
Que en belleza camine.
Que haya belleza delante de mí
y belleza detrás
y debajo
y encima
y que todo a mi alrededor sea belleza
a lo largo de un camino de belleza
que en belleza acabe.
Eduardo Galeano, Quise, quiero, quisiera, del «Canto de la noche», del pueblo navajo, en El cazador de historias
Sevilla, 4/XII/2021
Hoy, como casi todos los días cuando me pongo a escribir sobre la página en blanco, he tomado conciencia de algo que aprendí de Eduardo Galeano leyendo su precioso libro, El cazador de historias: “Camino y en mis adentros las palabras caminan también, en busca de otras palabras, para contar las historias que ellas quieren contar. Las palabras viajan sin apuros, como las almitas peregrinas que vagan por el mundo y como algunas estrellas fugaces que a veces se dejan caer, muy lentamente, en los cielos del sur. Las palabras caminan latiendo. Y en esos días, por pura casualidad, me entero de que en lengua turca caminar y corazón tienen la misma raíz (yürümek, yürek) (1).
En la serie que dediqué este verano a Eduardo Galeano, bajo el epígrafe “El buscador de historias”, comencé esa andadura con unas palabras dedicadas a los caminantes del mundo, en las que decía que él había escrito ese libro a modo de testamento espiritual, porque “a través de innumerables historias nos entrega su alma convertida en palabras recogidas en cuatro capítulos de su vida, «Molinos de tiempo», «Los cuentos cuentan», «Prontuario» y «Quise, quiero, quisiera», que agrupan palabras sentidas y sintientes para él y para todos, en un ejemplo de su generosidad literaria y de compromiso activo a través de la palabra. El último, «Quise, quiero, quisiera», corresponde al poema navajo [que da título a estas palabras] y que escogió personalmente para abrochar su obra, con tres tiempos verbales que encierran en sí mismos toda su vida y que he elegido para abrir el largo caminar de estas líneas”.
Caminar y buscar se funden en un abrazo de la vida que me acompaña todos los días para seguir caminando el mundo en el que vivo, estoy y soy. Siento como mías las palabras de Galeano, porque en cada camino y búsqueda diaria del sentido de la vida, las palabras caminan también en mis adentros, “en busca de otras palabras, para contar las historias que ellas quieren contar”, como me ocurre ahora mismo al teclearlas y dejarlas con su vida adentro. Sé que ellas viajan sin apuros, porque caminan latiendo, sobre todo cuando ya sé que en nuestros antepasados turcos, caminar y corazón tienen la misma raíz (yürümek, yürek).
En la orilla que me encuentro en la actualidad, en la singladura que inicié hace unos días para seguir buscando islas desconocidas de esperanza, en un mundo terco que se encarga a diario de arrebatárnosla, considero que Galeano me acompaña para hacer este camino o singladura, tanto monta monta tanto, cuando pasado el ecuador de esta pandemia nos acercamos a una isla especial que suele inspirar también mi alma de secreto y, a veces, la de todos: el principio esperanza, que se inspira en el camino de la belleza que puede presentarse en la vida de cada uno cuando nos lo proponemos: Que en belleza camine. / Que haya belleza delante de mí / y belleza detrás / y debajo / y encima / y que todo a mi alrededor sea belleza / a lo largo de un camino de belleza / que en belleza acabe. Él lo cuenta de una forma especial al detallarnos la historia de la tribu Pawnee, junto al río Platte, en el relato Las Estrellas (2), del que he escogido sus palabras finales, porque representan lo que me ha sucedido a lo largo de la vida, fundamentalmente porque soy un caminante del mundo que late a través de la palabra, que nos queda y… además, es bella:
A orillas del río Platte, los indios pawnees cuentan el origen.
Jamás de los jamases se cruzaban los caminos de la estrella del atardecer y la estrella del amanecer.
Y quisieron conocerse.
La luna, amable, las acompañó en el camino del encuentro, pero en pleno viaje las arrojó al abismo, y durante varias noches se rio a carcajadas de ese chiste.
Las estrellas no se desalentaron. El deseo les dio fuerzas para trepar desde el fondo del precipicio hasta el alto cielo.
Y allá arriba se abrazaron con tanta fuerza que ya no se sabía quién era quién.
Y de ese abracísimo brotamos nosotros, los caminantes del mundo.
(1) Galeano, Eduardo, El cazador de historias, 2016. Barcelona: Siglo XXI España.
(2) Galeano, Eduardo, Ibidem, p. 20.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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