Aula donde Antonio Machado impartió clases de francés, en Baeza (Jaén), de 1912 a 1919
Sevilla, 30/IX/2020
Antonio Machado compuso varios poemas sobre el otoño, estación que describió siempre a tenor de su estado de ánimo, casi en permanente melancolía. He querido estar cerca de él en estos días, como paisano que puedo comprender bien su sobrecogedor retrato personal y de la vida. También de las estaciones del año. Me he detenido en uno especialmente profundo, Caminos, escrito durante su estancia en Baeza, porque destila en él sentimientos de soledad y pena. Había fallecido Leonor recientemente, con sólo 18 años, y ya acostumbraba ir acompañado solo por su soledad sonora, con su sombra y con su pena, haciendo camino al andar como solo él sabía hacerlo:
De la ciudad moruna tras las murallas viejas, yo contemplo la tarde silenciosa, a solas con mi sombra y con mi pena.
El río va corriendo, entre sombrías huertas y grises olivares, por los alegres campos de Baeza.
Tienen las vides pámpanos dorados sobre las rojas cepas. Guadalquivir, como un alfanje roto y disperso, reluce y espejea.
Lejos los montes duermen envueltos en la niebla, niebla de otoño, maternal; descansan las rudas moles de su ser de piedra en esta tibia tarde de noviembre, tarde piadosa, cárdena y violeta.
El viento ha sacudido los mustios olmos de la carretera, levantando en rosados torbellinos el polvo de la tierra. La luna está subiendo amoratada, jadeante y llena.
Los caminitos blancos se cruzan y se alejan, buscando los dispersos caseríos del valle y de la sierra. Caminos de los campos… ¡Ay, ya no puedo caminar con ella!
(Caminos, CXVIII)
Baeza fue su primer destino después de la ausencia de Leonor, reconociendo que estaba profundamente afectado en su estado anímico y que la vida no le sonreía como el quisiera: ¿Será porque se ha ido / quien asentó mis pasos en la tierra, / y en este nuevo ejido / sin rubia mies, la soledad me aterra? (Elogios, CXLI). Siempre que voy a Baeza tengo una cita obligada con el poeta en un sitio muy querido por él, su clase del Instituto General y Técnico donde daba clases de francés, donde me siento en la primera banca como a la espera de sus palabras. Allí intento recrear en mi imaginario personal la presencia de Machado y sus alumnos en cualquier estación del año, siete largos cursos académicos y vitales en los que se acostumbró a vivir solo y junto a los recuerdos de su querida Leonor Izquierdo. Voy siempre a Baeza al igual que lo hizo Mario Benedetti hace ya algún tiempo, en su Peregrinación a Machado, con la ilusión de verlo y comprenderlo (1):
mas no vine a baeza a ver baeza sino a encontrar a don antonio que estuvo por aquí desolado y a solas la muerte adolescente de leonor en sus manos y en su mirada y en su sombra tengo que imaginarlo aterido en el aula junto al brasero las botas raídas dictando lamartine y víctor hugo ya que tan solo era profesor de francés uno de tantos
Soy consciente de que en este otoño tan especial, rodeado de tanta niebla y tanto miedo, podría quedarme también con la reflexión final de Benedetti en su visita a Baeza, al entrar ahora en la niebla del otoño, aprendiendo a sobrellevar esta estación junto a Machado: él como el caminante de sus sueños / yo como un peregrino de los suyos.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
De tiempo somos. Somos sus pies y sus bocas. Los pies del tiempo caminan en nuestros pies. A la corta o a la larga, ya se sabe, los vientos del tiempo borrarán las huellas. ¿Travesía de la nada, pasos de nadie? Las bocas del tiempo cuentan el viaje.
Eduardo Galeano, Bocas del tiempo
Se nos va septiembre, pero el otoño continúa como en una ceremonia de noria sentimental girando sin fin, porque todo fluye y nada permanece aunque la vida repita actos humanos o los que sencillamente reproducen las leyes de la naturaleza. Es lo que nos dejó escrito Eduardo Galeano, en esta galería poética y de escritores que he elegido en este otoño tan especial, para demostrarnos que hemos nacido para volar, para contar nuestros viajes particulares porque somos pies y bocas del tiempo y porque nuestros pensamientos, deseos y sueños también pueden volar si nos deja hacerlo la propia vida. Su mensaje es claro y circular: los años son los que vuelan, porque nosotros permanecemos un tiempo, el de cada uno, porque cada día tiene su afán y cada tiempo su momento, sabiendo como sabemos y nos lo transmitieron los sabios del lugar histórico de cada cual que, vanidad de vanidades, todo es vanidad, porque las grandes preguntas de la vida suelen volar como nosotros o como las mariposas de Galeano en Bocas del tiempo (1):
El vuelo de los años
Cuando llega el otoño, millones y millones de mariposas inician su largo viaje hacia el sur, desde las tierras frías de la América del Norte.
Un río fluye, entonces, a lo largo del cielo: el suave oleaje, olas de alas, va dejando, a su paso, un esplendor de color naranja en las alturas. Las mariposas vuelan sobre montañas y praderas y playas y ciudades y desiertos.
Pesan poco más que el aire. Durante los cuatro mil kilómetros de travesía, unas cuantas caen volteadas por el cansancio, los vientos o las lluvias; pero las muchas que resisten aterrizan, por fin, en los bosques del centro de México.
Allí descubren ese reino jamás visto, que desde lejos las llamaba.
Para volar han nacido: para volar este vuelo. Después, regresan a casa. Y allá en el norte, mueren.
