El tiempo, después de la alarma, puede tener un color especial

Fotocomposición del autor sobre una imagen original del libro El color del tiempo

Sevilla, 9/V/2021

Cuando finaliza el estado de alarma actual por la pandemia del coronavirus, este país puede tener un color especial a partir de hoy mismo, abandonando poco a poco el blanco y negro asociado al dolor, junto a su escala de grises. Es una ocasión para vivirla de forma especial junto a la lectura de una publicación reciente, El color del tiempo, que nos ayudará a comprender cómo hemos vivido a lo largo de la historia en una dialéctica permanente entre el blanco y negro vinculados a sucesos que no se deberían repetir nunca y cómo el color devolvió con su llegada al mundo de las imágenes la alegría de retratar el mundo y a las personas tal y como somos. Quizás también, ahora, tal y como eran o como podremos ser si frecuentamos el futuro de una manera digna y responsable.

La sinopsis oficial de El color del tiempo no deja lugar a dudas: “Hay un tiempo que nuestro cerebro entiende en blanco y negro, ese tiempo que media entre el nacimiento de la fotografía y la popularización de la imagen en color, ese siglo largo que va de 1850 a 1960. Y, sin embargo, fue un tiempo a color, tan vivo como el rojo de la camisa de Garibaldi, tan refulgente como el dorado de la trompeta de Louis Armstrong, tan límpido como el azul del cielo donde los hermanos Wright volaron por primera vez, tan pardo como las camisas de los miembros del Partido Nazi o tan verde como los campos de Francia en 1914… Insuflar colores a ese tiempo es lo que han conseguido el tándem que forman Marina Amaral, una talentosa artista brasileña, y Dan Jones, un historiador británico, para narrar una historia del mundo contemporáneo que conjuga el impacto de unas imágenes que cambian nuestra forma de ver ese pasado con unos textos ágiles e incisivos. Desde la Guerra de Crimea o la Revolución Industrial a la crisis de los misiles o el inicio de la exploración espacial, El color del tiempo explica un siglo decisivo de la historia universal, con el auge y caída de imperios, el vertiginoso desarrollo de la ciencia, la tecnología y las artes, la tragedia de la guerra y las sutilezas de la política, y las vidas de aquellos hombres y mujeres, famosos o anónimos. Marina Amaral ha creado doscientas imágenes a partir de fotografías contemporáneas, restaurándolas digitalmente para ofrecerlas cómo nunca se han visto, casi resucitadas, que se entreveran con la narrativa de Dan Jones, que las ancla y explica en su contexto. Así, conjugados imagen y verbo, El color del tiempo regala una perspectiva única de un pasado tan cercano que explica el mundo de hoy, quebrando la barrera mental que el ajado sepia imponía a unos sucesos de los que apenas nos separan un par de generaciones”.

Es una publicación para contemplarla, fotografía a fotografía, incluso comparándolas poco a poco, para valorar la importancia del color en nuestra historia, en nuestras vidas. Los que nacimos en blanco y negro y poco a poco pasamos al color por tecnicolor, conocemos bien el discreto encanto de los negativos de la vida en el sentido más profundo del término. Cuando era niño me asombraba lo que ocurría con los carretes de una vieja máquina Agfa que rodaba por casa. El asombro fue mucho mayor cuando pasamos al color, porque era sorprendente obtener unas copias que reproducían fielmente lo que verdaderamente pasó en el momento de fotografiar a personas, paisajes o cosas. Era el realismo mágico de la vida que siempre tenía su valor porque veíamos finalmente el positivo en escala de grises como mucho, en un esfuerzo por superar el blanco y negro puros, después de una espera inquietante por el revelado que permitía finalmente ordenar y guardar las fotografías seleccionadas, cosa que difícilmente ocurre ahora con la revolución digital.

