Sevilla, 7/III/2021
Anoche se reconoció el excelente trabajo del cine iberoamericano, en este caso con la fusión de Colombia y España, con la entrega de un Goya a una película dirigida por Fernando Trueba, El olvido que seremos, sobre la que publiqué el año pasado una reseña envuelta en palabras de Antonio Machado y Jorge Luis Borges. La ceremonia fue austera y respetuosa con la situación actual de la pandemia, con momentos brillantes como los del homenaje al mundo de los profesionales sanitarios como servidores públicos, por la presencia de una enfermera, Ana María Ruíz, creadora de la biblioteca del hospital de campaña de Ifema, que expresó algo importante: «Gracias al colectivo sanitario al que pertenezco y del que me siento tremendamente orgullosa, nuestros pacientes reciben cuidados y atención. Porque la cura no siempre es posible, pero sí lo son la compañía y el consuelo. Esta compañía y este consuelo suele tener un poder especial cuando proviene de los libros, de la música, de la danza y del cine; en definitiva: de la cultura» y como entregadora de una estatuilla a la mejor película, Las niñas, todo un símbolo del papel de la mujer en el mundo actual, en representación de todos los sanitarios que han prestado servicios esenciales a las personas que han sufrido el azote del coronavirus. También, por el recuerdo al director inolvidable Luis García Berlanga en el centenario de su nacimiento y la entrega del Goya de Honor a Ángela Molina, que pronunció unas palabras llenas de sentido y sensibilidad, como marca de su casa interior: “Recibo el premio con alegría porque sois vosotros, mis compañeros de profesión, los que os habéis acordado de mí. Tenemos que improvisar puentes que ninguna pandemia pueda arrebatarnos. […] Siempre os estaría hablando de España y de su gente, esa gente que le gusta darse, buena, leal, amiga en las horas difíciles que necesita vivir para querer y querer para vivir. Doy gracias al cine. Tal vez la vida se parezca al cine porque no disfrutamos sin los demás.
La cultura se enriqueció ayer con esta ceremonia. Agradezco, por tanto, que la Academia del Cine apueste por continuar con el espectáculo cinematográfico desde todas las ópticas posibles. También, a Antonio Banderas y María Casado, resaltando cómo el actor malagueño ha dado continuidad a la cultura en Andalucía, en su tierra natal, Málaga, al dar vida de nuevo al antiguo cine Pascualini, en una sede con 104 años de historia en la ciudad, rememorando lo sucedido en el querido Cinema Paradiso de tan feliz memoria para todos y, especialmente, para los que aman lo que hacen, cine, para hacer la vida más amable a las personas que aman la película real de sus vidas.
Vuelvo a publicar el artículo citado, Cuando guardamos el alma en un bolsillo, porque todas y cada una de sus palabras ya eran un homenaje anticipado a lo que ocurrió anoche con la entrega de un Goya a la mejor película iberoamericana. Todo un símbolo para no olvidar, siendo y estando en un mundo tan conflictivo como el actual, pero que sigue posibilitando que todos podamos guardar nuestra alma en el bolsillo más querido de nuestra vida. En aquél momento no había leído el libro, aunque días después lo compré y devoré en un abrir y cerrar de ojos. También del alma.
Cuando guardamos el alma en un bolsillo
Ha sido una experiencia especial, de las que estremece la vida, porque he vuelto a descubrir el alma de una persona en su bolsillo. Me ocurrió por primera vez el día que supe que en un viejo abrigo de Antonio Machado, que le daba calor en el frío febrero de 1939 en Colliure, unos días antes de su triste fallecimiento en el exilio, guardaba en uno de sus bolsillos un papel arrugado con tres anotaciones a lápiz: “Ser o no ser…”, una cuarteta a Guiomar (de Otras canciones a Guiomar, a la manera de Abel Martín y Juan de Mairena, corregida así: “Y te daré mi canción: / Se canta lo que se pierde / con un papagayo verde / que la diga en tu balcón”) y un verso suelto: “Estos días azules y este sol de la infancia…”. Lo descubrió su hermano José, unos días después del fallecimiento de su madre y de su hermano Antonio. Tres reflexiones rotas, inacabadas, por una vida compleja por razón de ideología y compromiso social, que simbolizan una forma de ser y estar en el mundo como persona digna.