Al año siguiente, cuando llega el otoño, millones y millones de mariposas inician su largo viaje…
Es verdad lo que deja entrever esta lectura del otoño natural y universal, pero Galeano nos inquieta con un contrapunto de la falta de esa libertad, de la que hacen gala las mariposas incluso en el otoño, expresándolo con duras palabras sobre la que no tienen los emigrantes ahora, en estos días, otras bocas del tiempo, en una reflexión también necesaria cuando vemos cómo se impide la libertad de movimiento a los más débiles:
Los emigrantes, ahora
Desde siempre, las mariposas y las golondrinas y los flamencos vuelan huyendo del frío, año tras año, y nadan las ballenas en busca de otra mar y los salmones y las truchas en busca de sus ríos. Ellos viajan miles de leguas, por los libres caminos del aire y del agua. No son libres, en cambio, los caminos del éxodo humano. En inmensas caravanas, marchan los fugitivos de la vida imposible. Viajan desde el sur hacia el norte y desde el sol naciente hacia el poniente. Les han robado su lugar en el mundo. Han sido despojados de sus trabajos y sus tierras. Muchos huyen de las guerras, pero muchos más huyen de los salarios exterminados y de los suelos arrasados. Los náufragos de la globalización peregrinan inventando caminos, queriendo casa, golpeando puertas: las puertas que se abren, mágicamente, al paso del dinero, se cierran en sus narices. Algunos consiguen colarse. Otros son cadáveres que la mar entrega a las orillas prohibidas, o cuerpos sin nombre que yacen bajo tierra en el otro mundo adonde querían llegar. Sebastião Salgado los ha fotografiado, en cuarenta países, durante varios años. De su largo trabajo, quedan trescientas imágenes. Y las trescientas imágenes de esta inmensa desventura humana caben, todas, en un segundo. Suma solamente un segundo toda la luz que ha entrado en la cámara, a lo largo de tantas fotografías: apenas una guiñada en los ojos del sol, no más que un instantito en la memoria del tiempo.
Como está permitido volar en nuestros sueños, no hace mucho tiempo, diseñé la palabra “libertad” con alas auténticas de mariposas, uniendo las imágenes, no las alas disecadas, de las mariposas de la especia Metálica, de la Selva peruana y de las Guayanas, la Satúrnida de Ghana, la Noctuida negra de Venezuela, la Tigre nocturna de Boston, la Marrón de Guatemala, la Papilio de Nueva Guinea y la Apolo de Suiza, conformando con ellas la palabra LIBERTAD (2), porque ordenadas como acrónimo, todas ellas, enumeradas por el orden que he expuesto, nos brindan la oportunidad de leer en sus alas esta palabra mágica, libertad, a la que aspiramos alcanzar cuidando con esmero las quimeras de la dignidad. He unido las dos Metálicas, con la L y la I en sus alas; la Satúrnida, mostrándome una B hermosa; la Noctuida, son la E bien trazada; la Tigre, con una R resplandeciente; la Marrón, dibujando una T de Tierra; la Papilio, mostrando una A de asombro y, finalmente, la Apolo, con una D de decisión para volar siempre en sueños posibles. Me he paseado en ellas por el mundo, volando de norte a sur y de este a oeste, en mi mapamundi imaginario de libertad, mostrándome siempre que es urgente no faltar al respeto de la madre naturaleza, en todas y cada una de sus manifestaciones. Libertad alada, libertad. Naturaleza libre y alada, naturaleza. Alma alada y libre (3), solo alma también en otoño, expresándolo con nuestras bocas del tiempo.
La reflexión más importante, leyendo de nuevo a Galeano, es que el otoño no es igual para todos, porque la libertad de vivirlo no es la misma. Emigrantes y mariposas demuestran que el diseño del mundo en la actualidad, para los más débiles, es solo un boceto de la dignidad humana. Quizá nos ayuden estas palabras a comprender mejor la razón del tiempo y de cada otoño en cada lugar del mundo. También en el nuestro, quizás con el regalo que nos hace a todos la vida por la capacidad humana que tenemos de aprehender bien qué significa el libre camino del aire frío, de la niebla y del agua para poder volar tranquilos, aunque la realidad de cada otoño demuestra que volar por necesidad, no por azar, no es igual para todos. Las bocas del tiempo y de la libertad unida a él no son las mismas para todos. No es lo mismo, no es lo mismo.
(1) Galeano, Eduardo (2004). Bocas del tiempo. Madrid: Siglo XXI.
(2) La imagen de estas mariposas es un montaje fotográfico de elaboración propia, sobre el alfabeto alado descubierto por el naturalista y fotógrafo noruego Kjell Sandved.
(3) Satz, Mario (2019). El alfabeto alado. Barcelona: Acantilado-Quaderns Crema.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Para Cernuda el otoño era un sentimiento que se debe escuchar siempre mucho más fuerte que el viento porque, siguiendo a Alberti, si el otoño no tiene sentimiento es sólo eso, una palabra de cinco letras: Sentimiento, pensamiento. / Que se escuche el corazón más fuertemente que el viento. / Libre y solo el corazón más que el viento. / El verso sin él no es nada. / Sólo verso. Además, había nacido en esta estación. Lo he recordado hoy porque Cernuda ha vuelto a mi memoria de hipocampo al conocer una noticia del pasado martes 22 de septiembre, sobre el descubrimiento de tres proyectiles de la guerra civil en su casa natal, aquí en Sevilla, en la calle Acetres, en las tareas de limpieza que se están llevando a cabo después de muchos años de abandono desde que, finalmente, fue adquirida por el Ayuntamiento de Sevilla, salvándola de la especulación inmobiliaria y del olvido, entregándola a la ciudad para un fin estrictamente cultural y vinculado con el autor. Todo un símbolo. Una casa que siempre la pensó y sintió Cernuda para la paz, nunca para la guerra. En ella vivió hasta 1914, año en que se trasladó la familia a una casa en el Porvenir tras el fallecimiento de su padre y, posteriormente, a la de la calle Aire, última residencia del poeta.
Para conocer a fondo a Cernuda conviene leer atentamente su obra Ocnos, título que él explicó precisamente unos días antes de morir: “Librito que creció, aunque no mucho, y la búsqueda de un título ocupó al autor, hasta hallar en Goethe mención de Ocnos, personaje mítico que trenza los juncos que han de servir como alimento a su asno. Halló cierta ironía justa en dar el nombre de Ocnos como título del libro, se tome al asno como símbolo del tiempo que todo lo consume, o del público igualmente inconsciente y destructor», donde precisamente dedica una reflexión intimista, la tercera, al otoño en su tierra, que la vuelvo a leer de forma pausada con la ilusión y expectativa de la primera vez, porque me aporta otra forma de vivir con encanto esta estación tan mágica y controvertida:
Encanto de tus otoños infantiles, seducción de una época del año que es la tuya, porque en ella has nacido.
