
Sevilla, 17/X/2020
En la política de este país “manca finezza” (falta fineza o finura), como diría el que fue ex primer ministro democristiano de Italia, Amintore Fanfani, cuando siendo presidente del Senado recibió en Roma a Felipe González con su traje de pana. Andreotti desmintió más de una vez haber dicho esa frase, aunque a día de hoy se le siga atribuyendo su autoría sin duda alguna, también en su análisis de la política española al comienzo de la Transición. Ellos estaban muy familiarizados con la “finezza vaticana”, a veces nada ejemplar por cierto. La “fineza” española se recogió en el Diccionario de Autoridades de nuestro país, publicado en el siglo XVIII, hasta con cinco acepciones diferentes: pureza y bondad de alguna cosa en su línea: “es la enfermedad piedratoque, que descubre los quilates de su virtud y su fineza”. Vale también “acción ú [sic] dicho con que uno da a entender el amor y benevolencia que tiene a otro”; se usa a veces en el sentido de hacer algo “por delicadeza y primor”; «actividad y empeño amistoso, en favor de alguno». Por último, “se toma familiarmente por dádiva pequeña u de cariño”.
En la actualidad, en pleno siglo XXI, tiene cinco acepciones que, por orden, son las siguientes, manteniendo con ligeros cambios las que ya se aceptaron en el siglo XVIII: pureza y bondad de algo en su línea, acción o dicho con que alguien da a entender el amor y benevolencia que tiene a otra persona, actividad y empeño amistoso a favor de alguien, dádiva pequeña y de cariño y, finalmente, delicadeza y primor. También podemos comparar la fineza con la finura que si es de espíritu sería para darnos con un canto en los dientes. Finura se entiende como la cualidad de fino, es decir de alguien de “exquisita educación; urbano y cortés”, amoroso, afectuoso, astuto, sagaz, suave, que hace las cosas con primor y oportunidad, entre otras acepciones.
Este país no se caracteriza por la educación en todas las variantes posibles, en la que la fineza y finura son la máxima expresión del respeto a las personas de cualquier condición y clase, pero en política estamos asistiendo a un espectáculo constante de mala educación generalizada, en unos políticos más que en otros, con ausencia casi plena de fineza y finura, cuando en el lugar de máxima expresión de la democracia en España, el Congreso de los Diputados, debería darse una expresión magna de las mismas. España necesita grandes dosis de templanza y sosiego para navegar en aguas turbulentas. La crispación está a flor de piel y la experimentamos todos los días en los ambientes más domésticos. Necesitaríamos, por tanto, unas dosis de ejemplaridad en quienes tienen el poder legislativo que tanto se necesita rastrear en tiempos de coronavirus. Muchos dirán que no estamos para finezas o finuras, pero en su sentido más profundo las necesitamos más que nunca porque alguien tiene que poner coto a los desmanes diarios en el Congreso y en la política del día a día, donde los insultos y descalificaciones de todo tipo están haciendo su calendario completo, no sólo el agosto de cada cual.
He vuelto a recordar con motivo de esta falta de fineza y finura en nuestro país una reflexión que hice hace unos años en este cuaderno digital, concretamente en 2014, en el sentido de que si nos lo proponemos, las personas dejamos de ser lobos para los demás, reinterpretando la famosa frase de Thomas Hobbes, el hombre es un lobo para el hombre (homo homini lupus). Aquella frase fue trending topic, es decir, marcó tendencia en el siglo XVII, copiándola de Plauto (254-184 a. C.), aunque en la construcción del comediógrafo latino la frase era más aleccionadora todavía: lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro. No digamos cuando falta fineza y finura. Desde entonces no he dejado de dar vueltas a la posibilidad que existe siempre de extraer de nuestras personas de secreto el lado más amable, agregándole fineza y finura, si es posible. Me refería a este aserto de Hobbes, pero sacaba en el contexto actual de la sociedad una conclusión importante: el hombre, si quiere, puede ser una hormiga para el hombre, incluso extremadamente delicado, sutil y fino si quiere, porque entre lobos y hormigas anda el juego de la vida.
