El cine es ver caminar a Henry Fonda

Henry Fonda (Norman Thayer, Jr.), En el estanque dorado, 1981

Sevilla, 29/III/2022

Lo dijo el director de cine John Ford, que conocía muy bien a Henry James Fonda, respondiendo a un periodista ante la pregunta clásica de ¿qué es el cine?: «Es ver caminar a Henry Fonda». Es verdad, en los días de resaca de la entrega de los premios Óscar al mérito cinematográfico, en su 94ª edición, que pasará a la posteridad como la del guantazo del actor Will Smith al presentador del acto, Chris Rock, por un chiste de mal gusto dirigido a su mujer, presente en el patio de butacas del Dolby Theatre de de Hollywood, necesitamos recuperar la esencia del cine y quedarnos con todo lo bueno que nos viene ofreciendo desde su creación. Ver caminar a Henry Fonda es el cine, no el incidente del domingo pasado, que empaña la trayectoria de una ceremonia en la que el gran actor americano recibió su primer Óscar, en 1982, por el papel inolvidable de Norman Thayer Jr. en El estanque dorado, película dirigida por Mark Rydell, basada en la obra de teatro de Ernest Thompson y coprotagonizada junto a Katherine Hepburn, quién también obtuvo la estatuilla dorada.

Anoche tuvimos la oportunidad de ver de nuevo esta película en la segunda cadena pública de la corporación RTVE, que cuarenta años después de su estreno en España, simboliza la magia del cine en todo su esplendor, porque ambas interpretaciones, las de Fonda y Hepburn, son impecables, sin quitar mérito alguno a Jane. El guion de la película es en el fondo y forma de la misma, salvando lo que haya que salvar, parte de la vida del actor y de su hija. Se sabe que Jane Fonda adquirió los derechos de la obra teatral de Ernest Thompson para llevarla al cine, el mejor sitio para aflorar la dolorosa relación con su padre desde que era pequeña, a modo de reconciliación, con un episodio que la alejó todavía más de la frialdad y lejanía que la trató desde siempre, mucho más cuando a ella y a su hermano Peter, con doce años ella y diez él, no les dijo la verdad sobre la muerte por suicidio de la madre de ambos, Frances Ford Seymour, la segunda esposa de Fonda en su larga vida matrimonial.

El guion está muy cuidado y la interpretación de Henry Fonda y su hija Jane, no le va a la zaga, junto a la de Katherine Hepburn, siendo inolvidables las últimas escenas en las que se recoge el momento del dolor profundo en el corazón de Norman, que le provoca que se desplome en el suelo, cuando su mujer, Ethel, abrazado a él le dice al oído:  “Estás a salvo, viejo cascarrabias y definitivamente seguirás molestando al pobre Charlie. Después del almuerzo, después de haber devorado todas esas fresas, nos dirigiremos a la carretera del casco antiguo. Hemos estado allí mil veces. Mil. Y lo recordarás todo. ¡Escúcheme, señor. Eres mi caballero de brillante armadura. No lo olvides. Vas a volver a subirte a ese caballo y yo estaré justo detrás de ti agarrándote fuerte y lejos vamos a ir, ir, ir!”. Un mensaje para caminantes de la vida que no olvido.

Anoche, volví a ver la película fijándome sobre todo en los detalles de la forma de caminar del actor para comprender la magia del cine sin palabras, así como de las expresiones faciales continuas que tanto caracterizaron a Fonda en su larga trayectoria cinematográfica. Él hizo el rodaje, afectado ya por una enfermedad de la que falleció meses después por un episodio coronario, cuando tenía 77 años. Creo que podemos afirmar que esta película fue su testamento cinematográfico, que abrochó con el reencuentro con su hija durante su rodaje, sobre todo –según cuenta Jane– cuando en dos momentos álgidos de la misma pregunta junto a su madre “por qué ese hijo de su madre nunca ha sido amigo mío”, refiriéndose a Norman, su padre, al que manifiesta posteriormente “quiero que seamos amigos” y, posteriormente, cuando por primera vez le dice “¡adiós Norman…, papá!”, fundiéndose en un abrazo que da sentido pleno a la película de su vida.

¿Qué es el cine, hoy? Todavía…, es ver a caminar a Henry Fonda por los senderos inescrutables de la vida, llorando a solas ante la proximidad de su hija, junto a su querida compañera de vida, cuando ya todo suena a despedida. Por esta vez, cualquier parecido con la realidad no ha sido pura coincidencia. Esa es la verdadera magia del cine y su historia.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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