¿Es posible ser bueno en un mundo obligado a la mezquindad para sobrevivir?
J.A. Cobeña, El alma buena de Se-Chuan
Anoche sentí algo especial al escuchar a Pedro Cavadas, cirujano plástico con gran proyección internacional por sus trasplantes de cara y extremidades, de gran complejidad técnica. Lo más sorprendente es que durante los treinta y ocho minutos de entrevista de lo que menos habló fue de la técnica quirúrgica sino de la trastienda de los trasplantes, de la cara menos amable de esta aventura para devolver las ganas de vivir de algunas personas: «En la trasplantología hay una tendencia a ocultar las complicaciones». A las preguntas incisivas de Pepa Bueno, Cavadas respondía siempre aplicando el principio de realidad: sus miedos, sus fracasos, su compromiso total con los pacientes, su muerte personal cuando fallece un paciente suyo trasplantado: «Esta entrevista me está haciendo mucho daño», dijo en más de una ocasión.
¿Por qué? Su cara era el espejo de su alma. No había glamour por ningún sitio y continuamente situaba la entrevista en el llamado principio de realidad, muy dolorosa en su caso, desde que comenzó su carrera como médico de una forma accidental, hasta hoy día, cuando lo que se podía esperar era el efecto halo de un profesional excelente. Nada más lejano de su forma de ser y estar en el mundo. Habló sólo de su alma de secreto, que ya es pública y aleccionadora hasta límites insospechados.
La relación médico-paciente estuvo planeando constantemente a lo largo de la entrevista. Habló en más de una ocasión de que sus pacientes eran al final amigos y por eso sufría más con ellos. El fracaso de una intervención, cuyo primer afectado es el paciente, es su fracaso en estado puro. Habló también de su colaboración con una Fundación, aunque también quitó importancia a este gesto de generosidad extrema porque era consciente de que si operaba a cien personas durante sus estancias esporádicas en África, atrás quedaban todavía miles esperando que algún día volviera de nuevo a ofrecerles esta oportunidad. Otra vez la realidad…, porque él quiere «ayudar a aquellos que no pueden elegir y a la vez devolver aquello que nos ha sido dado», la gran misión de la Fundación que lleva su nombre.
Hubo un momento muy emocionante cuando habló de la situación de la atención sanitaria en España, que consideró excelente, a pesar de que él no debía opinar de esto, porque esa tarea corresponde a los gestores sanitarios: «No sé nada sobre gestión sanitaria, pero la cartera de servicios de sanidad pública no creo que tenga parangón en todo el mundo». Entendí mejor que nunca lo que aprendí hace ya muchos años del profesor Rodney Coe cuando se esforzaba en explicar los factores de convergencia que siempre se tienen que respetar entre la organización administrativa de la salud y la estrictamente profesional, sin que se confundan, como puede ocurrir en estos momentos de la traída y llevada crisis, con los recortes propios y asociados que la están caracterizando de forma despiadada.
Habló mucho de las situaciones dolorosas que vive en su experiencia diaria, a alma descubierta, sin concesiones a la galería. Reconoció que todavía queda mucho camino por recorrer a la trasplantología, aunque señaló en diversas ocasiones que la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) funciona de forma excelente en España.
Cuando finalizó la entrevista, él sabía que tres pacientes trasplantados de manos le estaban esperando en las habitaciones de su persona de secreto. Comprendía el dolor que arrastran estas operaciones: «Otra situación muy dolorosa para mí fue un problema que tuvo un paciente al que le hice un trasplante de piernas con la medicación y tuve que quitárselas». Conoce bien una verdad incómoda: «Todos los trasplantes, con suficiente tiempo, fracasan […] A los 20 años, aproximadamente el 100% de los órganos trasplantados se han perdido».
No hubo concesión alguna a su alma buena de cirujano sin fronteras. Nos dejó claro que él no sabe contar mentiras al sistema inmunitario de los pacientes y por eso falla a veces. Se despidió dejando claro que su religión ¿su alma? le impide dejar sin atender a un paciente porque no tenga dinero… Y que no es dios ni pretende serlo.