La especie marca tendencia y la humana de manera especial, aunque nos diferenciemos muy poco de las hormigas. Somos muchos seres vivos sobre la tierra y las hormigas también y los que nos une es que vivimos muchos años y el factor reproductivo funciona hasta determinados límites, fundamentalmente por desórdenes internos sociales y por el cambio de hábitat. Lauren Keller, presidente de la Sociedad Europea de Biología Evolutiva y el mejor amigo de las hormigas, lo ha manifestado en diversas ocasiones: “Sí, las hormigas viven muchos años. El récord lo tiene la hormiga reina de una especie en concreto que vive hasta 28 años, lo cual es muchísimo para ser un insecto, cuya vida suele contarse por días o semanas. Equivaldría a que un primate viviera 4.000 años. En otras especies de hormigas las reinas suelen vivir entre diez y 15 años”.
Precisamente, la longevidad es el resultado de que siendo tantas se organicen perfectamente, “viven como un grupo, trabajan para el grupo, colaboran, se protegen, se ayudan, hasta pueden fabricar medicamentos para evitar que ciertas bacterias se propaguen en el interior de una colonia. Es lo mismo que ha ocurrido con el ser humano”. Fascinante. Así, siglos y siglos, desde que unos africanos salieron a dar una vuelta por el mundo hace millones de años, al igual que las hormigas, que también viajaron y mucho. Hasta que la división del trabajo llegó a la sociedad humana, extrapolada de lo que ya venían haciendo hace millones de años las hormigas, tan pequeñas y laboriosas ellas. Y este descubrimiento trajo soluciones y problemas sociales, porque la unión hace la fuerza, en palabras de Keller: “Todo ello mejora enormemente la productividad, surgen las ciudades modernas y todo esto, unido a las mejoras en la sanidad y la higiene, dispara en muy poco tiempo la población mundial. En 1930 ya había unos 2.000 millones de personas en el mundo, y eso no es nada: hoy hay más de 7.000 millones, y ciudades con más de diez y veinte millones de personas. Como se suele decir, la unión hace la fuerza”.
Y surgen los problemas de convivencia, la dialéctica entre el lobo y las hormigas, por ejemplo: “Y surgen los conflictos, que ya tienen una base genética en las hormigas: “Existen rebeliones internas en las colonias y guerras entre hormigas, cuando combaten por un mismo espacio. Por ejemplo, esto se está dando con las especies invasoras que están llegando a Europa sobre todo de América Latina, y estas especies son muy agresivas y luchan contra las hormigas europeas. Y también hay una base genética para el conflicto”. Tenemos hormigas para rato, porque a pesar de que intentemos imitarlas hasta la saciedad, cosa que no nos iría mal en principio, tenemos que asumir, como la cigarra altiva de la famosa fábula de Esopo, que saben más que nosotros, porque saben hacer las cosas muy bien, porque cunde el ejemplo entre ellas del trabajo bien hecho y, curiosamente, se admiran unas a otras. No les falta fineza. Además, parecen inmortales “como especie prácticamente sí que lo son, han sido capaces de sobrevivir a todo y lo seguirán haciendo”, dice Keller. Y sobrevivirán al ser humano, tan altivo él, porque siguiendo a Plauto el ser humano suele desconocer a los demás con frecuencia, cosa que no hacen las hormigas.
Debería cundir su ejemplo hasta hacerse real esta nueva experiencia, es decir, poder gritar a los cuatro vientos: ¡homo homini formica! o lo que es lo mismo, las personas son como las hormigas para las mismas personas, porque trabajan, viven, se ilusionan y comparten todo con los demás. A pesar de las castas, disputas y pandemias, por mera necesidad política, en el sentido más puro del término. No nos debería faltar, por tanto, fineza o finura para sobrellevar esta difícil etapa de gobierno en el país. Esa es la cuestión, porque entre lobos y hormigas anda el juego.
NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de https://www.flickr.com/photos/neobit/43385025000/in/photostream/
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Debe estar conectado para enviar un comentario.