Sevilla, 17/VII/2020 / Actualizado a las 13:41
Para que no se olvide ni siquiera un momento. El homenaje de Estado a las víctimas del coronavirus, que se celebró ayer en Madrid, fue un acto sobrio aunque encorsetado como siempre por el protocolo obligado. Pero lo que me quedó grabado en el alma fueron las palabras de Aroa López, enfermera y supervisora de urgencias en el Hospital Vall d’Hebron, en representación del ecosistema sanitario: “Ojalá nada de esto hubiera ocurrido, pero es un inmenso honor hablar en honor de mis compañeros sanitarios, personal administrativo, de limpieza, de cocina, de mantenimiento, de laboratorio, de psicología y resto de áreas que dieron apoyo», y en nombre también del universo humano y profesional de la “primera línea”: «transportistas, reponedores, cajeros, personal de saneamiento, cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Miles de hombres y mujeres que cuidaban de todos».
Resumo de su intervención, tres frases impecables, que no necesitan más comentario:
- «Hemos vivido situaciones que te dañan el alma. Porque quien había detrás de los EPIS no eran héroes. Éramos personas que se alejaban de sus familias para protegerlas de un posible contagio. Personas que salíamos del hospital cargadas con todas esas emociones, y que regresábamos a nuestro trabajo desde la soledad y el agotamiento, un día más».
- “Hemos sido mensajeros del último adiós para personas mayores que morían solas, escuchando la voz de sus hijos a través de un teléfono. Hemos hecho videollamadas, hemos dado la mano y nos hemos tenido que tragar las lágrimas cuando alguien nos decía: “No me dejes morir solo”.
- «Quiero pedir también a los poderes públicos que defiendan la sanidad de todos. Que recuerden que no hay mejor homenaje a quienes nos dejaron que velar por nuestra salud y garantizar la dignidad de nuestras profesiones».
El acto civil de ayer es un símbolo de lo que debemos seguir haciendo todos los días frente a la pandemia. Las palabras que pronunció la enfermera y supervisora de urgencias no debemos olvidarlas. Tanta soledad en momentos transcendentales de la vida nos debe animar a ofrecer un reconocimiento diario a la responsabilidad individual y colectiva en esta pandemia, más allá de este tipo de actos oficiales, que podemos manifestar con una conducta digna y ordenada para contener el virus, porque una mascarilla, una distancia adecuada y un lavado cuidadoso de manos, valen ahora más que muchas palabras. Es la forma de mantener viva la llama que ayer presidía el acto de homenaje a las víctimas del coronavirus.
Ahora, sigo escuchando una versión preciosa de la Canción espiritual (Geistliches Lied), Opus 30 de Johannes Brahms (1856), que acompañó el acto, con un arreglo para cuerdas que realizó Sir John Eliot Gardiner e interpretado en 2012 por la Octopus Symphony Chorus & Le Concert d’Anvers, bajo la dirección de Bart Van Reyn, en el palacio de Bellas Artes de Bruselas. Ayer se interpretó por parte de 45 profesores de la Orquesta Sinfónica y 20 profesores del Coro, ambos de la RTVE, bajo la dirección de su maestro titular, Pablo González. Una estrofa de la canción, que está basada en un poema del autor coral alemán Paul Flemming, sobre la aceptación del destino y la confianza en Dios, expresa curiosamente el camino a seguir en un contexto de creencias con un telón de fondo civil y laico: ¿Por qué te preocupas de un día para otro? / Hay Uno que está por encima de todo / que te da, también, lo que es tuyo.
Necesitamos que la música nos ayude a comprender estos momentos, a todos y sin distinción alguna de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. Sobre todo, asimilarlos de la mejor forma posible, para no olvidar, ni siquiera un momento, a los que se fueron sin haber podido decirnos, unos a otros, una sola palabra: adiós.