
Sevilla, 8/XII/2021
Sorprende que en un país objetivamente muy descreído e inmerso en problemas muy graves, sigamos experimentando la laicidad y el correlato de aconfesionalidad como palabras huecas en millones de conciencias a pesar de lo propugnado en el artículo 16 de la Constitución. Hoy se celebra el día de la Inmaculada Concepción, festividad vinculada a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, cuando la regresión de las creencias religiosas tiene cada año un crecimiento galopante en el Estado y el Artículo 16 de la Constitución vigente expresa la voluntad de un pueblo: “Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos […] Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. Lo sorprendente es que una fiesta eminentemente religiosa, sin más sesgos, se eleve a la categoría de fiesta nacional, pasando a ser uno de los pilares del “puente” de Diciembre. Estremece saber, además, que el origen de esta festividad tiene un carácter bélico, además de religioso, por su vinculación con el Milagro en la batalla de Empel, hecho acaecido entre el 7 y 8 de diciembre de 1585, fecha que supone la raíz de la proclamación de la Inmaculada Concepción como patrona de los Tercios españoles y actual infantería española.
Para mí, casi todo lo expuesto me sugiere preguntas, que ya he ido desgranando en estas páginas digitales a lo largo de dieciséis años, fundamentalmente porque sigo esperando una respuesta del dios en el que creo, como nos lo recordaba Alberti en su precioso poema “Entro Señor en tus iglesias”, para decirme lo que posiblemente a nadie le diría, aunque sé a ciencia cierta que su corazón anonadado gime ante esta desbandada de sus “fieles”, cada vez menos según los datos oficiales del país. También, por lo que transmite en su poema El platero, publicado en El alba del alhelí, que siempre he sentido como la gran paradoja de la creencia descreída en el dios que nos conmueve y en la Virgen, una mujer muy sencilla y confundida que solo acepta el regalo de un beso a su Niño, mucho más allá de medallas, collares y anillos, porque como estampa familiar nos puede servir para comprender la quintaesencia de la religión bien entendida.
Hoy, vuelvo a contemplar de nuevo el óleo de Georges de La Tour, El recién nacido, un pintor desconocido durante siglos para la historia del arte, porque busco comprender la intrahistoria de María, la madre de Jesús, como nos lo ha contado la historia sagrada. Sobrecoge el silencio y austeridad en este cuadro tan realista en los últimos años del pintor: “Sus célebres “noches”, de aparente simplicidad, silenciosas y conmovedoras, dan vida a personajes que surgen con magia en espacios sumidos en el silencio, de colorido casi monocromo y formas geometrizadas. La total inexistencia de halos u otros atributos sacros, así como los tipos populares empleados, justifican la lectura laica que a veces se ha hecho de sus nocturnos en obras como La Adoración de los pastores del Louvre o El recién nacido de Rennes“ (1). No hay vestigio alguno de collares o anillos, pedidos por José al platerillo de Alberti. Sin nada, solo con el regalo precioso del silencio sonoro de la noche y contemplando a su niño, fruto de una sorprendente concepción, en la que encontró, eso sí, a un gran compañero, José, al que también he reconocido siempre su difícil situación ante los demás descreídos y porque su papel en esta historia nunca ha pasado desapercibido en nuestras vidas y en nuestras navidades y fastuosas blancas. José, el carpintero de Nazareth, siempre ocupó una segunda fila en una historia jamás contada bien. Era la pareja oficial de María, asunto que me ha emocionado en muchas ocasiones al describirse así, a pesar de que la historia lo ha encumbrado siempre a los altares. En el óleo de Georges de La Tour, no aparece José por ningún sitio porque realmente nunca fue protagonista de esta historia mágica, la sorprendente concepción de María. Todos comentaban siempre su silencio.
Michel Corrette (1709-1795), José es un buen compañero (Seis sinfonías de Navidad, Sinfonía III, Allegro), interpretado por La Fantasía.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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