Futuro imperfecto / 8. Todavía nos quedarán los puentes de Madison

Haced lo que tengáis que hacer para ser felices en esta vida… ¡Hay tanta belleza!

Francesca, a sus hijos, en Los puentes de Madison 

Sevilla, 8/VII/2021

Ayer tuve una cita por la noche, a la luz malva que tanto amaba Gabriel García Márquez, con Francesca Johnson y Robert Kincaid, los protagonistas de Los puentes de Madison, que veintiséis años después del estreno mundial sigue desatando pasiones, sentimientos y emociones humanas, en todos los sentidos imaginables y que nuestro cerebro permite abarcar. Creo que en la singladura en la que me he enrolado en este cálido verano, hay un futuro imperfecto en esta película que deseo explorar de nuevo, como isla desconocida de indudable interés.

Mucho se ha escrito a lo largo de los años sobre esta película, casi siempre en sentido positivo, pero está tan plagada de detalles psicológicos que difícilmente podríamos decir que la conocemos sin entrar en algunos que todavía hoy tienen un sentido pleno y convincente. Desde el punto de vista cinematográfico, es indudable su valor técnico con una dirección impecable de Eastwood, aunque quiero resaltar especialmente la fotografía en todos los encuadres posibles, realizada por un experto y de larga trayectoria cinematográfica, Jack N. Green, donde muchos planos hablan por sí mismos, con la indudable capacidad interpretativa de ambos protagonistas, Meryl Streep y Clint Eastwood. Asimismo, cuenta con una banda sonora excepcional gracias al compositor Lennie Niehaus, con la colaboración musical inestimable del mismo Clint Eastwood.

Empezando por donde hay que empezar, se trata de una historia corta, muy corta, de cuatro días, aunque luego se transforme en una realidad inexorable para toda la vida. Si me apuran, casi de un minuto, el momento álgido y en silencio de la mano de Francesca sobre la manecilla interior de la puerta del coche que, definitivamente, no se abre a una nueva vida. En un plano muy corto, pero rodeado de planos perfectos y secuenciales, se resume la película: abandonamos un camino, aparentemente de libertad, porque en el fondo nos da miedo cogerlo, estando rodeados de mundos muy difíciles de abandonar. Lo que viene después, es harina de otro costal. ¿Cuántas veces nos pasa esto? Lo que ocurre es que por esta vez, cualquier parecido de lo que les ocurre a Francesca y Robert, no es pura coincidencia con la realidad, sino la realidad máxima con su principio asociado. Pasa todos los días y me atrevo a decir que ahora mismo está pasando, pero el imperativo categórico de la moral establecida, que no ética en su sentido primigenio, pesa mucho en nuestras conciencias, sobre todo a los que somos mayores, como nos llama el Estado.

He elegido diversas frases de la película, las que me parecen más representativas de la dialéctica de hacer lo correcto o incorrecto en la vida, lo bueno y lo malo, lo permitido y lo prohibido, lo normal y lo raro, lo natural y lo ficticio, en definitiva la permanente dialéctica de vivir y soñar despiertos. Tienen un recorrido no cronológico con la historia original de Robert James Waller, el autor de la obra que sirvió de base al guion de la misma y de la que compró los derechos para llevarla al cine el recordado Steven Spielberg. Tiene que ser así, porque elegidas al azar no permitiría comprender la evolución de lo sucedido entre Francesca y Robert o lo que es lo mismo, la del ser humano cuando un día se ve afectado por una historia similar en su vida.

Todo empieza en los silencios que sufre Francesca como mujer, esposa y madre, excepcionalmente interpretados por Meryl Streep en planos inolvidables. Su expresión lleva dentro el silencio de una vida anodina, reiterativa, frustrante, rota en definitiva, para una persona que antes de la emigración a América era una mujer italiana, nacida en Bari, culta y llena de proyectos. Su vida es un guion preestablecido e impuesto por la sociedad, del que no te puedes evadir, asunto tratado muy bien en el guion a través de la mujer rodeada de murmuración popular en el Condado. Francesca es el prototipo de mujer americana, rodeada de un supuesto bienestar económico y familiar pero que no coincide con su realidad anímica.

