En caminar juntos está el secreto

EL CUARTO PODER
Giuseppe Pellizza da Volpedo (1901). El Cuarto Estado.

Lo ideal sería caminar en un estado en el cual la mente, el cuerpo y el mundo están alineados, como si fueran tres personajes que por fin logran mantener una conversación, tres notas que de pronto alcanzan un acorde.

Rebecca Solnit, Wanderlust. Una historia del caminar.

Siempre me ha sorprendido el cuadro “El Cuarto Estado”, al que hizo tan famoso la película “Novecento” de Bertolucci. Lo contemplé a diario en los meses que duró la promoción de la película, cuando vivía en Roma en 1976, a través de las ventanillas de los autobuses 881 y 62, camino de mi Facultad. Descubrí entonces que en caminar juntos está el secreto de la vida.

Hoy, he leído un artículo precioso de presentación de un libro sugerente por su título: “Wanderlust. Una historia del caminar”, de Rebecca Solnit: “Desde las primeras páginas de Wanderlust, eché a andar y ya no paré. Atravesé paisajes salvajes, acompañando a los pioneros de la caminata dos siglos atrás, aquellos que inauguraron la idea romántica y todavía vigente del paseo como liberación y como experiencia estética, y que acabaron cuestionando la propiedad privada (las puertas al campo, para nada metafóricas). Párrafo tras párrafo incursioné con ellos en bosques y desiertos, ascendí montañas por primera vez pisadas, y acabé regresando a las ciudades, las grandes ciudades donde el caminar es una forma de resistencia frente al urbanismo sin escala humana y contra el “¿te gusta conducir?”; una oportunidad para provocar esos cruces imprevisibles que enriquecen la vida urbana contra quienes intentan regularla y vigilarla; una forma de ejercer ciudadanía y reapropiarnos del espacio público en la línea de lo que ya leímos antes en Mike Davis o Manuel Delgado” (1).

Antonio Machado también es un referente en mi vida, en un poema que nunca olvido, sobre todo cuando reconozco errores en mi vida de todos y en la secreto, así como cada vez que me levanto después de una caída: “Caminante, son tus huellas /el camino, y nada más / caminante, no hay camino: / se hace camino al andar. / Al andar se hace camino, / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar. / Caminante, no hay camino, / sino estelas en la mar”.

Vuelvo al Cuarto Estado. Me sobrecoge la fuerza de un camino de reivindicación pacífica que se traduce en las expresiones de la cabecera de esta marcha en la que hay una clara necesidad de hablar por parte de la mujer que lleva al niño en su brazo derecho y con la mano izquierda desea reforzar su pensamiento y sentimiento de clase en su marcha proletaria. Necesitaríamos hoy más que nunca estudiar a fondo este cuadro, que simboliza algo que es imprescindible en tiempos de regeneración ética. Al igual que nos recomendó hace siglos el Eclesiastés, lo mejor es caminar juntos para avanzar en progreso social cundo no entendemos nada de lo que está ocurriendo, porque si caemos o nos frustramos diariamente, entendiendo que la responsabilidad de la corrupción social no es solo del Estado, siempre tendremos alguien al lado que nos levante. La experiencia histórica así lo había entendido: el bienestar social, incluso los proyectos políticos compartidos, pueden llegar a ser como cuerda de tres hilos, que difícilmente se puede romper. Incluso un cuarto poder, cuando el legislativo, el ejecutivo y el judicial, dejan de funcionar democráticamente.

Sevilla, 29/IV/2015

(1) Rosa, Isaac (2015, 27 de abril). Buena gente que camina. Babelia (El País).

Un 25 de abril no inocente

Cada año vivo este día de forma especial. En primer lugar, porque celebramos el santo de nuestro hijo Marcos, no tanto por el olor de la santidad de su nombre sino porque su nombre programático, que ya he explicado otras veces en este cuaderno digital, me activa la memoria de hipocampo para recordar que poner el nombre no debe ser nunca una tarea inocente, sino un programa de vida que hay que cumplir. Marcos, un avezado “periodista” en tiempos de Jesús de Nazareth, hizo un trabajo encomiable: preparar las buenas noticias de un tal Jesús a pesar de hacer una maravillosa crónica de una muerte anunciada (lo que luego se llamó “evangelio”), de que el mundo podía cambiar, de que podemos ser diferentes, más siendo que teniendo: “Al apearlo de la peana santa, Marcos es hoy símbolo de revolución humana, de los que pensamos que todavía es posible ser personas en su real medida, la que cada uno desea a pesar de los pesares”. Marcos fue el intérprete directo y sincero de las historias que contaba Pedro sobre la amistad que tuvo con Jesús de Nazaret, y que le sobrecogió de tal forma que decidió grabarlas en su cerebro y transmitirlas boca a boca a toda aquella persona que quisiera escucharle, tal como lo ha confiado a la historia Eusebio de Cesarea: Porque todo su empeño lo puso en no olvidar nada de lo que escuchó y en no escribir nada falso (Eusebio, Hist. Ecl. iii. 39).

