Elecciones Municipales 2023 / 2. Valor y precio del voto local

Sevilla, 16/V/2023

Decía Antonio Machado que todo necio confunde valor y precio (Proverbios y cantares, LXVIII), algo que también puede ocurrir a la hora de emitir un voto. Creo firmemente que la ética del voto también existe, sobre todo porque ante las próximas elecciones locales de 28 de mayo, en las que se vota al partido, federación o coalición política para elegir a los representantes legítimos en los diferentes municipios de Andalucía, se debe hacer un homenaje al suelo firme de la vida, a la solería ética que justifica todos los actos humanos, incluso el de votar. Las estrellas de ocho puntas, tan presentes en azulejos y solerías andaluzas, como la que he elegido como símbolo en la imagen de este artículo, muestran con su geometría la importancia de los edificios de base cuadrada que representan la estabilidad tanto terrenal como cósmica en la tierra, al igual que ocurre con la solería ética de la vida: “De la prolongación hacia el infinito de las líneas de esta estrella van surgiendo otras de distintos tamaños que además configuran otros cuerpos que podríamos juzgar de menor importancia, pero sin los cuales no se reproducirían periódicamente los principales” (1).

Como los mandamientos de mi infancia, todo lo que se diga en torno a estas elecciones tan controvertidas se encierra en dos decisiones extraordinarias: el voto y el respeto al interés general cuando se lleva a cabo como derecho fundamental en este país. Siempre me ha gustado asimilar la ética a la solería de nuestras casas. Así lo aprendí del profesor López-Aranguren hace ya muchos años, cuando comparaba la ética al suelo firme que justifica todos los actos humanos a lo largo de la vida: es la “raíz de la que brotan todos los actos humanos, o todavía mejor, el suelo firme que justifica dichos actos, en definitiva, una forma de vida”. Y es verdad, porque la ética no debería estar sometida a la moda o al mercado, como una mercancía más, como sucede ahora, porque bien entendida es una actitud permanente ante la vida personal y social, pública y privada, sostenida en el tiempo que corresponda vivir a cada uno, es decir, una forma de vida.

Junto al “valor” del voto, que es el hilo conductor de estas palabras, quiero también ofrecer algún detalle sobre su “precio”, que también lo tiene, según la legislación vigente y que se puede verificar con detalle en el portal web del Ministerio de Interior, dedicado expresamente a estas elecciones locales, en el apartado de subvenciones por gastos electorales de las diferentes formaciones políticas que participan en estas elecciones que, en el caso de Sevilla, por ejemplo, son 11 exactamente. Los tipos y requisitos de las mismas están regulados por la Orden de actualización de las subvenciones por gastos electorales de las elecciones locales de 28 de mayo de 2023: HFP/329/2023, de 4 de abril (BOE N.º 81 de 5 de abril), de acuerdo con la siguiente distribución:

Por resultados electorales

  • 270,90 euros por cada concejal electo.
  • 0,54 euros por voto, si se ha obtenido al menos un concejal electo.

Por envíos electorales

  • 0,23 euros por elector.
  • Solo se abona dicha cantidad en los municipios en que se obtiene representación.
  • La candidatura debe presentar listas en el 50% de los municipios de más de 10.000 habitantes.
  • La candidatura debe obtener representación, al menos, en el 50% de dichos municipios.

Asimismo y hablando de gastos electorales, es importante conocer también que de conformidad con el artículo 193.2 de la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General, el límite de gastos electorales para elecciones municipales es:

  • El resultante de multiplicar 0,11 euros por el número de habitantes correspondiente a la población de derecho de las circunscripciones donde presente candidatura cada formación.
  • Las formaciones que concurran en, al menos, el 50% de los municipios de una misma provincia, podrán gastar además otros 150.301,11 euros en cada provincia en la que cumplan esta condición.

