
Sevilla, 17/VII/2021
Hace ciento treinta años, después de visitar el país de las maravillas Alicia se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana. Al fin del milenio, el mundo al revés está a la vista: es el mundo tal cual es, con la izquierda a la derecha, el ombligo en la espalda y la cabeza en los pies.
Eduardo Galeano, en Patas arriba. La escuela del mundo al revés
En el mes de marzo pasado me dijeron que estaba abierta la matrícula de la Escuela del Mundo al Revés y sin pensármelo dos veces decidí matricularme a mi matusalénica edad, que diría Benedetti, porque tal y como estaba la “cosa” en ese momento estaba convencido de que no entendía casi nada de lo que estaba pasando, aunque muchos me advertían que lo que pasaba era que no sabíamos en el fondo lo que nos pasa y que me tengo que convencer de que “estoy obligatoriamente obligado a entenderlo”, como aprendí en mis años jóvenes del poeta malagueño Rafael Ballesteros. La verdad es que ese aserto no me solucionó nada, probablemente porque soy un inconformista de cuidado. En el acto de la matrícula (gratuita, por cierto) me indicaron que íbamos a utilizar un libro de texto muy interesante, Patas arriba. La escuela del mundo al revés, de Eduardo Galeano, autor que siempre he admirado por sus lecciones de ética mundana. Me dijeron que era imprescindible llevarlo siempre encima para comprender bien el sentido de cada clase. ¿Se convertiría en un libro de cabecera?
Dicho y hecho. Abrí el libro por su primer capítulo, para ir calentando motores, leyendo sin pestañear su primer apartado: Educando con el ejemplo: “La escuela del mundo al revés es la más democrática de las instituciones educativas. No exige examen de admisión, no cobra matrícula y gratuitamente dicta sus cursos, a todos y en todas partes, así en la tierra como en el cielo: por algo es hija del sistema que ha conquistado, por primera vez en toda la historia de la humanidad, el poder universal. En la escuela del mundo al revés, el plomo aprende a flotar y el corcho, a hundirse. Las víboras aprenden a volar y las nubes aprenden a arrastrarse por los caminos”. La verdad es que para empezar no estaba mal el discurso, porque tengo que confesar que algo así me pasa casi todos los días, porque el mundo está trastocado y en permanente mudanza por tierra, mar y aire, desoyendo a San Ignacio sobre lo que se debe hacer en tiempos de turbación.
A continuación, abordaba varios epígrafes de marcado interés: los modelos de éxito, los alumnos y un curso básico de injusticia. Eran tres maniobras de aproximación al mundo al revés, a título de ejemplo, que una vez leídas me sobresaltaron aún más, quizá sea por aquello del inconformismo crónico que padezco. Sobre los modelos de éxito arrancaba su análisis con una introducción contundente: “El mundo al revés premia al revés: desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo. Sus maestros calumnian la naturaleza: la injusticia, dicen, es la ley natural. Milton Friedman, uno de los miembros más prestigiosos del cuerpo docente, habla de «la tasa natural de desempleo». Por ley natural, comprueban Richard Herrstein y Charles Murray, los negros están en los más bajos peldaños de la escala social. Para explicar el éxito de sus negocios, John D. Rockefeller solía decir que la naturaleza recompensa a los más aptos y castiga a los inútiles; y más de un siglo después, muchos dueños del mundo siguen creyendo que Charles Darwin escribió sus libros para anunciarles la gloria”.
Cuando trataba el epígrafe de los alumnos, otra vez volvía a la carga para describir cómo es el mundo de muchos niños de hoy, es decir, su mundo al revés: “Día tras día, se niega a los niños el derecho de ser niños. Los hechos, que se burlan de ese derecho, imparten sus enseñanzas en la vida cotidiana. El mundo trata a los niños ricos como si fueran dinero, para que se acostumbren a actuar como el dinero actúa. El mundo trata a los niños pobres como si fueran basura, para que se conviertan en basura. Y a los del medio, a los niños que no son ricos ni pobres, los tiene atados a la pata del televisor, para que desde muy temprano acepten, como destino, la vida prisionera. Mucha magia y mucha suerte tienen los niños que consiguen ser niños”. La verdad es que esta visión descarnada me servía para darme cuenta de que hay personas en el mundo que siguen pre-ocupadas (así, con guion) con lo que pasa en el mundo o en mi barrio más próximo. Describía, uno tras otro, ejemplos de lo que pasa a los niños del mundo, que puede ser hoy lo que les ocurre a muchos niños y niñas aquí en Sevilla, en la barriada del Vacie o en las Tres Mil Viviendas, en el Polígono Sur, en Amate y en Los Pajaritos: “Entre los niños que viven prisioneros de la opulencia y los que viven prisioneros del desamparo, están los niños que tienen bastante más que nada, pero mucho menos que todo. Cada vez son menos libres los niños de clase media. Que te dejen ser o que no te dejen ser: ésa es la cuestión, supo decir Chumy Chúmez, humorista español. A estos niños les confisca la libertad, día tras día, la sociedad que sacraliza el orden mientras genera el desorden”.
