Sevilla, 14/V/2023 (actualizado sobre el publicado en la serie original, Preguntas de Mayo, el 20/V/2021).
Finalizo hoy una serie de artículos dedicados al inmenso mar de las preguntas en un tiempo, como el actual, lleno de dudas para vivir dignamente. He vuelto a leer una obra póstuma de Neruda, Libro de las preguntas(1), muy querida y presente en mi biblioteca del alma, escogiendo a lo largo de esta serie y hasta hoy algunas que resultan inquietantes cuando te aproximas a las cosas de personas mayores, porque ya no vivimos las cosas de niño, recordando aquella hermosas palabras de un viajero incansable, Pablo de Tarso, en su primera alocución a los Corintios (13, 11): «Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño».
Acudo hoy de forma diligente a ese conjunto de preguntas de Neruda en su preciado libro, concretamente cinco, deteniéndome especialmente en el capítulo 44 (XLIV), en torno a su niñez:
¿Dónde está el niño que yo fui,
sigue adentro de mí o se fue?
¿Sabe que no lo quise nunca
y tampoco me quería?
¿Por qué anduvimos tanto tiempo
creciendo para separarnos?
¿Por qué no morimos los dos
cuando mi infancia se murió?
¿Y si el alma se me cayó
por qué me sigue el esqueleto?
Es importante recordar el niño o niña que fuimos, indagando en la memoria de hipocampo si continúa o no junto a nosotros, como hilo conductor de la primera de estas preguntas. Ya digo que desde la perspectiva de la ciencia del cerebro allí está, en el hipocampo, quizás en una espera tocada de ese caballito de mar inquieto por la ardiente impaciencia de ser recuperada a tiempo. La segunda es más desconcertante porque responde a la compleja niñez de Neruda, muchas veces citada en su obra. ¿Puede ser ahora un buen momento para recordarla? Cada uno, cada una sabe cómo fue y lo importante es no despreciarla o pasar por alto al buscarla en la estructura compleja de nuestro cerebro, porque también está allí.
La tercera pregunta es quizá la más desconcertante porque es la declaración del desgarro humano por el crecimiento en dos caminos que siempre se bifurcan, aunque siempre he creído que siguen caminando en paralelo sin que la niñez entre nunca en vía muerta. Los aprendizajes de la niñez rediviva lo demuestran en un sentido o en otro. La intensidad de las preguntas sube en el cuarto interrogante: ¿Por qué no morimos los dos / cuando mi infancia se murió? Aquí suele contar cada uno como le ha ido la vida o la feria (de la vida). ¡Cuántas veces añoramos la niñez por ello!, porque la niñez no muere en nosotros, se abandona.
La quinta y última pregunta es para mí la más profunda porque simboliza la pérdida del alma vestida de inocencia, porque es la verdadera seña de identidad de la infancia, que él explicaba muy bien a través del juego y los juguetes, como fueron siempre sus mascarones de proa y popa en su casa de Isla Negra: “El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta. He edificado mi casa también como un juguete y juego en ella de la mañana a la noche”.
He vuelto a Pablo de Tarso para ver si encontraba algo para ilusionar a los que hace tiempo hemos dejado de hacer las cosas de niño y la verdad es que me ha dejado lleno de dudas: «Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido». ¿Se refiere a las creencias expuestas por José Ferrater Mora en su obra El hombre en la encrucijada, como respuestas en diferido al enigma de vivir? (2). Él decía que necesitamos tener creencias, que no podemos vivir sin ellas, y a lo largo de las páginas de su tesis existencial demuestra que el mundo ha evolucionado hacia adelante gracias a que nuestros antepasados y muchas personas contemporáneas han tenido y tienen creencias en cuatro ámbitos, juntas o por separado, de una forma u otra, da igual, pero siempre relacionadas con las Personas, la Naturaleza, Dios/dioses o la Sociedad. Así durante muchos siglos. Nos necesitamos y juntos podemos hacer camino al andar. Puede ser una buena forma de encontrarnos cara a cara con el niño o niña que fuimos y que nunca debimos abandonar para resolver el enigma de vivir dignamente.
Hasta aquí hoy, con esta serie, qué quizás nos ayude a interpretar mejor este mundo al revés, como nos lo recordaba en mis años jóvenes el poeta malagueño Rafael Ballesteros, en una composición, Ni yo tampoco entiendo, que la hizo popular el grupo Aguaviva y que lo sintetizaba en una frase que tengo grabada en mi persona de secreto: De este mundo los dos sabemos poco. Y sin embargo, estamos aquí obligatoriamente obligados a entenderlo.
(1) Neruda, Pablo (2018). Libro de las preguntas. Barcelona: Seix Barral – Planeta.
(2) Ferrater Mora, José (1965). El hombre en la encrucijada. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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