Quizá sea una frase de su diario, la que resume bien lo dicho anteriormente: “Cuando una se hace mayor, los temores se apaciguan y lo que realmente se hace cada vez más importante es que te conozcan. Que te conozcan por todo lo que has sido durante esta breve estancia. ¡Qué triste me parece abandonar este mundo sin que aquellos a quienes más quieres sepan realmente quién eras!”. Efectivamente, suele pasar esto en muchos casos. Volvamos al camino de las frases escogidas por mí, a partir de un momento aparentemente trivial, la parada de una camioneta en la puerta de su casa, conducida por un fotógrafo de National Geographic, aparentemente “perdido”, tal y como lo afirma, preguntando por un puente, Roseman, que va a ser el que necesariamente tendrán que cruzar en sus vidas. Futuro imperfecto en estado puro y todo un símbolo.

Un matiz que no aparece en la película, pero sí en la obra homónima original, es que Robert, en su trabajo profesional “hace fotos, no las saca”, estableciendo una diferencia que deseo rescatar en estas palabras, a tenor de una pregunta de Francesca: “¿Tú “haces” fotos, no las “sacas”? Así es. Al menos así es como me gusta pensarlo. Esa es la diferencia entre los que sacan instantáneas los domingos y los fotógrafos profesionales. Cuando haya terminado con el puente que vimos hoy, no tendrá el aspecto que tú piensas. Lo habré convertido en algo mío, por la elección de la lente, o el ángulo de la cámara, o la composición general, o probablemente por la combinación de todo eso. Yo no me limito a tomar las cosas como se presentan; trato de convertirlas en algo que refleje mi conciencia personal, mi espíritu. Trato de encontrar la poesía en la imagen. La revista [National Geographic] tiene su propio estilo y sus exigencias, y yo no siempre estoy de acuerdo con el gusto del editor; en realidad, casi nunca lo estoy. Y eso les molesta, aunque ellos deciden lo que guardan y lo que suprimen. Supongo que conocen a sus lectores, pero a mí me gustaría que, de vez en cuando, se arriesgaran un poco. Se lo digo y les molesta. Ese es el problema de ganarse la vida con el arte. Siempre se trabaja con mercados, y los mercados, los mercados masivos, están diseñados para satisfacer un gusto intermedio. Ahí están los números. Supongo que es la realidad. Pero, como te dije, eso puede limitar mucho”.

Con esta interesante aclaración de fondo, que no figura en el guion de la película, Francesca lo acompaña para facilitarle la localización del puente Roseman, donde se producen escenas extraordinarias de acercamiento sentimental de Francesca al fotógrafo, a través de las maderas del desvencijado puente, con regalo de flores silvestres por parte de él, consideradas “venenosas” por Francesca en una broma perfecta y todo se acelera con la invitación a una cena dejada por ella, ese mismo día, en un papel escrito a mano y pegado en la entrada del puente visitado, que descubre Robert al encuadrar una imagen del mismo al día siguiente. A partir de aquí sucede lo esperado, a través de diálogos que quiero resaltar especialmente:

Robert (R): “Las cosas cambian. Siempre lo hacen, es una de las cosas de la naturaleza. La mayoría de las personas le tiene miedo al cambio, pero si lo ves como algo con lo que siempre puedes contar, se vuelve reconfortante”.

Francesca (F): “Mi vida aquí [en la granja] no es lo que soñé cuando era niña”.

R. Y no se engañe Francesca, es de todo menos una mujer simple.

R. Francesca, ¿crees que lo que nos ha pasado le pasa a cualquiera, lo que sentimos el uno por el otro? Ahora puede decirse que no somos dos personas, sino una sola. Y algunas personas se pasan la vida buscando eso sin encontrarlo, otras ni siquiera creen que exista. ¿Vas a decirme que lo que vamos a hacer es lo correcto? ¿Vamos a perderlo?

