
Las damas de la noche, atentas en el silencio
Nada es para siempre.
Por eso debemos estar atentos, listos para el cambio, preparados para toda circunstancia porque la vida es como es, no como debería ser.
Facundo Cabral, en No estás Deprimido, estás Distraído
Sevilla, 24/V/2023
La Fundación Juan March dedica esta semana una atención especial a una cuestión que me preocupa mucho, el mercado de la atención, sobre la que he escrito recientemente un artículo en este cuaderno digital, Hay que prestar especial atención a la atención, que vuelvo a publicar hoy por su feliz coincidencia con los planteamientos de la Fundación a través del evento de esta semana, que lleva un título muy sugestivo, Mercaderes de la atención: “El profesor Tim Wu publicó en 2016 este libro canónico [Comerciantes de atención. La lucha épica por entrar en nuestra cabeza] que Capitán Swing tradujo al español cuatro años después. Como explica muy bien esta reseña, Comerciantes de atención es un relato prolijo de cómo publicistas, anunciantes y magnates de medios han aprovechado los cambios tecnológicos para ir colonizando cada vez más ámbitos de nuestra atención. Este artículo de Derek Thompson reflexiona sobre algunas de las premisas del libro, reseñado también aquí por Emily Bell”. Asimismo, el lunes pasado se celebró una conferencia, La lucha por nuestra atención, que recomiendo escuchar atentamente, nunca mejor dicho, para comprender el momento actual de esta cuestión palpitante.
A tan sólo cuatro días de las próximas elecciones municipales de este año, creo que cobra especial importancia la atención que podamos prestar a las candidaturas y programas de los partidos políticos en liza, porque el voto nunca es inocente. La atención ideológica al acto de votar, tampoco.
Hay que prestar especial atención a la atención
Sevilla, 17/I/2023
Navegando por el mar proceloso de cada día, he descubierto un libro para llevar en la mochila virtual, mental por supuesto, para guiar los pasos a la próxima isla por descubrir en nosotros mismos, tantas veces recordada gracias a Jose Saramago en su Cuento de la isla desconocida. Se trata de una obra publicada hace tan solo unos días, en la editorial Península, con un título atractivo en sí mismo: El valor de la atención. Por qué nos la robaron y cómo recuperarla, escrito por Johann Hari, cuya sinopsis oficial nos orienta en su contenido: “La atención ha entrado en una profunda crisis. ¿Cuáles son los motivos?, ¿quién nos la está robando?, y, más importante aún, ¿cómo podemos recuperar nuestra capacidad de concentración? Un demoledor ensayo que indaga en una de las grandes epidemias del momento y en sus posibles soluciones. Según algunos de los últimos estudios publicados, los adolescentes solo son capaces de concentrarse en una tarea durante sesenta y cinco segundos, mientras que los adultos apenas pueden aguantar tres minutos. Como muchos de nosotros, Johann Hari es consciente del peligro que supone la omnipresencia de las pantallas, así como de esa imperiosa necesidad que nos asalta de pasar constantemente de un dispositivo a otro sin levantar la vista. Hoy en día, lograr el estado de concentración necesario para acometer labores intelectualmente complejas y exigentes es casi una quimera. Hari decidió entrevistar a los principales expertos en concentración humana para identificar las causas de esta crisis. En El valor de la atención desglosa los doce factores que la generaron –desde nuestra incapacidad de dejar fluir la mente hasta la contaminación en las ciudades–, y denuncia a las poderosas empresas que nos están robando el foco. Además, nos da las herramientas para entender la situación, defendernos y recuperar nuestra capacidad de vivir con atención”.
