Agosto 2020 / 3. Consternado y conturbado

Basta poco, apenas unos centímetros, un descuido, una palmadita en la espalda, un saludo más efusivo, una risa inocente, un apretón de manos… Todo se detendrá de nuevo.

Sevilla, 3/VIII/2020

Hubiera preferido, como Bartleby el escribiente, no hacerlo. Escribir hoy de nuevo sobre las últimas noticias de comportamientos de jóvenes en relación con el coronavirus, me han consternado y llenado de turbación. Han sido dos noticias en el fin de semana pasado que reflejan una situación muy preocupante en este país, sobre todo desde la perspectiva de una persona que ha vivido la transición de una dictadura a una democracia y donde el mejor termómetro social es evaluar hoy, con una perspectiva de los cuarenta y cinco años transcurridos, la educación integral de los habitantes de este país.

Son dos botones de muestra, pero suficientes para justificar mi consternación. El primero ha ocurrido en Barcelona, ¡Barcelonavirus!, gritaba uno de sus protagonistas. La noticia destacaba una frase estremecedora en boca de una joven sin ataduras ni complejos: “Sinceramente, los muertos me dan igual”. Decenas de jóvenes se saltan en la playa de Barcelona la prohibición de hacer botellón y alegan desconocimiento o falta de alternativas”. Leer el artículo estremece el alma humana y obliga a una reflexión seria y meditada sobre qué está pasando con los jóvenes en este país, porque se puede generalizar a tenor de las noticias en casi todas las Comunidades Autónomas sobre comportamientos faltos de civismo y respeto a lo sucedido con la pandemia hace tan sólo unos días. Avanzar en la lectura del artículo es significativo de lo que está pasando: “La joven, diseñadora gráfica y a la que acompañaban siete amigos con edades de entre 25 y 40 años, argumentaba que “después de tantos meses encerrados” la responsabilidad no podía volver a recaer sobre ellos. “Que lo asuman los políticos”, insistía. Entre las más de 44.000 vidas que, según los cálculos de EL PAÍS, ha segado la pandemia en España, la joven reconoció que no hay la de ningún familiar suyo. “Ley de vida. Sé que es duro lo que digo. Pero es lo que pienso”. Este julio, 107 personas han muerto por la covid-19 en Cataluña”.

La segunda noticia recoge lo sucedido en Torremolinos (Málaga) hace varias semanas pero que ha saltado a los medios de comunicación social ayer por su difusión en las redes sociales: “La policía investiga a un chiringuito de Torremolinos donde un DJ escupió alcohol a los asistentes. El público bailaba sin mascarillas y sin distancia de seguridad”. No había lugar a dudas sobre lo sucedido allí porque fueron centenares de jóvenes los protagonistas, que se pudo ver de forma viral a través de las redes sociales: “Elevado sobre una tarima, sin camiseta ni mascarilla, un joven bebe a morro de una botella de Jägermeister y, acto seguido, escupe el trago sobre las numerosas personas que bailan a su alrededor. Poco después, les ofrece pequeños tragos pasando la misma botella. Son las imágenes pertenecientes a una sesión de música electrónica de un club de playa de Torremolinos (Málaga) que este sábado se difundieron por redes sociales”. Son 22 segundos inquietantes que causan una profunda consternación, a pesar de que el dúo de DJ que actuaba allí haya pedido disculpas que ya no valen para casi nada.

Son dos botones de muestra nada más, pero a lo largo del fin de semana todos los informativos han recogido múltiples espectáculos de jóvenes saltándose a la torera cualquiera de las indicaciones sobre el comportamiento ciudadano y responsable que se espera de la población en general en estos momentos. La vacuna para atacar frontalmente el coronavirus llegará y todos tan contentos, pero para la falta de educación responsable de miles y miles de jóvenes a lo largo y ancho de este país, es decir, lo que está ocurriendo y que todos estamos viendo casi en tiempo real no se cura con una vacuna de educación en vena, dado que estas manifestaciones son el fruto de varias generaciones que han crecido en la falta de valores en el espectro más amplio de conductas que podamos imaginar. Es verdad que nunca se debe generalizar, pero lo que estamos viendo no es una noticia anecdótica, sino que está llevando al país a un nuevo confinamiento moral que no hay por dónde cogerlo.

Me siento consternado en el sentido profundo de la palabra tal y como se recogió por primera vez en el Diccionario de Autoridades publicado en 1729: “Atemorizado, asombrado, perturbado y espantado”. Cualquiera de las cuatro acepciones refleja bien mi estado de ánimo. Tanto que hemos luchado por la instauración de la democracia a lo largo de los últimos cuarenta y cinco años para recoger hoy lo mal sembrado. También conturbado, atendiendo las ricas acepciones de las Autoridades citadas, porque estoy inquieto, conmovido, confundido y desasosegado, provocando todo ello una mudanza cerebral muy importante aunque siga escuchando la recomendación piadosa de San Ignacio en estos tiempos de coronavirus. Cada día que pasa estoy más convencido de que soy pesimista en el sentido más profundo del término que aprendí del haiku 123, precioso, escrito por Benedetti en 1999 (1): Un pesimista / Es sólo un optimista / Bien informado.