Un artículo publicado hoy en Babelia, La lección del maestro, de mi admirado Antonio Muñoz Molina sobre el pianista Seymour Bernstein, me ha recordado la necesidad de maestría para poner las manos sobre un piano, como expresión maravillosa de las órdenes que el cerebro envía a diez dedos para que acaricien las notas en la clave que corresponda, como si se tratara de concatenar letras y palabras llenas de un encanto mágico.
La figura de Bernstein me parece encomiable, tal y como la retrata el autor. Un maestro que se retira del mundo artístico oficial en 1977, para enseñar de forma personal e intransferible, humilde, a futuros pianistas que ahora andan en el más puro anonimato: “Seymour Bernstein eligió hacerse a un lado, acogerse a una soledad sedentaria, aunque no aislada, porque su apartamento de monje está a unos pasos del nervio vibrante de la música en Nueva York, y porque a partir de entonces su vocación se volcó no en los conciertos públicos, sino en el sosiego de las clases; no en la multitud anónima de un auditorio, sino en la atención, uno por uno, a cada discípulo”.
Estoy aprendiendo a tocar el piano. Era una asignatura pendiente a lo largo de mi vida, que pretendo aprobar con la ayuda de una profesora que proyecto ahora en Bernstein, en los términos que utiliza Muñoz Molina sobre su método de enseñanza actual: “Les explica a los estudiantes cómo hay que respirar delante del piano y también qué parte de artesanía y de sustancia ética hay en el ejercicio de la música. “La música no deja sitio para el apaño, no permite excusas, ni subterfugios, ni negligencias o descuidos en el trabajo”, dice. La música es el ejemplo de lo inflexiblemente bien hecho, y requiere una entrega que afecta tanto a la vida personal como a los resultados que logra el artista”.
No voy a olvidar estas palabras. A partir de ahora, cada vez que toque una obra de Schumann iniciática para mí en estos momentos, De países y personas extranjeras, recordaré a Bernstein tal y como lo ha retratado Etham Hawke, en el documental Seymour: Una introducción, porque lo que el director narra es “…un concierto casi confidencial de Seymour Bernstein, tantos años después, delante de unas decenas de personas, bajo la rotonda de la tienda Steinway de Nueva York. Frente a ese público muy atento Bernstein toca a Schumann como si estuviera solo, con una media sonrisa, con los ojos cerrados, delante de un ventanal por donde pasa silenciosamente el tráfico, en su edén de la música y de la paz de espíritu”.
Propongo compartir lo que es mi empeño
Y el empeño de muchos que se afanan
Propongo, en fin tu entrega apasionada
Cual si fuera a cumplir mi último sueño
Pablo Milanés, Proposiciones
En el contexto temporal de las elecciones al Parlamento de Andalucía escribí estas palabras el 19 de febrero pasado. Vuelvo hoy a publicarlas en una jornada de reflexión ante nuevas proposiciones, la entrada de la primavera y porque deseo compartir lo que es mi empeño y el de muchos que se afanan.
Necesitamos declarar las proposiciones decentes para avanzar en una sociedad más justa para todos. Escuchamos todos los días noticias que reflejan un mundo hecho polvo en búsqueda permanente de paz política e interior. Faltan proposiciones compartidas para aunar esfuerzos y voluntades a través del amor y el sufrimiento, como aquellos habitantes ejemplares de Santa María de Iquique.
Pablo Milanés lo sintetizó muy bien en una canción muy corta, porque lo bueno, si breve, dos veces bueno. No hacen falta ya muchas palabras para compartir este empeño de compartir ilusión por cambiar aquello que no nos hace felices, por mucho que el mercado se empeñe en convencernos que la felicidad es tener y no ser. Es más fácil estar atentos a disfrutar esta jornada, sin ir más lejos, inquietando el gusto de los demás a través de los sentidos, compartir mensajes que entusiasmen a los demás, sobre todo a los que están más cerca, lanzándonos por caminos y veredas anunciando que otro mundo es posible, porque la primavera llega siempre, de forma puntual, haciendo nuestro el crisol de esta morada.