En pocas palabras, debo tomar conciencia de que mi voto a un partido, supone un coste para el erario público de 270,90 euros por cada concejal electo y 0,54 euros por mi voto, si el partido o agrupación votada obtiene al menos un concejal electo, más 0,23 euros como elector y como habitante de mi municipio donde el partido al que voto presenta la candidatura correspondiente. El gasto de mi voto se eleva, en definitiva, a 0,77 euros como precio base adjudicado por la legislación vigente, sin contar la parte proporcional que me corresponde por la logística general de esta convocatoria electoral en el ámbito local. Es cuestión de coger una calculadora y tomar conciencia de lo que supone el gasto electoral en todo el país o, como es el caso de mi circunscripción electoral de Sevilla, es decir, lo que finalmente costarán estas elecciones en relación con las 11 candidaturas que participan en ellas, detalles que se pueden obtener consultando el portal oficial de estas elecciones locales. Explicados estos datos, queda claro que lo verdaderamente importante para mí es el valor incalculable del voto que deposito en la urna correspondiente, sobre todo cuando se respeta el interés general de las personas que habitan en esta ciudad en la que Stefan Zweig llegó a decir que en ella «se podía ser feliz» y la atención preferente a los que menos tienen, algo que en Sevilla es una realidad lacerante por los datos de su pobreza severa y exclusión social.

Hace bastantes años, cuando nacía la Andalucía nueva, me comprometí ideológicamente con la colaboración en prensa mediante artículos de opinión, que querían trascender la definición que siempre había conocido sobre este tipo de escritura en el Diccionario de la Lengua Española: escrito de mayor extensión que se inserta en los periódicos. Viajaban hasta la rotativa con la ilusión de crear estado de opinión en busca de la teoría crítica. Pasados los años, creo que no han perdido frescura y en esta nueva forma de conectar con el mundo de forma celular, busco nuevos espacios de compromiso para hacernos más libres y más inteligentes. En este caso, con mi Ayuntamiento de Sevilla, tan necesitado de credibilidad diaria para defender a los nadies, a los que menos tienen, con barrios que claman al cielo su pobreza severa. Visto lo anterior en la dialéctica simbólica del valor y precio de mi voto municipal concreto, que no es inocente, traigo a colación de nuevo un artículo que publiqué hace 40 años exactamente en el diario ODIEL, en Huelva, que llevaba por título “Ética del Municipio” (viernes, 27 de mayo de 1983), en pleno ecuador de mi vida. Hoy, vuelvo a recuperar aquellas palabras, en un contexto diferente, pero leído entrelíneas y salvando lo que hay que salvar, es lo que desearía reafirmar de nuevo de forma sencilla, donde como ciudadano que va a votar, con creencias y con una clara conciencia de la ética del voto, cambiaría muy poco de aquellas palabras escritas con pensamiento y sentimiento, con mucha más fuerza que el viento, en la clave de Rafael Alberti, a quien tanto leía y seguía en aquellos días, porque un voto sin pensamiento y sentimiento es eso, un voto, un papel. Estos son mis principios de la ética del voto y si no gustan, no tengo otros.

Esta nueva lectura, actualizada, consiste en este momento en adaptar determinadas palabras por su necesaria actualización de texto y contexto. Nada más.

Dicen los principios éticos más ortodoxos, que la «cosa», la plata, por ejemplo, sólo sirve cuando es para las personas. La plata en sí no es nada, porque el valor se lo ha dado el ser humano. En este caso, el voto, el «papel» que se utiliza en las papeletas sólo sirve para la persona, porque en sí tampoco vale nada. ¿A qué viene esto? Sencillo. Comenzamos una nueva etapa municipal y no vendría mal adentrarse en un mundo olvidado con frecuencia: la ética municipal.

Las bases éticas nacen en cada persona. En cualquier persona en su condición, ahora, de ciudadana. Las raíces de la conducta no son debidas en principio a unas normas establecidas, sino a la posibilidad de ser persona. Luego partimos del ser humano y su conducta. No son las manos las que votan, sino toda la persona la que vota. Y ese ciudadano deposita en un papel su persona «votando». Una persona que, en principio, confía (o debe confiar) en un programa, en unas personas, en una ideología, en un progreso, etc. Y esa persona quiere ser escuchada en su silencio, a veces, de los sin voz. Porque el silencio de la urna existe ante los ruidos propagandísticos. En pocos centímetros de papel una persona se proyecta y proyecta la sociedad. Sueña con unir muchos papeles y así, casi pegados, afirmar conjuntamente que se cree en la posibilidad de ser pueblo y ser escuchado.

