El ingenio digital

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Todo lo que se desarrolla hoy alrededor del mundo digital que preconizó Nicholas Negroponte, está vinculado estrechamente al ingenio. Pero, ¿qué es el ingenio? Aprendí muchas cosas sobre su significado cuando leí en 1993 un libro precioso de mi maestro a distancia, José Antonio Marina, que tenía un título sugerente, Elogio y refutación del ingenio. Me quedé con una idea muy clara y atrevida: “ingenio es como el sueño de una inteligencia que sueña con la libertad, que desea vivir desligada, sin unción, sin respeto, sin coacciones, sin miedo, dedicada a jugar” (1). Libertad, desligación, devaluación y juego, son la clave genética del ingenio.

En las páginas del diario El País, apareció el pasado viernes un anuncio de la multinacional Siemens, del que entresaco el mensaje central, que reflejaba muy bien qué es el ingenio digital y cómo nos puede servir como gran ejemplo de aplicación para las personas en esta nueva cultura mundial:

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Gracias al uso racional, ingenioso, de las TIC, las ciudades pueden ser más inteligentes y las aceras y sus calles también, como soñó Jane Jacobs en su dilatada vida profesional. La ciudad de Böblingen (Alemania) ofrece calidad de vida a sus habitantes gracias a la regulación digital de los semáforos conectados con los sistemas de posicionamiento de los satélites. Es un ejemplo muy válido para comprender de forma accesible para todos la revolución del mundo digital gracias al ingenio.

Es necesario constatar que el ingenio humano trabaja siempre en el terreno de las paradojas, que es lo que le permite avanzar. Es más llamativo todavía cuando conocemos la asombrosa imperfección del cerebro humano y cómo se vuelve ingenioso por necesidad, nunca por azar, al buscar de forma obligada la libertad, la desligación de la seguridad cuando crecemos, la devaluación progresiva de lo que no nos ayuda a avanzar y el juego con las posibilidades de ser cada día más felices. Un cerebro kluge, que en su momento traté en este cuaderno digital que busca siempre islas desconocidas, como ésta en Alemania, cuya traducción más acertada del término kluge , «ingenioso» (cerebro ingenioso), la encontramos precisamente en la lengua alemana, pero en un contexto que nos hace tocarnos la ropa: se trata del ingenio que hay que desarrollar para que una máquina funcione, como sobre la que el autor demuestra el origen del vocablo, un alimentador de papel, de la marca Kluge, “inventado” en 1935, como complemento de las impresoras mecánicas: “…era un mecanismo de lo más caprichoso, sujeto a frecuentes averías y endemoniadamente difícil de reparar, pero ¡qué ingenioso!” [¡qué kluge!].

Es muy curiosa esta situación en el mundo digital, sabiendo que a veces falla el cerebro, el principal artífice del ingenio, porque la naturaleza lo ha predispuesto en clave de kluge. La sabiduría popular lo traduce en saber “agudizar el ingenio”. Porque es difícil aceptar que vengamos así de fábrica, con defectos, con taras que ha propiciado la propia evolución, preparándonos a lo largo de existencia de cada persona para tomar conciencia de esta situación, reflejada en los fallos de la memoria, en los sentimientos y emociones que no somos capaces de controlar y, lo que es verdaderamente abrumador, saber que enferma en el momento en el que la maquinaria que creíamos perfecta del organismo, no le presta verdadera atención. Vuelvo a repetirlo: la maquinaria corporal, no nosotros, ni el alma humana.

Volvamos al ejemplo de Böblingen. Existen patrones escritos desde hace millones de años y las ciudades se reinventan permanentemente, todavía más cuando deseamos que sean inteligentes (smart cities): “¿por qué ha triunfado el superorganismo de la ciudad sobre otras formas sociales? Como en el caso de otros insectos sociales, hay varios factores, pero uno crucial es que las ciudades, como las colonias de hormigas, poseen una inteligencia emergente: una habilidad para almacenar y recabar información, para reconocer y responder a patrones de conducta humanos. Contribuimos a esa inteligencia emergente, pero para nosotros es casi imposible percibir nuestra contribución porque vivimos en la escala incorrecta” (2). La escala incorrecta es que no somos conscientes de que en ese aquí y ahora en el que nos toca vivir a cada una, a cada uno, se están produciendo movimientos ciegos en nuestras casas, barrios, pueblos y ciudades, ajenos a nuestro control inteligente, pero que están condicionando la vida de los más próximos, quizás hoy lejanos y muy desconocidos, aunque es posible, real, que con las decisiones urbanísticas de hoy, no dejemos vivir a los que queremos por la degradación de un hábitat propicio y que hoy decimos que “disfrutamos” como eslogan aprendido en la cartelería de la usura enladrillada.

La emergencia social es la evolución de reglas simples a complejas: las hormigas crean colonias. Ahí están. Las personas que habitan una ciudad crean barrios siempre. Ahí están. El software aprende a reconocer patrones siempre que se le den las instrucciones precisas, como en el caso de Böblingen. Ahí está. La inteligencia está en la base de los cerebros humanos, lo que permite hacer más simple la vida para vivir mejor. Y emergen hacia el exterior, naciendo, saliendo y teniendo principio siempre de otra cosa, en la interpretación que la Real Academia Española da a estos vocablos construidos de la misma forma. Con la inteligencia creadora de la famosa urbanista Jane Jacobs, a quien citaba anteriormente: que se respeten planes urbanísticos en los que las manzanas de casas sean más pequeñas, en aceras más vitales, en zonas de uso múltiple por doquier y sistemas de transporte público que siempre piensen en las personas [¡!]. Para que el viaje de la vida sea siempre a alguna parte (3).

Álex, el pasajero del autobús de Böblingen, llega a tiempo a su cita con Andrea gracias al ingenio para la vida, porque hay personas que trabajan en el mundo digital y sueñan con la libertad, desean vivir desligados de la tradición que defiende siempre que inventen otros; sin unción, sin respeto, sin coacciones, sin miedo, dedicados a jugar con lo que más aman en su universo digital. En ese proyecto, son ingeniosos porque quieren que seamos puntuales en las ciudades que habitamos y que haya menos corazones rotos, gracias al uso racional de las tecnologías de la información y comunicación. Una maravilla.

Sevilla, 18/IX/2016

(1) Marina, José Antonio (1993). Elogio y refutación del ingenio. Barcelona: Anagrama, pág. 24.
(2) Johnson, S. (2003). Sistemas emergentes, Madrid: Turner-FCE, pág. 90.
(3) https://joseantoniocobena.com/2008/02/21/jane-jacobs-o-la-inteligencia-emergente/

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