Hoy se celebra el Día Internacional de la Felicidad. Faltan días ya en el calendario para recordarnos que tenemos que celebrar o ser algo en la vida, aunque la sociedad de consumo los aproveche para hacer su agosto o su marzo, como en esta ocasión. La felicidad sólo está en el cerebro de cada uno y en su entorno de cada día, por mucho que el poderoso caballero don dinero sea una meta final, para muchos, en la que creen alcanzar la felicidad suprema, con el sarcasmo de Woody Allen por medio: “El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida que se necesita un especialista muy avanzado para verificar la diferencia”. Además, un dato preocupante sobre la percepción del bienestar, de la felicidad, en España: según Eurostat, estamos ligeramente por debajo de la media de la UE (7,1 sobre 10), con una puntuación de 6,9, siendo Dinamarca el país que alcanza mayor satisfacción (8) y Bulgaria el que menos la siente (4,8).
Sigo trabajando en construir conocimiento positivo mediante el cerebro feliz, aunque hoy echo de menos la asignatura secuestrada de «Educación para la Ciudadanía», porque era un medio excelente para educar en felicidad. Por este motivo y contrarrestando la paradoja que celebra hoy la ONU, el Día Internacional de la Felicidad, vuelvo a publicar un post que publiqué en 2007 y que para mi sigue teniendo vigencia plena, justificando hoy más que nunca que la felicidad no debe ser flor de un día de mercadotecnia sino fruto de una inteligencia educada en procurar buscarla y vivirla todos los días.
Sevilla, 20/III/2015, Día Internacional de la Felicidad y del septuagésimo aniversario de la Organización de las Naciones Unidas
Escribo hoy este post como regalo de comienzo de Curso (?) (se les ha escapado a las nacionales y multinacionales del sector, ¡qué le vamos a hacer!…) para todas las adolescentes, para todos los adolescentes, que en un entorno diseñado por el enemigo, como diría mi amigo Juan Cobos Wilkins, comienzan en los días próximos a hojear, ojear, leer y asimilar los contenidos de la asignatura “Educación para la ciudadanía”, con la ilusión personal por compartir una meta real y alcanzable: que les sirva para ser felices. En esta tarea estoy desde que descubrí las posibilidades innatas y adquiridas que nos ofrece la inteligencia creadora de felicidad, de cada una, de cada uno, para lograr este fascinante cometido. Ahora, con la ayuda segura de estos contenidos, de estas variaciones sobre el mismo tema en los diferentes textos a cursar, sabiendo de forma responsable que la felicidad dejó de ser un proyecto inocente desde el momento que supimos, como personas, que teníamos que convivir en proyectos vitales diferentes. Ser ciudadanas ó ciudadanos, ó tener educación para ser ciudadanas ó ciudadanos, esa es la cuestión.
Constitución de 1812. Artículo 13 (Facsímil)
He dado muchas vueltas durante los últimos días en mi visita al “barrio de la ciudadanía”, como metáfora de mi aproximación al análisis del segundo texto de Educación para la ciudadanía, dirigido por José Antonio Marina y publicado por la editorial SM. Viendo la portada y contraportada, he paseado de forma imaginaria por la Avenida de la Solidaridad, saliendo por la calle de la Igualdad y contemplando a un grupo de personas desde mi particular atalaya de observador de la realidad cotidiana, para desembocar finalmente en la Avenida de la Justicia. Vengo siguiendo muy de cerca al autor desde que le conocí a través de su primer ensayo sobre la inteligencia, Elogio y refutación del ingenio, con el que obtuvo el premio Anagrama de Ensayo correspondiente a 1992 y tengo que confesar que probablemente no sea todo lo imparcial que necesitaría esta serie dedicada a “su” texto, porque le admiro y respeto en toda su obra, que he seguido como un fan –controlado- de su inteligencia creadora.