En segundo lugar, porque tal día como hoy, hace ya cuarenta y un años, aprendimos de la revolución de los claveles que era verdad, que la vida puede y debe ser más agradable para todos, sobre todo para los que menos tienen. Y que las revoluciones silenciosas o ruidosas existen, son necesarias y triunfan cuando compartimos ideologías, sentimientos y emociones: “En 1974, tal día como hoy, 25 de abril, festividad de San Marcos, muchos portugueses pensaron en sus corazones que otro mundo era posible en su país y surgió la revolución de los claveles, con expresiones cantadas por Jose Afonso (Grândola, Vila Morena) de forma admirable:

“en cada esquina, un amigo
en cada rostro, igualdad…”

No es una fecha inocente, como le ocurre siempre a las ideologías cuando son sinceras y comprometidas con las personas que nos acompañan a vivir juntos, con el tu quiero y mi puedo que cada uno, cada una, mejor conoce, se aplica a sí mismo y entrega a los demás.

Sevilla, 25/IV/2015

Como quien cava un pozo con una aguja

DIA DEL LIBRO 2015
Día del Libro 2015

Hoy, Día del Libro, quiero regalar este post a quien lo lea. También, este sueño para quien así lo sienta

Aprendí el significado de este dicho turco leyendo el discurso que leyó Orhan Pamuk en el acto de entrega del Premio Nobel de Literatura en 2006, publicado después con un título muy sugerente, tanto como las palabras escritas en su dilatada vida: La maleta de mi padre. Es verdad que la vida de un escritor se hace poco a poco, horadando la persona de secreto que todos llevamos dentro, aunque no todos lo descubran, es decir, cavando el pozo del alma con una aguja virtual. Esa es la razón de que existan pocos escritores que aporten al mundo sus pozos con agua, porque es su misión, no la de estar secos.

Hoy se celebra el Día del Libro en nuestro país, que no ocupa el centro del mundo, sino solo una provincia del mismo, una de las preocupaciones de más de veinticinco años de soledad de Pamuk en Estambul, buscando su lugar ansiado de escritor, encerrado en una habitación con fronteras domésticas. En este día, he hecho la reflexión que acompaña este autor a lo largo de su vida, todavía hoy: ¿por qué escribo? Y he buscado las razones de Orhan Pamuk cuando hablaba de la maleta que un día le entregó su padre y que reflejaba lo que había aprendido de él y de una premonición hecha hacia él después de un abrazo de silencio: “…me dijo de repente y como si tal cosa que algún día me darían el premio [Nobel de Literatura] que hoy recibo con gran alegría”.

Pamuk, en ese delicioso discurso, confesó por qué escribía y hoy lo he recordado. Como homenaje a un día que hay que celebrar en este país que como ya he escrito en otras ocasiones no es de librerías, sino de bares, aunque el mercado se empeñe en disimular lo contrario: “¡Escribo porque quiero hacerlo, con toda el alma! Escribo porque a diferencia de otros, no me siento a gusto con un trabajo común y corriente. Escribo para que libros como los míos sean escritos y para poderlos leer. Escribo porque estoy molesto con ustedes, con todo el mundo. Escribo porque me complace enormemente sentarme en un cuarto a escribir sin descanso. Escribo porque solamente modificando la realidad puedo soportarla. Escribo para que el mundo entero sepa cómo yo, cómo nosotros en Estambul y en Turquía hemos vivido y vivimos. Escribo porque amo el olor del papel, de la pluma y de la tinta. Escribo porque creo más en la literatura, en el arte de la novela, que en cualquier otra cosa. Escribo porque es un hábito, una pasión. Escribo porque tengo miedo de ser olvidado. Escribo porque me gusta la celebridad y toda la notoriedad que el escribir conlleva. Escribo para estar solo. Escribo en la esperanza de entender por qué estoy furioso con ustedes, con todos. Escribo porque me gusta ser leído. Escribo para terminar de una vez por todas esta novela, este texto, esta página que en algún momento comencé a escribir. Escribo porque todos esperan que escriba. Escribo porque tengo una fe infantil en la inmortalidad de las bibliotecas y en el lugar que mis libros tendrán en los estantes. Escribo porque la vida, el mundo, todo es increíblemente bello y maravilloso. Escribo porque gozo traduciendo en palabras toda la belleza y la opulencia de la vida. Escribo, no para contar historias sino para construir historias. Escribo para liberarme del sentimiento de que siempre existe un lugar al que -como en una pesadilla- jamás podré llegar. Escribo porque nunca he conseguido ser feliz. Escribo para ser feliz”.

Un día me atreví a responder también a esa pregunta, que reproduzco a continuación como justificación personal e intransferible de por qué escribo, siendo consciente de que tengo que volver a leer las palabras de Pamuk para aprender de él cómo se cava, con una aguja, un pozo literario de secreto.

Sevilla, 23 de abril de 2015, en la celebración del Día del Libro

¿Por qué escribo?

VOCACION
William-Adolphe Bouguereau (1825-1905), Vocación

Es una pregunta a la que todavía no había dado respuesta, como a tantas preguntas de mi vida, sobre todo tres que superan con creces a ésta (Eclesiastés, 3, 1-22): ¿Qué gana el que trabaja con fatiga? o en otra variación sobre el mismo tema: ¿qué saca el hombre de todo su fatigoso afán bajo el sol?; ¿quién sabe si el aliento de la vida de los humanos asciende hacia arriba y si el aliento de la bestia desciende hacia abajo, hacia la tierra? y, por último, ¿quién guiará al hombre a contemplar lo que ha de suceder después de él? A día de hoy, la única respuesta que me sigue pareciendo coherente es la del propio Eclesiastés, un auténtico líder de las asambleas: hay que hacer camino al andar y aprender una gran respuesta provisional en la vida: es mejor caminar con otros, porque si nos caemos siempre habrá alguien que te levante, porque la amistad es como la cuerda de tres hilos: jamás se puede romper.