F. Los viejos sueños eran buenos sueños. No se cumplieron, pero me alegro de haberlos tenido.

R. Verás, cuando pienso en porqué hago fotos, la única razón que se me ocurre es que me parece que he estado viajando hacia aquí.

F. Y vuelves a atrapar mi tristeza para esconderla en tu bolsillo, para alejarla de mí. De nuevo has sembrado el jardín de mis pesadillas con nuevos sueños, con otras esperanzas. Y yo sigo llena de amor por todo aquello que te pertenece, llena de celos por todo lo que te roza y me quita un trocito de ti Y tú sigues aquí, entregándome la vida en cada suspiro, suplicando por mis besos sin saber que ni siquiera tienes que pedirlos. Porque son tuyos, porque yo ya no soy mía, sino tuya.

R. No quiero necesitarte, porque no puedo tenerte.

F. Empezaré a culpar el quererte por lo mucho que duele.

F. Dime porqué me debo quedar. Convénceme una vez más de porqué debo irme, Robert.

F. Quiero amarte de esta manera por el resto de mi vida. ¿Me entiendes? Perderemos si nos vamos. No puedo hacer que toda mi vida desaparezca para empezar una nueva. Todo lo que puedo hacer es aferrarme a ambas. Ayúdame a no dejar de amarte.

F. Robert, por favor. No lo entiendes, nadie lo hace. Cuando una mujer toma la decisión de casarse, de tener hijos, de cierta manera su vida comienza, pero en otro aspecto termina. Construyes una vida de detalles.

F. Sólo quiero conocer la rutina, el procedimiento para no perturbar tu vida ¿sabes?

F. Te conviertes en una madre, una esposa, y en ese momento te detienes y te quedas quieta para que tus hijos se puedan mover. Y cuando ellos se van, se llevan tu vida de detalles con ellos.

F. ¿Y qué significaría algo así para alguien que no necesita significados y sólo se deja llevar por el misterio, que finge no estar muerto de miedo?

F. Tenía pensamientos acerca de él, con los que no sabía muy bien qué hacer. Y él leía cada uno de ellos. Todo cuanto yo sentía, todo lo que deseaba, él me lo daba; y en ese momento, todo cuanto había sabido con certeza acerca de mí misma hasta entonces desaparecía. Me comportaba como otra mujer, sin embargo, era más yo misma de lo que había sido jamás.

F. Pues no lo sé. Es posible que yo no esté hecha para ser una ciudadana del mundo que lo experimenta todo y nada a la vez.

R. Sólo lo diré una vez. No lo había dicho nunca antes, pero esta clase de certeza sólo se presenta una vez en la vida.

F. El amor no obedece a nuestras esperanzas, su misterio es puro y absoluto.

F. Cuando la muerte acecha y el miedo a lo terreno deja paso a la incertidumbre de lo que hay después, lo que realmente importa es que aquellas personas a las que quise y quiero, lleguen a conocerme realmente.

Sobran interpretaciones, porque nada es perfecto en un futuro que no lo es. Todo acabó donde había empezado, en el puente Roseman, cumpliéndose el deseo de Francesca al esparcir sus hijos sus cenizas en sus alrededores. Es una historia breve pero al ser buena será siempre dos veces buena. Un poema de Lord Byron, muy querido por Robert, estaba “dentro” de la vasija funeraria y se quedó con ella volando hacia el aire que quisieron respirar juntos en aquellos cuatro días mágicos, inolvidables:

Hay un placer en los bosques sin senderos,
hay un éxtasis en la costa solitaria,
hay compañía, allí donde nadie se hace presente,
al lado del mar profundo, y música en su rugido.
No amo menos al hombre, sino más a la naturaleza,
a partir de nuestros encuentros,
a los que asisto sigiloso,
a partir de todo lo que puedo ser,
o que he visto antes,
para fundirme con el universo y sentir,
lo que nunca puedo expresar
aunque me sea imposible ocultar
.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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