedor en este país con pocas palabras basta, porque de todo hay en esa viña del Señor). Hasta que un día cualquiera, en un momento especial, un niño de Andersen o de Groucho Marx o cualquier persona digna, incluso un juez o un fiscal, da igual que sea mujer u hombre, nos desmontan todos los esquemas de la rutina diaria y salta la posibilidad de que podamos ser otros, porque son los que de verdad denuncian a personas que suelen ir desnudas por el mundo con la obsesión de vivir la perfección apasionadamente, convencidos de que llevan incluso ropa de emperadores, reyes o reinas, cosidos puntada a puntada por modistos o tejedores –supuestamente imparciales– que se refugian en ellos y son incapaces de decir la verdad de lo que está pasando a quienes cosen. Sobre todo, porque son profesionales de la farsa a cualquier precio y de los silencios cómplices.

Así lo leí un día ya lejano y así lo he vuelvo a contar hoy, con un problema serio a diferencia de cómo finalizaban los cuentos en mi infancia: colorín, colorado, este cuento real no se ha acabado. Confío ahora en el niño avispado de Andersen o en el de cuatro años de Groucho Marx, para que nos digan la verdad de una vez por todas y nos interpreten de la mejor forma posible cualquier nuevo discurso desnudo de los reyes. La necesitamos con urgencia, porque en el caso de la Jefatura del Estado constitucional, no se trata, como en el cuento, de «aguantar hasta el fin» como si nada hubiera pasado, yéndose “de rositas” en esta ocasión un rey de nombre Juan Carlos I, sino de abrochar de forma digna, con una revisión de la Constitución sobre la desaparición de la inviolabilidad real, por ejemplo, para poner coto a algo que no se sostiene desde ningún punto de vista ético, razonable, solidario y de dignidad ejemplar que salvaguarde siempre el interés general en beneficio de todos.

(1) Dinouart, A. El arte de callar. Madrid: Siruela, 2003  (4ª ed.).

(2) The Starbright Foundation. El traje nuevo del emperador. Barcelona: Ediciones B, 1998.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada. 

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