Tengo que reconocer que la atención es algo que, me preocupa dese hace ya muchos años, quizás porque estoy educado en la necesidad de admirarme de las personas y de casi todas las cosas, como tantas veces he explicado en este cuaderno digital. Siempre he sentido curiosidad por todo, en un mundo plagado de cotilleo y cotillas, aunque bautizado últimamente como “el universo del entretenimiento” donde todo cabe y en el que la cultura digna brilla por su ausencia. Siempre he sentido la necesidad de comprender qué es admirarse ante lo que ocurre en nuestras vidas, prestándole mucha atención, por muy intranscendente que sea o supuestamente inútil, algo que solo se consigue a través de la admiración, actitud que simbolizó para Aristóteles el comienzo de la filosofía, entendida como la capacidad que tiene el ser humano de admirarse de todas las cosas, de las personas, de sentir curiosidad diaria de por qué ocurren las cosas, de cómo pasa la vida, tan callando. Mi profesor de filosofía lo expresaba en un griego impecable, con un sonido especial, gutural y sublime, que convertía en un momento solemne de la clase esta aproximación a la sabiduría en estado puro: jó ánzropos estín zaumáxein panta (sic: anímese a leerlo conmigo tal cual y pronunciarlo como él). Es uno de los asertos que me acompañan todavía en muchos momentos de mi vida, en los que la curiosidad sigue siendo un motivo para la búsqueda diaria del sentido de ser y estar en el mundo, de admirarme todos los días de él.
El placer de la atención, de la curiosidad sabia, no es transmisible automáticamente a los demás, sino que es imprescindible adquirir el conocimiento liberador, trabajarlo internamente a través del esfuerzo de cada persona a la hora de plantearse gozar de los que algunos llaman placeres inútiles para alejarlos del poderoso caballero don dinero. Así lo reconocía hace ya muchos siglos Sócrates en su diálogo Banquete: “Estaría bien, Agatón, que la sabiduría fuera una cosa de tal naturaleza que, al ponernos en contacto unos con otros, fluyera del más lleno al más vacío de nosotros. Como fluye el agua en las copas, a través de un hilo de lana, de las más llena a la más vacía”, porque siempre está presente en almas atentas, curiosas, la dialéctica del valor y precio de lo que se descubre, de lo que se admira y de lo que se goza a cambio de nada. Es lo que Hari ha manifestado en un artículo reciente, publicado en elDiario.es, en torno a su nueva obra: “Hay que entender que no tenemos que sentirnos mal porque nos cueste prestar atención. Tampoco si le ocurre a nuestros hijos. Ni ellos ni nosotros tenemos nada malo, tiene que ver con la forma en que vivimos. Si lo comprendemos, podemos empezar a reordenar las cosas”, anima, “hemos llegado hasta aquí sin ser conscientes de cómo nos iba a afectar”. Por ello, insiste en aprovechar la oportunidad que se abre: “Tenemos que decidir qué queremos y luchar por ello. Podemos hacer muchas cosas para defendernos”. “La atención es nuestro superpoder”.
Este mundo en el que vivimos, diseñado a veces por el enemigo, me recuerda una canción que recupero ahora de la banda sonora de mi vida, El tiempo que te quede libre, como homenaje a la atención que puede ser de aplicación selectiva para aquellas personas a las que queremos y que a veces hemos plagado de ausencias múltiples en la vida compartida, como el mejor ejemplo de la necesaria atención que debemos recuperar en nuestras vidas, de la que nos alejan intereses mercantiles no inocentes. Para devolverles, si es posible, la dedicación que merecen siempre durante todos los días y meses del año, durante toda la vida, conjugando todos los tiempos posibles del tiempo que nos queda libre para dedicarlo a la atención plena de él, de ella, de vosotros y… de ellos, de los que sabemos que más lo necesitan, porque muchas veces nos han pedido la atención, el tiempo al que se refiere la canción, a veces solo dos minutos o un minuto nada más: El tiempo que te quede libre / si te es posible, dedícalo a mí / a cambio de mi vida entera / o lo que me queda y que te ofrezco yo. // Atiende preferentemente / a toda esa gente que te pide amor; / pero el tiempo que te quede libre / si te es posible, dedícalo a mí. // No importa que sean dos minutos / o si es uno sólo, yo seré feliz; / con tal de que vivamos juntos / lo mejor de todo dedicado a mí. / El tiempo que te quede libre / si te es posible, dedícalo a mí.
NOTA: la imagen de cabecera la he recuperado de mi salvapantallas actual, que me recuerda todos los días la presencia de la filosofía en mi vida a través de la lechuza (Tyto Alba), el símbolo de la filosofía, entendida como la capacidad de admirarse a diario de las personas y de todas las cosas.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
UCRANIA, ¡Paz y Libertad!
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