Escribir es una realidad más terrenal, pero tiene un misterio intrínseco a su razón de ser y existir, que deseo revelar en lo que me afecta personalmente. ¿Por qué escribo? En primer lugar, porque es la forma de expresar de forma especial, con palabras, la esencia de mi persona de secreto, interpretando la realidad que rodea permanentemente mi vida de forma voluntaria pero no inocente. Ser dueño de las palabras, es el acto humano por excelencia porque es una posibilidad que solo pertenece a mi especie, aunque genere en el acto de escribirlas un miedo cerval ante la página en blanco. Cada vez que me enfrento a esta realidad, recuerdo algo que aprendí hace ya muchos años de Ítalo Calvino en su obra póstuma “Seis propuestas para el próximo milenio”: “…es un instante crucial, como cuando se empieza a escribir una novela… Es el instante de la elección: se nos ofrece la oportunidad de decirlo todo, de todos los modos posibles; y tenemos que llegar a decir algo, de una manera especial” (Ítalo Calvino, El arte de empezar y el arte de acabar).

En segundo lugar, porque considero que escribir es un acto de militancia activa en el compromiso intelectual, por varias razones: el mero hecho de cuestionar la existencia de uno mismo al servicio estrictamente personal, es decir, el trabajo permanente en clave de autoservicio, así definido e interpretado, rompiendo moldes y preguntándonos si lo importante es salir del pequeño mundo que nos rodea y mirar alrededor, ya es un signo de capacidad intelectual extraordinaria que muchas veces no está al alcance de cualquiera por imperativos del mercado. Desgraciadamente. Además, porque al escribir se hace patente el compromiso con uno mismo y con los demás, fundamentalmente con los más desfavorecidos por la vida. Siempre lo he asociado con la responsabilidad social, porque me ha gustado jugar con la palabra en sí, reinterpretando la responsabilidad como “respuestabilidad”. Ante los interrogantes de la vida, que tantas veces encontramos y sorteamos, la capacidad de respuestabilidad al escribir (valga el neologismo temporalmente) exige dos principios muy claros: el conocimiento y la libertad. Conocimiento como capacidad para comprender lo que está pasando, lo que estoy viendo y, sobre, todo lo que me está afectando, palabra esta última que me encanta señalar y resaltar, porque resume muy bien la dialéctica entre sentimientos y emociones, fundamentalmente por su propia intensidad en la afectación que es la forma de calificar la vida afectiva. Libertad, para decidir siempre, hábito que será lo más consuetudinario que jamás podamos soñar, porque desde que tenemos lo que he llamado a veces “uso de razón científica”, nos pasamos toda la vida decidiendo. Cuando tienes la “suerte” de conocer las interioridades del dilema al escribir, ya no eres prisionero de la existencia. Ya decides y cualquier ser inteligente se debe comprometer consigo mismo y con los demás porque conoce esta posibilidad, este filón de riqueza. Aunque nuestros aprendizajes programados en la Academia no vayan por estas líneas de conducta. Cualquier régimen sabe de estas posibilidades. Y cualquier régimen, de izquierdas y derechas lo sabe. Por eso lo manejan, aunque siempre me ha emocionado la sensibilidad de la izquierda organizada o la de “los de abajo” que dicen ahora.

En tercer lugar, porque me transforma y renueva continuamente el alma, porque podemos escribir la historia mejor y jamás contada pero, si le falta alma, no es nada (1): “Y eso el lector lo nota. Intuye que a esa perfección le falta algo”. Se llama corazón, alma, un texto en el cual se nota si el autor se ha enamorado de su libro más allá de las ideas que quiere contar”. Y me reafirmo en lo que ya he expresado en los últimos años sobre escribir con el alma, tal y como lo estoy haciendo ahora: “Esto me ha pasado a mí. Me he enamorado de mis libros y estoy viviendo esos momentos en los que mi alma está pendiente de todo, para que no falte nada a las personas que quieres y a las desconocidas que van a captar esos sentimientos y emociones que adornan siempre la inteligencia conectiva que escribe, que se expresa desde dentro de cada autor, siendo Internet un medio poderoso y lleno de recursos para difundir este momento mágico, dando la razón a San Agustín cuando escribía en un perfecto latín un constructo que me ha acompañado siempre: bonum est diffusivum sui (el bien, se difunde a sí mismo). O lo que es lo mismo: la buena literatura, escrita con alma, se difunde a sí misma. Todavía más, con la ayuda de las tecnologías y sistemas de información, porque se construye y difunde con la inteligencia digital, cada día más al alcance de muchas personas que saben qué es escribir con el alma de la pasión.