La atmósfera del verano, densa hasta entonces, se aligeraba y adquiría una acuidad a través de la cual los sonidos eran casi dolorosos, punzando la carne como la espina de una flor. Caían las primeras lluvias a mediados de septiembre, anunciándolas el trueno y el súbito nublarse del cielo, con un chocar acerado de aguas libres contra prisiones de cristal. La voz de la madre decía: “Que descorran la vela”, y tras aquel quejido agudo (semejante al de las golondrinas cuando revolaban por el cielo azul sobre el patio), que levantaba el toldo al plegarse en los alambres de donde colgaba, la lluvia entraba dentro de casa, moviendo ligera sus pies de plata con rumor rítmico sobre las losas de mármol.
De las hojas mojadas, de la tierra húmeda, brotaba entonces un aroma delicioso, y el agua de la lluvia recogida en el hueco de tu mano tenía el sabor de aquel aroma, siendo tal la sustancia de donde aquél emanaba, oscuro y penetrante, como el de un pétalo ajado de magnolia. Te parecía volver a una dulce costumbre desde lo extraño y distante. Y por la noche, ya en la cama, encogías tu cuerpo, sintiéndolo joven, ligero y puro, en torno de tu alma, fundido con ella, hecho alma también él mismo.
Cuando finalizo su lectura, recupero el sentimiento de otoño que tenía Cernuda, expresado también en otro poema con palabras bellas: Llueve el otoño aún verde como entonces / Sobre los viejos mármoles, / Con aroma vacío, abriendo sueños. / Y el cuerpo se abandona. Me consuela saber que puedo abrir sueños, abandonando todo lo que hoy nos sobra para comprenderlos este otoño, porque el tiempo consume todo lo que ocurre y hay que saber alimentarlo, como sabía hacer Ocnos, el personaje mítico que entusiasmó a Cernuda.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
No me refiero, obviamente, a Lole y Manuel, sino a dos participantes en la nueva edición del programa “La voz” que sigo de vez en cuando por mi amor a la música y, sobre todo, a las personas que empiezan a vivir muy unidos a ella en cualquiera de sus manifestaciones. La historia de artistas andaluces se repite para bien de todos. En este caso, Dolores y Manuel o Manuel y Dolores, son dos andaluces, sevillana ella y valverdeño él, que han logrado pasar la audición a ciegas a la que han sido sometidos en el programa citado. Lo sorprendente en este caso es que Dolores Berg ya la conocía por una presentación que hizo con el conjunto con el que cantaba entonces, Cadencia, en la sede de la FNAC, con motivo de su inauguración, en mayo de 2007. Me emocionó aquella actuación y escribí un post en este cuaderno digital, Cadencia, en el que ensalzaba su forma de interpretar y bailar como los ángeles: “Ayer asistí a un espectáculo de sensaciones. A una persona tan amante del cerebro y de sus estructuras, este tipo de experiencias solo hace reforzar la importancia de los sentimientos y de las emociones en estado puro. Fue con motivo de los actos programados por FNAC, en los días esplendorosos de su inauguración en Sevilla. Su composición escénica, y la música y las palabras que lanza al aire Dolores cuando canta, baila, cuando abre sus manos y sus dedos juegan con dibujos imaginables para todas y todos los asistentes, generan un sentimiento de participación activa haciendo muy grande el escenario, su forma de hacer música, dando el protagonismo a todas las personas que como ayer, llenábamos el pequeño espacio destinado a tal fin por FNAC”. Si algo le honraba a Cadencia es que hacía sentir, es que transmitía, es que contagiaba, tanto en la alegría como en la nostalgia. Y Dolores era la protagonista de estas bellas acciones.
Cuando el pasado viernes escuché a Dolores de nuevo cantando una versión muy personal de Lucía, la que tanto identificó a Serrat con la más bella historia de amor que tuvimos o podríamos tener en un momento de nuestra vida, volví a recordar las palabras que resumían aquella actuación lejana en el tiempo, en la sede de FNAC, porque Dolores cantaba “[…] con una voz a veces sensible y a veces desgarrada por cada palabra transmitida, con una sonrisa demostrativa de su calidad afectiva, con bailes elegantes y manos diestras en castañuelas, conga y las caricias al sartal de conchas”. Finalmente, se volvieron Alejandro Sanz y Antonio Orozco, andaluces de cuna o de adopción, descubriendo el alma secreta de Dolores que ha vuelto a cantar con la sensibilidad que yo descubrí aquella noche francesa. Ella optó por quedarse con Antonio Orozco, haciendo caso a la razón de su corazón y a la indicación de su hija.
A Manuel Cabello lo descubrí el día de su actuación, aunque sabía muchas cosas de él con anterioridad a través de mi familia, por haber nacido en Valverde del Camino (Huelva), pueblo al que quiero con el corazón desde hace muchos años y porque pude conocer bien a su madre, excelente cuidadora de almas mayores, de la que sólo tenemos agradecimientos especiales en nuestra familia. Era obvio considerar el alma musical de Manuel, que pude comprobar al escucharlo atentamente al piano y cruzando sus notas con su voz especial interpretando “Y sin embargo”, alcanzando un momento mágico sobre el escenario al interpretar la misma canción en forma de dueto junto a Pablo López, su gran sueño y espejo musical, con la sombra alargada de Joaquín Sabina a través de su letra.
Casualmente, escuché ayer al Dr. Valentín Fuster, desde Nueva York, hablar sobre la verdadera situación actual de la pandemia en nuestro país y lo que él y su equipo científico están haciendo por contrarrestar sus devastadores efectos en beneficio de la sociedad mundial, que tanto agradezco, aunque si lo traigo a colación ahora es porque en cierta ocasión, en 2013, en una visita a España, dijo algo verdaderamente deslumbrante para nuestro país, tan amigo de pecados capitales y descrédito de lo propio, más que de lo ajeno y que necesita urgentemente transmitir positividad: “Yo puedo estar hablando todo el rato del desastre que hay en España. Pero igual podemos sacar unos minutos para saber si algo funciona…”, si “algo” se hace bien, o lo que es lo mismo, puedo estar hablando todo el rato de lo que no nos gusta de Andalucía, pero igual podemos sacar unos minutos para saber si algo funciona… Y comprobaremos que es verdad, que funcionan muchas cosas en esta maravillosa región, de la que dos dignos representantes, Dolores y Manuel, Manuel y Dolores, tanto monta monta tanto, en un programa de talentos de la voz, han pronunciado palabras andaluzas excelentes a través de la música, habiendo sido elegidos en unas audiciones a ciegas, desconociendo sus mentores su origen, por su forma de ser y cantar, por su forma de decir a España y a quien quiera escucharlos que sin embargo, a pesar de la situación actual, el Sur también existe, canta y resiste.
