Cuando guardamos el alma en un bolsillo

Sevilla, 6/VI/2020

Ha sido una experiencia especial, de las que estremece la vida, porque he vuelto a descubrir el alma de una persona en su bolsillo. Me ocurrió por primera vez el día que supe que en un viejo abrigo de Antonio Machado, que le daba calor en el frío febrero de 1939 en Colliure, unos días antes de su triste fallecimiento en el exilio, guardaba en uno de sus bolsillos un papel arrugado con tres anotaciones a lápiz: “Ser o no ser…”, una cuarteta a Guiomar (de Otras canciones a Guiomar, a la manera de Abel Martín y Juan de Mairena, corregida así: “Y te daré mi canción: / Se canta lo que se pierde / con un papagayo verde / que la diga en tu balcón”) y un verso suelto: “Estos días azules y este sol de la infancia…”. Lo descubrió su hermano José, unos días después del fallecimiento de su madre y de su hermano Antonio. Tres reflexiones rotas, inacabadas, por una vida compleja por razón de ideología y compromiso social, que simbolizan una forma de ser y estar en el mundo como persona digna.

La segunda experiencia y que motiva estas palabras escritas hoy con el vértigo que siento siempre ante la página en blanco, es el descubrimiento de una historia que merece ser leída con detalle a través de un extenso artículo del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, protagonizada por una nota encontrada en el bolsillo de la chaqueta de su padre, el doctor y activista de derechos humanos Héctor Abad Gómez, el día que lo asesinaron (probablemente a manos de paramilitares), el 25 de agosto de 1987, en la calle Argentina de Medellín (Colombia), donde figuraba un poema de Borges, tal y como lo describió meses después en el Magazín Dominical de El Espectador. Fue el momento en el que dijo que el poema era de Borges. Lo que sucedió después, a lo largo de los años, es una historia muy larga de contar que propició la publicación de un libro, El olvido que seremos (1), que a su vez ha sido la base del guion de una película dirigida por Fernando Trueba y que ha sido seleccionada en la 73ª edición del Festival de Cannes, aunque no ha podido celebrarse el pasado mes de mayo por la pandemia mundial. Esta concatenación de hechos es muy sugerente, a modo de una novela no de ficción, sino de realismo mágico y trágico colombiano que tan bien trató siempre Gabriel García Márquez, aunque en esta ocasión con visión plena y triste de una gran realidad vivida y sentida en primera persona por Héctor Abad Faciolince.

EL OLVIDO QUE SEREMOS

El poema atribuido desde el primer momento a Borges, lo tiene grabado el autor del artículo en su mente y muestra de su creencia en la auténtica autoría, tan controvertida después, es que sirvió como epitafio en la tumba de su padre, recogiendo las iniciales JLB que recordaba haber visto en aquella nota que encontró en el bolsillo de su padre: “[…]el poema ahora también está impreso en mi memoria y espero recordarlo hasta que mis neuronas se desconfiguren con la vejez o con la muerte”:

Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y los que seremos.

Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el término. La caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte, y las endechas.

No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre.
Pienso, con esperanza, en aquel hombre

que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo
esta meditación es un consuelo.

Primero, le puso un título, Epitafio, hasta que con el paso de los años en el largo camino por demostrar la autoría de Jorge Luis Borges, apasionante, supo que su verdadero título era “Aquí. Hoy”. No he leído el libro que narra estos acontecimientos a modo de autobiografía novelada en tiempos de aquel suceso, solo algunas reseñas, entre las que escojo la de mi maestro, Manuel Rivas: “No sé si un libro puede cambiar la vida, pero sí que puede alterar tu reloj biológico. […] Me mantuvo en vigilia toda la noche. Es un libro con boca. La boca inolvidable de la gran literatura que ha sobrevivido a la extinción de las palabras”. Tampoco he visto la película, obviamente. Pero siento como si leyera hoy los versos de Machado y Borges, en primera persona y en directo, comprendiendo que el alma puede quedarse en el bolsillo de una chaqueta como si fuera el mejor lugar para una gran compañera en el camino de la vida: la dignidad del olvido. En el caso del padre de Héctor Abad Faciolince, muriendo también como Machado en soledad sonora, pero sin abandonar el precioso retrato de la dignidad: Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar.

Porque es verdad: desde hoy mismo ya somos el olvido que seremos y podemos guardarlo dignamente, como el alma, en nuestro bolsillo más querido.

NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de https://www.las2orillas.co/el-olvido-que-seremos-llega-a-cannes/

(1) Abad Faciolince, H. (2017). El olvido que seremos. Madrid: Alfaguara

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.

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