A diferencia del texto de Santillana, el planteamiento metodológico es más complejo, siguiendo la siguiente estructura metodológica y cromática en cada una de sus Unidades didácticas: Presentación, Desarrollo de contenidos, Educación emocional, Razonamiento práctico, A fondo, y Síntesis y Actividades finales. Asimismo, introduce la novedad de conectar mediante Internet para entrar en la extensión virtual del libro. Igualmente, el índice se desarrolla con una estructura diferente al texto anterior, distribuida en nueve Unidades didácticas: ¿qué es la ciudadanía?, la resolución inteligente de conflictos, la lucha por la felicidad, la dignidad y los derechos humanos, ¿cómo debe ser el ciudadano?, ¿quién soy yo?, la convivencia con los cercanos, la convivencia con los demás ciudadanos y la democracia.
Inmediatamente después, la gran sorpresa: un relato para comenzar, La isla, donde a lo largo de cuatro páginas se plantea una situación límite derivada de un avión caído al mar con alumnos de un Instituto, en un lugar remoto del Índico, que hay que resolver mediante principios de convivencia. Probablemente una lectura de eterno retorno durante esta experiencia didáctica porque hay que sobrevivir en un mundo a veces diseñado por el enemigo: “La historia cuenta los problemas que tuvieron que resolver para sobrevivir, muy parecidos a los que la humanidad ha tenido que solucionar a lo largo de la Historia”. Nada más y nada menos, porque la solución la encontraremos, “próximamente en este salón virtual”, tal y como aparecía en los títulos de crédito al finalizar los “tráiler” en mis cines paraíso de la infancia y adolescencia. Antes de pasar al ambigú donde podía encontrar la selecta bollería… de la vida.
Y comienza la primera Unidad, con la pregunta del millón de euros: ¿Qué es la ciudadanía?”, el oscuro objeto del deseo –para algunas, para algunos- de esta asignatura. Y el autor, desde el principio, hace un striptease ético, manifestando y declarando sin ambages el suelo firme sobre el que están construidas las nueve Unidades: la ciudadanía es la relación entre cada persona y la sociedad en la que vive. De esta forma, esta relación debe garantizarnos las condiciones necesarias para vivir felizmente. Y entra de lleno en el análisis de la pregunta crucial sobre la que girarán ya todos los contenidos de la asignatura: vivir en sociedad, de la convivencia a la política y ¿qué es la política?, utilizando encarte muy en la línea de las experiencias vitales de las adolescentes y de los adolescentes contemporáneos: mensajes SMS del tipo “pásalo”: necesitamos convivir para sobrevivir, recordatorios y actividades. Sigue abordando asuntos cruciales y de una rabiosa actualidad: ciudadanos de un Estado ciudadanos del mundo, haciendo un excursus sobre el origen etimológico de la mayor parte de las palabras que comprometen la ciudadanía: política, ciudad, foro, senado, pueblo, etc. y donde se demuestra que la originalidad en estas experiencias las debemos a nuestros antepasados. Siguen las actividades.
Y algo tan querido para José Antonio Marina, como es la demostración de que la gran tarea de la inteligencia es desarrollar actos felices en la vida diaria y ordinaria, se deja entrever en otro capítulo de esta Unidad primera, al introducirse en los vericuetos de la sociedad justa y feliz: conocimiento de las utopías para mejorar el mundo, cómo se puede alcanzar la felicidad personal y política, poniendo ejemplos tan extraordinarios como la frase resumen de la Constitución de 1812, que decía: “El objeto del gobierno es la felicidad de la Nación”. Ser felices debe ser un proyecto común: construir una “Casa” común, asumir la compasión y la solidaridad como actitudes proactivas para sentirnos protagonistas de un gran proyecto humano que trascienda la catetez extrema de no ver más allá de nuestras “narices” personales, familiares y sociales. Ser muchas veces voces de los que no tienen voz.