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El otoño es una estación que apesadumbra a muchas personas. Estos días estoy buscando el sentido a esos días que llegan, cortos, con nubes y lluvia, asomando el frío, que son realidades incontestables, pero que cada uno, cada una, lo vive según el cristal de otoño con el que se miran. Hoy he buscado una respuesta en Rafael Alberti, a quien tanto admiro desde hace ya muchos años, que tanto me ha entregado en tantos caminos, veredas, mares y riberas que he recorrido, surcado o, finalmente, atracado, deteniéndome en un poema de contrarios, Nuevos retornos del otoño, que me permite comprender qué significa el alma humana cuando se inunda de tristeza casi sin saber por qué, atenazándonos a veces hasta llevarnos a pensar que hay que tirar la toalla de ser diferentes o singulares sorteando como podemos la mediocridad que nos embarga. O sorteando la tentación de abandonar el barco del compromiso activo diario, en todos los frentes posibles, situación que siempre resuelvo aferrándome como puedo y me permite mi leal saber y entender, a mi sitio fijo en la amura de babor de “La isla desconocida”, la carabela imaginaria de José Saramago en su “Cuento de la isla desconocida”, que me acompaña siempre que inicio un viaje hacia alguna parte: “Si no sales de ti, no llegas a saber quién eres, El filósofo del rey, cuando no tenía nada que hacer, se sentaba junto a mí, para verme zurcir las medias de los pajes, y a veces le daba por filosofar, decía que todo hombre es una isla, yo, como aquello no iba conmigo, visto que soy mujer, no le daba importancia, tú qué crees, Que es necesario salir de la isla para ver la isla, que no nos vemos si no nos salimos de nosotros, Si no salimos de nosotros mismos, quieres decir, No es igual”.
Abro mi viejo libro Poesía, de Alberti, con sus tapas de piel ya gastada y me detengo en la página 918 para leer el poema citado (1), que recuerdo golpe a golpe, verso a verso, a modo de retorno de lo vivo lejano:
Nos dicen: Sed alegres. Que no escuchen los hombres rodar en vuestros cantos ni el más leve ruido de una lágrima. Está bien. Yo quisiera, diariamente lo quiero, más hay horas, hay días, hasta meses y años en que se carga el alma de una justa tristeza y por tantos motivos que luchan silenciosos rompe a llorar, abiertas las llaves de los ríos.
Miro el otoño, escucho sus aguas melancólicas de dobladas umbrías que pronto van a irse. Me miro a mí, me escucho esta mañana y perdido ese miedo que me atenaza a veces hasta dejarme mudo, me repito: Confiesa grita valientemente que quisieras morirte.
Di también: Tienes frío. Di también: Estás solo, aunque otros te acompañen. ¿Qué sería de ti si al cabo no volvieras? Tus amigos, tu niña, tu mujer, todos esos que parecen quererte de verdad, ¿qué dirían?
Sonreíd. Sed alegres. Cantad la vida nueva. Pero yo sin vivirla, ¡cuántas veces la canto! ¡Cuántas veces animo ciegamente a los tristes, diciéndoles: Sed fuertes, porque vuestra es el alba!
Perdonadme que hoy sienta pena y la diga. No me culpéis. Ha sido la vuelta del otoño.
Miro al horizonte cercano, el que me rodea y comprendo que el alba de la vida puede ser también nuestra en Otoño.
(1) Alberti, Rafael (1972). Poesía (1924-1967). Madrid : Aguilar
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Federico García Lorca cantó el azul de su cielo, tal y como lo expresó en un poema, Ritmo de Otoño (Libro de Poemas, 1921), dedicado a Manuel Ángeles y que escribió en 1920, cuando sólo tenía 22 años, aunque ese color lo pintara como algo imposible de alcanzar en esta estación por parte de almas inquietas. Manuel Ángeles Ortiz fue un amigo entrañable de García Lorca, “un hermano”, un pintor excepcional, que acabó en el exilio francés, falleciendo en París en 1984. En 1989 volvió a España, a su tierra de adopción, Granada, donde fue enterrado en el cementerio de San José para respetar su voluntad de volver a su ciudad tan querida. Jorge Semprún, Ministro de Cultura de aquella época, envió un telegrama a su familia con un mensaje de respeto a la memoria democrática en este país: “vuelve al fin del destierro Manolo Ángeles Ortiz. Todos hemos ido volviendo. También los que se quedaron. Aquí estamos juntos, los vivos y los muertos. En esta tierra. Para desterrar de ella toda amenaza del destierro político”.
Me imagino que cuando Federico escribió este poema pensaría en él, en un otoño al que se le escapaba entre las manos y sus ojos el azul que él creía imposible, recordando que siempre animaba a cantar a su “hermano” Manuel para comprender mejor la vida, según cuenta el pintor: “Fue una fiesta simpática y alegre. Cantaban a coro familiares y amigos romanzas y fragmentos de zarzuelas. Recuerdo que una de las cosas que cantaban era aquello tan popular de: ‘Por fin te miro, Ebro famoso…’ de ‘Gigantes y Cabezudos’. Pero como yo era muy tímido, empezaba a cantar y miraba a unos y a otros, me daba vergüenza y me callaba. Entonces mi madre me decía: ¡Niño canta! ¡Pero, canta, niño! Esto no lo olvidó nunca Federico y ya, para siempre, de vez en cuando, me decía: ¡Niño, canta!” (1). Era tanto el aprecio del poeta a Manuel, que llegó a decir de él que “La poesía de su pintura y la pintura de mi poesía nacen del mismo manantial”.
Ahora sólo queda leer en Otoño estas palabras de García Lorca, porque quizá nos ayuden a comprender bien el ritmo de esta estación tan peculiar, tan osadamente diferente por la inquietante paleta de colores de la vida de cada cual, pero donde podemos adquirir el compromiso de descubrir la importancia de la amistad, sentimiento que cuidó con tanto detalle el poeta, aunque no podamos escribir sobre ella con la magia de sus palabras, nacidas en el manantial de su persona de secreto:
Amargura dorada en el paisaje. El corazón escucha.