También me acuerdo, siguiendo la concatenación de los “me acuerdo” de Joe Brainard (1), del patio de mi colegio en Madrid, de aquella escalera mágica de madera que nos permitía contemplar a través del muro medianero que separaba el colegio de la distribuidora de películas contigua, los miles de fotogramas en blanco y negro tirados en el suelo, de forma desordenada, que podíamos recuperar con mil artimañas de niñez para intentar montar una película imposible, uniendo fotograma con fotograma al trasluz, como suele pasar en la vida real. De alguna forma, queríamos escudriñar los rollos de película de la productora, a la búsqueda de recortes que nosotros montábamos de forma imaginaria en las aceras vecinas con títulos de crédito muy particulares, a modo de estrellas del celuloide madrileño.

Yo me convertía en Totó durante ese tiempo, el protagonista maravilloso de Cinema Paradiso, contemplando los cortes obtenidos de la censura y señalados en el visionado con trozos de papel que insertaba en el rollo y que le dejaba ver el proyeccionista una vez cortados, su gran amigo Alfredo. Hoy, he contemplado bastantes imágenes del libro enunciado, El color del tiempo, y he puesto “señales” como Totó, visualizando e identificando muchos detalles a través del color incorporado a los negativos de blanco y negro. Las fotografías de personajes como Einstein o Hitler, casi al natural, no me han dejado indiferente. Sobre todo, la imagen de una enfermera durante la gripe mal llamada “española” de 1918, como decía Carlos del Amor en su comentario a la misma el pasado viernes en el informativo de la noche, “parece que está sacada hoy”. Al fin y al cabo, es un pequeño homenaje al personal sanitario, en general, que nos ha atendido y lo siguen haciendo en la pandemia actual, junto con otros muchos servidores públicos. Para que no se olvide al iniciarse hoy un nuevo presente y futuro al finalizar el estado de alarma y tener la oportunidad todos, sin excepción, de poner a partir de ahora un nuevo color a la vida de cada uno, de todos, sin dejar a nadie atrás.

Después de visualizar una parte de la historia del mundo con el color incorporado que les da nueva vida, gracias a este libro precioso, vuelvo a mi caja de sueños, que contiene centenares de negativos para repasar una vida llena de blanco y negro en mi infancia y de un inmenso color después, fundamentalmente porque nunca quise ser ciego al color, como pasaba a los habitantes de las dos islas de la Micronesia, Pingelap y Pohnpei, que nos dio a conocer Oliver Sacks en un libro precioso, La isla de los ciegos al color (2). La vida es algo más que el blanco y negro, que los grises, porque el cerebro está preparado para interpretar todos los matices cromáticos de la vida sin dejar ninguno atrás, la vida de cada una, de cada uno, que es lo más parecido a veces a una fotografía o película en blanco y negro, con la acromatopsia ética que corresponda (3), recuperando esos momentos que tanto nos reconfortan y que nos devuelven felicidad. Hasta que un día revelamos los negativos de nuestra vida, guardados con esmero en una caja de sueños, devolviéndoles la vida real que contienen en su discreto encanto del color o del blanco y negro, según la luz del momento, sabiendo que a veces, en nuestra persona de secreto, tienen el tiempo dentro y con un color especial.

(1) Brainard, Joe (2009). Me acuerdo. Madrid: Sexto piso.

(3) Sacks, Oliver (1999). La isla de los ciegos al color. Barcelona: Anagrama, p. 22.

(2) Acromatopsia: ceguera del color, enfermedad que no permite agregar a la óptica de la vida el color. Todo se ve siempre de color gris. Para comprender bien los efectos de esta enfermedad, recomiendo la lectura de un libro de Oliver Sacks ya citado, excelente, que tengo entre mis preferidos: La isla de los ciegos al color. Ante una realidad tan sugerente, recuperaré la lectura que en su momento me sobrecogió tanto y la seguiré proyectando en este cuaderno que registra ya tantas islas desconocidas: “experimentos de la naturaleza, lugares benditos y malditos por su singularidad geográfica, que albergan formas de vida únicas”, en frase del propio Sacks.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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