No podían olvidarse los grandes protagonistas a nivel personal de este tipo de experiencias docentes en relación con la convivencia: los sentimientos y las emociones, como la eclosión auténtica de una correcta vida afectiva. Feliz, en la clave de esta Unidad didáctica. Aborda la educación emocional, una gran olvidada en el currículum escolar de nuestro país, los diferentes tipos de sentimientos, destacando la venganza como impulso donde la fuerza acaba venciendo a la razón. Y despide la Unidad con razonamientos prácticos: hay que pensar juntos en muchas ocasiones, construyendo la teoría y práctica de algo que va a ser consustancial con la vida misma: el debate. Y el ejemplo básico, como punto de partida, se fija en el problema del botellón, con la declaración explícita de las reglas de juego, con apoyo de recortes de periódico, datos sociológicos y sanitarios y con la proyección del problema a título individual: mucho hablar, mucho hablar, pero ¿qué puedo hacer yo?.
La Unidad se cierra, finalmente, con una síntesis dibujada en un esquema muy limpio de los contenidos tratados, con unas actividades resumen y, nunca mejor dicho, con un redireccionamiento a la página web que va a servir de base de datos del conocimiento para la convivencia, donde se puede profundizar todo lo tratado en la Unidad.
Me ha gustado mucho el planteamiento de la Unidad. Conociendo muy bien a José Antonio Marina, sé que ha dejado por unos meses su profesión “confesada y confesable” de detective al servicio de la inteligencia de los demás, para acotar la posibilidad de que en la etapa de la adolescencia, clarísima población objeto de esta asignatura, las jóvenes y los jóvenes que la cursen con su texto, puedan quitar a sus padres ó los que se responsabilizan de su educación personal e intransferible, la preocupación que puedan tener sobre “loqueestaránaprendiendoenestaasignaturaquehatenidotantosproblemasparaarrancarenesteCurso” [sic], diciéndoles, diciéndonos a todas y todos a los cuatro vientos, cuatro palabras muy sencillas: aprendo a ser feliz.
El ideal democrático es la fe, continuamente puesta a prueba, en que los hombres y mujeres corrientes puedan elegir adecuadamente a aquellos que van a gobernar en su nombre, y en que aquellos que elijan puedan gobernar con justicia y compasión.
Michael Ignatieff, Fuego y cenizas
Lo escucho todos los días: ¿a quién voto o votamos? La pérdida de ideologías nos está llevando a una situación complicada, porque se están perdiendo los referentes políticos que hasta ahora marcaban el espectro de partidos en España. La situación social de corrupción política y descrédito de los partidos, el paro estructural o la irrupción de Podemos, con unos votos multitudinarios de castigo, que no de ideologías o creencias de base estructurada, de personas desencantadas con sus siglas de origen o por situaciones muy difíciles personales e intransferibles que nadie atiende, están poniendo las cosas muy difíciles para votar partidos que tengan la mayoría necesaria para desarrollar sus programas y avanzar en nuevos modelos sociales de convivencia humana, que de eso se trata. Es una realidad insoslayable la fragmentación social y, por tanto, de los votos.
Pero la política no es la tómbola del cubo, donde se juega a ganar o perder, casi da lo mismo. La política bien entendida es el arte de cambiar la sociedad para prosperar en derechos y deberes, sin convertirlos en mercancía; ir hacia adelante siempre, sin mirar hacia atrás y, si se hace, solo para no volver a pisar la senda de los fracasos. Por eso es importante prepararnos para depositar el voto en las próximas elecciones andaluzas, como primer test del estado del arte político en este país tan desdoblado en cuitas que no interesan a casi nadie.
Soy consciente de que no existe bálsamo de Fierabrás político, ahora que se cita tanto al desconocido Quijote, pero no sería malo reflexionar sobre determinados principios ideológicos para aclarar la situación actual, donde parto de la base de que los partidos no son todos iguales y, por extensión, los políticos tampoco.
En primer lugar, estoy convencido de que en democracia, la política es necesaria, es más, imprescindible. Un país tan visceral como España, necesita la armadura política para garantizar la democracia, a través de partidos políticos de diverso espectro, porque ahí está el secreto de las democracias que en el mundo han sido desde su nacimiento en Grecia, es decir, su pluralidad. Hay que avanzar urgentemente en cambios, sin lugar a dudas, pero no renunciar a principios democráticos que todavía están en partidos que hicieron posible la Transición y que por abandonar la formación permanente en su ideología, que está muy bien que no sea inocente, andan dando tumbos en busca de salvadores patrios. A diferencia de lo que dijo de forma sarcástica Groucho Marx, si se tienen principios y no gustan a los demás partidos, hay que luchar por ellos de forma convincente, porque no se tienen otros. Que quede claro: ideología, ideología e ideología.