En la tristeza húmeda el viento dijo: Yo soy todo de estrellas derretidas, sangre del infinito. Con mi roce descubro los colores de los fondos dormidos. Voy herido de místicas miradas, yo llevo los suspiros en burbujas de sangre invisibles hacia el sereno triunfo del amor inmortal lleno de Noche.
Me conocen los niños, y me cuajo en tristezas. Sobre cuentos de reinas y castillos, soy copa de luz. Soy incensario de cantos desprendidos que cayeron envueltos en azules transparencias de ritmo. En mi alma perdiéronse solemnes carne y alma de Cristo, y finjo la tristeza de la tarde melancólico y frío. El bosque innumerable.
Llevo las carabelas de los sueños a lo desconocido. Y tengo la amargura solitaria de no saber mi fin ni mi destino.
Las palabras del viento eran suaves con hondura de lirios. Mi corazón durmiose en la tristeza del crepúsculo.
Sobre la parda tierra de la estepa los gusanos dijeron sus delirios.
Soportamos tristezas al borde del camino. Sabemos de las flores de los bosques, del canto monocorde de los grillos, de la lira sin cuerdas que pulsamos, del oculto sendero que seguimos. Nuestro ideal no llega a las estrellas, es sereno, sencillo: quisiéramos hacer miel, como abejas, o tener dulce voz o fuerte grito, o fácil caminar sobre las hierbas, o senos donde mamen nuestros hijos.
Dichosos los que nacen mariposas o tienen luz de luna en su vestido. ¡Dichosos los que cortan la rosa y recogen el trigo! ¡Dichosos los que dudan de la muerte teniendo Paraíso, y el aire que recorre lo que quiere seguro de infinito! Dichosos los gloriosos y los fuertes, los que jamás fueron compadecidos, los que bendijo y sonrió triunfante el hermano Francisco. Pasamos mucha pena cruzando los caminos. Quisiéramos saber lo que nos hablan los álamos del río.
Y en la muda tristeza de la tarde respondioles el polvo del camino: Dichosos, ¡oh gusanos!, que tenéis justa conciencia de vosotros mismos, y formas y pasiones, y hogares encendidos. Yo en el sol me disuelvo siguiendo al peregrino, y cuando pienso ya en la luz quedarme, caigo al suelo dormido.
Los gusanos lloraron, y los árboles, moviendo sus cabezas pensativos, dijeron: El azul es imposible. Creíamos alcanzarlo cuando niños, y quisiéramos ser como las águilas ahora que estamos por el rayo heridos. De las águilas es todo el azul. Y el águila a lo lejos: ¡No, no es mío! Porque el azul lo tienen las estrellas entre sus claros brillos. Las estrellas: Tampoco lo tenemos: está entre nosotras escondido. Y la negra distancia: El azul lo tiene la esperanza en su recinto. Y la esperanza dice quedamente desde el reino sombrío: Vosotros me inventasteis corazones, Y el corazón: ¡Dios mío!
El otoño ha dejado ya sin hojas los álamos del río.
El agua ha adormecido en plata vieja al polvo del camino. Los gusanos se hunden soñolientos en sus hogares fríos. El águila se pierde en la montaña; el viento dice: Soy eterno ritmo. Se oyen las nanas a las cunas pobres, y el llanto del rebaño en el aprisco.
La mojada tristeza del paisaje enseña como un lirio las arrugas severas que dejaron los ojos pensadores de los siglos.
Y mientras que descansan las estrellas sobre el azul dormido, mi corazón ve su ideal lejano y pregunta: ¡Dios mío! Pero, Dios mío, ¿a quién? ¿Quién es Dios mío? ¿Por qué nuestra esperanza se adormece y sentimos el fracaso lírico y los ojos se cierran comprendiendo todo el azul?
Sobre el paisaje viejo y el hogar humeante quiero lanzar mi grito, sollozando de mí como el gusano deplora su destino. Pidiendo lo del hombre, Amor inmenso y azul como los álamos del río. Azul de corazones y de fuerza, el azul de mí mismo, que me ponga en las manos la gran llave que fuerce al infinito. Sin terror y sin miedo ante la muerte, escarchado de amor y de lirismo, aunque me hiera el rayo como al árbol y me quede sin hojas y sin grito.
Ahora tengo en la frente rosas blancas y la copa rebosando vino.
NOTA: La imagen corresponde a la portada de la publicación de esta obra de Antonina Rodrigo, revisada, aumentada y actualizada sobre la edición primera en 1984, en Plaza & Janés, que se llevó a cabo en 2010 por la interesante editorial Zumaque, con sede en Alcalá la Real (Jaén).
(1) Rodrigo, Antonina (2010). Federico García Lorca y Manuel Ángeles Ortíz. Memorias de Granada. Alcalá la Real (Jaén): Zumaque.
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Así lo sintió Miguel Hernández, en su difícil vida y obra, expresándolo de forma muy especial en El otoño triste:
Ya el otoño frunce su tul de hojarasca sobre el suelo, y en vuelo repentino, la noche atropella la luz.
Todo es crepúsculo, señoreando en mi corazón. Hoy no queda en el cielo ni un remanso de azul.
Qué pena de día sin sol. Qué melancolía de luna tan pálida y sola, ay que frío y ay que dolor.
¿Dónde quedó el calor del tiempo pasado, la fuerza y la juventud que aún siento latir?
Se fue quizás con los días cálidos, de los momentos que a tu lado viví. Y así esperando tu regreso, otro otoño triste ha llegado sin ti .
Me resisto a vivir esta estación con su halo de tristeza, pero escucho a Miguel Hernández y aprendo su forma de sentir la llegada del otoño con palabras bellísimas. Es verdad que la hojarasca suena ya de una forma especial, que la luz de cada día languidece en una competición pausada de día y noche, falta el color azul que tanto nos ha pintado el verano, el sol lucha por hacerse presente entre tanta nube recurrente, mengua la luz lunar sin descanso, ausentándose de puntillas el calor. Acudo puntualmente a mi rincón de pensar con la ilusión de que todo lo que espero llegue a tiempo, a pesar de la tristeza que Miguel Hernández anuncia por su soledad sonora, por sus ausencias, acompañando de la mano al otoño.
