
1. A veces, falta mar para recoger a todos los que se tiran del barco…
2. A veces, falta barco para recoger a todos los que se tiran a ese mar…
Sevilla, 6/V/2021
Los aforismos de Jorge Wagensberg (1948-2018), un divulgador de la ciencia ejemplar y que siempre fue y seguirá siendo muy necesario para este país, me han permitido abordar frecuentemente una tarea inteligente de aprehender el mundo, sobre todo para resolver problemas, entendiendo esta capacidad humana como la mejor definición de la inteligencia. Me gusta comprenderlos en el sentido que ya se definió por primera vez, en el siglo XVIII, en el Diccionario de Autoridades, tan querido por mí: “Sentencia breve y doctrinal, que en pocas palabras explica y comprehende la esencia de las cosas” (RAE A 1726, pág. 338,1). Y vuelven a estar de moda, quizá porque la velocidad que se imprime a la vida diaria necesita de estos “pretextos para textos fuera de contexto”, como lo definió Jorge Wagensberg en un artículo de opinión, extraordinario, que se publicó en el suplemento Babelia, de El País, en 2012 (1). Esta definición última, en términos de ciencia, lo fundamentaba en tres argumentos: la objetividad, la inteligibilidad y la dialéctica. Objetividad, porque el sujeto de conocimiento debe distorsionar lo menos posible al objeto de conocimiento. La inteligibilidad, porque hay que despejar a la esencia de todos sus matices, alcanzando la mínima expresión de lo máximo compartido. Ejemplo: Vivir envejece. Y, por último, la dialéctica, como tensión continua entre sujeto y objeto: La realidad es inteligible porque no hay bosques con más árboles que ramas.
Cuando estamos viviendo todavía la resaca de los resultados de las últimas elecciones en la Comunidad de Madrid, constato que se extiende como una mancha de aceite la tentación de grandes líderes políticos, perdedores y soberbios, así como de muchos militantes anónimos y ciudadanos de a pie, frustrados por la debacle del frente popular de la izquierda, de abandonar el barco político de cada cual y arrojarse al mar esperando que algún día alguien los recoja, momento crucial que completa la primera parte del aforismo personal que da título a este artículo, porque quizás ya no haya sitio en el nuevo barco para tantos desertores, en el que presuntamente piensan que pueden volver a idear un mundo mejor en política, barco que se llama “Tiempos mejores”.
Es una realidad que navegamos en plena pandemia en mares procelosos de miedo a lo desconocido, nuevos modelos de convivencia, corrupción, cansancio existencial y desencanto, en los que cunde el mal ejemplo de abandonar el barco metafórico de la dignidad, con la tentación de que el mundo se pare para bajarnos o arrojarnos directamente al otro mar de la presunta tranquilidad y seguridad existencial. Se constata a veces, en esa situación, que falta ya mar para acoger a todos los que se tiran a él. Lo expresaba en 2012 en un post dedicado a los aforismos, porque en ese momento apreciaba que eran numerosas las deserciones en el barco político de aquella legislatura, siendo testigo directo del abandono apresurado de los que tenían la obligación de mantenerse en el puente de mando de la responsabilidad política que se le había encomendado, arrojándose a un mar repleto de desertores de la dignidad.
Recuerdo perfectamente un hecho que ocurrió en aquellos días, al difundirse la triste noticia de cómo el capitán Francesco Schettino abandonaba de forma vergonzante el crucero Costa Concordia, que chocó el 12 de enero de 2012 por una maniobra indebida con una roca junto a la isla del Giglio (Italia), en un ejemplo patético de irresponsabilidad y cobardía. Todavía resuena en mis oídos la grabación en italiano de los gritos del jefe de guardacostas cuando le conminaba a que volviera al barco del que se había tirado de forma tan lamentable e indigna: “Suba a bordo. Es una orden. No ponga más excusas. Ha abandonado el barco, ahora estoy yo al mando. ¡Suba a bordo!”. Decía que se había “caído” por la popa cuando lo que constataron es que cuando llegó a la costa su ropa no estaba mojada. Nadó y guardó la ropa de la indignidad, nunca mejor dicho.
Lo he recordado especialmente desde la noche del pasado domingo cuando la tempestad política arreciaba y ya se oían las primeras voces de las deserciones y lanzamientos al mar. Creo que es urgente pedir a los dirigentes políticos que no abandonen sus barcos de dignidad, especialmente aquellos que demuestran los auténticos valores de la política decente, que existe, porque son millones de personas las que con su voto les han dado respaldo en la buena fe política, aunque también compromete diariamente a los ciudadanos de a pie. Porque cuando depositamos nuestro voto confiamos en un programa, en unas personas, en una ideología, en un progreso, etc. Queremos ser escuchados en el silencio, a veces, de los sin voz. Porque el silencio de la urna existe ante los ruidos propagandísticos. En pocos centímetros de papel una persona se proyecta y proyecta la sociedad. Soñamos con unir muchos papeles y así, casi pegados, afirmar conjuntamente que se cree en la posibilidad de ser pueblo y ser escuchado. El voto es, en definitiva, un compromiso activo.
Por ello, alerto contra la tentación de tirarnos al mar de la burbuja personal de confort, de la presunta seguridad, ante el hartazgo por el acoso diario de la política mal entendida. Fundamentalmente, porque siguiendo con el aforismo, es probable que cuando un día quizá lejano queramos volver al barco de la dignidad, falte ya barco, es decir, el sitio decente que teníamos asignado en la vida y que en ese momento nos correspondía asumir. Porque también es verdad que nadie se baña dos veces… en los ríos que van a dar a la mar digna.
Para finalizar y como pequeño homenaje a Jorge Wagensberg, del que tanto he aprendido, recojo de nuevo un precioso aforismo suyo en el que nos entregaba unas respuestas inteligentes para tiempos de crisis y de abandonos: ¿Qué hacer? Comprender (no tenemos nada mejor que hacer). ¿Comprender qué? Comprender la realidad (no tenemos nada más a mano). Espero que sirvan estas palabras para construir una forma diferente de ser en el mundo en este país tan cainita, intransigente y maleducado. Fundamentalmente, porque necesitamos tiempo de silencio para pensar y comprender la realidad tal y como es en plena pandemia. Para transformarla y no solo cambiarla. Cada uno en su sitio y como pueda hacerlo, porque es posible y sin necesidad de tirarnos al mar de la indignidad y de los silencios cómplices.
(1) Pretexto para un texto fuera de contexto | Cultura | EL PAÍS (elpais.com)
NOTA: la imagen se recuperó el 3 de marzo de 2018 de: http://www.theatlantic.com/photo/2012/01/the-wreck-of-the-costa-concordia/100224/
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Debe estar conectado para enviar un comentario.