Leyenda en Cantabria / y 6. Santander, la novia del mar que guardó mi corazón de niño

Centro Botín – Santander

Sevilla, 6/IX/2022

Santander, eres novia del mar
Que se inclina a tus pies
Y sus besos te da

Jorge Sepúlveda, Santander

Camino de Santander, finalizando esta acción de leer (leyenda) a Cantabria de una forma especial, sabía que podía cumplir algo que aprendí sobre esta ciudad cuando era pequeño: Guarda mi corazón, / Que por él volveré. Siempre me ha sorprendido cómo el Régimen de la dictadura era tan permisivo con cantantes de ideología republicana. Era el caso de Jorge Sepúlveda, un atildado vocalista de la época franquista que escuchábamos en la radio Philips de mi casa en el barrio Salamanca, en Madrid, en los años cincuenta, con su cuidada cortina de cretona que descorríamos para mover el dial, aunque en mi casa todo era de posición fija, como no podía ser menos en esa España que helaba a la otra el corazón. La canción “Santander”, un bolero inolvidable, cantando con la inconfundible voz de Jorge Sepúlveda, que mantengo grabado en mi memoria de hipocampo, con una letra que no he olvidado, era de lo poco que en mis años jóvenes conocía de aquella tierra, porque lo único que sabía también es que era la primera provincia de Castilla la Vieja, cantada con fruición en mi colegio del Sagrado Corazón de Jesús. Allí tuve como compañeros entrañables a los hermanos Noreña, naturales de El Sardinero, un barrio de Santander, que junto a sus padres, siempre me cantaban las excelencias de su tierra.   

Santander, las estrellas se van
Pero vuelven después
En tu cielo a brillar

Entre estrofa y estrofa sabía, al llegar al puerto, que dos lugares emblemáticos que había seleccionado en esta visita a “la novia del mar” estaban cerrados por obras en su interior: la biblioteca de Menéndez y Pelayo y el Museo Provincial. Aún así, me quedaba visitar un símbolo ultramoderno de la ciudad, el edificio Botín diseñado por el afamado arquitecto italiano Renzo Piano, y la sede de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, en la península de la Magdalena, que deseaba visitar en esta ocasión con detenimiento, aunque ya la conocía por haber estado allí interviniendo en diferentes ponencias durante mi vida profesional.  

Efectivamente, el edificio Botín no deja indiferente a nadie, menos a una ciudad conservadora y celosa de sus tradiciones. Visitamos, en las salas del edificio, las exposiciones temporales que en ese momento se podían contemplar, la primera, Juan Muñoz: dibujos 1982-2000, escultor y dibujante, estructurada en doce secciones que abordan diferentes temas en la obra del artista, como Balcones, Piezas de conversación o Una breve descripción de mi muerte, entre otras y la segunda muestra, la de la artista norteamericana Ellen Gallagher with Edgar Cleijne: A law… a blueprint… a scale, “comisariada por Bárbara Rodríguez Muñoz, directora de exposiciones y de la colección del Centro Botín, y Benjamin Weil, director del centro de arte moderno Fundação Calouste Gulbenkian, que invita al visitante a sumergirse bajo la piel del océano en un recorrido inmersivo que explora cuestiones sobre la raza, la identidad y la transformación a través de temas como la abstracción modernista y la biología marina. Con las amplias salas del Centro Botín como escenario y sus vistas a la bahía de Santander, la estética acuática y transformadora de los artistas propone un diálogo con las profundidades marinas y los organismos, historias y mitos que las habitan. Sus obras enfatizan su compromiso a la hora de evidenciar la explotación racial y medioambiental ―el trágico recuerdo del comercio de personas esclavizadas a través del Atlántico y la desaparición de las especies oceánicas―, a la vez que reafirman la resiliencia y el carácter cambiante de todas las formas de vida.

También pudimos contemplar la exposición permanente de obras maestras pertenecientes a la colección de arte de Jaime Botín, bajo el título Retratos: Esencia y Expresión, que como patrono de la Fundación que da nombre al edificio ha cedido para que puedan contemplarse en su justo valor público, con un hilo conductor: la trazabilidad histórica de ocho obras de alto valor pictórico y de diferentes escuelas del siglo XX: Femme espagnole (1917) de Henri Matisse; Self Portrait with injured eye (1972) de Francis Bacon; Arlequín (1918) de Juan Gris; Al baño. Valencia (1908) de Joaquín Sorolla; Mujer de rojo (1931) de Daniel Vázquez Díaz; Figura de medio cuerpo (1907) de Isidre Nonell; El constructor de caretas (1944) de José Gutiérrez Solana y Retrato de mi madre (1942) de Pancho Cossío, entre la que destaco por su valor sentimental de unión, una vez más, de Cantabria con Andalucía, Mujer de rojo, del pintor de Nerva (Huelva), Daniel Vázquez Díaz, pintada durante su estancia en Madrid.