El problema ético nace cuando se rompen o pierden los papeles, nunca mejor dicho. El símbolo de la papelera es el fantasma que recorre las mentes de los que votan. Y el recuerdo de ese acto debe estar presente, de forma cautelar, en las mentes de los elegidos democráticamente. Cada voto representa a una persona eligiendo y elegir es la posibilidad más seria de libertad que podemos gozar. La actitud ética del respeto al voto se constituye condición sin la cual no se puede hacer política de Estado, de la Comunidad correspondiente o del Municipio.

Otro principio ético municipal es el del respeto a la razón por un sentido de responsabilidad. La razón es humana y no tiene color. Sí, por el contrario, ideología y personas. Ya ha demostrado la historia de forma suficiente que «ninguna ideología es inocente», como señaló Lukács. Y la ideología simbolizada en programas políticos ha perdido su inocencia de base. Pero eso no es «malo», para que nos entendamos. Perder la inocencia para ser responsable, es «bueno». Y ser responsable conlleva, por un lado, conocer la «cosa» política (programa, por ejemplo…), el contenido de la acción y, además, ser libre para decidir en nombre de unos votos. Conocimiento y libertad, se constituyen así en elementos imprescindibles para ejercer el sentido de responsabilidad, es decir, de «respuestabilidad» (valga la expresión) ante situaciones políticas de la Comunidad muy puntuales. Arreglar una calle, poner farolas, hacer carreteras, acordarse de los nadies o estudiar los impuestos desde la perspectiva del interés general, en si no son nada, sino que conocidos que son «para cada persona», para el ciudadano, valen, en el mejor sentido de la palabra.

Por último, el tema de llevar o no razón política: «La razón misma no es ni puede ser algo que flota por encima del desarrollo social, algo neutral o imparcial, sino que refleja siempre el carácter racional (o irracional) concreto de una situación social, de una tendencia del desarrollo, dándole claridad conceptual y, por tanto, impulsándola o entorpeciéndola» (2). Lo que pretende la razón municipal es reflejar la situación social de un Estado, una Comunidad Autónoma, una ciudad, de un pueblo; eso sí, teniendo las ideas claras, porque de lo contrario se puede llegar a estropear la construcción de un sentimiento ciudadano de crecimiento, progreso y desarrollo. Tener las ideas claras, también es punto de partida ético imprescindible en la política municipal. ¿Por qué? Sencillamente porque es búsqueda de verdad, criterio ético que, a pesar del paso del tiempo, siempre se sitúa como conquista. Y es que la verdad está en la «cosa», como decíamos al principio, en ese papel alargado con nombres y apellidos, que es mi voto.

Solo he cambiado algunas palabras para respetar la perspectiva de género y el contexto de las próximas elecciones municipales. En aquellos años en los que escribí el artículo de ODIEL se utilizaba siempre el vocablo “hombre”, para caracterizar una representación del ser humano. Hoy, lo cambio por personas. El próximo 28 de mayo iré a votar, como siempre, procurando no confundir el valor y el precio de mi voto, eligiendo de forma clara al partido que entiendo que se compromete con la ética política y pública en todos sus niveles, porque todos los partidos políticos no son iguales. Quien defiende el mercado puro y duro, la austeridad y abrocharse permanentemente el cinturón, defiende normalmente las mercancías en todos los niveles de la vida y la ética no suele aparecer por ningún sitio, porque compromete y mucho. Además, suele convivir mal con el capital. Es más, estoy convencido de que no se pueden diseñar programas políticos éticos, si no se conoce qué significa esa palabra, ética, en las vidas de los que los diseñan y después los representan. Y esa situación, cada voto lo debería tener en cuenta.

(1) García Marín, José Manuel, Azafrán, Barcelona: Roca Editorial de Libros, 2005.

(2) Luckács, G, El asalto a la razón, Barcelona: Grijalbo, pág. 5, 1976.

NOTA: La imagen representa un fragmento de solería árabe con estrella de 8 puntas más crucetas con estrella vidriada.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

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