Ilsa Weber, la voz musical e imprescindible de una mujer en el Holocausto

Ilse Weber (dcha.) – Una de las entradas del campo de concentración de Terezín (izqda.), con la leyenda que figuraba en todos: El trabajo libera

La luna es una linterna
en el fondo negro del firmamento,
desde allí mira el mundo.
¡qué silencioso está!

Ilsa Weber, Ich wandre durch Theresienstadt (Camino por Terezín), Auschwitz, 6 de octubre de 1944.

Sevilla, 11/III/2021

Creo que tenemos muchas deudas con mujeres que han sido imprescindibles en la historia de la humanidad. Una de ellas es Ilsa Weber (1903-1944), escritora y compositora checa, una gran desconocida como tantas otras mujeres que hasta su último aliento puso el alma de la música a disposición de los que más sufrían en esos momentos dramáticos del holocausto, como enfermera pediátrica en el campo de concentración de Terezín (cerca de Praga, Bohemia-Moravia, actual República Checa, presentado ante el mundo por la propaganda nazi como un gueto judío), para entregarles lo que mejor sabía hacer: componer música que les transmitiera sentimiento feliz ante el sinsentido de lo que ocurría a su alrededor. Una consideración que debo hacer y que no quiero que pase por alto es que su apellido real era Herlinger y así figuraba en su identificación porque el apellido Weber era el de su marido, situación no inocente en relación con la mujer, que era costumbre en su país natal, región de Moravia (hoy República Checa).

Ilsa Weber fue una excelente escritora de cuentos y canciones infantiles, también cantora de nanas inolvidables, en el sentido que tantas veces he remarcado en este cuaderno digital, siguiendo a Facundo Cabral en el establecimiento de la distinción entre cantante y cantor, porque cantante es el que puede serlo y cantor el que debe hacerlo como compromiso personal. Ilsa Weber debía cantar en el gueto de Terezín: “El canto era también una expresión de su voluntad de sobrevivir [las personas allí recluidas] e incluso podía constituir un acto de resistencia. En este contexto, resistir significaba autoafirmarse, con el objetivo de contrarrestar las estrategias destinadas a doblegar a la población reclusa sometida a un trato inhumano por parte de las autoridades del campo de concentración. Se trataba de mantener la esperanza, el valor, desafiando cualquier pronóstico y conservando la voluntad de vivir, a pesar de la constante amenaza de muerte”. Ilsa Weber comprendió muy bien que el canto era una oportunidad para ofrecer esperanza a los allí detenidos: “Porque hay que poder evadirse de la realidad para soportarla, sus letras hablan de libertad, de amor, de recuerdos de infancia. Otras, en cambio, evocan la vida en los campos de concentración y el sufrimiento que estos conllevan: la separación, la pérdida de la libertad, la privación, la muerte”.

He conocido la trayectoria de esta mujer imprescindible en una actividad impecable dirigida por la Fundación Juan March a través del excelente programa preparado para el ciclo “Terezín: componer bajo el terror”, que finalizó ayer, que recomiendo leer con detalle y con la empatía suficiente para comprender qué significó la música en el Holocausto y, en concreto, el papel que jugó Ilsa Weber en su terrible experiencia: “Deportada a Terezín junto con su marido y su hijo pequeño en febrero de 1942, Weber trabajó como enfermera en el hospital pediátrico del gueto. Allí compuso numerosos poemas en checo y en alemán que cantaba a sus jóvenes pacientes acompañándose ella misma a la guitarra. En Ich wandre durch Theresienstadt [Camino por Terezín], la autora habla de la pérdida del hogar y de la libertad, preguntándose al final de la canción: “Theresienstadt, Theresienstadt, / Wann wohl das Leid ein Ende hat, / wann sind wir wieder frei?” [Terezín, Terezín, / ¿cuándo terminará el sufrimiento? / ¿Cuándo volveremos a ser libres?]. Ade, Kamerad [Adiós, compañero] es un adiós definitivo a un ser querido y constituye probablemente el último poema que Weber escribió antes de ser enviada con su familia en 1944 a Auschwitz, donde fue asesinada junto a su hijo. Su marido sobrevivió y pudo lograr reunir y publicar algunos de los poemas de su difunta esposa. Se cuenta que, camino a Auschwitz, pudieron escucharla cantar una de las varias canciones de cuna que escribió, como la que clausura este concierto”.

