
Sevilla, 23/I/2021
Lo que tú me has hecho a mí, yo te lo hago ahora a ti, no es una frase lapidaria, ni una ocurrencia de última hora de la crónica negra, sino una profunda reflexión de un filósofo esloveno, Slavoj Žižek, sobre la pandemia, en una obra con ese escueto título, Pandemia, desarrollado en el subtítulo, La covid-19 estremece al mundo: «la naturaleza nos ataca con un virus y lo hace para devolvernos nuestro propio mensaje: lo que tú me has hecho a mí, yo te lo hago a ti». Me ha interesado conocer a fondo esta publicación en tiempos de coronavirus, porque en la lectura podemos encontrar un bálsamo que cure nuestras inquietudes.
Es una obra que se presenta oficialmente como “una reflexión de urgencia sobre la crisis del coronavirus. Sobre su relación con la política, la economía, el miedo y las libertades. Sobre la conexión entre la expansión de la pandemia y el modelo socioeconómico de las sociedades modernas. Sobre la COVID-19 como última advertencia ante la crisis ecológica que sobrevuela el futuro del mundo. Sobre la necesidad de no quedarse en la mera reflexión ingenua sobre cómo esta crisis nos enseña qué es lo verdaderamente esencial en nuestra cotidianeidad, sino ir más allá y pensar qué forma de organización social sustituirá al Nuevo Orden Mundial liberal-capitalista. ¿Cómo va a cambiar la pandemia no ya nuestras vidas sino la sociedad entera?
Es un pequeño tratado de lo que está sucediendo en la pandemia, concentrado en tan solo 80 páginas, pero que plantea cuestiones de Estado, si se me permite la expresión. La introducción ya es un planteamiento desgarrador de dos cuestiones fundamentales en la vida del ser humano: la prohibición de tocarnos y la necesidad que tenemos de los otros para seguir viviendo, con una gran variedad de aproximaciones diarias a través de la mirada, centrado todo en la famosa frase de Jesús de Nazareth, Noli me tangere, No me toques, planteada por un ateo de clase: “Hoy en día, sin embargo, en mitad de la epidemia de coronavirus, a todos se nos bombardea precisamente con llamamientos no solo a no tocar a los demás, sino a aislarnos, a mantener una distancia corporal adecuada. ¿Cuál es el significado de esta prohibición de «no me toques»? Las manos no pueden acercarse a la otra persona; solo desde el interior podemos acercarnos unos a otros, y la ventana hacia el «interior» son nuestros ojos. Durante estos días, cuando te encuentras con una persona cercana a ti (o incluso con un desconocido) y mantienes la distancia adecuada, una profunda mirada a los ojos del otro puede revelar algo más que un contacto íntimo”.
Ante la pregunta de si aprenderemos algo de lo que está ocurriendo y visto lo visto con los comportamientos incívicos por parte de muchas personas más las actitudes impresentables de muchos dirigentes políticos, no todos afortunadamente, Žižek termina su introducción con unas palabras de especial dureza: “Hegel escribió que lo único que podemos aprender de la historia es que no aprendemos nada de la historia, así que dudo que la epidemia nos haga más sabios. Lo único que está claro es que el virus destruirá los mismísimos cimientos de nuestras vidas, provocando no solo una enorme cantidad de sufrimiento, sino también un desastre económico posiblemente peor que la Gran Recesión. No habrá ningún regreso a la normalidad, la nueva «normalidad» tendrá que construirse sobre las ruinas de nuestras antiguas vidas, o nos encontraremos en una nueva barbarie cuyos signos ya se pueden distinguir”.
Para no hacer un espóiler del libro, sólo voy a hacer una reflexión más sobre el contenido del primer capítulo, con un titulo que siempre me ha revuelto en el mar proceloso del compromiso activo y del que discrepo por razones del estado de mi alma: 1. Todos estamos en el mismo barco. Es verdad que el coronavirus ha venido a igualar el mundo, no haciendo distinción alguna, de raza, credo o color, pero el barco en el que cada uno navega es diferente, sin lugar a dudas, por mucho que el autor utilice una frase de Martín Luther King, que da título al capítulo, pero referido a las personas que de diversas experiencias vitales llegaron a su ansiada libertad: “Puede que todos hayamos llegado en diferentes embarcaciones, pero ahora estamos todos en el mismo barco”, en alusión, según Žižek, a que la globalización ha desenmascarado la falsa ilusión de que cada territorio, por sí mismo, se puede defender ante el coronavirus, poniendo el ejemplo del primer ministro israelí cuando ofreció a la Autoridad Palestina trabajar en común ante la amenaza de la covid-19. No lo hizo por ética política y social sino por mera supervivencia de proximidad física y logística. Y Žižek nos invita a hacer una reflexión muy profunda: deberíamos imitar este tipo de acciones, extender la opinión de que el Estado y la población debe convivir a diario para que se extienda la principal vacuna social ante el coronavirus: la confianza mutua. Ante el país primero, la famosa frase de Trump, America First (América, lo primero), deberíamos gritar con fuerza, El Ser Humano, sano, lo primero. Será la forma de que nazca un nuevo comunismo o lucha por intereses comunes, globales, más allá de cada frontera: «Quizás otro virus, ideológico y mucho más beneficioso, se propague y con suerte nos infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del estado-nación, una sociedad que se actualiza a sí misma en las formas de solidaridad y cooperación global».