El tercer epígrafe, dedicado al curso básico de injusticia, me conmovió en una de sus primeras líneas: “La dictadura de la sociedad de consumo ejerce un totalitarismo simétrico al de su hermana gemela, la dictadura de la organización desigual del mundo. La maquinaria de la igualación compulsiva actúa contra la más linda energía del género humano, que se reconoce en sus diferencias y desde ellas se vincula. Lo mejor que el mundo tiene está en los muchos mundos que el mundo contiene, las distintas músicas de la vida, sus dolores y colores: las mil y una maneras de vivir y decir, creer y crear, comer, trabajar, bailar, jugar, amar, sufrir y celebrar, que hemos ido descubriendo a lo largo de miles y miles de años”. Lo que más me sorprendió en aquella lectura iniciática fue la clamorosa diferencia que exponía entre ser o tener, dialéctica que ya aprendí a identificar con Erich Fromm y que intenté rescatar entonces en las palabras de Galeano: “Quien no tiene, no es: quien no tiene auto, quien no usa calzado de marca o perfumes importados, está simulando existir. Economía de importación, cultura de impostación: en el reino de la tilinguería [los tontos, bobos y simples], estamos todos obligados a embarcarnos en el crucero del consumo, que surca las agitadas aguas del mercado. La mayoría de los navegantes está condenada al naufragio, pero la deuda externa paga, por cuenta de todos, los pasajes de los que pueden viajar. Los préstamos, que permiten atiborrar con nuevas cosas inútiles a la minoría consumidora, actúan al servicio del purapintismo [actitud de aparentar] de nuestras clases medias y de la copianditis de nuestras clases altas; y la televisión se encarga de convertir en necesidades reales, a los ojos de todos, las demandas artificiales que el norte del mundo inventa sin descanso y, exitosamente, proyecta sobre el sur. (Norte y sur, dicho sea de paso, son términos que en este libro designan el reparto de la torta mundial, y no siempre coinciden con la geografía)“. Una anécdota que cuenta Galeano en este epígrafe me pareció de un simbolismo práctico como la vida misma: “Existe un solo lugar donde el norte y el sur del mundo se enfrentan en igualdad de condiciones: es una cancha de fútbol de Brasil, en la desembocadura del río Amazonas. La línea del ecuador corta por la mitad el estadio Zerâo, en Amapá, de modo que cada equipo juega un tiempo en el sur y otro en el norte”.
Hechas estas lecturas apresuradas por mi urgencia vital en ese momento, pero que viví de forma muy especial, tomé en consideración que el mundo al revés que vivimos se entiende mejor cuando tomamos conciencia de que tenemos un problema económico muy grave en el país, que viene de antiguo, la irrupción brutal de la COVID-19 y sus daños colaterales en el tiempo, el paro galopante, el mal comportamiento de los políticos, así como los problemas derivados de esta situación que son muchos; la sanidad pública cada vez más asfixiada en profesionales, la inversión y dotación económica insuficiente para casi todo lo que se mueve, problemas de pobreza severa y otros de variada índole social; la situación de los jóvenes cuya horquilla de fracaso social es cada vez más alarmante; también, la falta de conciencia ciudadana ante lo que está ocurriendo y, por último, la realidad alarmante de la eterna dialéctica entre educación pública y concertada, con gran menoscabo de la primera, cuando invertir en educación es la garantía de nuestro futuro.
Aquél día me quedé en un silencio íntimo sepulcral después de aproximarme a aquella matrícula de urgencia vital, aunque reconocía que el Curso era muy difícil de entender y asimilar, sobre todo porque estaba de acuerdo con la descripción del mundo al revés que hacía Galeano, aunque en aquél momento no atisbaba muchas salidas a la situación descrita. Fundamentalmente, porque ya lo había comentado en este cuaderno digital el año pasado, cuando personalmente decía que él “nos invitó hace ya veintidós años a entrar en la escuela de ese mundo tan opresivo para personas que buscan otra forma de ser y estar en el mundo de todos y lo sintetizó en unas palabras, Si Alicia volviera, que no olvido: “Hace ciento treinta años, después de visitar el país de las maravillas, Alicia se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana. Al fin del milenio, el mundo al revés está a la vista: es el mundo tal cual es, con la izquierda a la derecha, el ombligo en la espalda y la cabeza en los pies” (1).
Ha pasado el tiempo y vuelvo a tener la necesidad de acudir a una formación reglada en este ámbito, porque todos los días asisto al gran teatro del mundo al revés por doquier que, sinceramente, me cuesta mucho entender y además con la sensación de que cabemos en un taxi los que vivimos esta realidad y no queremos hacer una huida ciega hacia adelante. La única forma de hacerlo es acudir ahora a un Curso de verano sobre esta realidad y no perder una sola clase. Hoy, como en marzo pasado, me he vuelto a asomar a la ventana de Alicia y me he dado cuenta de que lo que veo y siento es el mundo al revés en su aquí y ahora en el que me ha tocado vivir. Reconozco que entenderlo es harina de otro costal, porque casi todo está patas arriba. Esa es la razón por la cual he buscado en la oferta veraniega de formación a distancia y virtual un Curso de verano para entender el mundo al revés. Lo necesito y deseo compartir la asistencia. Sé que la dignidad humana que lleva a la libertad personal y colectiva del mundo al derecho, es un camino a recorrer durante toda la vida y ahora, en este verano, en este Curso anunciado. Esa es la cuestión, como le pasaba al protagonista de la famosa obra de teatro de Fernando Fernán Gómez, Las bicicletas son para el verano, salvando lo que haya que salvar, aunque no podamos a veces tenerlas en este mundo al revés (cada uno que imagine la suya en el decorado que viva…), porque las guerras, las faltas de acuerdo, la pandemia, la desafección ideológica y política, el paro galopante, la pobreza severa de muchas personas, el desencanto estructural del país y la ausencia clamorosa de valores, no nos permiten comprarlas y disfrutarlas en el momento deseado y deseante que tanto añoraba Luisito, el protagonista de aquella hermosa película de igual nombre. Incluso para ir, cada día y de forma imaginaria, a las clases anunciadas en este interesante Curso de Verano, que todavía tiene algunas plazas libres.
(1) Eduardo Galeano (1998). Si Alicia volviera, en Patas arriba. La escuela del mundo al revés. Madrid: Siglo XXI Editores de España.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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