Sevilla, 15/VIII/2020
Hoy es un día grande en Sevilla, sobre todo para los que aman a esta ciudad más allá de sus típicos tópicos, convirtiéndola en una sacrosanta ciudad cuando la verdad es que vive en una perpetua alegría laica, amante de sus aceras de libertad, como tantas veces he escrito en páginas de este cuaderno digital.
Como estoy frecuentando el futuro, al igual que Pereira, protagonista de una obra espléndida de Tabucchi, Sostiene Pereira, siguiendo la recomendación del Dr. Cardoso en su visita a la clínica talasoterápica de Parede (Cascáis), siempre pienso en esta ciudad y su desarrollo social para dejar atrás sus cifras dolorosas de paro y pobreza extrema, que las tenemos más cerca de lo que muchos piensan. En este sentido vuelvo a leer a Stefan Zweig, porque él se enamoró de esta ciudad en la visita que hizo en 1905, pensando que “aquí se puede ser feliz” a pesar de todo.
En medio de tanta tristeza por el virus que acecha en muchos frentes, quiero recordar hoy, en un día muy importante para la Sevilla de toda la vida, porque celebra el gran día de su patrona, esas palabras tan amables de Zweig, dedicadas a esta ciudad en un libro suyo muy interesante, De viaje II: Francia, España, Argelia e Italia (1), escritas por un joven de veinticuatro años, buscando rincones que ya conocía por la obra de Mozart, pensando que la barbería de Fígaro iba a devolverle la comprensión de la relación de Don Juan y Carmen. También he elegido para este momento mágico de enfrentarme ante la página en blanco de Calvino (Ítalo), un “momento estelar de la humanidad” que sobrecogió a Zweig, la resurrección de Händel a través de su obra magna “El Mesías”, que escucho con atención reverencial en una presentación didáctica de Radio Clásica (RTVE), que tanto aprecio. Quizá me ayude a comprender bien y en toda su extensión esa frase rotunda de Zweig, «aquí [en Sevilla] se puede ser feliz», tras una experiencia de juventud en esta ciudad.
Hace ciento quince años, comenzaba el autor austriaco sus apuntes sobre esta sacrosanta ciudad con una expresión que probablemente mantenga todavía hoy su vigencia: “Hay ciudades en las que nunca se está por primera vez. Deambulas por sus calles desconocidas y sientes como si de todos los rincones te acudieran los recuerdos, te llamaran voces amigas. Su rostro -porque las ciudades puedes ser como las personas: tristes y viejas, risueñas y jóvenes, amenazadoras y gráciles, dulces y afligidas- te suena de una ciudad hermana, o de una imagen, de un libro, de una canción. Y Sevilla es así”. Y nos une a Salzburgo, a Mozart, declarando a ambas «ciudades gemelas». Cuando avanza en este hermanamiento (que alguna vez habría que honrar), aborda una cuestión dolorosa en la historia de Sevilla: “La vida parece tener aquí un ritmo más veloz, y las personas la sangre más viva; en ningún lugar hay más estómagos hambrientos que en Andalucía y, aun así, Sevilla brilla con su portentoso colorido, resplandece de alegría y nos saluda con miles de banderas. Aquí se puede ser feliz”. Una reflexión que bordea los típicos tópicos de esta ciudad pero que resuena todavía en agosto de 2020, cuando sabemos que Andalucía es una de las regiones españolas que está entre las diez con mayor paro en la Unión Europea.
Después de una incursión sobre las dos Españas, de Norte y Sur, que no tiene desperdicio, Zweig se adentra en lo que sabe que le une en Sevilla a su alma mozartiana: “Vamos primero en busca de la jovial barbería de Fígaro, suspirando por identificar, entre las numerosísimas casitas centelleantes, aquella en la que tuvo Don Juan esa encantadora y enrevesada aventura que nos relata Lord Byron en su poema. Aquí entona Fígaro sus cancioncillas, se oye a Carmen tararear sus habaneras, el arte ha repartido por estas calles sus símbolos más alegres, calles por las que ya trotó en su día el ingenioso hidalgo Don Quijote a lomos de su dócil Rocinante […] Sevilla no es el símbolo de España, pero sí su sonrisa”. ¡Qué hermosa definición de esta ciudad!
Recuerda también el paso por la civilización árabe en Andalucía, en esta ciudad, de la que aprendimos “el arte de vivir”. Más allá de los grandes edificios, Zweig se detiene a detallar una realidad del legado árabe: las casas y su distribución exterior e interior, con la incorporación sevillana de ventanas y balcones “rompiendo las paredes cerradas de los árabes”, llenando de luz las estancias. Fachadas de colores claros, puertas (abiertas, a falta de recelo y desconfianza), pasillos con azulejos, patios, flores, fuentes, “incluso en la judería», cerca de la casa natal de Murillo. Se adentra en un análisis de las mujeres en fiestas de primavera en Sevilla, que como las flores tienen algo así como su belleza efímera, deslumbrado por la gracia en la forma de bailar flamenco: “El baile es aquí lo que siempre ha de ser: un arte que surge de forma natural de la gracilidad del cuerpo, de sus movimientos, de sus gestos de deseo, de la excitación que produce el ritmo; no es un arte limitado al juego de piernas, sino que busca el placer y la alegría de ir trazando líneas, la flexibilidad y el cimbreo, un arte que trata de desarrollar todas las formas de belleza a que puede aspirar el cuerpo humano”.
Finaliza su semblanza recordando que, junto a este ambiente festivo, Sevilla, como sonrisa de España, esconde un pasado lleno de sobriedad y grandeza. Habla de forma breve de su Semana Santa y dedica unas palabras hermosas a la panorámica que ofrece la ciudad desde lo alto de la Giralda: “Al contemplar tamaña riqueza cromática se entiende bien que Velázquez y Murillo sean hijos de esta ciudad, pregoneros eternos de su belleza, de la misma manera que los dramas de Lope de Vega han dado testimonio de su historia, y los músicos han sabido expresar su jovialidad”.
Hoy, en un día importante para Sevilla, es justo dedicar de nuevo este pequeño homenaje a Zweig y agradecerle simbólicamente sus visitas a Sevilla, pasando por el túnel del tiempo de ciento quince años encerrados en siglos tan diferentes, porque para él era una ciudad que ofrecía muchas cosas: “el disfrute de una vida llena de colorido, el ritmo vivo que marca los acontecimientos y ese allegro que revela una felicidad profunda”. Él comprende también la vanidad de Sevilla, porque quien no la ha visto, no ha visto lo maravillosa que es y no es capaz de reprochársela porque: “¿no es una maravilla el hecho de que los hombres y el destino trabajen juntos durante siglos para construir una ciudad, y al final resulte una sonrisa en el rostro de la vida?».
Entendiendo así la persona de secreto de Zweig en Salzburgo y Sevilla, ¡ojalá pudiéramos decir -hoy y siempre- lo mismo de Europa, a la que tanto quiso y a la que un día ya lejano en el tiempo le tuvo que decir adiós!, dejando atrás entre otras esta amable experiencia en su vida, en una ciudad en la que se puede ser feliz, porque enseña el arte de vivir y es la sonrisa de España y del rostro de la vida. Palabra de Zweig.
NOTA: el vídeo que encabeza este post es la presentación de un documental, Alalá (alegría, en caló), que me emociona siempre que lo veo, porque es la otra Sevilla la que se refleja en él, la que más sufre por todo, la que también busca la felicidad legítima y a la que no deberíamos olvidar nunca.
(1) Zweig, Stefan (2015). De viaje II: Francia, España, Argelia e Italia. Madrid: Sequitur.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.