Sevilla, 14/VIII/2020
Desde hace un mes y medio estoy esperando un regalo desde China que viaja en el tren transcontinental, desconociendo en la actualidad y con exactitud su punto de partida, -¿quizás la antigua Quinsai visitada por Marco Polo, hoy Hangzhou?-, el 19 de junio pasado, siguiendo un itinerario sorprendente, la nueva ruta de la seda. Hasta el momento en el que escribo estas líneas, sigo en situación de espera y muy atento a cómo va a continuar su viaje, pendiente de que se decida su salida en el International Hub de Duisburgo (Alemania), donde llegó el pasado 5 de agosto, habiendo recorrido varios países y estaciones concretas tales como Alataw Pass o Puerta de Zungaria, un puerto de montaña fronterizo localizado entre la República Popular China al este y la República de Kazajistán al oeste, Rusia, Malasevic (Lublin, Polonia) y la llegada descrita a Duisburgo después de atravesar Bielorrusia.
Han transcurrido curiosamente 55 días desde que adquirí el regalo, que afortunadamente no está en Pekín, sino en un contenedor hermético rotulado en mandarín y viajando hacia Europa como los gusanos de seda (Bombyx mori) del siglo primero antes de Cristo. Para sobrellevar este largo viaje, instructivo por otra parte, repaso el atlas de mi infancia en una longitud de casi nueve mil kilómetros, subido a ese tren imaginario que avanza por trazados casi imposibles y con la ardiente impaciencia de saber por dónde va el susodicho regalo. Inmediatamente acudo a un clásico de viajes, como si fuera un Marco Polo redivivo, para intentar comprender la importancia de la seda desde su descubrimiento en China, unos mil quinientos años antes de Cristo y por qué se dio tanta importancia a esta fibra tan deseada por los detentadores de grandes poderes en la historia, civiles y religiosos sobre todo.
En esta larga espera he buscado en mi biblioteca Los viajes de Marco Polo o Libro de las maravillas, para comprender bien cuál es el atractivo de estos largos viajes por China y por su cultura, en la que el protagonismo del comerciante veneciano encuentra acomodo en los relatos que dictó a un amanuense, Rustichello de Pisa, que le acompañó durante su encarcelamiento en Génova en los años 1298 y 1299. De todas formas, he comprendido bien que el libro era más bien un tratado para mercaderes, puro y duro, sin muchas contemplaciones (aunque dicho en italiano suena como más elegante: Pratica della mercatura), porque con ocasión de la razón de mercado los viajes eran una forma de distraer la atención del auténtico sentido de su larga estancia en China. Sabemos por él que el papel para convertirlo en dinero era extraído de la corteza de la morera (morus alba). De ahí es probable que surgiera el nombre primitivo de su libro, El Millón, no los que conocemos hoy. Tres nombres y un origen o destino.
Marco Polo asombró al mundo con las maravillas que había contemplado, por ejemplo en China: “Quinsai, la moderna Hangzhou, la antigua capital de la vencida dinastía Song en Mangi (nombre que los mongoles daban a la China meridional), se reveló al veneciano como un lugar de maravilla absoluta que no dudó en definir como «un paraíso». En aquella época, la ciudad contaba con más de un millón de habitantes y sus dimensiones eran enormes. Todas las cantidades se cuentan por miles: 12.000 puentes, 100.000 guardias, 4.000 baños públicos, 30.000 soldados, banquetes con 10.000 comensales, palacios de 1.000 habitaciones, 1.600 millares de edificios, 50.000 personas en la plaza del mercado… Tanta es la admiración por este monstruo urbanístico y su comarca que le es difícil expresarla en palabras: “Es verdaderamente muy costoso describir la gran nobleza de esta provincia y, por lo tanto, callaré” (1).
Ensimismado en la lectura del comerciante veneciano, sigo sentado en la estación imaginaria de Duisburgo, paseando virtualmente, de vez en cuando, por esta ciudad, que se ha reconvertido en el nudo más importante de Alemania en relación con el tráfico ferroviario internacional, después de una larga crisis por la reconversión minera, atento a que en cualquier momento me avise el móvil de que el regalo citado sigue su largo viaje para completar una nueva ruta comercial de la nueva “seda” china. Dos mil quinientos años después, se repite la historia y espero con ardiente impaciencia la llegada a puerto, aeropuerto o estación, del regalo que viene de China, como si se tratara de la seda más bella del mundo, la “nueva seda”.
NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de https://es.wikipedia.org/wiki/Nueva_Ruta_de_la_Seda
(1) https://historia.nationalgeographic.com.es/a/marco-polo-y-maravillas-oriente_7469/6
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Debe estar conectado para enviar un comentario.