
Dedicado con palabras andantes a Adrián, nuestro niñonieto soñado
Sevilla, 6/X/2020
Eduardo Galeano publicó en 1993 un conjunto de reflexiones personales -ventanas e historias las llamaba él-, bajo el título de Las palabras andantes (1), que me recordó algo que aprendí cuando me acerqué hace ya muchos años a la filosofía presocrática y descubrí que los atenienses, que amaban las palabras quietas y andantes, corrían todos los días hacia el Areópago porque estaban “ávidos de las últimas noticias”, que volaban también, aunque su primer deseo, el de los emisores de aquellas palabras fugaces, fuera andar acompañando a la ciudadanía política, en su sentido primigenio, a los que a través de ellas conformaban con sus actos la Ciudad. Era un círculo saludable y perfecto.
Lo que él llama “Ventana sobre este libro”, sobrecoge al abrirla y leerla: “Una mesa remendada, unas viejas letritas móviles de plomo o madera, una prensa que quizás Gutenberg usó: el taller de José Francisco Borges en el pueblo de Bezerros, en los adentros del nordeste del Brasil. El aire huele a tinta, huele a madera. Las planchas de madera, en altas pilas, esperan que Borges las talle, mientras los grabados frescos, recién despegados, se secan colgados de los alambres. Con su cara tallada en madera, Borges me mira sin decir palabra. En plena era de la televisión, Borges sigue siendo un artista de la antigua tradición del cordel. En minúsculos folletos, cuenta sucedidos y leyendas: él escribe los versos, talla los grabados, los imprime, los carga al hombro y los ofrece en los mercados, pueblo por pueblo, cantando en letanías las hazañas de gentes y fantasmas. Yo he venido a su taller para invitarlo a que trabajemos juntos. Le explico mi proyecto: imágenes de él, sus artes de grabado, y palabras mías. Él calla. Y yo hablo y hablo, explicando. Y él, nada. Y así sigue siendo, hasta que de pronto me doy cuenta: mis palabras no tienen música. Estoy soplando en flauta quebrada. Lo no nacido no se explica, no se entiende: se siente, se palpa cuando se mueve. Y entonces dejo de explicar; y le cuento. Le cuento las historias de espantos y de encantos que yo quiero escribir, voces que he recogido en los caminos y sueños míos de andar despierto, realidades deliradas, delirios realizados, palabras andantes que encontré —o fui por ellas encontrado. Le cuento los cuentos; y este libro nace”.
El libro es una delicia en su fondo y forma, con los grabados y grabaditos de José F. Borges, que acompañan ventanas e historias mágicas y dolientes. Me ha causado bastante impresión interna la ventana III, dedicada a la palabra: “En lengua guaraní, ñe’e significa «palabra» y también significa «alma». Creen los indios guaraníes que quienes mienten la palabra, o la dilapidan, son traidores del alma”. ¡Ay, mentir la palabra, cuántas traiciones vivimos tan cerca en este aquí y ahora! También, la ventana sobre paredes de países que aman el español sin conquista detrás: “Escrito en un muro de Montevideo; Nada en vano. Todo en vino. También en Montevideo; Las Vírgenes tienen muchas Navidades, pero ninguna Nochebuena. En Buenos Aires: Tengo ambre. Ya me comí la h. También en Buenos Aires: ¡Resucitaremos aunque nos cueste la vida! En Quito: Cuando teníamos todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas. En México; Salario mínimo al Presidente, para que vea lo que se siente. En Lima: No queremos sobrevivir. Queremos vivir. En La Habana: Todo se puede bailar. En Río de Janeiro: Quien tiene miedo de vivir, no nace”. El diccionario del español se sube por las paredes del mundo, andando cuesta arriba casi siempre.
En estos días, cuando un niñonieto está ya con nosotros, permitiéndonos que las palabras anden con él, Galeano lo resume de forma preciosa en una ventana sobre la llegada: “El hijo de Pilar y Daniel Weinberg fue bautizado en la costanera. Y en el bautismo le enseñaron lo sagrado. Recibió una caracola: —Para que aprendas a amar el agua. Abrieron la jaula de un pájaro preso: —Para que aprendas a amar el aire. Le dieron una flor de malvón: —Para que aprendas a amar la tierra. Y también le dieron una botellita cerrada: —No la abras nunca, nunca. Para que aprendas a amar el misterio«.
Al final, las auténticas palabras deben ser cuentos, porque las palabras no se explican, son auténticas cuando se mueven y van a todas partes, como las noticias que vuelan. Así le ocurrió a Galeano en su encuentro con José Francisco Borges y así lo transmito: “Le cuento las historias de espantos y de encantos que yo quiero escribir, voces que he recogido en los caminos y sueños míos de andar despierto, realidades deliradas, delirios realizados, palabras andantes que encontré —o fui por ellas encontrado. Le cuento los cuentos; y este libro nace” .
Hoy he sido encontrado por las palabras de Galeano y esa es la razón de compartirlas con la Noosfera, la malla pensante de la Humanidad, porque mi alma ateniense me dice que debo ir corriendo al Areópago Virtual de hoy día, ávido de la última noticia, porque las noticias vuelan, sabiendo que todavía, a mi matusalénica edad, debo aprender a amar el agua, el aire, la tierra y el misterio de las palabras andantes que vuelan solas con un objetivo claro: entregárselas en una caja de sueños a nuestro niñonieto, con una caracola, una jaulita, una flor de geranio del Sur y una botellita cerrada para que le podamos enseñar -y él pueda aprender- el misterio de la vida.
(1) Galeano, Eduardo (2003). Las palabras andantes. Madrid: Siglo XXI.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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