El pasado 26 de julio escribí unas palabras en este cuaderno digital, ¿Por qué los jóvenes ningunean la COVID-19, en un sentido parecido al de hoy, con el agravante de que ya hemos escuchado una frase escalofriante que hiela el corazón: “Sinceramente, los muertos me dan igual” y creo que sobrepasa cualquier posibilidad de comprensión por razón de edad o estado anímico de una juventud muy golpeada en este país por las diferentes crisis que arrastramos hace ya muchos años, básicamente la del paro juvenil.

¿Responsables?, todos, en mayor o menor medida, porque en última instancia el voto depositado en las urnas es lo que permite constituir Gobiernos que, en primera instancia, es responsabilidad personal e intransferible de las personas que los votan y alcanzan la mayoría correspondiente desde 1978. Tenemos lo que votamos y eso nunca hay que olvidarlo. Lo decía en el artículo citado del pasado 26 de julio. “La primera respuesta es una aclaración como punto de partida: no todos los jóvenes actúan así, pero si muchos, me atrevo a decir que miles repartidos por todo el país y a las pruebas de imágenes y datos de contagio me remito. Creo que la principal causa de esta actitud tan generalizada es de base educacional en el amplio espectro de la palabra, es decir, la recibida en sus casas, colegios públicos y privados, institutos y Universidades. También, la que corresponde a la sociedad en general. La educación se considera en muchos ámbitos una inutilidad total, porque de personas educadas no se ha hecho el mundo, dicen algunos, como si la educación fuera solo una actitud formal, que también lo es, sino el fondo en el que se sustentan todos los actos humanos, que llega a ser ética a modo de solería que vamos poniendo en nuestra vida sobre la que pisamos y justificamos todos los actos humanos responsables.

La ausencia de valores, la explosión diaria del consumo en una economía alocada de mercado, el síndrome de la última versión que tantos estragos causa en la juventud porque de todo lo que tengo no tengo lo último de lo último y sin ello no soy nada, las influencias de los “influencers” que casi siempre es consumo puro y duro individual y, además, del caro, así como los estragos del paro juvenil y la corrupción pública y privada, unido todo ello al hastío y a la desafección política generalizada, son una mezcla explosiva de tener o intentar tener y no de ser, lo que justifica que para dos días que vamos a vivir vivamos solo el presente, en un “carpe diem” inverso, porque se entiende al revés de su significado, es decir, vivamos hoy pase lo que pase, porque el mañana no me importa nada. Vivir al día, a la intemperie de la vida, sin preocuparse de nadie y de nada, caiga quien caiga, porque a muchos jóvenes les da absolutamente igual, llámese abuelos, abuelas, personas mayores en general, familia, amigos, compañeros de trabajo, personal sanitario y de servicios que están en alta disponibilidad, incluso cuando esos miles de jóvenes provocadores de contagios se ponen a la cola de los PCR, con mucho miedo dentro del cuerpo, como si ellos no hubieran hecho o provocado nada”. “Sinceramente, los muertos me dan igual”, vuelve a resonar en mi persona de secreto.

Una vez más reitero lo ya expuesto en artículos anteriores: “¿Qué hacer ante el ninguneo de los jóvenes al coronavirus? No hay bálsamos de Fierabrás para una cura de urgencia, sino la urgente necesidad de que los Gobiernos responsables, es decir, el Estado y las Comunidades Autónomas, en sus respectivos ámbitos de actuación, elaboren un Plan Urgente de Actuación, que pasa inexcusablemente por establecer unas pautas de actuación claras, concisas y contundentes para contener no al virus sino estas actitudes irresponsables de jóvenes de muy mala educación en su sentido más profundo, no en cuanto a las formas, que también, sino sobre todo a su fondo. Urgen campañas publicitarias de educación para la salud en tiempos de coronavirus, vigilancia epidemiológica visible, así como información pública diaria de evaluación y resultados fiables que refuercen las actitudes de los jóvenes que actúan adecuadamente y de forma responsable”.

NOTA: el vídeo formó parte de una campaña publicitaria de carácter público, Happy Hour?, que se inició en el mes de mayo en la Región del Véneto, en Italia. Las echo de menos en este país.

(1) Benedetti, Mario (2001). Rincón de haikus. Madrid: Visor Libros.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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