
Sevilla, 23/II/2021
Me atrevo a decir que un niño o una niña que leen las páginas de un libro son capaces de mover el mundo, atendiendo al símil del efecto mariposa. Me lo ha recordado un libro precioso, Una historia de la lectura, de Alberto Manguel, en la cuidada edición que regalé a mi hijo hace ya muchos años, de la editorial Lumen (Randon House Mondadori). Me acerco todos los días a su biblioteca y recuerdo todavía aquella página 44, en la que aparecía una pintura de Gauguin, con un detalle especial: un niño leyendo, Emilio, el hijo del pintor, junto al escultor Jean-Paul Aubé, su amigo y benefactor. Sobre la reseña del cuadro aparecía una frase mágica que es la que no he olvidado: todo lector se convierte en el único habitante de un mundo imaginario. En el ángulo inferior derecho del cuadro hay una dedicatoria en francés, de Gauguin a su amigo Jean Paul Aubé, escrita a mano, con plumilla y tinta negra: «Tu mano utiliza la herramienta, aunque el trabajo ardiente / modelando a su vez risas y llantos, / anima a voluntad mujeres y flores / y doblega a los condenados bajo el talón del Dante”. La firma junto a su mujer, Mette-Sophie Gad. Que su hijo leyera tampoco era inocente.
Aquellas primeras páginas me enseñaron, de la mano de Manguel la importancia de la lectura en los primeros años de la vida, donde llega a afirmar que “Tal vez podría vivir sin escribir. No creo que pudiera vivir sin leer. La lectura -descubrí- precede a la escritura. Una sociedad puede existir -muchas, de hecho, existen- sin escribir, pero ninguna sin leer” (1). De todo lo que escribe sobre la lectura se desprende su arte para vivir, para enseñar a leer las señales de la vida, porque hablar es solo cosa de personas. Leer, igual de bello. Es una maravilla constatar que estamos preparados desde la preconcepción y a través del cerebro, para leer, cuando todo está conjuntado para comenzar a unir letras y grabarlas con unas determinadas formas en el cerebro. Agregando, además, sentimientos y emociones en relación con lo que nuestro cerebro lee, como lo transmite su hijo Emilio, pintado amorosamente y con gran delicadeza por Gauguin, probablemente como símbolo de agradecimiento a su amigo por haberlo acogido en su casa en momentos difíciles de su vida.
La lectura es un acto de libertad intelectual que se modula a lo largo de la vida, convirtiéndose poco a poco en arte. Desde la escuela infantil y hasta los últimos días de la vida, tenemos millones de posibilidades de leer todo lo que se pone por delante para invitarnos a dar forma a unos caracteres que en sí mismo no son nada sin nuestra intervención personal e intransferible, porque aunque alguna vez leamos algunas palabras junto a alguien, lo que se graba en cada cerebro es personal e irrepetible. Nadie se baña dos veces en el mismo libro. Como si fuéramos bibliotecas ambulantes conteniendo siempre lecturas diferentes de textos llenos de palabras sueltas o frases que hemos acumulado en ellas a lo largo de la vida. Tenía razón la escritora uruguaya Ida Vitale, Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes 2018, cuando nos enseñó el valor de la lectura: hay libros que nos tienen en cuenta; ven en nosotros lo que de nosotros ignoramos. Descubrirlos es un placer verdadero. Preciosas palabras, que aún nos quedan.
Contemplado el cuadro de Gauguin y escribiendo estas palabras, he recordado unas palabras de José Manuel Blecua, exdirector de la RAE, cuando afirmaba que al escribir copiamos siempre de los autores que hemos leído a lo largo de nuestra vida y nos han marcado. Quizá, al escribir hoy estas palabras especiales, para decir algo especial, siguiendo fielmente a Ítalo Calvino en su arte de empezar y acabar al escribir sobre una página en blanco, he copiado una experiencia contada una vez por el escritor portugués António Lobo Antúnes, sobre una idea preciosa aportada por un enfermo esquizofrénico al que atendió tiempo atrás: “Doctor, el mundo ha sido hecho por detrás”, como si detrás de todo estuviera el alma humana que fabrica el cerebro. Porque según Lobo Antúnes “ésta es la solución para escribir: se escribe hacia atrás, al buscar que las emociones y pulsiones encuentren palabras. “Todos los grandes escribían hacia atrás”. También, porque todos los días, los pequeños, que llevamos siempre un niño dentro tal y como me lo enseñó Pablo Neruda, escribimos así en las páginas en blanco de nuestras vidas, contemplando hoy a un niño que lee, porque el libro que tiene en sus manos lo tiene a él en cuenta, como único habitante en su mundo imaginario, al que mueve en los sueños creadores de millones de niños felices e infelices del mundo, a pesar de todo.
(1) Manguel, Alberto. Una historia de la lectura. Barcelona: Randon House Mondadori, 2005, p. 35.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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