José Manuel Blecua, director de la RAE, ha dicho recientemente que al escribir copiamos siempre de los autores que hemos leído a lo largo de nuestra vida y nos han marcado. Quizá, al escribir hoy estas palabras especiales, para decir algo especial, he copiado una experiencia contada una vez por el escritor portugués António Lobo Antúnes, sobre una idea preciosa aportada por un enfermo esquizofrénico al que atendió tiempo atrás: “Doctor, el mundo ha sido hecho por detrás”, como si detrás de todo está el alma humana que fabrica el cerebro. Porque según Lobo Antúnes “ésta es la solución para escribir: se escribe hacia atrás, al buscar que las emociones y pulsiones encuentren palabras. “Todos los grandes escribían hacia atrás”. También, porque todos los días, los pequeños, escribimos así en las páginas en blanco de nuestras vidas…

Sevilla, 30/X/2014

(1) http://www.joseantoniocobena.com/?p=3776

La culpa de todo eso la tiene la gente


“Son hombres y mujeres como nosotros, hermanos que buscan una vida mejor; hambrientos, perseguidos, heridos, explotados, víctimas de guerras… Hombres y mujeres como nosotros. Buscaban la felicidad”.
Francisco. Plaza de San Pedro, 18/IV/2015

Ayer dio la vuelta al mundo la terrible noticia de los 700 inmigrantes desaparecidos al hundirse su barco en aguas libias. Es verdad que todo pasa, pero no todo queda, porque lo nuestro es pasar, porque la culpa de todo eso creemos que la tiene siempre “otra gente”, como cantaban María y Federico en mi juventud:

“Quién tiene la culpa si la paloma sueña ser águila.

Quién tiene la culpa de que la flor se muera de espaldas.
Quién tiene la culpa de la indiferencia que cierra los ojos para la decencia y los abre grandes a las apariencias.

Estribillo
Ni yo ni usted ni el vecino, ni siquiera sus parientes, la culpa de todo esto, la tiene la gente. (BIS)

Quién tiene la culpa de la fe perdida de los días sucios y de las mentiras.
Quién tiene la culpa que no cambie nada y tener las manos frías y gastadas.

Estribillo
Ni yo ni usted ni el vecino, ni siquiera sus parientes, la culpa de todo esto, la tiene la gente (BIS)

Quién tiene la culpa de este gran silencio.
Quién tiene la culpa de que yo esté muerto…

Estribillo
Ni yo, ni usted ni el vecino, ni siquiera sus parientes, la culpa de todo esto, la tiene la gente (BIS).

Creo que la culpa de todo eso, la tiene la organización mundial de la miseria [sic] y la desastrosa distribución de la riqueza y pobreza en los países de origen, así como esa gente concreta que apuesta por tratar a las personas como mercancías, frente a los derechos y deberes de esos inmigrantes que creen que otro mundo en su vida es posible y caen en las mafias del transporte de personas como fardos, sin importarles nada ni nadie. Europa en general y España en particular no solo deben quedarse en escuchar con resignación la noticia. Habría que actuar con un plan de emergencia multilateral para afrontar un problema de lesa humanidad.

Dicen los expertos que los inmigrantes que utilizan estas embarcaciones u otras más pequeñas durante la travesía de su vida, aprenden a no hablar al llegar a Europa o España, a no mirarse a la cara, porque en los interminables días que duran estos viajes descarnados, si llegan a puerto firme, solo pueden mirar hacia adelante, siempre en la misma postura, todos juntos, hacinados, para ver si Europa o España los acoge en su misteriosa holgura de riqueza y libertad. Ser o tener, esa es su cuestión. Hasta que un día los encontramos en un semáforo, en nuestros cómodos viajes cotidianos, donde los pañuelos a un euro pueden servirnos para justificar sus lágrimas cuando nos miramos de frente, entonces sí, cara a cara.

Hoy, podríamos recordar de nuevo, con dolor de alma y corazón, la canción de María y Federico con una estrofa final diferente, pero sin cambiar quizá el estribillo final, asumiendo la parte de responsabilidad que nos toca cuando callamos ante determinados silencios cómplices:

Quién tiene la culpa de este gran silencio.
Quién tiene la culpa de que 700 inmigrantes estén muertos…

Estribillo
Ni yo ni usted ni el vecino, ni siquiera sus parientes, la culpa de todo esto, la tiene la gente (BIS).

Sevilla, 20/IV/2015

El arte de leer… es bello

Cuando se cierran librerías “se pierden miles de posibilidades de encontrarse con la realidad de la página escrita, no en blanco, participar en miles de historias que enriquecen las propias, se desvanecen miles de posibilidades de decir “gracias, por encontrarte [al autor, al librero, a la librera]” y las miles de historias quedan en la memoria de secreto de cada lector, de cada lectora… lamiendo sus conciencias».

José A. Cobeña, Benditas librerías

Guido Orefice, el protagonista de La vida es bella, tenía tres grandes proyectos en su vida: distinguir el norte del sur, leer a Schopenhauer por su canto a la voluntad como motor de la vida y abrir una librería. De todo hizo un arte para vivir, para enseñar a leer las señales de la vida, porque hablar es solo cosa de personas. Leer, igual de bello. Es una maravilla constatar que estamos preparados desde la preconcepción y a través del cerebro, para leer, cuando todo está conjuntado para comenzar a unir letras y grabarlas con unas determinadas formas en el cerebro. Agregando, además, sentimientos y emociones en relación con lo que nuestro cerebro lee.

La lectura es un acto de libertad intelectual que se modula a lo largo de la vida, convirtiéndose poco a poco en arte. Desde la escuela infantil y hasta los últimos días de la vida, tenemos millones de posibilidades de leer todo lo que se pone por delante para invitarnos a dar forma a unos caracteres que en sí mismo no son nada sin nuestra intervención personal e intransferible, porque aunque alguna vez leamos algunas palabras junto a alguien, lo que se graba en cada cerebro es irrepetible. Como si fuéramos bibliotecas ambulantes conteniendo siempre lecturas diferentes de textos llenos de palabras sueltas o frases que hemos acumulado en ellas a lo largo de la vida.