Raqueros, José Cobo, 1999 – Santander / JA COBEÑA

Con este buen sabor de boca cultural, localicé en el Paseo de Pereda, concretamente en el Muelle de Calderón, una obra escultórica de conjunto, inaugurada en 1999, que tenía especial interés en conocer: los raqueros o raquerucos, en expresión cántabra correcta. Allí estuvimos contemplando un pedazo de la historia de Santander, unos niños en bronce sorprendentemente inmovilizados, obra de José Cobo. Al preguntar por su localización exacta, una persona entrada en años nos dijo dónde estaban y con orgullo patrio nos confesó que él había sido uno de esos niños, un “raqueruco”, que su historia no es como nos lo cuentan, que no eran gente de mal sino lo suficientemente traviesos como para recoger las monedas que les tiraban los paseantes de aquel lugar del puerto junto al mar de entonces, tirándose al agua para ver quien ganaba más dinerillo en esa sana competición infantil. Lo escuchamos con respeto reverencial aunque yo había leído en una obra de José María de Pereda, que «eran niños marginales que vivían la picaresca del puerto. Desnudos o semidesnudos se lanzaban a las aguas de la bahía a recoger monedas que lanzaban los viajeros». El tiempo huye de algunas realidades, aunque la cartela indicativa del grupo escultórico decía textualmente que los raqueros eran “unos personajes típicos santanderinos descritos por José María de Pereda (Polanco, 1833-1906), que en los siglos XIX y XX frecuentaban las machinas [grúa de grandes dimensiones en los puertos] y acostumbraban a darse un cole [chapuzón] en Puertochico, buceando en las aguas de la Bahía para recoger las monedas que los curiosos les lanzaban”. Vivir para leer en el tiempo, esa es la cuestión.

De allí fuimos con premura a visitar el Palacio de la Magdalena que fue residencia real veraniega de Alfonso XIII en una época crucial para la historia contemporánea de España, durante los años 1913 y 1930: “Con la llegada de la II República, el nuevo gobierno incautó los bienes del patrimonio de la Casa Real, como eran el Palacio y la Península. Ello se hizo no sin polémica, dado que, al fin y al cabo, estos bienes eran una propiedad particular que el Rey había recibido como donación de la ciudad de Santander. […] El 23 de agosto de 1932 Fernando de los Ríos, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, firmó el decreto fundacional de la Universidad Internacional de Verano en Santander. El 30 de enero de 1933 se realizó la entrega oficial del Palacio de la Magdalena al Patronato de la flamante Universidad, que tuvo por rectores a Ramón Menéndez Pidal (1933) y a Blas Cabrera (1934-1936). Durante la Guerra Civil Española (1936-1939) el Palacio se utilizó como hospital de sangre, mientras que los edificios de Caballerizas se convirtieron en un campo de prisioneros de guerra, como sucedería con el Seminario de Corbán, la Plaza de Toros o el Hipódromo de Bella Vista, entre otros. La Universidad Internacional, refundada en 1946 como “Universidad Internacional Menéndez Pelayo”, pudo disfrutar de algunas de las instalaciones de la Península, como las Caballerizas (o “Residencia de la Playa”) y el Paraninfo, sedes compartidas a partir de 1953 por Las Llamas, en la zona norte de Santander. […] El 1 de agosto de 1954 se inauguró el nuevo Paraninfo y pocos días más tarde, el 21 de agosto, se firmó un convenio para que la UIMP utilizara parcialmente el Palacio, que ese mismo año había terminado de ser parcialmente restaurado”.

El palacio en la actualidad es “un atípico Palacio de Congresos y Reuniones. En él se organizan encuentros de diverso tipo, incluyendo la celebración de bodas civiles. Por acuerdo con el Ayuntamiento, la UIMP utiliza el Palacio de junio a septiembre. Todas las salas que se destinan a conferencias o congresos (Hall Real, Comedor de Gala, Salón de Baile, Sala Riancho, Sala Bringas, Salas de Audiencias, Aula de Infantes, Comedor de Infantes, Aula Biblioteca y Sala Duque Santo Mauro) disponen de circuito de voz y de datos”. Ahí radicaba mi interés por volver a pisar aquella sede que conocía por mi actividad profesional en la Universidad Internacional, aunque el medio para volver a visitarlo fue por una actividad que nos permitió sentarnos en las aulas que había frecuentado anteriormente, pero con una visita guiada y escenificada a diferentes zonas del Palacio, con una duración de una hora y cuarto que, francamente, era manifiestamente mejorable. Aunque sea una anécdota, tuvimos que esperar que terminara el oficio de una boda civil para visitar una de sus dependencias reales.

Yo también dejaré tu bahía
Y un recuerdo en mi vida
Que jamás borraré

Volvimos a Limpias con el recuerdo de las experiencias vividas en Santander. Todo pasa y todo queda, aunque lo mío era recordar una estrofa concreta de la canción de Jorge Sepúlveda: Santander, al marchar te diré / Guarda mi corazón, / Que por él volveré. Creo que entendí mejor que nunca que había vuelto allí para recuperar el corazón del niño que siempre fui. Es verdad que Cantabria es infinita, como infinito es mi deseo de seguir buscando islas desconocidas, hasta descubrir la que verdaderamente me dé sentido en este viaje hacia alguna parte, que es la vida.

Limpias, Liérganes, Castro Urdiales, Santillana del Mar, Oyambre y Santander me han permitido leer a Cantabria de otra forma, comprender su “leyenda”. Podía haber escrito todo o nada ante la hoja o pantalla en blanco, pero una vez más he recordado a Ítalo Calvino al escribir esta serie: lo importante era respetar un principio que conservo como oro en paño, porque sé que hacerlo bien “…es un instante crucial, como cuando se empieza a escribir una novela… Es el instante de la elección: se nos ofrece la oportunidad de decirlo todo, de todos los modos posibles; y tenemos que llegar a decir algo, de una manera especial” (Ítalo Calvino, El arte de empezar y el arte de acabar).

Si ha llegado hasta aquí, apreciado lector o lectora, se lo agradezco sinceramente. Seguimos caminando en la Noosfera y eso me basta.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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