En segundo lugar, la democracia necesita organizarse a través de referentes políticos a los que se han llamado “partidos”. No existe duda alguna de que actualmente están en crisis, pero no en sí mismo, sino en la forma de llevar a cabo su organización actual, donde el ideario deja mucho que desear, abandonado en los laureles de frases bien construidas pero con pérdida absoluta de la identidad de origen, que es el aspecto diferencial para defender a capa y espada que todos no son iguales, sin actitudes vergonzantes. Además, la incorporación a los mismos, ha olvidado el filtro de la ideología, porque se han abandonado las creencias. El todo vale o todos valen, es decir, lo cuantitativo frente a lo cualitativo, ha sido letal para todos los partidos, sin excepción.
También, hay que considerar la objetividad de los programas. Comprendo que Julio Anguita fue un martillo pilón con su famosa frase “programa, programa y programa”, pero llevaba razón. Estamos acostumbrados a votar sin conocer con detalle el contenido de los programas políticos y luego vienen los escándalos farisaicos cuando denunciamos que no se cumplen determinados aspectos de los mismos. Es imprescindible conocerlos al detalle con anterioridad al voto, para conocer su posibilidad real de cumplimiento, pero también acusan un desgaste en su formulación, porque la participación real e identitaria en la redacción de los mismos, casi siempre es delegada en las siglas y en representantes que desconocemos. Las nuevas tecnologías y las redes sociales tienen ahora un papel fundamental en estas formulaciones, es decir, en la participación real y efectiva de los militantes y de los llamados “simpatizantes” o personas en general con creencias.
Asimismo, es necesaria la democracia representativa que cuida hasta el extremo la participación de la ciudadanía. Para ello, es necesaria la educación en valores ciudadanos, que no se improvisan sino que son el resultado de una educación personal, familiar y social. Por extensión, educación política. El asamblearismo permanente, para pedir permiso y opinión para todo, es inviable en una democracia de praxis. La participación ciudadana, organizada, sí es la respuesta, pero dejando abierta la posibilidad de generar liderazgos que arrastren conciencias humanas bien informadas, a veces en minorías o mayorías silenciosas o ruidosas, que después se llamarán votos.
Creo que se entiende que la política no es una tómbola. No “echamos” un voto, sino que “depositamos” la confianza plena en la ideología, programa y personas que me representan políticamente a través de un papel que deja de ser un papel desde el momento que lo introduzco en la urna y se convierte en un refuerzo para que el programa del partido que voto se pueda llevar a cabo íntegramente, porque lo conozco, creo firmemente en él, lo defiendo públicamente y colaboro con mi ejemplo personal, familiar y social en su implantación diaria.
Los andaluces, las andaluzas, tenemos ahora la palabra: ideología, ideología e ideología, quedando claro que nunca es inocente, ni debe serlo. Creo, sinceramente, que otra Andalucía es posible: ha llegado la hora.
Treinta años después vuelvo a escribir sobre esta tragedia que golpeó a India el 2 de diciembre de 1984, que todavía sigue latente y manifiesta en cientos de miles de personas afectadas. He conocido recientemente que un grupo de supervivientes de aquella trágica fuga de un gas mortífero, el isocianato de metilo, encabezado por cinco mujeres, ha iniciado una huelga de hambre en Nueva Delhi, frente al parlamento indio, para reclamar un nivel mayor de las indemnizaciones vergonzantes que se pactaron en 1989 en un acuerdo extrajudicial con la empresa donde se produjo este desastre.