En un país de bares, como España, que no de librerías, la lectura no es una tarea habitual. La mercadotecnia se ha apropiado del aserto de Gracián, lo bueno si breve dos veces bueno, dando igual la calidad de lo breve. La mensajería instantánea, donde WhatsApp se ha convertido en un claro exponente de la brevedad, así como los tuits, se han apropiado de la lectura por excelencia en los micromundos personales y de redes sociales. En un modo de vivir tan rápido como el actual, la lectura pausada y continua es un estorbo para muchas personas, donde el libro supone además un reto casi inalcanzable para el interés humano de supervivencia diaria.

Se acercan muchas Ferias del Libro para recordarnos la necesidad de leer adecuadamente. El libro entró hace ya muchos años en la maquinaria de la economía de mercado y así le va en muchos países. Pero la realidad de la lectura en España, según los últimos datos oficiales que se han publicado, es la siguiente, quedando como verdad subyacente en este tipo de eventos anuales:

– Los lectores frecuentes suman el 42,7% de las personas encuestadas, con una media de lectura de 11,1 libros al año.
– Los lectores ocasionales, alcanzan el 11,9%, con alguna lectura declarada al trimestre.
– Los no lectores, es decir, los que declaran que no leen nunca o casi nunca, alcanzan un porcentaje del 46,9%.
– Las mujeres (64,1%) leen más libros y revistas que los hombres (54%), que leen más prensa, cómics, webs y foros sociales.

Con estos números, se hace imprescindible proclamar la necesidad de la lectura como medio de descubrimiento de la palabra articulada en frases preciosas, cuando lo que se lee nos permite comprender la capacidad humana de aprehender la realidad de la palabra escrita o hablada. Maravillosa experiencia que se convierte en arte cuando la cuidamos en el día a día, aunque paradójicamente tengamos que aprender el arte de leer siendo mayores, porque la realidad amarga es que no lo sabemos hacer: “¿Pero qué queremos decir con “saber leer”? Conocer el alfabeto y las reglas gramaticales básicas de nuestro idioma, y con estas habilidades descifrar un texto, una noticia en un periódico, un cartel publicitario, un manual de instrucciones… Pero existe otra etapa de este aprendizaje, y es ésta la que verdaderamente nos convierte en lectores. Ocurre algunas afortunadas veces, cuando un texto lo permite, y entonces la lectura nos lleva a explorar más profunda y extensamente el texto escrito, revelándonos nuestras propias experiencias esenciales y nuestros temores secretos, puestos en palabras para hacerlos realmente nuestros” (1).

Sevilla, 19/IV/2015

(1) Manguel, Alberto (2015, 18 de abril). Consumidores, no lectores. El País, Babelia, p. 7.

No olvido a Víctor Jara en tiempos de silencios cómplices

No le olvido porque Víctor Jara significó mucho en mi vida de secreto y en la de millones de personas dignas. Todavía hoy lo recuerdo en relatos de mi juventud comprometida con la vida y la muerte, tal y como lo describí en el post que adjunto hoy, escrito en 2009, cuando lo enterraron de forma digna «en el mismo sitio de 1973, después de que exhumaran su cadáver de nuevo para poder certificar la violencia con la que actuaron los soldados y oficiales de Augusto Pinochet contra sus palabras, su testimonio de vida, su compromiso ético».

Hoy he conocido (1) que un juez de Florida ha ordenado esta semana que el hombre identificado como su asesino, Pedro Pablo Barrientos, responda ante la justicia por cargos de tortura y ejecución extrajudicial. Es una noticia que sirve para comprobar que no debemos participar en silencios cómplices cuando la falta de honestidad y ética nos rodea, porque la verdad, al final, nos hace siempre más libres.

Nada más. Sé qué papel tan importante han jugado en esta acción su mujer y su hija Amanda, tan recordada por su padre en una canción que nunca olvido. También, el del Centro de Justicia y Responsabilidad por su trabajo encomiable para recuperar dignidad para aquellas personas que sufren violaciones de derechos humanos en todo el mundo. Solo me queda darles las gracias hoy por su ejemplo.

Sevilla, 17/IV/2015

(1) Ayuso, Silvia (2015, 17 de abril). Justicia al fin para Víctor Jara. El país.com.

Víctor Jara y mi memoria de hipocampo

Te recuerdo Amanda / la calle mojada / corriendo a la fábrica / donde trabajaba Manuel…

VICTOR JARA

Víctor Jara, fotografía recuperada el 6 de diciembre de 2009, de http://radionuevaaurora.files.wordpress.com/2007/09/056-victor-jara.jpg

Es verdad que recuerdo la muerte de Víctor Jara, cuando yo llevaba un año trabajando en el Hospital Universitario San Pablo, en la antigua Base americana “San Pablo Frontera”, en septiembre de 1973, en unas condiciones difíciles para estar cerca de la vida y de la muerte de las personas que allí se atendían. Con veintiseis años. Fueron días de contradicción interna porque recordaba a Víctor Jara en canciones protesta que me sabía de memoria y no comprendía por qué le habían asesinado de forma tan brutal. Además, con escasa información en un país que agonizaba en su dictadura feroz, que asimilaba personalmente de forma difícil en mis compromisos con la Universidad de Sevilla.

Llevo días leyendo numerosas referencias a la muerte de Víctor Jara, en el Estadio Nacional que nunca olvidaré, gracias a Costa Gavras, en su película desgarradora, Missing, que tantas veces he recordado, como acicate para que no abandone el compromiso con la ética social.

