
Sevilla, 23/XII/2021
El día después del sorteo del año sigue siendo un buen día para recordar la dialéctica continua en nuestras vidas de azar y necesidad. Todo es lotería en la vida de este país y de este mundo al revés, quizás con un regusto borgiano a través de su relato, La lotería en Babilonia, publicado en 1941 (1) en un contexto político mundial muy especial, un cuento muy profundo en contenidos y con un mensaje muy claro, que se explica al final del mismo: el azar es una necesidad social para que todo funcione y así hasta el infinito, porque todo, absolutamente todo, se sortea, incluso la muerte. Es el propio Borges quien manifiesta sin rubor alguno que este cuento no es inocente en sus simbolismos y que trata de una ficción política. El problema radica es saber identificar quién es el dueño de la Organización que está detrás de “la lotería” mundial, la Compañía actual, porque existir… existe.
Todo comienza al parecer con el origen inocente (?) de la lotería, que nace en Babilonia, pasando por vicisitudes que hacen que La Compañía, la organización oficial de la misma, cada vez concentre más poder omnímodo para sortear el bien y el mal, porque siempre se gana o se pierde, incluso ambas cosas a la vez, logrando que la lotería fuera secreta, gratuita y general a petición del pueblo. Está claro que el autoritarismo está servido. Lo que comenzó como una lotería tradicional acabó siendo algo muy diferente: “su virtud moral era nula. No se dirigía a todas las facultades humanas, únicamente a la esperanza». La gratuidad era algo que al final podía “tocar” a todos: “Quedó abolida la venta mercenaria de suertes. Ya iniciado en los misterios de Bel, todo hombre libre automáticamente participaba de los sorteos sagrados y secretos… Las consecuencias eran incalculables. Una jugada feliz podía motivar, para el concursante, su elevación al concilio de los magos o la prisión de un enemigo (notorio o íntimo) o el encontrar, en la pacífica tiniebla del cuarto, la mujer que empieza a inquietarnos o que no esperábamos rever; una jugada adversa: la mutilación, la variada infamia, la muerte».
Para la Compañía, la lotería era una interpolación del azar en el orden del mundo y aceptar errores no significa contradecir el azar: es corroborarlo. De ahí nacieron conjeturas preocupantes para la Organización lotera. Cualquier parecido de la situación social actual con la lotería de Babilonia y su representación oficial, La Compañía, no es como en las películas una ficción o pura coincidencia sino, a veces, una realidad cruda. Unas veces se espera del Estado que controle la suerte de todos y otras se abren disputas cainitas para que se descentralice este reparto de suerte: “Si la lotería es una intensificación del azar, una periódica infusión del caos en el cosmos, ¿no convendría que el azar interviniera en todas las etapas del sorteo y no en una sola?, ¿no es irrisorio que el azar dicte la muerte de alguien y que las circunstancias de esa muerte -la reserva, la publicidad, el plazo de una hora o de un siglo no estén sujetas al azar?”.
Todo es azar, aunque siempre está la Compañía detrás, que lo administra. Algo parecido al mundo actual, donde por un lado están los ciudadanos del mundo al revés, que compran diariamente papeletas o décimos para sobrevivir, según los recursos de cada uno, esperando que el sorteo nunca se pare, para suerte de algunos y desgracia de todos: “Bajo el influjo bienhechor de la Compañía, nuestras costumbres están saturadas de azar. El comprador de una docena de ánforas de vino damasceno no se maravillará si una de ellas encierra un talismán o una víbora; el escribano que redacta un contrato no deja casi nunca de introducir algún dato erróneo; yo mismo, en esta apresurada declaración, he falseado algún esplendor, alguna atrocidad. Quizá, también, alguna misteriosa monotonía… Nuestros historiadores, que son los más perspicaces del orbe, han inventado un método para corregir el azar; es fama que las operaciones de ese método son (en general) fidedignas; aunque, naturalmente, no se divulgan sin alguna dosis de engaño. Por lo demás, nada tan contaminado de ficción como la historia de la Compañía… Un documento paleográfico, exhumado en un templo, puede ser obra del sorteo de ayer o de un sorteo secular. No se publica un libro sin alguna divergencia entre cada uno de los ejemplares. Los escribas prestan juramento secreto de omitir, de interpolar, de variar. También se ejerce la mentira indirecta”.
La lotería de Babilonia puede ser la lotería del mundo actual. Han pasado siglos desde que ocurrieron los hechos que cuenta el narrador del cuento, pero no se nota en la condición humana. Así lo atestigua el final del relato de Borges: “La Compañía, con modestia divina, elude toda publicidad. Sus agentes, como es natural, son secretos; las órdenes que imparte continuamente (quizá incesantemente) no difieren de las que prodigan los impostores. Además, ¿quién podrá jactarse de ser un mero impostor? El ebrio que improvisa un mandato absurdo, el soñador que se despierta de golpe y ahoga con las manos a la mujer que duerme a su lado, ¿no ejecutan, acaso, una secreta decisión de la Compañía? Ese funcionamiento silencioso, comparable al de Dios, provoca toda suerte de conjeturas. Alguna abominablemente insinúa que hace ya siglos que no existe la Compañía y que el sacro desorden de nuestras vidas es puramente hereditario, tradicional; otra la juzga eterna y enseña que perdurará hasta la última noche, cuando el último dios anonade el mundo. Otra declara que la Compañía es omnipotente, pero que sólo influye en cosas minúsculas: en el grito de un pájaro, en los matices de la herrumbre y del polvo, en los entresueños del alba. Otra, por boca de heresiarcas enmascarados, que no ha existido nunca y no existirá. Otra, no menos vil, razona que es indiferente afirmar o negar la realidad de la tenebrosa corporación, porque Babilonia no es otra cosa que un infinito juego de azares”.
El que quiera entender que entienda o que juegue al azar en su vida. La Compañía, bajo diversos nombres hoy, sigue viva. Tenemos un origen común, sin lugar a dudas también babilonio, una condición humana que compartimos, probablemente complicada y compleja, pero muchas personas, millones, no son culpables de nada, ni de la mala suerte en la lotería de la vida, porque a esa señora, la culpa de los falsos compañeros de viaje, nunca se la han presentado, ni se han quedado con su cara, no la conocen. Unos pocos, la Compañía actual según Borges, vinculados casi siempre a los fondos de inversión y que caben en un taxi, deciden en este momento que escribo estas palabras, en un piso de cualquier rascacielos de Manhattan, cómo se reparte hoy la miseria en la lotería del mundo al revés y la respuesta es pulsar un botón para distribuirla, nada más, bajo la apariencia de suerte en un sorteo nada inocente. Esa acción no está al alcance de cualquiera y la mayoría silenciosa o ruidosa mundial no acaba de entender nunca por qué viniendo de donde venimos, ya sean creacionistas o evolucionistas, estamos alcanzando la más alta cota de la miseria y mala suerte actual. Y lo que es peor, con el solo esfuerzo de algunos que han demostrado hasta la saciedad que no son inocentes. De lo que estoy convencido es de que la culpa de todo esto no la tenemos ni yo, ni usted, ni el vecino, ni siquiera sus parientes, ni la gente común, mucho menos los nadies de Galeano, los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida. Los jugadores anónimos de una lotería mundial que reparte de todo menos esperanza y dignidad humana. La Compañía del siglo XXI, según la Historia.
(1) Borges, Jorge Luis, en Ficciones (El jardín de senderos que se bifurcan), 1996. Madrid: Alianza Editorial.
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CIUDADANO JESÚS (2ª edición, revisada y aumentada)
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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