Estoy muy pre-ocupado [sic] con la situación política actual en este país. Todo tiene su tiempo y cada tiempo su momento, pero mi condición actual -ordenada administrativamente- de estar siempre en estado de júbilo (con perdón), no justifica que no siga comprometido intelectualmente con la cosa política que nos ocupa en estos tiempos revueltos. Por ello he recordado una curiosa experiencia política que conocí hace ya muchos años a través de Aristóteles, en su extraordinaria obra dedicada íntegramente a la política, que sería muy interesante importar con carácter inmediato, salvando lo que haya que salvar, ante el desconcierto que estamos viviendo en esta etapa de investidura política. Por si fuera útil para alguien, algunos o todos los que viven de forma especial la cosa política que tanto nos concierne.
Me refiero concretamente a una parte de la Constitución ideada por Hipódamo de Mileto, hijo de Eurifón, “inventor de la división de las ciudades en calles que aplicó al Pireo, y que por otra parte mostraba en su manera de vivir una excesiva vanidad, complaciéndose en arrostrar la opinión pública que le censuraba por la compostura de su cabellera y la elegancia de su vestido, usando lo mismo en verano que en invierno trajes a la vez ligeros y de abrigo, hombre que tenía la pretensión de no ignorar nada de cuanto existía en la naturaleza, es también el primero que, sin haberse ocupado nunca de los negocios públicos, se aventuró a publicar algo sobre la mejor forma de gobierno. Su república se componía de diez mil ciudadanos, distribuidos en tres clases: artesanos, labradores, y defensores de la ciudad, que eran los que hacían uso de las armas. Dividía el territorio en tres partes: una sagrada, otra pública, y la tercera poseída individualmente”. Pero lo que he recordado hoy especialmente es que “garantizaba también por medio de la ley las recompensas debidas a los descubrimientos políticos de utilidad general”. Genial.
En estos tiempos de mediocridad galopante y de enrocamiento de los partidos que teóricamente deberían defender el interés general, observamos el agotamiento y desencanto que transmiten en general como si la cosa política estuviera agotada, afectando muy seriamente a los principios de la democracia. Sería necesario rescatar también a Mozart para aprender de un protagonista de su ópera La Flauta Mágica, Papageno, ante la necesidad urgente de buscar con él encantadores de pájaros (ya sabemos que sin aclararnos qué tipos de pájaros son imposibles de encantar), que fueran capaces de desmantelar los negocios de Reinas y Reyes de la Noche que corresponda y que cada uno sabrá interpretar con ejemplos de hoy.
Volvamos a Hipódamo de Mileto. Decía Aristóteles en el comentario a esta experiencia tan atrevida, que “En cuanto a las recompensas que se conceden a los que hacen algunos descubrimientos útiles para la ciudad, es una ley seductora en la apariencia, pero peligrosa. Será origen de muchas intrigas y quizá causa de revoluciones. Hipódamo toca aquí una cuestión sobre un objeto bien diferente: ¿están o no interesados los Estados en cambiar sus instituciones antiguas en el caso de poderlas reemplazar con otras mejores? Si se decide que tienen interés en no cambiarlas, no podría admitirse sin un maduro examen el proyecto de Hipódamo, porque un ciudadano podría proponer el trastorno de las leyes y de la constitución como un beneficio público”. Es verdad, pero estamos asistiendo a un espectáculo de agotamiento político por las fórmulas encorsetadas en las que transcurren los debates y la forma de abordarlos en el Palacio de la verdad democrática, el Congreso, así como de la propia representación política con el sistema electoral actual, que urge introducir cambios a marchas forzadas, maximis itineribus que decía Aristóteles.
En cualquier caso, es imprescindible que en política se hable de futuro y de una forma diferente de hacer las cosas políticas, con arte. Es una delicia seguir leyendo a Aristóteles cuando analiza, eso sí sin emitir juicios personales sobre la experiencia que narra, el modelo político de Hipódamo de Mileto: “La innovación ha sido provechosa en todas las ciencias, en la medicina, que ha prescindido de sus viejas prácticas, en la gimnástica, y en general, en todas las artes en que se ejercitan las facultades humanas; y como la política debe ocupar también un lugar entre las ciencias, es claro que es necesariamente aplicable a ella el mismo principio. Podría añadirse que los hechos mismos vienen en apoyo de esta aserción. […] La humanidad en general debe ir en busca, no de lo que es antiguo, sino de lo que es bueno. Nuestros primeros padres, ya hayan salido del seno de la tierra, ya hayan sobrevivido a alguna gran catástrofe, se parecen probablemente al vulgo y a los ignorantes de nuestros días; por lo menos, esta es la idea que la tradición nos da de los gigantes hijos de la tierra; y sería un solemne absurdo atenerse a la opinión de semejantes gentes. Además la razón nos dice, que las leyes escritas no deben conservarse siempre inmutables. La política, y lo mismo pasa con las demás ciencias, no puede precisar todos los pormenores. La ley debe en absoluto disponer de un modo general, mientras que los actos humanos recaen todos sobre casos particulares. La consecuencia necesaria de esto es, que en ciertas épocas es preciso modificar determinadas leyes”.
Sin comentarios ante estas últimas palabras. No nos queda duda alguna: necesitamos recompensar los descubrimientos políticos de utilidad general. Salgamos como Diógenes a buscarlos por las calles, que son de todos, que preconizó en su día este arquitecto de la política tan singular, Hipódamo de Mileto, a quien se las debemos hoy día. Hagámoslos públicos, porque el museo de innovación política tiene desgraciadamente las estanterías vacías.
Sevilla, 2/IX/2016
NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de: http://latam.askmen.com/noticias-poder-dinero/2344/article/como-sucede-un-momento-eureka
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