Cuando estoy cerca de Miguel Hernández en este otoño vírico, triste pero digno, deseo comprometerme cada día más con el respeto activo de la memoria histórica y democrática en nuestro país. Él dijo antes de morir que «Aunque el otoño de la historia cubra vuestras tumbas con el aparente polvo del olvido, jamás renunciaremos ni al más viejo de nuestros sueños». Esa tristeza sí la comprendo bien y me lleva a no participar en silencios cómplices bajo el paraguas del otoño de la Transición, a secas, porque no podemos renunciar a nuestros sueños de paz y libertad que, recordándolo hoy, fueron también de él, de un poeta ejemplar y digno.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Ayer se publicó en el Boletín Oficial del Estado, el Real Decreto-ley 28/2020, de 22 de septiembre, de trabajo a distancia, realidad sobre la que ya publiqué una serie en una fase avanzada de su tramitación legal en el pasado mes de junio, donde afirmé que el teletrabajo había venido para quedarse con ocasión de la pandemia. Analicé en cuatro artículos (1) diversas perspectivas del proyecto de ley que se estaba tramitando en ese momento, abordando cuestiones de alto interés general laboral y social, como es el ámbito estratégico en el que se debe desenvolver la implantación de esta legislación actual que entrará en vigor en veinte días a partir de la fecha de publicación del texto legal.
Vuelvo a insistir en la necesidad de acercarse con información técnica solvente a la problemática actual del teletrabajo, siendo muy recomendable la atenta lectura del documento de trabajo más reciente elaborado por la OIT, que lleva por título “Trabajar en cualquier momento y en cualquier lugar: consecuencias en el ámbito laboral”, que considera el impacto del teletrabajo/TICtrabajo móvil (T/TICM) en el mundo laboral, sintetizando la investigación llevada a cabo por la red de corresponsales europeos de Fundación Europea para la Mejora de las Condiciones de Vida y de Trabajo (Eurofound) y consultores de OIT. T/TICM se puede definir como el uso de tecnologías de la información y las comunicaciones –como teléfonos inteligentes, tabletas, portátiles y ordenadores de sobremesa– para trabajar fuera de las instalaciones del empleador. Hago esta referencia para tener una perspectiva amplia del asunto que estamos tratando, con altura de miras y para profundizar en los “hallazgos” que el informe presenta, así como los siete indicadores políticos de suma importancia a considerar, que traté con detalle en mi primer artículo sobre el teletrabajo citado anteriormente y que según mi criterio se deberían revisar concienzudamente en una evaluación continua de la nueva norma, con objeto de que se puedan emitir juicios bien informados.
Abordando directamente el texto publicado, creo conveniente hacer las siguientes observaciones al mismo:
1. El Real Decreto-ley, un logro de la cooperación del Gobierno con las fuerzas sociales, que hay que reconocer, está desdibujado al figurar en el mismo múltiples disposiciones que nada tienen que ver con el objeto contemplado en su título, al aprovechar con misión bus de acompañamiento, regulaciones importantes en las más diversas materias legislativas, tal y como se señala a partir del apartado V de la Exposición de Motivos de la disposición. De esta forma, se estructura en cuatro capítulos, veintidós artículos, siete disposiciones adicionales, cuatro disposiciones transitorias y catorce disposiciones finales, acompañándose de un anexo, correspondiendo al título exacto de la disposición la totalidad de los capítulos, las disposiciones adicionales primera y segunda, las disposiciones transitorias primera, segunda y tercera, siendo las disposiciones finales primera, segunda y tercera las que provienen del Acuerdo sobre Trabajo a Distancia.
2. Es importante destacar que no hay que confundir trabajo a distancia con teletrabajo o con trabajo remoto excepcional y obligatorio, es decir, esta norma va más allá de la legislación centrada en el teletrabajo, que se declara como “una subespecie que implica la prestación de servicios con nuevas tecnologías”. En la exposición de motivos se explica el camino recorrido por la legislación internacional, europea y española de las aproximaciones tímidas al trabajo a distancia, siendo el apartado III el que aborda curiosamente la superación del concepto clásico de trabajo a distancia por el de teletrabajo: “El trabajo a distancia, en su concepción clásica de trabajo a domicilio, como aquel que se realiza fuera del centro de trabajo habitual y sin el control directo por parte de la empresa y vinculado a sectores y ámbitos geográficos muy concretos, se ha visto superado por la realidad de un nuevo marco de relaciones y un impacto severo de las nuevas tecnologías. En la actualidad, más que trabajo a domicilio lo que existe es un trabajo remoto y flexible, que permite que el trabajo se realice en nuevos entornos que no requieren la presencia de la persona trabajadora en el centro de trabajo”. Me preocupa por tanto que no se haya contemplado en el título de la norma la palabra teletrabajo, tal y como se define ya en el marco europeo en la actualidad.
3. Se aborda un constructo muy interesante, la virtualización de las relaciones laborales, donde la presencia de las tecnologías es definitoria de esta norma, es decir, el teletrabajo es la base del trabajo a distancia dado que sin el poder de las tecnologías no sería factible llevarlo a cabo en los términos expuestos en el Real decreto-ley, como lo asevera la propia norma: “Esta virtualización de las relaciones laborales desvincula o deslocaliza a la persona trabajadora de un lugar y un tiempo concretos, lo que sin duda trae consigo notables ventajas, entre otras, mayor flexibilidad en la gestión de los tiempos de trabajo y los descansos; mayores posibilidades, en algunos casos, de una autoorganización, con consecuencias positivas, en estos supuestos, para la conciliación de la vida personal, familiar y laboral; reducción de costes en las oficinas y ahorro de costes en los desplazamientos; productividad y racionalización de horarios; fijación de población en el territorio, especialmente en las áreas rurales; compromiso y experiencia de la persona empleada; atracción y retención de talento o reducción del absentismo”. Todo ello gracias a que “La figura del teletrabajo como forma de trabajo a distancia está cogiendo auge frente a la organización empresarial tradicional, lo que sin duda trae consigo prácticas novedosas y más flexibles, lo que estimula cambios organizativos en las empresas y fortalece la formación y empleabilidad de las personas trabajadoras”.
