
Sevilla, 7 de junio de 2022
Hoy cumplo setenta y cinco años, mucho tiempo si lo convierto en cumpledías, aunque prefiero esta última expresión siguiendo de cerca a Mario Benedetti en su poema “Como siempre”, en su fondo y forma, sentándome junto a él y sintiendo al mismo tiempo la influencia de Luz López, su compañera de vida, recordándome también que ya he recorrido un camino vital de novecientos meses en mi cumpledías vital, más de media vida con María José, aplicando las palabras de su poema en primera persona, porque así lo he leído una y otra vez en lo más íntimo de mi propia intimidad agustiniana, adaptándolo a mi yo y mis circunstancias, que diría Ortega y Gasset. Es verdad, porque esta matusalénica edad que alcanzo hoy “no se me nota cuando en el instante en que vencen los crueles entro a diario a averiguar la alegría del mundo, volando gaviotamente sobre las fobias, desarbolando los nudosos rencores. He alcanzado una buena edad para cambiar estatutos y horóscopos, dejando que mi manantial mane amor sin miseria”. También vuelvo a tener presente a Juan Ramón Jiménez, tan próximo, el poeta con el que compartí su casa de juventud en Moguer durante algún tiempo, que escribió unas palabras hace más de cien años que rescato hoy en la celebración de mi cumplevidas, concretamente en una bella introducción a su querido diario (1), recogidas del sánscrito -¡ay, la influencia de Zenobia Camprubí!-, porque resumen perfectamente la atención que debemos prestar a cada día, espacio y tiempo en el que se desarrolla la vida personal e intransferible de cada uno y las compañeras de vida, por ejemplo Luz, Zenobia, Margarita y María José:
¡Cuida bien de este día! Este día es la vida, la esencia misma de la vida. En su leve transcurso se encierran todas las realidades y todas las variedades de tu existencia: el goce de crecer, la gloria de la acción y el esplendor de la hermosura.
El día de ayer no es sino sueño y el de mañana es sólo una visión. Pero un hoy bien empleado hace de cada ayer un sueño de felicidad y de cada mañana una visión de esperanza. ¡Cuida bien, pues, este día!
En este contexto he recordado hoy también al poeta cubano Waldo Leyva, porque cuando cumplió setenta y cinco años intervino en Ciudad de México, el 13 de septiembre de 2018, en un encuentro cultural bajo la denominación Setenta y cinco años de perseguir el sueño, leyendo poemas escogidos de su espléndida obra poética, de la que destaco El rumbo de los días (2), que ganó en 2010 el X Premio Casa de América de Poesía Americana y de la que escribió el poeta brasileño Ledo Ivo la siguiente semblanza a modo de sinopsis del libro: “La mirada de Waldo Leyva (Cuba, 1943) no sólo contempla. Es una mirada que escucha los rumores de la vida y del mundo. Al mismo tiempo que alcanza las noches estrelladas y los días radiantes de Cuba, se extiende más allá de la frontera insular habitada por el eterno martilleo del mar. Un sentimiento amoroso del mundo, fundado en la solidaridad y en la fraternidad guía los pasos de este gran poeta viajero. Su poesía es ora clara como el agua más lípida, ora teñida de esa oscuridad que marca al ser nocturno y solitario. Sus secretos y misterios, sus sueños y deslumbramientos jamás lo separan de los otros hombres y de los otros paisajes, de la materialidad y la trascendencia que rigen el transcurrir de la vida. ¿Quién es este Waldo Leyva, con su poesía que torna espléndidos los seres y las cosas más simples, humildes y cotidianas, pan puesto en la mesa y aura permanente de amor? Es un amigo del mundo”.
Leyendo bastantes poemas de su trayectoria vital, he escogido uno que me ha tocado el alma que sueña, titulado Contra la desmemoria, dedicado a José Omar Torres, hermano:
Cantemos la canción de los soñadores,
que no nos detengan las espaldas que se alejan
ni los oídos que sólo quieren escuchar
el repetido canto de las sirenas;
por muy sólo que se anuncie el camino,
cantemos siempre la canción de los soñadores,
que el canto nos acompañe
con su melodía incorruptible.
El fin no es tocarlo sino perseguir el sueño.
Y si algún día, no quiero pensarlo,
nadie canta la canción de los soñadores
si alguna vez, no quiero imaginarlo,
sólo se escucha el alarido de las sirenas,
entonces yo, contra esa desmemoria,
seguiré cantando con mi torpe voz
y estoy seguro, eso quiero creer,
que alguien, cuyo recuerdo ignoro todavía,
se levantará de las aguas para sumarse al coro
y descubrir conmigo la canción de los soñadores.
En este cumpleaños, cumpledías y cumplevidas, sólo sé que he perseguido sueños que hoy no quiero olvidarlos, ni siquiera un momento, porque no quiero dejarme apesadumbrar por la desmemoria. Leo una y otra vez el poema de Waldo Leyva, precioso, porque no quiero dejar de soñar despierto como tantas veces he escrito en este cuaderno digital. Hoy, cuando cumplo setenta y cinco años persiguiendo sueños, quiero cantar la canción de los soñadores (Leyva), entrando a diario a averiguar la alegría del mundo, volando gaviotamente sobre las fobias, desarbolando los nudosos rencores (Benedetti), porque sé que el día de ayer no es sino sueño y el de mañana es sólo una visión. Pero un hoy bien empleado hace de cada ayer un sueño de felicidad y de cada mañana una visión de esperanza. Por esas razones, sueños en definitiva, sé que lo que aprendí un día ya lejano de Juan Ramón Jiménez, ¡Cuida bien, pues, este día!, es lo que me permite seguir viviendo, porque un hoy bien empleado hace de cada ayer un sueño de felicidad y de cada mañana una visión de esperanza. Sé que el fin no es tocarlos sino perseguir los sueños.
(1) Jiménez, Juan Ramón, Diario de un poeta recién casado (1916-1917), 2011. Madrid: Visor Libros.
(2) Leyva, Waldo, El rumbo de los días, 2010, Madrid: Visor Libros.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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