Juan Genovés, ARCO 2018 (Galería Marlborough)
Es una pena que este año nos hayamos acercado muchas personas a la exposición ARCO 2018 a través del espectáculo penoso al que hemos asistido por la retirada antidemocrática y a destiempo de una obra del artista Santiago Sierra, cuando el lema de la exposición, que es precioso, auguraba mejores propósitos individuales y colectivos: “El futuro no es lo que va a pasar, sino lo que vamos a hacer”. Junto a esta declaración programática de lo que tenemos que hacer, no inocente, he recordado ahora una frase de Groucho Marx que en principio es muy enigmática también: el futuro ya no es lo que era. Entre una y otra me quedo con la de ARCO, porque es realista sin tener que creer necesariamente en lo imposible. Es verdad, el futuro, que ya es parte del presente inmediato, depende de lo que queramos hacer en los tres mundos en los que tenemos que hacer deberes todos los días: el mundo de alrededor o ecosistema en el que vivimos, el mundo con los demás y el mundo personal e intransferible con en el que caminamos a diario haciendo camino al andar.
La pregunta que está detrás del lema de ARCO 2018 es de corte eminentemente leninista: ¿qué es lo que hay que hacer en cada uno de esos mundos de cara al futuro? o de forma más abreviada (para no andarnos con rodeos): ¿qué hacer? Es verdad que cuando solemos acometer respuestas solemos tomar conciencia de que nos cambian constantemente las preguntas, pero la diferencia planteada por ARCO estriba en que cuando esperamos solo a lo que va a pasar, estamos quietos, paralizados en cualquier tipo de respuesta a los interrogantes de la vida, mientras que si pasamos al terreno de la acción escribimos páginas extraordinarias en el libro vital de cada uno. Si lo compartimos así, mejor, porque comprenderemos mejor que nunca que el amor y el sufrimiento es la única fuerza que no se equivoca al construir el futuro propio y el de los demás que lo buscan apasionadamente. Sin tener que esperar a que nos lo diseñen otros.
Cuando dicen esos otros que estamos saliendo de la crisis, uno de los eufemismos más duros que hemos conocido en su efecto halo negativo, nos encontramos con la frialdad o bienestar de nuestro suelo firme, el ético, sobre el que se asientan todas nuestras verdades, nuestras respuestas a la vida personal e intransferible, al que le cambian el guion continuamente, porque cambian constantemente las preguntas de la vida: quiénes somos, por qué estamos, por qué vivimos a veces desesperadamente, por otras muy duras: qué somos, qué tenemos, por qué perdemos el norte del futuro que nos corresponde vivir y por qué morimos en vida cuando sufrimos cualquier revés no esperado.
Seguimos buscando las mejores respuestas para preparar a diario el futuro con lo que hacemos todos los días. Las que nos proporciona la inteligencia personal e intransferible, aquella que nos reconduce permanentemente a la búsqueda de la felicidad, porque intentamos solucionar los problemas que nos invaden. Aquella que supone aceptar que la infelicidad también existe, aunque traduce algo muy claro en la dialéctica derivada del uso de la razón y del corazón, porque debería figurar en el catálogo humano de las mejores respuestas al genérico qué hacer: la respuestabilidad (perdón por el neologismo) en estado puro, entendida como la capacidad para responder a las preguntas de la vida, presentes y futuras, con inteligencia y libertad, sabiendo que el mal y los hijos e hijas de las tinieblas también existen. Aunque nos las cambien constantemente… Es curioso, pero es verdad: el futuro sigue siendo muchas veces lo que era porque no nos resignamos a comprender que todo depende de lo que queramos hacer.
Sevilla, 24/II/2018
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