
Sevilla, 13/XII/2021
A nuestro país se le ven las posturas cerriles y cainitas de la derecha por los agujeros de las túnicas de sus creyentes católicos, apostólicos y romanos, como le ocurría más o menos a Diógenes, el buscador de personas, porque estando un día en los baños al mismo tiempo que Aristipos de Cirene, el cirenaico, éste, al salir, cambió su vestidura purpúrea por la túnica desgarrada de Diógenes. Y cuando Diógenes se dio cuenta, se puso rabioso y de ninguna manera quiso ponerse el vestido purpúreo. ¿Por qué? En definitiva, se podría observar la vanidad de Diógenes a través de los agujeros de su túnica, porque dejaba de ser él al vestirse de púrpura y esto constituía un grave problema de representación, cara a los espectadores. Volviendo a nuestra terca realidad, un país católico y apostólico, que tiene también su “altura romana”, estos nuevos Diógenes piensan que esa altura de miras no se debe entregar a una política comunista sin más. Vanidad de vanidades, todo es vanidad, como la de Diógenes, que decía una autoridad clásica, muy eclesial por cierto.
Salvando lo que haya que salvar, la derecha ha salido en tromba a criticar con una dureza inusitada la audiencia que Francisco ha mantenido con la ministra y vicepresidenta segunda del Gobierno, porque “cómo se le ocurre a una comunista y, por supuesto, cómo puede ser que nada más y nada menos que el Papa se siente a hablar con esa comunista redomada”. El Papa sólo debe sentarse con el Poder, como siempre ha sido, a través de las Autoridades, no con una ciudadana, mujer por más señas, ministra de un país aconfesional y con una misión posible: cruzar unas palabras, en tan sólo cuarenta minutos, sobre cuestiones fundamentales, relaciones laborales, pandemia y cambio climático, de sumo interés para Francisco, cuyo resultado lo resumió Yolanda Díaz en pocas palabras: “Hoy me he reunido con el Pontífice en el Vaticano para dialogar sobre el trabajo decente, la crisis de la Covid-19 y el futuro del planeta. Construir un mundo más solidario y más justo solo es posible con diálogo entre diferentes en favor del bien común. Hay esperanza», para finalizar con una escueta pero rotunda afirmación: “ha sido un encuentro emocionante”.
Esta situación me ha recordado una película de culto dirigida por Marco Ferreri, La audiencia (1971), con un guion del inconmensurable Rafael Azcona, en la que Amedeo, el protagonista, es un hombre sencillo que llega a Roma desde el norte de Italia con el propósito de tener una audiencia privada con el Papa para hablar con él sobre asuntos de carácter filosófico y teológico que le preocupan. Más o menos, lo que ha pretendido Yolanda Díaz, a pesar de su impacto mediático. La gran diferencia es que la situación de la película de Ferreri se desarrolla en una Roma clásica por antonomasia y todo son dificultades inauditas para que Amedeo consiga su objetivo, hasta que finalmente muere en la Plaza de San Pedro sin haber conseguido el objetivo de mantener un encuentro con el Papa, una audiencia. La trama de la película no tiene desperdicio alguno y refleja el poder fáctico de la iglesia y su falta de sensibilidad y atención a los que de verdad querrían hablar con el Papa, de tú a tú, sobre la cosas que les preocupan del terco día a día.
Esta audiencia en el Vaticano es una muestra de que Francisco emite en otra frecuencia que no es la de la Iglesia que criticó duramente Ferreri y que todavía perdura en la Urbe. Alabo este tipo de encuentros, aunque los medios oficiales vaticanos no hicieron mención alguna de esta audiencia, porque ellos sólo recogen las de los Jefes de Estado o de Gobierno. El que quiera entender que entienda. Marco Ferreri no se sorprendería tampoco. Quizás nos consuele hoy un poema precioso de Rafael Alberti, Basílica de San Pedro (1), que tengo grabado en el corazón, en el que siento a Francisco como el protagonista del poeta gaditano, Pedro, a secas, que sólo quiere volver a ser pescador, porque es lo suyo:
Di, Jesucristo, ¿Por qué
me besan tanto los pies?
Soy San Pedro aquí sentado,
en bronce inmovilizado,
no puedo mirar de lado
ni pegar un puntapié,
pues tengo los pies gastados,
como ves.
Haz un milagro, Señor.
Déjame bajar al río;
volver a ser pescador,
que es lo mío.
(1) Alberti, Rafael, Roma, peligro para caminantes, 1968. México: Joaquín Mortiz.
NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de La reforma laboral centra el encuentro entre Yolanda Díaz y el Papa Francisco (eldiario.es)

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CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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