4. No todo son ventajas, pero el trabajo a distancia en su sentido más estricto se desdibuja en favor del teletrabajo en sí mismo, con sus ventajas e inconvenientes, que también se señalan: “Sin embargo, también presenta posibles inconvenientes: protección de datos, brechas de seguridad, tecnoestrés, horario continuo, fatiga informática, conectividad digital permanente, mayor aislamiento laboral, pérdida de la identidad corporativa, deficiencias en el intercambio de información entre las personas que trabajan presencialmente y aquellas que lo hacen de manera exclusiva a distancia, dificultades asociadas a la falta de servicios básicos en el territorio, como la conectividad digital o servicios para la conciliación laboral y familiar, o traslado a la persona trabajadora de costes de la actividad productiva sin compensación alguna, entre otros”.
5. En cualquier caso, lo afirma el legislador en una frase que resume la situación en muy pocas palabras, “El teletrabajo se ha instalado en nuestro país como respuesta a las restricciones y medidas de contención de la pandemia aún vigentes, en un contexto legal caracterizado por la casi total ausencia de regulación específica”, situación que se aborda en el articulado del texto. Como abordaje de esta situación de improvisación funcional, más que legal, “El objetivo es proporcionar una regulación suficiente, transversal e integrada en una norma sustantiva única que dé respuestas a diversas necesidades, equilibrando el uso de estas nuevas formas de prestación de trabajo por cuenta ajena y las ventajas que suponen para empresas y personas trabajadoras, de un lado, y un marco de derechos que satisfagan, entre otros, los principios sobre su carácter voluntario y reversible, el principio de igualdad de trato en las condiciones profesionales, en especial la retribución incluida la compensación de gastos, la promoción y la formación profesional, el ejercicio de derechos colectivos, los tiempos máximos de trabajo y los tiempos mínimos de descanso, la igualdad de oportunidades en el territorio, la distribución flexible del tiempo de trabajo, así como los aspectos preventivos relacionados básicamente con la fatiga física y mental, el uso de pantallas de visualización de datos y los riesgos de aislamiento”.
A partir de aquí, es imprescindible leer con detalle el real decreto-ley para conocer en profundidad el desarrollo del mismo, que se atiene a lo contemplado en el Acuerdo de Trabajo a Distancia, fruto de la concertación social, basado en tres aspectos mínimos, que ya aparecen recogidos en el Acuerdo Marco Europeo sobre Teletrabajo: la definición de trabajo a distancia, su carácter voluntario para la persona trabajadora y empresa, así como la salvaguarda de la equidad de las personas que desarrollan trabajo a distancia “con los derechos garantizados por la legislación y los convenios colectivos aplicables a las personas comparables que trabajen o, de existir, trabajasen, en los locales de la empresa”.
La publicación de este Real Decreto-ley es una oportunidad extraordinaria para que el Estado tome la iniciativa urgente para legislar sobre el teletrabajo en la Administración Pública, en el marco de una estrategia digital de carácter público. En relación con la Administración es ya una tarea urgente, entendiéndose la citada estrategia como proceso organizativo mediante el cual el Gobierno Digital, a través de la Política Digital colectiva y sectorial, incorpora a sus funciones directivas y funcionales los sistemas y las tecnologías digitales de la información y comunicación, como escenario y motor de su progreso, y como modelo de integración tecnológica orientada a la ciudadanía.
Los empleados públicos, probablemente y con la nueva legislación prevista de teletrabajo, estarán muy pronto “deslocalizados” de sus tradicionales sedes de trabajo, conciliando vida personal y laboral de forma normal y rutinaria. La vida laboral será, a partir de ese momento, más amable para todos. El nuevo paradigma sobre el teletrabajo público y privado será muy pronto una realidad social en la clave que propugnaba Thomas S. Kuhn (1970), en su obra “The Structure of Scientific Revolutions”, cuando abordaba la realidad del nacimiento de un paradigma, entendido como una completa constelación de creencias, valores y técnicas, compartidas por los miembros de una determinada comunidad: “[…] un nuevo candidato a paradigma posee pocos adeptos. Con el tiempo, si son competentes, los mejorarán, explorarán posibilidades y mostrarán lo que sería pertenecer a la comunidad guiada por él. Aumentará el número y la fuerza de argumentos de persuasión. Gradualmente aumentarán los experimentos, libros, instrumentos; artículos y libros basados en el paradigma se multiplicarán”. En cualquier caso, queda mucho por hacer pero estamos viviendo momentos muy especiales que se deberían aprovechar para desarrollar con carácter urgente esta realidad laboral del teletrabajo, que afectará a millones de personas y familias en este país.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Le ocurrió a Neruda cuando volvió a Chile después de haber andado muchos caminos y abierto muchas veredas, navegando en cien mares y atracando en sus riberas, regresando a su casa de Isla Negra para encontrarse con sus juguetes grandes, los mascarones y mascaronas de proa. Allí nacieron los sesenta y ocho poemas de Estravagario, en lo que él llamó su periodo otoñal, representado por su Testamento de Otoño, donde escribió que él era un hombre lluvioso y alegre / enérgico y otoñabundo.
Iniciando esta estación, en la que navego siempre con mi cuaderno de “derrota”, en lenguaje marino, en busca de islas desconocidas que localizo de vez en cuando en mi vida, encuentro a modo de guía este testamento de Neruda, que me aproxima a realidades de un otoño muy particular que se llueve y se moja como los demás. Esta estación me lleva a pedir silencio, en la clave de su poema, Pido silencio, abriendo su Estravagario, en el que descubrimos que necesitamos estar tranquilos, repasando las cinco cosas o raíces que él quería, el amor sin fin, el grave invierno, la lluvia, los ojos de Matilde y poder ver el otoño: No puedo ser sin que las hojas / vuelen y vuelvan a la tierra, porque los días de esta estación se caen también como esas hojas amarillas y seca que ahora nos acompañan y suenan al pisarlas sin compasión, como quejándose del trato humano. Era cuanto quería, casi nada y casi todo.
El Testamento de Otoño es un conjunto armónico de versos, que cierran el Estravagario creado en su Isla Negra, en un momento de su vida adulta en la que reconsidera cuanto ha hecho y sentido. Así lo formula en su poema, marcando unas pautas a modo de confesión por lo vivido, lo que deja y lo que espera a través de su condición y predilecciones, identificando a sus enemigos y anunciándoles su herencia, declarando otros sectores a los que también incluye, contestando a algunos bien intencionados, preguntándose también a quién destina sus penas y cómo se olvida de sus penas y tristezas al triunfar sobre el odio, haciendo una declaración impecable de cómo se puede triunfar sobre él, dirigiéndose finalmente, con arrobamiento, a su amada, Matilde Urrutia.