La segunda experiencia y que motiva estas palabras escritas hoy con el vértigo que siento siempre ante la página en blanco, es el descubrimiento de una historia que merece ser leída con detalle a través de un extenso artículo del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, protagonizada por una nota encontrada en el bolsillo de la chaqueta de su padre, el doctor y activista de derechos humanos Héctor Abad Gómez, el día que lo asesinaron (probablemente a manos de paramilitares), el 25 de agosto de 1987, en la calle Argentina de Medellín (Colombia), donde figuraba un poema de Borges, tal y como lo describió meses después en el Magazín Dominical de El Espectador. Fue el momento en el que dijo que el poema era de Borges. Lo que sucedió después, a lo largo de los años, es una historia muy larga de contar que propició la publicación de un libro, El olvido que seremos (1), que a su vez ha sido la base del guion de una película dirigida por Fernando Trueba y que ha sido seleccionada en la 73ª edición del Festival de Cannes, aunque no ha podido celebrarse el pasado mes de mayo por la pandemia mundial. Esta concatenación de hechos es muy sugerente, a modo de una novela no de ficción, sino de realismo mágico y trágico colombiano que tan bien trató siempre Gabriel García Márquez, aunque en esta ocasión con visión plena y triste de una gran realidad vivida y sentida en primera persona por Héctor Abad Faciolince.

El poema atribuido desde el primer momento a Borges, lo tiene grabado el autor del artículo en su mente y muestra de su creencia en la auténtica autoría, tan controvertida después, es que sirvió como epitafio en la tumba de su padre, recogiendo las iniciales JLB que recordaba haber visto en aquella nota que encontró en el bolsillo de su padre: “[…]el poema ahora también está impreso en mi memoria y espero recordarlo hasta que mis neuronas se desconfiguren con la vejez o con la muerte”:
Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y los que seremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el término. La caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte, y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre.
Pienso, con esperanza, en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo
esta meditación es un consuelo.
Primero, le puso un título, Epitafio, hasta que con el paso de los años en el largo camino por demostrar la autoría de Jorge Luis Borges, apasionante, supo que su verdadero título era “Aquí. Hoy”. No he leído el libro que narra estos acontecimientos a modo de autobiografía novelada en tiempos de aquel suceso, solo algunas reseñas, entre las que escojo la de mi maestro, Manuel Rivas: “No sé si un libro puede cambiar la vida, pero sí que puede alterar tu reloj biológico. […] Me mantuvo en vigilia toda la noche. Es un libro con boca. La boca inolvidable de la gran literatura que ha sobrevivido a la extinción de las palabras”. Tampoco he visto la película, obviamente. Pero siento como si leyera hoy los versos de Machado y Borges, en primera persona y en directo, comprendiendo que el alma puede quedarse en el bolsillo de una chaqueta como si fuera el mejor lugar para una gran compañera en el camino de la vida: la dignidad del olvido. En el caso del padre de Héctor Abad Faciolince, muriendo también como Machado en soledad sonora, pero sin abandonar el precioso retrato de la dignidad: Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar.
Porque es verdad: desde hoy mismo ya somos el olvido que seremos y podemos guardarlo dignamente, como el alma, en nuestro bolsillo más querido.
NOTA: la imagen se ha recuperó el 6 de junio de 2020 de https://www.las2orillas.co/el-olvido-que-seremos-llega-a-cannes/
(1) Abad Faciolince, H. (2017). El olvido que seremos. Madrid: Alfaguara.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.