Adiós, compañero

[…] A menudo me has dado tu valor.
Me has sido leal y bondadoso,
dispuesto siempre a prestarme ayuda.
Apretabas mi mano
y ahuyentabas mi zozobra.
Compartíamos juntos el dolor […]

He recordado junto a la experiencia terrible de Ilsa, una película maravillosa, La vida es bella, inspirada en una historia real de un prisionero en Auschwitz, en la que pude constatar que el protagonista, Guido Orefice (Roberto Benigni), quería mostrar a su hijo Josué el lado mágico de la belleza de vivir a pesar del horror del nazismo en estado puro. Cuando él y su familia son capturados y llevados a un campo de concentración, el padre se inventa un juego para proteger a su hijo: tiene que conseguir 1.000 puntos para conseguir un carro blindado. Lo demás, hasta el final, lo recordamos con tristeza, aunque el mensaje de Guido Orefice a lo largo de la película es simple y grandioso, porque nos muestra metafóricamente que podemos ser inteligentes, extremadamente humanos, si soñamos como él en tres proyectos, a pesar del sinsentido a veces de cada día: poniendo (creando) una librería, leyendo a Schopenhauer por su canto a la voluntad como motor de la vida y sabiendo distinguir el norte del sur. También, cuidando de forma impecable la amistad con su amigo Ferruccio, tapicero y poeta. Trabajando en el lado amable de la vida hasta el último momento, como él, compartiéndolo siempre con los demás, sobre todo con los que menos tienen.

Escucho con atención y sobrecogido una estrofa de su nana cantada a los niños y niñas que estaban con ella, caminando por Terezín, acompañados por su calor humano: “Wiegala, wiegala, wille, / ¡qué silencioso está el mundo! / Nada estorba su quietud. / Duerme, pequeño, también / Wiegala, wiegal, wille / ¡el mundo es todo silencio!”. Entre aquellos niños estaba su hijo Tomás, que siempre estuvo junto a ella, siguiendo a su padre, como Giosué, el hijo de Guido Orefice, el protagonista de La vida es bella. No lo olvido.

En homenaje a Ilsa Herlinger (Ilsa Weber) y a todas las mujeres y personas que sufrieron el exterminio en el Holocausto, he querido dedicar estas palabras en la estela del Día Internacional de la Mujer, que en definitiva debe ser cada día anónimo en particular, hoy también, sin celebraciones especiales ni alharacas. También, pueden escuchar Ade, Kamerad (Adiós, compañero, citada anteriormente y que figura a continuación en una lista de canciones del holocausto con el número 8), como último poema escrito por Ilsa, para que no la olvidemos, recordando también dos preguntas suyas inquietantes de la primera canción citada, Camino por Terezín: ¿cuándo terminará el sufrimiento? / ¿Cuándo volveremos a ser libres?, que resuenan hoy como si fuera ayer (canción número 13, Wiegala). Gracias, Ilsa, por tu compromiso activo, que sigue siendo hoy un estímulo para seguir luchando, comprendiendo mejor que nunca algo que aprendí hace ya muchos años en la Cantata de Santa María de Iquique, compuesta por Quilapayún: “con el amor y el sufrimiento se fueron aunando las voluntades”.

NOTA: la fotocomposición de la cabecera es de producción propia, habiendo sido recuperada la imagen de la izquierda del programa preparado para el ciclo “Terezín: componer bajo el terror”, de la Fundación Juan March y la de la derecha, la de Ilse Weber, de Wikipedia.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.