Hay que leer el poema completo para comprender su momento existencial al escribir palabras que son una lección de cómo podemos hacer un alto en el camino en este Otoño y preguntarnos qué huellas estamos dejando en nuestra vida. Utilizo a modo de guion existencial sus palabras y descubro sugerencias maravillosas para saborearlas como persona lluviosa y otoñabunda que soy, porque a veces navegamos en mares procelosos como vagabundos de alma inquieta. Siguiendo la estructura de su Testamento de otoño, me quedo con las siguientes declaraciones de principios: mi corazón no tiene tregua, porque donde menos me esperan / yo llegaré con mi equipaje / a cosechar el primer vino / en los sombreros del Otoño. Me acomodo como el viento en este otoño con las hojas más amarillas:
A lo largo de los renglones / habrás encontrado tu nombre, / lo siento muchísimo poco, / no se trataba de otra cosa / sino de muchísimas más, / porque eres y porque no eres / y esto le pasa a todo el mundo, / nadie se da cuenta de todo / y cuando se suman las cifras / todos éramos falsos ricos: / ahora somos nuevos pobres.
En relación con nuestros probables enemigos, Neruda nos enseña a identificarlos en la vida diaria porque cada uno vive su exilio interno y externo: Dejo pues a los que me ladraron / mis pestañas de caminante, / mi predilección por la sal, / la dirección de mi sonrisa / para que todos lo lleven / con discreción si son capaces: / ya que no pudieron matarme / no puedo impedirles después / que no se vistan con mi ropa / que no aparezcan los domingos / con trocitos de mi cadáver, / certeramente disfrazados. / Si no dejé tranquilo a nadie / no me van a dejar tranquilo, / y se verá y eso no importa: / publicarán mis calcetines.
Sobre todo, me interesan sus palabras a los bien intencionados, a los que cuesta a veces identificar entre los más próximos: Me preguntaron una vez / por qué escribía tan oscuro, / pueden preguntarlo a la noche, / al mineral, a las raíces. / Yo no supe qué contestar / hasta que luego y después / me agredieron dos desalmados / acusándome de sencillo: / que responda el agua que corre / y me fui corriendo y cantando. Continúa con una declaración de su herencia, precisamente a los que más le odiaban por su ideología: Al odio le dejaré / mis herraduras de caballo, / mi camiseta de navío, / mis zapatos de caminante, / mi corazón de carpintero, / todo lo que supe hacer / y lo que me ayudó a sufrir, / lo que tuve de duro y puro, / de indisoluble y emigrante, / para que se aprenda en el mundo / que los que tienen bosque y agua / pueden cortar y navegar, / pueden ir y pueden volver, / pueden padecer y amar, / pueden temer y trabajar, / pueden ser y pueden seguir, / pueden florecer y morir, / pueden ser sencillos y oscuros, / pueden no tener orejas, / pueden aguantar la desdicha, / pueden esperar una flor, / en fin, podemos existir… (con unas palabras finales que no reproduzco para no herir la sensibilidad del lector o lectora).
Finaliza con unas palabras de amor hacia Matilde Urrutia, una compañera de vida en momentos difíciles, que resumo en versos inolvidables: Mi amor es un niño que llora: / no quiere salir de tus brazos, / yo te lo dejo para siempre: / eres para mí la más bella, recordándonos que él era un hombre lluvioso y otoñabundo: Es el alto otoño del mar / lleno de niebla y cavidades, / la tierra se extiende y respira, / se le caen al mes las hojas. / Y tú inclinada en mi trabajo / con tu pasión y tu paciencia / deletreando las patas verdes, / las telarañas, los insectos / de mi mortal caligrafía. Más adelante, pronuncia la declaración de la deuda eterna: Te debo el otoño marino / con la humedad de las raíces / y la niebla como una uva /y el sol silvestre y elegante […].
Leer este poema nos ayuda a comprender mejor esta estación que invita a la reflexión y algo mágico en nuestras vidas: analizar las huellas que dejamos e identificar lo que más amamos. Al fin y al cabo, nos damos cuenta de que somos seres lluviosos y otoñabundos, sobre todo cuando contemplamos cómo se le caen a este otoño las hojas vivas, los días, casi sin darnos cuenta.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Hoy, a las 15:31, se igualan el día y la noche, en una ceremonia temporal y puntual que nunca falla y que los sabios del lugar llaman equinoccio. Es un aviso para los que nos gusta otoñar, porque también se puede humanizar este tiempo y su momento si somos capaces de aprehenderlo en su justo sentido. Por ejemplo, acudir prestos a compartir esta estación con el poeta Ángel González, aunque él me acompaña siempre a lo largo del año y sus otras estaciones. Vuelvo a leer sus poemas dedicados a los Otoños, en plural, porque existen millones de otoños, los que vive cada ser humano a su forma y manera: mi otoño, tu otoño, su otoño, nuestro otoño, vuestro otoño, el otoño de ellos, de ellas…, el otoñar de todos. De todas formas, los otoños de González me inspiran otra forma de comprender la vida y me gusta compartirlo para hacer más llevadero ese ser y estar en el mundo de todos y cada uno, otoñando la vida.
Comienza su entrega de sentimientos y emociones con un poema precioso, El otoño se acerca, que vuelvo a compartir hoy:
El otoño se acerca con muy poco ruido: apagadas cigarras, unos grillos apenas, defienden el reducto de un verano obstinado en perpetuarse, cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.
Se diría que aquí no pasa nada, pero un silencio súbito ilumina el prodigio: ha pasado un ángel que se llamaba luz, o fuego, o vida.
Y lo perdimos para siempre.
Lo he manifestado en otoños anteriores: hoy, busco el ángel que se llamaba luz, fuego, o vida, y no lo encuentro, rodeado de malas noticias por todas partes, en un país con desasosiego permanente desde hace ya varios años, en este otoño que ha entrado con el ruido del coronavirus que nos asola, que nos distancia. Al menos, podemos encontrar un ángel, en medio de tantos demonios, de apellido González. Lo agradezco, porque necesitamos momentos amables en esta azarosa vida, en este otoño en el que estamos obligatoriamente obligados a otoñar de una forma diferente, para no perder para siempre ángeles que necesita este país, que necesitamos todos, con nombres preciosos: luz, fuego y vida.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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