A la Virgen, un collar…

RAFAEL ALBERTI

Di, Jesucristo, ¿Por qué
me besan tanto los pies?
Soy San Pedro aquí sentado,
en bronce inmovilizado,
no puedo mirar de lado
ni pegar un puntapié,
pues tengo los pies gastados,
como ves.

Haz un milagro, Señor.
Déjame bajar al río;
volver a ser pescador,
que es lo mío.

Rafael Alberti, Basílica de San Pedro

Ha saltado a los medios de comunicación una noticia que tiene que ver mucho con el esperpento de un Estado que no se resigna a no ser confesional, en un país que tiene cada día las iglesias más vacías, como nos recordaba Rafael Alberti en Roma peligro para caminantes: Entro Señor en tus iglesias… Se trata de la revisión que está haciendo la Audiencia Nacional sobre la medalla de oro al mérito policial que el Ministerio de Interior dio a la Virgen de Nuestra Señora María Santísima del Amor, en Málaga, en febrero de 2014, con motivo de un recurso presentado por la asociación Europa Laica, por considerar que esta actuación es «arbitraria» e «irracional» desde todos los puntos de vista, considerando que tiene un contenido imposible al atribuir a un «ente impersonal», “como es una «figura religiosa», la máxima condecoración de la Policía Nacional, la cual está concebida para premiar actuaciones «concretas» de «personas» que hayan prestado servicios extraordinarios”.

He recordado también un poema precioso de Rafael Alberti, El platero, publicado en El alba del alhelí, que siempre he sentido como la gran paradoja de la creencia descreída en el dios que nos conmueve y en la Virgen que solo acepta el regalo de un beso a su niño, mucho más allá de medallas, collares y anillos, porque nos puede servir para comprender la quintaesencia de la religión bien entendida y no mezclada con decisiones que nunca debería tomar un Estado laico:

A la Virgen, un collar
y al niño Dios, un anillo,
Platerillo,
no te los podré pagar,
¡Si yo no quiero dinero!
¿Y entonces qué? di.
Besar al niño es lo que yo quiero.
Besa, sí

Espero que la Audiencia comprenda que leyendo a Alberti en el libro sobre Roma citado anteriormente, se puede entender muy bien por qué San Pedro, sentado en bronce inmovilizado en la Basílica que lleva su nombre, pide a Dios todos los días que le dejen de besar sus pies gastados, para bajar al río y volver a ser pescador, que “es lo mío”. Como la Virgen del Amor, que es madre solo para quienes la comprenden así, sin necesidad de medalla alguna. Como el papa Francisco en estos días, sin ir más lejos, que quiere cambiar el Vaticano para que sea una casa auténtica de Dios, una Iglesia, pero bajando al río, porque al fin y al cabo, como él lo aprendió de San Pedro, “es lo suyo”.

Sevilla, 10/XI/2015