El 16 de septiembre de 1973, lo enterraron de forma humilde y clandestina gracias al aviso de una persona que descubrió su cadáver junto a la tapia del cementerio. Y el pasado 5 de diciembre de 2009, volvió a recibir sepultura digna, en el mismo sitio de 1973, después de que exhumaran su cadáver de nuevo para poder certificar la violencia con la que actuaron los soldados y oficiales de Augusto Pinochet contra sus palabras, su testimonio de vida, su compromiso ético.

Treinta y seis años después, lo he acompañado por las calles de mi memoria de hipocampo, la de secreto, hasta depositarlo de nuevo en el mismo sitio que ha estado en estos treinta y seis años de mi vida, recordando su sonrisa, sus rizos, que tanto enfadaron al soldado que le golpeó brutalmente en el estadio, en una muerte lenta (1), porque era un cantante marxista-leninista (en interpretación celtibérica que tanto resonaba en mis oídos en aquella época y durante la famosa transición):

-¡Así que vos sos Víctor Jara, el cantante marxista, comunista concha de tu madre, cantor de pura mierda! -gritó el oficial.

Después, he buscado siempre a Víctor Jara a través de Quilapayún, conjunto con el que convivió durante años muy importantes de su vida. Y lo he encontrado hoy, escuchando de nuevo canciones de compromiso para que no olvide nunca mi memoria histórica, a Víctor Jara:

Levántate y mira la montaña
de donde viene el viento, el sol y el agua.
Tú que manejas el curso de los ríos,
tú que sembraste el vuelo de tu alma.

Levántate y mírate las manos
para crecer estréchala a tu hermano.
Juntos iremos unidos en la sangre
hoy es el tiempo que puede ser mañana.

Sevilla, 6/XII/2009

(1) Délano, M. (2009, 6 de diciembre). La muerte lenta de Víctor Jara. El País, Domingo, pág. 12s.

Admirarse de todas las cosas (y de las personas)

TETRADRACMA
Tetradracma (siglo V a.C.), con la lechuza de Minerva (Tyto Alba), símbolo de la Filosofía

Aristóteles concebía la filosofía como la capacidad que tiene el ser humano (él decía el hombre y por eso no nos debemos ofender…) de admirarse de todas las cosas. Mi profesor de filosofía lo expresaba en un griego impecable, con un sonido especial, gutural y sublime, que convertía en un momento solemne de la clase esta aproximación a la sabiduría en estado puro: jó ánzropos estín zaumáxein pánta (sic: anímese a leerlo conmigo tal cual y pronunciarlo como él). Es uno de los asertos que me acompañan todavía en muchos momentos de mi vida, en los que la curiosidad sigue siendo un motivo para la búsqueda diaria del sentido de ser y estar en el mundo, de admirarme todos los días de él.

Admiramos las cosas por curiosidad, entendida como el deseo de saber o averiguar lo que no me concierne, es decir, lo que no me atañe o afecta directamente, en la primera acepción de la Real Academia Española. Somos curiosos y nos admiramos de lo que descubrimos en personas o cosas. Así lo plantea Alberto Manguel en una publicación reciente, Una historia natural de la curiosidad, donde contesta nueve preguntas existenciales por definición, “con sendos interrogantes clásicos que sirven para curiosear en su propia vida e invitar a quien lo lee ahora a hacer lo mismo para revivir la curiosidad” (1), aportadas en un artículo excelente publicado ayer en el diario El País, que transcribo por la excelencia literaria de una persona muy “curiosa”:

1. ¿Por qué un libro sobre la curiosidad en el comienzo del siglo XXI?

“Hay ciertas interrogaciones que nos hacemos en diferentes momentos de nuestra vida. De niños la primera pregunta es ¿por qué? ¿Por qué lo que veo en el espejo soy yo?, ¿por qué no me dejan hacer ciertas cosas? Después las preguntas cambian, y cuando llegas a la vejez vuelven las de la niñez. Pero con el sentimiento de no querer encontrar una respuesta, sino demorarse en el placer de la pregunta”.

2. ¿Qué significa Dante y su Divina comedia aquí?

“Desde niño he intuido que la experiencia del mundo estaba en la imaginación de la literatura. Hay personajes que me han acompañado como verdaderos amigos. Tengo una relación íntima con Alicia, Pinocho, Caperucita, el Rey Lear, Alonso Quijano… Cuando descubrí a Dante, hace diez años, descubrí a un personaje esencial en mi vida. Cada experiencia sobre la que quiero reflexionar está en él. Cada mañana, antes del desayuno, leo uno de sus cantos”.

3. ¿Cuándo entraron en su vida Sócrates y los demás filósofos y autores a despertarle las preguntas?

“La mayor parte de mi experiencia intelectual sucede durante mis estudios secundarios en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Teníamos profesores especializados en temas: en botánica, o en las visiones jesuíticas en la historia de América Latina o en La celestina. Todo el año veíamos solo eso y así se ampliaba el tema con sus conexiones o influencias. A través de esos profesores llegamos a los filósofos. Fue el ejemplo más concreto de alentar la inteligencia en personas de 12, 13 o 14 años. Nada está fuera del alcance de los jóvenes, lo que falta es vocabulario y eso se puede conseguir. Hoy tenemos miedo a lo difícil y olvidamos que esas situaciones han dado varios de los momentos más valiosos”.

