Sigo manteniendo la ilusión de escribir y hablar bien, cada día mejor, cuidando todos los detalles para que todo lo que escriba y hable sea especial, no trivial y, sobre todo, no inocente. Lo vivo como un compromiso activo de mejora continua para buscar la verdad objetiva de lo que pienso y siento cada día. Más todavía cuando lo que escribo lo publico en algunas ocasiones en la noosfera, gracias al maravilloso mundo digital que nos rodea, entregándolo a los demás, que merecen siempre un trato diferente y singular. Es una forma de respetar a toda persona que me lee y escucha, una forma simbólica de agradecimiento por dedicar tiempo personal e intransferible a entablar una relación fugaz o permanente conmigo – ¿quién sabe? -, quizá por compromiso o por mera diversión, en una dialéctica permanente, como aprendí de Pascal cuando adquiríamos por razón de edad el compromiso de vivir apasionadamente.
He seguido de cerca a maestros de la literatura ética, entre los que sobresale Gabriel García Márquez porque amaba los detalles. Quizá era la única forma de sustentar su realismo mágico, para que se comprendiera bien su forma de escribir y de hablar sobre la verdad de la vida con un español de Colombia precioso, musical, con lemas de comprensión bellísima. Lo comprobaba hoy en un artículo de Javier Lafuente en el diario El País, La pasión por el detalle del cronista Gabo, que me ha acercado todavía más a él, de quien sigo aprendiendo todos los días como ya he manifestado en alguna ocasión en este blog. Cuenta la extraordinaria aventura de la periodista Luzángela Artega cuando fue enviada muy cerca de Gabo, para ayudarle en los primeros borradores de la obra que se publicaría después bajo el título de Noticia de un secuestro. Necesitaba conocer todos los detalles de lo que había pasado en un hecho real que iba a tratar, que no se escapara nada que pudiera interesar al lector, sobre todo para no faltar a la verdad de lo ocurrido: “Necesitaba ambientar lo que le contaban, lo de afuera, confirmar hasta el último detalle, saber cuánto frío hacía, los semáforos que había, las balas que disparaban, quería saberlo absolutamente todo”.
Doy muchas vueltas a lo que escribo y siempre me hago una pregunta de principiante, ¿por qué escribo? Busco los detalles de cualquier acontecimiento, por pequeño que sea, para no alterar la realidad, aunque después lo envuelva en la belleza que brinda la palabra, pero la obsesión por no dañar lo ocurrido es una necesidad ética de situación que me lleva a cuidar hasta el último detalle de texto y contexto. José Manuel Blecua, exdirector de la Real Academia Española de la Lengua, decía que al escribir copiamos siempre de los autores que hemos leído a lo largo de nuestra vida y nos han marcado. Me pasa con García Márquez. Quizá, al escribir hoy estas palabras especiales, para decir algo especial en un mundo sin detalles, vuelvo a copiar una experiencia contada una vez por el escritor portugués António Lobo Antúnes, sobre una idea preciosa aportada por un enfermo esquizofrénico al que atendió tiempo atrás: “Doctor, el mundo ha sido hecho por detrás”, como si detrás de todo estuviera el alma humana que fabrica el cerebro. Porque según Lobo Antúnes “ésta es la solución para escribir: se escribe hacia atrás, al buscar que las emociones y pulsiones encuentren palabras para explicar los detalles de la vida. “Todos los grandes escribían hacia atrás”. También, porque todos los días, los pequeños, escribimos así en las páginas en blanco de nuestras vidas…, buscando detalles para ser más felices y entregárselos a los demás a través de la palabra escrita o hablada, un pormenor, una parte o fragmento de algo, según la RAE, a lo que llamamos verdad, que suele estar siempre atrás, en la trastienda de nuestra existencia.
Sevilla, 26/IX/2016
NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de: http://static.iris.net.co/semana/upload/images/2014/4/17/384136_174058_1.jpg
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