Ocio nocturno / RTVE 25/07/2020
Sevilla, 26/VII/2020
La verdad es que la respuesta no está en el viento, siguiendo a mi querido maestro de juventud Bob Dylan, sino en la realidad de lo que vemos a diario de norte a sur y de este a oeste del país. Centenares de jóvenes saltándose a la torera todas las medidas decretadas en relación con el coronavirus: distancia social, mascarillas y no sé de qué forma el lavado frecuente de manos. Es difícil entender el comportamiento de jóvenes de este país, en un rango de edad desde 16 a 30 años, que en relación con playas, ocio nocturno y celebraciones familiares, deportivas o de amigos, hacen ostentación de no importarles para nada las medidas decretadas aunque saben que los están grabando para la posteridad triste de este país que, desgraciadamente, es un presente muy preocupante del que podemos resultar víctimas muchas personas.
¿Por qué los jóvenes ningunean la COVID-19? La primera respuesta es una aclaración como punto de partida: no todos los jóvenes actúan así, pero si muchos, me atrevo a decir que miles repartidos por todo el país y a las pruebas de imágenes y datos de contagio me remito. Creo que la principal causa de esta actitud tan generalizada es de base educacional en el amplio espectro de la palabra, es decir, la recibida en sus casas, colegios públicos y privados, institutos y Universidades. También, la que corresponde a la sociedad en general. La educación se considera en muchos ámbitos una inutilidad total, porque de personas educadas no se ha hecho el mundo, dicen algunos, como si la educación fuera solo una actitud formal, que también lo es, sino el fondo en el que se sustentan todos los actos humanos, que llega a ser ética a modo de solería que vamos poniendo en nuestra vida sobre la que pisamos y justificamos todos los actos humanos responsables. La ausencia de valores, la explosión diaria del consumo en una economía alocada de mercado, el síndrome de la última versión que tantos estragos causa en la juventud porque de todo lo que tengo no tengo lo último de lo último y sin ello no soy nada, las influencias de los “influencers” que casi siempre es consumo puro y duro individual y, además, del caro, así como los estragos del paro juvenil y la corrupción pública y privada, unido todo ello al hastío y a la desafección política generalizada, son una mezcla explosiva de tener o intentar tener y no de ser, lo que justifica que para dos días que vamos a vivir vivamos solo el presente, en un “carpe diem” inverso, porque se entiende al revés de su significado, es decir, vivamos hoy pase lo que pase, porque el mañana no me importa nada. Vivir al día, a la intemperie de la vida, sin preocuparse de nadie y de nada, caiga quien caiga, porque a muchos jóvenes les da absolutamente igual, llámese abuelos, abuelas, personas mayores en general, familia, amigos, compañeros de trabajo, personal sanitario y de servicios que están en alta disponibilidad, incluso cuando esos miles de jóvenes provocadores de contagios se ponen a la cola de los PCR, con mucho miedo dentro del cuerpo, como si ellos no hubieran hecho o provocado nada.
La falta de responsabilidad es memorable en estos jóvenes alocados que ningunean el coronavirus. Siempre he defendido la responsabilidad con un neologismo forzado, respuestabilidad o capacidad de dar respuesta personal e intransferible a lo que está pasando mediante la conjunción de dos vocablos que la conforman: conocimiento y libertad. En primer lugar, Conocimiento, entendido como capacidad para comprender lo que está pasando, lo que estoy viendo y, sobre, todo lo que me está afectando, palabra esta última que me encanta señalar y resaltar, porque resume muy bien la dialéctica entre sentimientos y emociones, fundamentalmente por su propia intensidad en la afectación que es la forma de calificar la vida afectiva. En segundo lugar, Libertad, para decidir siempre, hábito que será lo más consuetudinario que jamás podamos soñar, porque desde que tenemos lo que llamo “uso de razón científica”, nos pasamos toda la vida decidiendo. Esa es una de las razones de por qué se equivocan los jóvenes, probablemente, como personas que habitualmente tienen miedo a la libertad de seguir unas normas o no, por sí mismo o por el qué dirán los más próximos, acudiendo al Fromm que asimilé en mi adolescencia, aunque si somos solidarios con la vida propia y la de los demás descubrimos que es la mejor posibilidad que tenemos de ser nosotros mismos.
Esta simbiosis de conocimiento y libertad es lo que propiciará la decisión de la respuesta ante lo que ocurre. Compromiso (engagement) o diversión (divertissement), en clave pascaliana. Y mi punto de vista es claro y contundente. Cuando tienes la “suerte” de conocer el dilema ya no eres prisionero de la existencia. Ya decides y cualquier ser inteligente se debe comprometer consigo mismo y con los demás porque conoce esta posibilidad, este filón de riqueza. Aunque nuestros aprendizajes programados en la Academia no vayan por estas líneas de conducta.
¿Qué hacer ante el ninguneo de los jóvenes al coronavirus? No hay bálsamos de Fierabrás para una cura de urgencia, sino la urgente necesidad de que los Gobiernos responsables, es decir, el Estado y las Comunidades Autónomas, en sus respectivos ámbitos de actuación, elaboren un Plan Urgente de Actuación, que pasa inexcusablemente por establecer unas pautas de actuación claras, concisas y contundentes para contener no al virus sino estas actitudes irresponsables de jóvenes de muy mala educación en su sentido más profundo, no en cuanto a las formas, que también, sino sobre todo a su fondo. Urgen campañas publicitarias de educación para la salud en tiempos de coronavirus, vigilancia epidemiológica visible, así como información pública diaria de evaluación y resultados fiables que refuercen las actitudes de los jóvenes que actúan adecuadamente y de forma responsable.
Si lo expuesto anteriormente se contemplara en los próximos Presupuestos Generales del Estado, es decir, primar el gasto público en Educación como Inversión, más que como Gasto en sentido puro y duro, como garantía de todos los derechos y deberes de salud pública, podremos pensar que en los próximos años la juventud de este país reflexionará más sobre los que están a su lado (o tienen menos) que en ellos mismos. Además de la vacuna que ya se ofertará a millones de personas de este país como si no hubiera pasado nada. La Vacuna contiene en periodos cronológicos concretos y siempre con sorpresas; la Educación sana en todas las formas de ser y estar en el mundo, porque es una garantía de por vida que no caduca sino que se mantiene viva a largo plazo. Cada joven que tome conciencia de su capacidad para responder a las preguntas de la vida en la conjunción perfecta de conocimiento más libertad, desde cualquier órbita, sobre todo de interés social, tiene un compromiso escrito en su libro de instrucciones, en su manual de campaña personal contra el coronavirus: no olvidar los orígenes descubiertos para revalorizar continuamente la capacidad de preocuparse por los demás, sobre todo los más desfavorecidos o peor tratados por la sociedad en un determinado momento político o social, como el actual de la pandemia, desde cualquier ámbito que se quiera analizar, porque hay mucho tajo público y privado que dignificar. Porque así nos luce el pelo sobre la corteza cerebral, sede de la inteligencia, nuestro domicilio privado del conocimiento y libertad personal, de lo que afortunadamente podemos presumir todos y que, afortunadamente, no está a disposición del mercado del día y de la noche. O sí, visto lo visto.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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