4. ¿Dónde podemos encontrar el mejor aliado para la curiosidad y la imaginación?

“En personajes anónimos, en ciertos bibliotecarios, profesores o libreros que creen en la inteligencia de los jóvenes. Esa lucha se hace cada vez más difícil porque la sociedad solo quiere consumir. También hay obras maestras como la película Timbuktu, de Abderrahmane Sissako, cuyo guion le hubiese deslumbrado a Borges. Es el triunfo de la imaginación sin fórmulas de Hollywood, sobre el extremismo religioso”.

5. ¿Para qué la sociedad y el poder arrinconan la curiosidad?

“Si haces una caja cuadrada, debes crear elementos con ángulos rectos para que entren en ella. Si crean una sociedad de consumo deben crear consumidores, si no, no funciona. El sistema tiene que impedir que te hagas preguntas esenciales porque si te las haces no hay más consumo. Por eso la sociedad no alienta la reflexión. Es un sistema depredador que busca el beneficio en una estructura productiva”.

6. ¿Cómo podemos avanzar en la curiosidad sobre nosotros mismos?

“Es la pregunta que empezamos haciéndonos cuando nos damos cuenta de niños que nosotros lo que llamamos nosotros es algo distinto del mundo exterior, y surge la pregunta ¿quién soy yo? Se puede empezar a responder atribuyendo características y valores a ese yo, pero sobre todo haciendo preguntas acerca de la identidad de los otros porque nos definimos por oposición. A través del ojo ajeno. A medida que vamos haciendo estas preguntas sobre nuestra identidad vamos recorriendo las preguntas que el mundo se hace a propósito de nosotros. La vida es un proceso de individuación, un proceso que no acaba nunca”.

7. ¿De quién o quiénes estamos hechos?

“Esos ojos o visiones ajenas nos definen, pero también, en el caso de los lectores, a través de personajes literarios, de las artes. Me identifico con el Rey Lear pero en algún momento con su hija Cordelia, y hay otros que siguen perteneciendo a nuestra vida. Yo siempre he sido Alicia, pero tuve que esperar para ser un poco Dante”.

8. ¿Quién es Alberto Manguel?

“…No sé cómo contestar porque su respuesta depende de quien la haga. Si yo me pregunto quién es Alberto Manguel contestaré, seguramente, sobre la base de lo que dije en la respuesta anterior y a través de ciertas experiencias secretas mías. Pero si eres tú quien hace la pregunta, la respuesta dependerá de lo que yo quiera mostrar y tú quieras ver. Los griegos llamaban persona a la máscara, tenían actores que tenían identidad. La máscara Alberto Manguel es muy distinta para un lector que no me conoce, y para mis hijos, mis amigos, mi familia. La máscara-persona de Alberto Manguel para quienes me conocieron muy joven es un personaje un poco aventurero, un poco engreído. Otros verán a alguien con aspecto de profesor. Ninguno de esos Alberto Manguel es enteramente Alberto Manguel. Pero ninguno es enteramente falso. Mi identidad es un calidoscopio que depende de quien lo haga girar”.

9. ¿Y ahora qué?

“No sé. Pensé que al llegar a este punto de mi vida estaría más estable. Ahora, no por mi voluntad, emprendo otro viaje. Dejaré Francia para ir a una nueva vida en América del Norte”.
He leído varias veces estas respuestas. El auténtico problema de los curiosos que nos admiramos de las curiosas preguntas de Manguel, es que cuando nos aproximamos a ellas y las interiorizamos para aprender, la vida ordinaria nos las cambia. Es lo que aprendí un día de Mario Benedetti: “Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas». Y vuelta a empezar, porque la curiosidad -en expresión genuina de Manguel- es “el motor de nuestras vidas”, en un mundo que se agota en la mediocridad de lo cotidiano.

Sevilla, 14/IV/2015

(1) Manrique Sabogal, Winston (2015, 13 de abril), Cruzada para salvar la curiosidad. El País, p. 37.

Las aulas llenas

En América del Sur están convencidos que la mejor conquista del alma humana, en su más pura esencia, es la educación, después de haber experimentado otro tipo de conquistas, de las que España tiene una gran responsabilidad histórica. En tal sentido se ha llevado a cabo una experiencia cinematográfica dirigida por Gael García Bernal, junto a 11 directores de cine que cuentan 10 diferentes historias desde una visión personal y sentida en sus almas de todos y las de secreto, a instancias del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y ante la siguiente pregunta: ¿se podría hacer una película que nos ayude a mejorar la educación en América Latina?

La respuesta ha sido rotunda: sí se puede. Personalmente recuerdo tres películas que me han cautivado en el proceso de educar apasionadamente en Europa y… en el mundo, sin distinción de fronteras: La vida es bella, Hoy empieza todo y El club de los poetas muertos. En esta ocasión, el resultado no se ha hecho esperar a través de una película, El aula vacía, que promete embaucarnos sobre la necesidad de la educación en aquél continente, sin que nosotros tengamos que hablar con autosuficiencia de esta realidad en España, diferente pero muy preocupante en la situación actual, donde la crisis del ladrillo, del dinero público y privado mal administrado y de la corrupción a todos los niveles, ha destapado muchas vergüenzas nacionales, convirtiendo este país en un refugio de mala educación en su sentido más primigenio del término, no en el del discreto encanto de la burguesía.

