
Sevilla, 30/VIII/2020
He visto hoy una campaña publicitaria de un banco de este país para abrir una cuenta en su entidad, con un eslogan de proximidad no inocente a las vivencias humanas y artísticas reflejadas en el dinero, que poderoso caballero es: “La cuenta del banco que ve tu dinero como lo ves tú”. Junto a esta frase lapidaria figuran diversas reproducciones de billetes con la pintora colombiana Débora Arango Pérez o de Comenio, con el símbolo quizás de la educación en la aproximación de las manos de un maestro y su alumno o alumna, como homenaje a la creación de la Didáctica, según figura en un grabado de su obra más importante, Orbis Sensualium Pictus (El mundo en imágenes), el primer libro ilustrado para niños y niñas de Occidente.
Esta imagen del billete que comenzó su curso legal en 1993 en la República Checa, como reverso del mismo y como homenaje a Comenio, me ha impresionado por la similitud con la que aparece en el fresco de la bóveda en la Capilla Sixtina, porque simboliza muy bien el problema de la distancia o proximidad humana: Dios, aparentemente cerca, está acompañado mientras que Adán está solo y les separan, según Miguel Ángel, unos centímetros mágicos, no inocentes. Todo en silencio y sin diálogo, como presagio de lo que pasaría después como mensaje para los siglos de los siglos a través de la creación y de la evolución, porque en esa distancia histórica está simbolizada la razón de existir y las creencias de millones de personas que han poblado y pueblan este planeta. En el caso del billete checo, no es lo mismo porque ya no están separadas las manos sino que se reflejan como fundidas en el acto de educar.
Junto a estas interpretaciones, quiero fijarme sobre todo en el fondo y forma de la citada campaña, que es lo que tiene marcado interés para mí ante una pregunta inquietante: ¿vemos el banco y yo, de la misma forma, mi dinero? Creo que no, sinceramente, porque los intereses no son los mismos, por mucha carga ideológica que se quiera transmitir a través de las reproducciones citadas, no inocentes por cierto. Es legítima, pero creo que se debería cuidar mucho más el fondo de lo que se quiere transmitir porque no todo vale. Los valores artísticos de Débora Arango y los de Comenio a través de su ingente obra didáctica, no estuvieron vinculados nunca con el dinero, porque no suele ser buen compañero de viajes éticos por la vida.

Me asombra que en la campaña se haya recogido una imagen de la pintora colombiana porque su vida fue un testimonio contracultural permanente y no sé si el banco promotor la conoce bien: “La pintura de Débora Arango tiene mucho de panfleto, de manifiesto, de indignación. Como la obra de Fernando González. En todo caso, es cualquier cosa menos decorativa. Como le hubiera convenido al éxito de una muchacha antioqueña de su clase en ese lugar y esos tiempos. La pintura de Débora Arango no halaga. Ni acompaña. Ni aquieta. Incita al asco, fustiga. Es gesto de rebeldía. Un crítico dijo que allí, en Envigado, una muchacha de la clase alta se adelantaba entonces a lo que hacían los vanguardistas europeos. La acuarela, agua y luz, fluidez, transparencia, entonces era una técnica de paisajistas, de pintores de flores de fin de semana, de bodegones con peras. Pero la más amable de las técnicas del pintor con ella abandonó su prestigiosa pureza. El pincel punza, denuncia, es repulsa, deforma. La luz se ensucia y el agua se endurece” (1). Sin más comentarios.
La gran pregunta que esconde la campaña también me perturba de verdad: ¿cómo vemos el dinero? o resumiendo y hablando claro y pronto ¿qué es el dinero? Existen dos acepciones del lema en el Diccionario usual de la Real Academia Española, la primera y la última (ed. del Tricentenario, 2019), que comprendemos bien hoy: moneda corriente y medio de cambio o de pago aceptado generalmente. Sin lugar a dudas, se sabe qué es y en qué consiste tenerlo o no, verlo de una forma u otra. Quevedo ya lo declaró como poderoso caballero. Pero un tal Sheldon G. Adelson, el poderoso magnate de Las Vegas, que estuvo buscando en 2012 el mejor sitio para reproducir ese “sueño americano” en España, dijo en una ocasión algo que no es inocente en los tiempos que corren: “Las Vegas es más o menos como lo haría Dios si tuviera dinero” (2). En algo sí acierta este poderoso caballero: Dios no tiene dinero. Él lo simbolizó muy bien, a su manera: tener o ver dinero te permite rivalizar con Dios, aunque las crónicas de más de treinta siglos, dicen que Él no lo tiene, que es pobre. Y esa realidad lo deja tranquilo. Pero, francamente, utilizar el modelo del imperio del juego y de la diversión, como para semejante desafío, es el colmo de la desfachatez. Entre otras cosas, del mal gusto. Y Dios, afortunadamente, no está para estas bagatelas. Probablemente, estará ocupado ahora con el rescate ético de la humanidad, aunque algunos se empeñen en llevarnos a la convicción mediante imágenes sugestivas que los bancos y yo somos la misma cosa, es decir, que vemos el dinero de la misma forma.
Para mí no es lo mismo y prefiero quedarme hoy a solas leyendo las obras preciosas de Comenius a lo largo de su vida junto a Orbis Pictus, por ejemplo “El Laberinto del Mundo y el Paraíso del Corazón”, en el que presenta el problema económico básico de las personas: la búsqueda del beneficio y de una vida feliz, que se resuelve siempre cuando se alcanza el paraíso del corazón. También, contemplando las de Débora Arango en su Antioquía natal, sin nada a cambio… o sí: obtener placer y utilidad en lo aparentemente inútil. No es lo mismo, ni todos somos iguales por mucho que a algunos guardianes del dinero les cueste creerlo, porque ellos creen que siempre lo ven igual que nosotros.
(1) https://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-16392502
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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