Nuestra hambre es nuestra pasión
Lema triqui
Las niñas y los niños de la tribu triqui, en Oaxaca (México), juegan al baloncesto con los pies descalzos. Los llaman Gigantes de la Montaña y responden a una historia preciosa de solidaridad con los más débiles protagonizada por un exjugador profesional de baloncesto mejicano, Sergio Ramírez Zúñiga, que un día pensó que estos niños indígenas podrían ser felices saliendo de su situación de miseria institucionalizada. Fundó la Academia de Baloncesto Indígena Mexicana, con una finalidad: que los niños de esta región de Oaxaca recobren la dignidad humana que les falta para vivir como personas teniendo sueños reales, porque “el amor por lo que hacemos nos hace grandes”:
“Cuando un niño sueña con ser un héroe, sueña con ser una estrella o un gran jugador muchos decimos que los niños siempre están soñando. Hoy estoy con niños indígenas de la región de Oaxaca. Ya no Nada más son indígenas triquis, ya tenemos niños chinantecos y zapotecos, y veo que es la misma hambre y pobreza que se vive en la región triqui, quien les ayudara. La semana pasada les pregunte por sus sueños a los niños chinantecos ellos me dijeron lo mismo que los niños triquis, yo quiero tener una oportunidad de estudiar en una escuela bien, yo quiero tener una casa y ayudar a mi mamá, quiero tener dinero para ayudar a mi mamá, quiero tres comidas al día, que mis hermanitos tengan que comer, cuando escucho eso me rompen el corazón y no falta una lágrima por ellos, pero no son 5 o 20, son 100 o 800 niños por el mismo anhelo, eso es solo en un municipio, imagínate en cada región donde Oaxaca tiene más municipios que cualquier ciudad con sus delegaciones. Hoy me comprometí como hace un año y medio en la región indígena triqui de Oaxaca, voy hacer de que cada sueño se transforme en realidad donde cada niño tenga sueños reales, y que si desde los 3 o 4 años ya trabajan para sobrevivir, hoy por medio del estudio y deporte lograran sus sueños porque hoy un INDIGENA TIENE DERECHO A SOÑAR, PORQUE HE ENTENDIDO QUE Crear es hacer que algo valioso que no existía, EXISTA”.
Felices coincidencias de la vida. Ayer leí un artículo de opinión, excepcional, La vida sin cuerpo, escrito por Jordi Soler, que no me dejó indiferente. Fundamentalmente, porque hace una reflexión acerca de las tecnologías de la información y comunicación, arrancando de la experiencia de estos niños triquis, como ejemplo a tener en cuenta: “estos niños paupérrimos, que estaban condenados a vivir en una de las zonas más pobres de Latinoamérica (con unos índices de pobreza que un europeo no puede, siquiera, imaginar) sin más armas que su esfuerzo y su deseo de salir adelante, han conseguido revertir el destino de generaciones y generaciones de niños, convirtiéndose en campeones internacionales de baloncesto. La decisión y la fortaleza de carácter de estos niños están representadas en sus pies descalzos; a pesar de que juegan todo el tiempo en canchas profesionales, no renuncian a su forma de ser, a su identidad, a su esencia y esto es, seguramente, uno de los fundamentos de su éxito”.
Jordi Soler equipara esta experiencia de los niños triquis con la realidad actual a la hora de escribir, donde hemos olvidado la mano, aunque no los dedos, determinados dedos, que reflejaba siempre una forma de estar en el mundo, situación de la que han dado cumplida cuenta la grafología: “Cuando se escribe a mano se dejan en la hoja de papel un montón de elementos muy valiosos como, por ejemplo, la calidad del trazo, las dudas que ha tenido quién escribe, los pasos atrás, las correcciones, la forma en que va avanzando por la página el flujo de palabras y el dibujo final de la hoja completamente escrita; todos estos elementos nos hablan de la persona que escribe, son un relato paralelo de lo que el escritor nos va contando, y todo esto se pierde cuando se escribe directamente en el ordenador, que de inmediato establece un orden aparente en la pantalla, un texto cuya limpieza visual no siempre se corresponde con la calidad de lo que está escrito, y en cambio, cuando se escribe a mano, se tiene el efecto contrario: el desorden visual de la escritura en la hoja de papel, nos obliga a redoblar la atención sobre lo que se está diciendo”.
Me está pasando hoy. Estoy escribiendo en mi ordenador, pero la uniformidad del texto no deja ver mi letra, que por cierto aprendí de mi maestra querida, Dª Antonia. De todas formas, la dialéctica pensamiento/sentimiento sigue igual de viva, porque a través del procesador de texto dejo entrever también un estado de ánimo, aunque no tuerza la línea hacia abajo, de izquierda a derecha, situación que preocupaba mucho a los grafólogos que citaba antes. O hacia arriba, saliéndome del margen derecho… No está el cuerpo presente, pero sí el cerebro donde radica la raíz de la inteligencia, encargada de procesar los sentimientos a través de determinadas estructuras cerebrales. A pesar de que Jordi Soler es contundente al respecto: “nuestro teclado equivale a las Adidas que los niños de Oaxaca no se han querido poner, y si pensamos que la enorme mayoría de las comunicaciones interpersonales se hacen hoy desde un teclado (mail, SMS, whatsapp, hangouts, twitter y un largo etcétera), podremos hacernos una idea de todo lo que del otro nos perdemos, todo un flanco de la expresión escrita, ha sido amputado de la sociedad en favor de la expansión de las nuevas tecnologías”.
Es verdad que casi siempre a través de índices y pulgares, como manos amputadas virtualmente, escribimos ahora las mejores y peores páginas de nuestras vidas. Es necesario también expresar pensamientos y sentimientos con el cuerpo y quizá es donde está el auténtico problema actual, porque pretendemos sustituir nuestra presencia personal en encuentros y diálogos por mensajes cada vez más crípticos. Lleva razón el autor cuando afirma finalmente: “¿Prescindimos de ordenadores y teléfonos y nos quitamos los zapatos? Por supuesto que no, el teléfono inteligente y las tabletas son un milagro del cual sería insensato prescindir, pero deberíamos evitar que estos aparatos borren la evolución objetual que los precede, que el teclado no sepulte al lápiz ni el zapato al pie descalzo, hay que dejar un rastro que no se borre con un apagón tecnológico, hay que despojarse de los aditamentos y coleccionar cicatrices, hay que matizar el nuevo platonismo, la vida sin cuerpo que nos impone la tecnología, y convertirnos en ese libro que proponen, al principio de estas líneas, los versos del poeta [Gil de Biedma]: el cuerpo en donde el otro pueda leer nuestros misterios”.
Es lo que pretende en definitiva cada niño y cada niña triqui, jugando en su equipo de baloncesto y a través del símbolo de sus pies descalzos, con un mensaje corporal a los cuatro vientos: que cada uno sea feliz (Niaj’Raja, feliz en triqui) con lo que significa su cuerpo, tal y como es, mandando continuamente señales al cerebro, que es quien puede ordenar la vida digna cuando tienes todas las oportunidades que la historia pasada y presente te quita, a veces, a diario: “el cuerpo es el libro en que se leen, no solo los misterios del amor, sino cualquier capítulo de la historia personal de cada uno”. Los pies descalzos, también.
Sevilla, 28/IX/2014