El corto integrado en El aula vacía, entre otros, dirigido por Mariana Chenillo (México), “retrata los obstáculos que enfrentan los jóvenes con discapacidades. En su corto cuenta qué pasa si eres sordo en un mundo de oyentes y quieres ir a la escuela. Tras verlo, uno se queda con la duda de si el protagonista es sordo o si el sordo es el sistema escolar al no escuchar las necesidades de los jóvenes”. Me ha recordado inmediatamente cómo una buena educación puede hacer brillar los ojos de las personas sordas, como es el caso de María Ángeles Narváez Anguita, aquí en Andalucía, que triunfa por su maestría sencilla y sublime sobre la vida sorda a lo que no se quiere escuchar a veces.

Temas como la violencia, el acoso escolar, la deserción por la búsqueda inhumana del sustento familiar a través de los más pequeños, los más débiles, se abordan en el documental. Es bueno, más todavía, higiénico desde la perspectiva de la salud mental y social, divulgar estas experiencias. El cine es imprescindible como aliado para remover conciencias, para llenar las aulas. Así lo han entendido estos doce magníficos que ya no están solos ante el peligro de las aulas vacías en su Continente, que algo nuestro es.

Sevilla, 12/IV/2015

Pondré mis limpias manos sobre Schumann


Un artículo publicado hoy en Babelia, La lección del maestro, de mi admirado Antonio Muñoz Molina sobre el pianista Seymour Bernstein, me ha recordado la necesidad de maestría para poner las manos sobre un piano, como expresión maravillosa de las órdenes que el cerebro envía a diez dedos para que acaricien las notas en la clave que corresponda, como si se tratara de concatenar letras y palabras llenas de un encanto mágico.

La figura de Bernstein me parece encomiable, tal y como la retrata el autor. Un maestro que se retira del mundo artístico oficial en 1977, para enseñar de forma personal e intransferible, humilde, a futuros pianistas que ahora andan en el más puro anonimato: “Seymour Bernstein eligió hacerse a un lado, acogerse a una soledad sedentaria, aunque no aislada, porque su apartamento de monje está a unos pasos del nervio vibrante de la música en Nueva York, y porque a partir de entonces su vocación se volcó no en los conciertos públicos, sino en el sosiego de las clases; no en la multitud anónima de un auditorio, sino en la atención, uno por uno, a cada discípulo”.

Estoy aprendiendo a tocar el piano. Era una asignatura pendiente a lo largo de mi vida, que pretendo aprobar con la ayuda de una profesora que proyecto ahora en Bernstein, en los términos que utiliza Muñoz Molina sobre su método de enseñanza actual: “Les explica a los estudiantes cómo hay que respirar delante del piano y también qué parte de artesanía y de sustancia ética hay en el ejercicio de la música. “La música no deja sitio para el apaño, no permite excusas, ni subterfugios, ni negligencias o descuidos en el trabajo”, dice. La música es el ejemplo de lo inflexiblemente bien hecho, y requiere una entrega que afecta tanto a la vida personal como a los resultados que logra el artista”.

No voy a olvidar estas palabras. A partir de ahora, cada vez que toque una obra de Schumann iniciática para mí en estos momentos, De países y personas extranjeras, recordaré a Bernstein tal y como lo ha retratado Etham Hawke, en el documental Seymour: Una introducción, porque lo que el director narra es “…un concierto casi confidencial de Seymour Bernstein, tantos años después, delante de unas decenas de personas, bajo la rotonda de la tienda Steinway de Nueva York. Frente a ese público muy atento Bernstein toca a Schumann como si estuviera solo, con una media sonrisa, con los ojos cerrados, delante de un ventanal por donde pasa silenciosamente el tráfico, en su edén de la música y de la paz de espíritu”.

Sevilla, 11/IV/2015

Los niños pintan a Murillo en Sevilla

MUSEO BELLAS ARTES SEVILLA
Niños y niñas ante la Virgen de la Servilleta – Museo de Bellas Artes / Fotografía del autor

Esta mañana he visitado el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Es una experiencia extraordinaria cada vez que paseo por sus salas, pero siempre es un momento sublime la entrada a la quinta, donde destaca la obra de Murillo. Hoy ha ocurrido algo especial. Un cuentacuentos estaba enseñando a niños y niñas de dos años, con arte excelso, el pequeño secreto de la Virgen de la Servilleta. Al terminar su intervención magistral, en breves minutos doblemente buenos, les entregó unas hojas con trazos del cuadro explicado, para que los colorearan con lápices multicolores de cera. Y comenzaron a dar color a una obra que previamente ya les habían presentado en clase sus maestras, sus maestros, en el buen sentido de la palabra maestra, maestro.

Virgendelaservilleta

Ha sido un momento mágico. Murillo habrá disfrutado hoy de forma especial. Estoy convencido que solo buscaba encontrar en las madres presentes su papel de vírgenes anónimas y el rostro saliente de todos y cada uno de los niños pintores, como el de la servilleta, aunque tendría que pensar detenidamente de qué forma podría pintar también a las niñas como nuevas protagonistas de sus cuadros, en una revolución de género que nunca pudo imaginar.

Una abuela le explicaba a su nieta que la Virgen era una madre buena. Se hizo un silencio sonoro y se despidieron del pintor. La niña, mirando hacia atrás, buscaba la servilleta de la que le había hablado el cuentacuentos porque por más que miraba el cuadro de Murillo no la veía por ninguna parte. Solo a su abuela en su papel maravilloso de madre que está en la tierra, con ella en brazos.

Sevilla, 9/IV/2015

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