Reproduzco de nuevo aquél artículo que publiqué en un diario muy querido para mí, La Noticia de Huelva, que sigue vigente en todos sus términos. Solo una información simbólica: el pasado 29 de septiembre falleció en Florida Warren Anderson, el director de aquélla fábrica de pesticidas: “Tras enterarse de la muerte de Warren Anderson, los supervivientes de la catástrofe industrial en Bhopal, en el centro de India, se reunieron ante la planta de Union Carbide para escupir en su fotografía. Algunos le tiraron piedras, otros le pegaban con la suela de sus sandalias. “Era responsable de la operación y mantenimiento de la fábrica que mató a más de 25.000 personas y dejó con graves secuelas a muchas otras miles. Es terrible que muriera sin recibir ningún castigo”, explica Rachna Dhingra, al frente de la ONG Grupo para la Información y Acción de Bhopal” (1).
Solo pretendo hacer una reflexión sobre estas situaciones que responden a un fenómeno que me preocupa cada día más, los silencios cómplices, que callan de forma vergonzante ante ellas y que como en este caso las vivimos como lejanas, pero que cada día están más cerca de nosotros, de múltiples formas y que cada uno, en su persona de secreto, sabe reconocer e identificar inmediatamente. Debemos posicionarnos, porque es lo que reclaman esas cinco mujeres de Bhopal que al frente de los manifestantes y con su huelga de hambre, reclaman dignidad ante una injusticia clamorosa que ya arrastra treinta años de historia silenciosa.
Sigo dando vueltas en mi cabeza a la experiencia de ayer (Cincuenta rupias), con el compromiso de Dominique Lapierre en India. Me impactó mucho la experiencia que contó de Bhopal, tristemente recordada después de casi veintidós años de muertes y heridas por la fuga del pesticida isocianato de metilo. Contaba Dominique que estaba impresionado por la manifestación reciente de mujeres, en su largo camino hacia Nueva Delhi, para reivindicar agua potable tantos años después de aquél domingo, 2 de diciembre de 1984, porque los acuíferos siguen contaminados.
En homenaje a todas las mujeres del mundo que alzan su voz para ser escuchadas en legítima defensa personal y familiar, incorporo hoy un artículo que escribí y publiqué en Huelva, sobre esa triste realidad, en el periódico “La Noticia”, el 10 de diciembre de 1984. Suena cercano y próximo en el tiempo. Desgraciadamente. Si quieres conocer algún detalle más, puedes consultar la siguiente dirección en Internet: http://www.foroidea.com/asfixia-bhopal.html. Seguir “interesados” en la realidad de Bhopal no debería ser solo cosa de algunos. Ayer me lo recordaron y así te lo transmito.
Sevilla, 27/II/2006
¡Bienvenido, Mr. Anderson!
Dentro de unos días todo volverá a su normalidad habitual, si es que en la India algún día es normal, dentro de tanta hambre y miseria como la circunda por todas partes. La ciudad de Bhopal, segundo gran aviso al mundo de las paradojas del desarrollo tecnológico actual, intentará reconstruir la vida en su sentido más estricto. Hombres, mujeres y niños tendrán que recuperar las ganas de vivir después de ser testigos de una tragedia servida en color por las grandes cadenas de televisión del mundo. Todos hemos podido comprobar en directo cómo se fabrica la muerte y las deformidades a pocos metros de casa. Para consuelo de la humanidad en general, parece ser que las madres gestantes van a vivir la incertidumbre de sus futuros hijos, a los que al menos se les garantiza la conservación de un único sentido: el gusto. Tremenda contradicción en una población atacada precisamente por el hambre y el desconcierto de seguir viviendo.
La insensibilidad humana alcanza límites preocupantes. Ya pueda hundirse el mundo de al lado, que mientras no afecte mis propios intereses humanos no voy a entrar en auténtica crisis de solidaridad.
