Georges de La Tour – “El recién nacido” (h. 1648, óleo sobre lienzo, 76 x 91 cm, Museo de Bellas Artes de Rennes, Rennes)
Es urgente que entre las reformas a abordar en la Constitución de 1978 se acepte definitivamente la laicidad como seña de identidad del Estado español. Recientemente, hemos conocido cómo se ha pronunciado el Tribunal Supremo sobre el largo proceso judicial en relación con la medalla de oro al mérito policial que el Ministerio de Interior dio a la Virgen de Nuestra Señora María Santísima del Amor, en Málaga, en febrero de 2014. Como no podía ser de otra forma en este sacrosanto país, el fallo ha sido a favor de dicha entrega, simplemente porque no se ha admitido a trámite el recurso de revisión correspondiente, quedándose todo como estaba. Punto final. No tenemos remedio y ya sé que este fallo pasará sin pena ni gloria en un país objetivamente muy descreído e inmerso en problemas muy graves, pero simboliza una vez más que la laicidad es una palabra hueca en millones de conciencias a pesar de lo propugnado en el artículo 16 de la Constitución.
Ante este hecho, me reafirmo en todas las palabras que escribí en 2015 en referencia a este esperpento. Las reproduzco a continuación y sigo esperando una respuesta del dios en el que creo, como nos lo recordaba Alberti en su precioso poema “Entro Señor en tus iglesias”, para decirme lo que posiblemente a nadie le diría, aunque sé a ciencia cierta que su corazón anonadado gime por estas noticias. También, por lo que transmite en su poema El platero, publicado en El alba del alhelí, que siempre he sentido como la gran paradoja de la creencia descreída en el dios que nos conmueve y en la Virgen que solo acepta el regalo de un beso a su Niño, mucho más allá de medallas, collares y anillos, porque nos puede servir para comprender la quintaesencia de la religión bien entendida y no mezclada con decisiones que nunca debería tomar un Estado laico que, tal y como como se ha conocido a través del expediente, alegó en un momento de este largo proceso que la Virgen no era «funcionaria» y que, por tanto, no podía ser juzgada en el Juzgado Central de lo Contencioso Administrativo, sino que era obligatorio que la causa fuera tramitada y fallada por una sala compuesta por cinco jueces. Sin comentarios.
En este momento, vuelvo a contemplar el óleo de Georges de La Tour, El recién nacido, un pintor desconocido durante siglos para la historia del arte. Sobrecoge el silencio y austeridad en este cuadro tan realista en los últimos años del pintor: “Sus célebres “noches”, de aparente simplicidad, silenciosas y conmovedoras, dan vida a personajes que surgen con magia en espacios sumidos en el silencio, de colorido casi monocromo y formas geometrizadas. La total inexistencia de halos u otros atributos sacros, así como los tipos populares empleados, justifican la lectura laica que a veces se ha hecho de sus nocturnos en obras como La Adoración de los pastores del Louvre o El recién nacido de Rennes“ (1).
Sin medallas, sin atributos laicos ni sacros. Sin collares o anillos. Sin nada, solo con el regalo precioso del silencio sonoro de la noche y contemplando a su niño.
Sevilla, 23/II/2018
(1) https://www.museodelprado.es/actualidad/exposicion/georges-de-la-tour/369d61b8-c430-4c43-9f51-8ed8995aa949
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Di, Jesucristo, ¿Por qué
me besan tanto los pies?
Soy San Pedro aquí sentado,
en bronce inmovilizado,
no puedo mirar de lado
ni pegar un puntapié,
pues tengo los pies gastados,
como ves.
Haz un milagro, Señor.
Déjame bajar al río;
volver a ser pescador,
que es lo mío.
Rafael Alberti, Basílica de San Pedro
Ha saltado a los medios de comunicación una noticia que tiene que ver mucho con el esperpento de un Estado que no se resigna a no ser confesional, en un país que tiene cada día las iglesias más vacías, como nos recordaba Rafael Alberti en Roma peligro para caminantes: Entro Señor en tus iglesias… Se trata de la revisión que está haciendo la Audiencia Nacional sobre la medalla de oro al mérito policial que el Ministerio de Interior dio a la Virgen de Nuestra Señora María Santísima del Amor, en Málaga, en febrero de 2014, con motivo de un recurso presentado por la asociación Europa Laica, por considerar que esta actuación es «arbitraria» e «irracional» desde todos los puntos de vista, considerando que tiene un contenido imposible al atribuir a un «ente impersonal», “como es una «figura religiosa», la máxima condecoración de la Policía Nacional, la cual está concebida para premiar actuaciones «concretas» de «personas» que hayan prestado servicios extraordinarios”.
He recordado también un poema precioso de Rafael Alberti, El platero, publicado en El alba del alhelí, que siempre he sentido como la gran paradoja de la creencia descreída en el dios que nos conmueve y en la Virgen que solo acepta el regalo de un beso a su niño, mucho más allá de medallas, collares y anillos, porque nos puede servir para comprender la quintaesencia de la religión bien entendida y no mezclada con decisiones que nunca debería tomar un Estado laico:
A la Virgen, un collar
y al niño Dios, un anillo,
Platerillo,
no te los podré pagar,
¡Si yo no quiero dinero!
¿Y entonces qué? di.
Besar al niño es lo que yo quiero.
Besa, sí
Espero que la Audiencia comprenda que leyendo a Alberti en el libro sobre Roma citado anteriormente, se puede entender muy bien por qué San Pedro, sentado en bronce inmovilizado en la Basílica que lleva su nombre, pide a Dios todos los días que le dejen de besar sus pies gastados, para bajar al río y volver a ser pescador, que “es lo mío”. Como la Virgen del Amor, que es madre solo para quienes la comprenden así, sin necesidad de medalla alguna. Como el papa Francisco en estos días, sin ir más lejos, que quiere cambiar el Vaticano para que sea una casa auténtica de Dios, una Iglesia, pero bajando al río, porque al fin y al cabo, como él lo aprendió de San Pedro, “es lo suyo”.
Sevilla, 10/XI/2015
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