De ahí el símil del barco, aunque discrepo del fondo de la cuestión porque la realidad que conozco más próxima, la de mi país y de mi Comunidad Autónoma, me ha enseñado navegar en mares procelosos, casi siempre en patera, ante la actitud de quienes nos gobiernan desde la derecha más cerril y carpetovetónica, así como la de los líderes del Mercado del Capital que los protegen y alientan. Lo decía no hace mucho tiempo en este cuaderno digital, de forma clara y determinante, con alguna pequeña adaptación temporal: “Estamos navegando en estos momentos en mares procelosos de coronavirus. Hace cuatro años escribí un artículo en este cuaderno digital, En el mismo barco, porque era un momento crucial debido al triunfo de Trump como nuevo presidente de los Estados Unidos. Cuatro años después vivimos de nuevo las elecciones en América, no inocentes para el mundo, de la que depende ahora la suerte de muchos millones de personas y Estados. Al mismo tiempo, sabemos que la pandemia está haciendo estragos a diario y el símil que me parece más acertado es el de la singladura mundial hacia alguna parte a pesar del desconcierto en el que estamos instalados. Es el momento de ejercer la responsabilidad de los que capitanean este “rumbo de derrota” (en lenguaje marino) y, sobre todo, cuando estamos ya en alta mar. La tentación de los que gobiernan está servida: saltar o no del barco imaginario para salvarse ellos o permanecer en él para salvarnos todos. No es lo mismo que falte mar o que falte barco.
Lo que sí sé es que todos no van ni vamos en el mismo barco. En esta dura travesía de la pandemia, se hace más evidente que nunca una realidad que se constata a través de las noticias y de las redes sociales: no vamos todos en el mismo barco, ni remamos en la misma dirección, ni decimos lo mismo, pero es muy importante identificar a cada uno donde está para no equivocarnos al elegir compañeros en este largo viaje. Al buen entendedor con pocas palabras basta y me refiero a todos los partidos políticos que en la actualidad nos representan en el Congreso de los Diputados y en el Senado, por la transcendental responsabilidad pública que tienen en estos momentos en relación con el interés general y porque no todos son ni somos iguales. También lo aplico a determinados familiares, amigos y conocidos que podrían enrolarse en este difícil y largo viaje casi sin darnos cuenta. Aviso para navegantes, sin lugar a dudas.
Todos no vamos en el mismo barco de la indignidad, del desencanto, de los silencios cómplices, del conformismo feroz, del capitalismo salvaje, de la desafección social, de la desorientación mundial controlada por poderes fácticos en la sombra. Eso no es así ni lo admito con carácter general, porque todos no somos iguales: unos van en magníficos yates y otros, la mayoría, en pateras. Es probable que a estas pateras éticas y llenas de dignidad y esperanza, que tienen suelo firme pero no quilla, como la cascara de una nuez, no suban nunca quienes no están interesados en que el mundo mejore, porque los poderes fácticos que dirigen y protegen la maquinaria de la guerra en cualquier lugar del mundo, el terrorismo de cualquier cuño, así como a los tristemente famosos hombres vestidos de negro, deciden desde hace ya mucho tiempo el funcionamiento y los altibajos del ecosistema económico, financiero y ético mundial, desde un rascacielos en Manhattan, a través de portátiles y teléfonos inteligentes. Ellos viajan en barcos privados, en cruceros del mal, que no surcan nunca estos mares de patera, para ellos procelosos porque las personas que van en ellas no merecen salvamento alguno.
Una cosa más: no hay que descontextualizar la frase de Martin Luther King, enunciada al principio y utilizada por Žižek en su primer capítulo: “Puede que todos hayamos llegado en diferentes embarcaciones, pero ahora estamos todos en el mismo barco”. Lo expuesto anteriormente lo explica suficientemente. Sobre todo, lo entiende bien quien viaja por mares procelosos, casi siempre en patera, sin quilla, como una cáscara de nuez, porque todos no son ni somos iguales ante el coronavirus, ni ante la naturaleza cuando nos dice de forma desafiante, según Žižek, lo que tú me has hecho a mí, yo te lo hago ahora a ti. Estamos avisados.
NOTA: la imagen de Slavoj Žižek se ha recuperado hoy de Slavoj Žižek – Wikiquote
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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