Todo quedará en una cuenta corriente y en la clásica ropa usada, lavada y planchada «pret-á-porter en clase pobre» para «ayudar» a un pueblo «que se debate entre la vida y la muerte». Desgraciadamente y con el más puro sentido sarcástico del humor americano, «podemos construir la tecnología, podemos calcular los riesgos (sic), pero no podemos predecir la reacción de la gente, ya sea por falta de educación o por incompetencia. Siempre existe el imprescindible factor humano». Esta frase de taco de almanaque la ha pronunciado Marcel Lafollette, técnico del Instituto Tecnológico de Massachusetts y de la Universidad de Harvard. Según su interpretación, el factor humano tiene la culpa de todo. Verdaderamente, de vergüenza. ¿A qué ciudadano de Sanjuanico o Bhopal se le ha pedido parecer u opinión sobre la instalación de fábricas mortíferas a su alrededor físico? A nadie. ¿Qué técnico de estas fábricas tiene la patente de corso para no errar? Ninguno. Luego la conclusión es obvia: se tendrá que discutir la «necesidad» de mantener este tipo de fábricas o a lo sumo, enclavarlas en lugares de máxima seguridad mundial, si es que queda algún sitio seguro en el planeta. Pero echar la culpa al sufrido y nunca bien ponderado factor humano parece demasiado. Siempre se aprende perdiendo, pero pérdidas de esta envergadura no justifican ni tan siquiera al refrán.
Y sociológicamente nos sorprenden los dos lugares donde se han producido los dos grandes desastres en el espacio de días: ciudades y extrarradios de macro-micrópolis donde se concentra normalmente la pobreza. Sanjuanico y Bhopal se entienden a sí mismas por ser lugares donde la fuerza del desarrollo se mide por el autoritarismo de sus chimeneas y grandes depósitos. Una tímida valla metálica y letreros tipo de «toxic» con llama y calavera incluidas, «avisan» del peligro de la empresa. Creo que es una auténtica burla hacia la población colindante, donde entre otras miserias no tienen ni siquiera acceso a la escuela para aprender los avisos en inglés. Posiblemente, ni recursos económicos para comprar los «plásticos» cuyos componentes fundamentales se fabrican a cuatro pasos de sus casas. Es decir, gozan de la proximidad de «olores», «contaminación» y nubes tóxicas como justo castigo a construir los barracones donde malviven a escasos metros del césped de las grandes fábricas. Si vivieran en el centro de la ciudad no habrían sufrido sus consecuencias. Si además sus reivindicaciones ciudadanas se pierden en la selva de las justificaciones institucionales y tecnológicas, no hace falta más comentarios, como en los buenos chistes: el desastre está servido. Al igual que en las antiguas campañas de Navidad, habría que decir: «ponga unos cuantos muertos en sus pantallas de televisión», mientras se nos caen restos del polvorón clásico.
Huelva tiene mucho que pensar con estos avisos estratégicos. Estos desgraciados simulacros deben llevamos a formar grupos humanos, solidarios «a priori», para divulgar y conocer a fondo qué es lo que tenemos a un kilómetro en línea recta. Para ejercer la denuncia, para defender el derecho a la vida aunque ya hayamos nacido. Para respirar tranquilos y cuidar sigilosamente el olfato, maltrecho por ese «cierto olor a podrido» que nos rodea en la madrugada.
A los treinta y dos años del éxito de Berlanga con su película «Bienvenido Mr. Marshall», le podríamos pedir de nuevo un rodaje de reposición en nuestra ciudad. Sería el momento de vivir la experiencia de aquel inocente pueblo y alcalde a su cabeza, trocando aquella desilusión en vítores y aplausos para un desmontaje de lo existente, negando todos los cartones del bingo de las multinacionales de la muerte, en una demostración de fuerza ante tanto sinsentido. Es más o menos lo que tendría que haber pedido y vivido la población de Bhopal, cuando un alto directivo de la Union Carbide, propietaria de la planta de isocianato de metilo, decidió construir una factoría en su territorio.
Mr. Anderson se «quedó» allí, un director de típica factura americana, un «modelo» para la sociedad actual. Muchos hemos pensado estos días con auténtica añoranza el mensaje de Bardem: ojalá hubieran tenido la posibilidad de haber pintado en su pancarta: «¡Bienvenido, Mr. Anderson!». La caravana de Union Carbide pasaría de largo, dejando una estela de alegría en los habitantes de Bhopal o Huelva, pues desde la parábola del miedo es lo mismo…
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