
Sevilla,9/XI/2022
Cuando preparaba el pasado 29 de octubre el artículo dedicado a la Feria del Libro en Sevilla, descubrí en una imagen de promoción del citado evento el título de un libro que me llamó poderosamente la atención, Utopía no es una isla. Catálogo de mundos mejores, escrito con primor por Layla Martínez (Madrid, 1987), mucho más cuando todo el mundo que se acerca a este cuaderno digital sabe que busco siempre islas desconocidas en mi acontecer diario. Visto, dicho y hecho, porque lo compré en la Feria y lo leí apasionadamente, en tiempos en los que las personas con pensamiento utópico o utopianos (los habitantes de Utopía, en la clave de Tomás Moro), una especie en peligro de extinción, seguimos trabajando todos los días para que otro mundo sea posible para todos, persiguiendo siempre el interés general, no el individual o privativo.
El libro no defrauda a quien se acerque a él para seguir aprendiendo lo que significa la palabra “utopía” en este loco mundo, con tantas tentaciones de bajarnos de él, si lográramos pararlo siquiera un momento o, como navego a diario en singladuras complicadas de entender, tirarnos del barco en el que cada uno viaja por la vida, aunque ya he manifestado en muchas ocasiones que lo hago siempre en patera, una embarcación muy frágil, sin quilla, que avanza por mares procelosos sin protección alguna, fundamentalmente porque todos no vamos en el mismo barco, como se suelen rematar conversaciones imposibles, porque no voy con “todos” de forma gregaria y con pensamiento único, sino protegido tan sólo por el chaleco salvavidas de la igualdad, libertad y fraternidad para todos. Y así nos va a veces a los utópicos o utopianos en sentido estricto, solos ante el peligro de vivir y soñar de forma diferente.
La sinopsis oficial del libro puede ayudar a comprender mejor su contenido, recomendable para compañeros de viaje hacia alguna parte de las utopías posibles: «Las distopías reflejan nuestras ansiedades colectivas en el marco cultural de la posmodernidad. A diferencia de lo que sucedía en la modernidad, ya no creemos que el futuro esté ligado al progreso y vaya a ser necesariamente mejor. Se ha convertido en algo que nos produce miedo y ansiedad, así́ que creamos productos culturales que tratan de alertar sobre los riesgos de ir a peor, sobre los peligros que nos esperan a la vuelta de la esquina. Es lógico, pero el efecto combinado ha sido devastador. Los productos culturales reflejan la realidad, pero al hacerlo, también la crean. Imaginar futuros peores nos ha quitado la capacidad de pensar en un porvenir mejor. (…) Esto ha resultado enormemente funcional para el neoliberalismo capitalista, que ha utilizado la producción cultural de distopías a su favor, para mantener el orden actual y evitar los cambios. Si solo imaginamos un futuro peor, el presente nos parecerá́ admisible y no lucharemos para cambiar las cosas». El futuro está cegado, no nos espera nada mejor de lo que hay. Esa podría ser la conclusión, a juzgar por los mensajes políticos, culturales y mediáticos que nos llegan cada día. Pero ante otros futuros igualmente oscuros, muchos y muchas decidieron imaginar mundos mejores y trabajar por ellos. En Utopía no es una isla, Layla Martínez recupera proyectos utópicos pasados que nos devuelvan la capacidad de imaginar y que nos guíen para construir un futuro en el que merezca la pena vivir”.
Por sólo 8 euros (¡ay, la diferencia entre valor y precio!), podemos aproximarnos a un análisis riguroso en este libro breve que, por eso mismo, es dos veces bueno, recordando a Baltasar Gracián. Todo el libro es un manual para comprender bien la intrahistoria de las utopías, más allá de la archifamosa de Tomás Moro, a quien apeo de la santidad interesada por siglos, agradeciéndole siempre que un día decidiera escribir una historia contada de forma prodigiosa para la posteridad, aunque en su realidad todo fuera mucho más duro de lo que exponía en una isla de nombre Utopía. Leyendo sus conclusiones, me quedo con una reflexión que me ha animado de nuevo a salir hoy de mí mismo, en una nueva singladura para buscar una isla desconocida que me permita vivir apasionadamente junto a los que piensan que otro mundo es posible: “En nuestro mundo no parece haber lugar para la esperanza. Cuando pensamos en el futuro, casi todos nosotros pensamos en un planeta devastado, una sociedad totalitaria, un capitalismo salvaje gobernado por grandes corporaciones. Ni siquiera la izquierda radical parece creer en serio en la posibilidad de una revolución, de una sociedad libre de explotación y dominación. En el mejor de los casos, solo somos capaces de imaginar pequeños cambios, reformas tímidas. Pero en realidad, ¿qué lo impide?”, cuando se constata que el capitalismo tiene grietas por todas partes, aunque es verdad que “ha colonizado nuestros cuerpos, nuestros deseos y nuestros afectos con más intensidad que en ningún otro momento de la historia: “La desesperanza es pura propaganda. El cambio es difícil, pero no es imposible. Quizá lo que nos toque ahora sea imaginar esa posibilidad, pensar en cómo es la sociedad que queremos y cómo llegaremos a ella, construir la ideología y el movimiento contrahegemónico que va a ser capaz de enfrentarse al neoliberalismo capitalista en el marco cultural de la posmodernidad. Esa ideología y ese movimiento tomarán lo mejor del pasado, pero también elementos nuevos que les permitirán ser más eficaces”.
En una segunda lectura de este libro tan interesante para vivir dignamente en la lucha por las utopías legítimas, vuelvo a reforzar al mismo tiempo mi creencia en “el principio esperanza”, del que recientemente he expuesto una declaración personal de principios porque, ante una utopía imprescindible en mi vida, no tengo otro para seguir navegando a diario en mares procelosos de indignidad, mediocridad y mentiras: “El éxito filosófico de Bloch, con su teoría del principio “esperanza”, fue demostrarnos que tenemos que llegar a ser “ateos” por la gracia de Dios, es decir, hay que creer en la trascendencia del ser humano sin un Trascendente alienador. Por ello, hay que rechazar de base la superstición y la mitología de la religión, de cualquier religión, incluso la digital, que también existe, como explica bien Byung-Chul Han cuando cita como causa de esta ausencia de espíritu revolucionario al estar sometida la Humanidad al teléfono inteligente”, en un artículo reciente publicado en el diario El País, Seis motivos por los que hoy no es posible la revolución, que también he comentado en páginas de este cuaderno de derrota en términos marinos. Es verdad lo expuesto, porque sólo así, el ser humano adquirirá su desarrollo pleno. En definitiva, permitirá regar con rocío, todos los días, las esperanzas legítimas que cada uno tiene, dando respuesta a la pregunta profunda de Neruda, ¿Es verdad que las esperanzas deben regarse con rocío? (Libro de las preguntas, IV), aprendiendo a ser felices cada día, una experiencia de esperanza en el amor, entre otras, como hambre cósmica en tiempos de tanto dolor y deseperanza. También, a vencer las resistencias expuestas por Byung-Chul Han al analizar la sociedad actual, porque estoy convencido de que inmersos en el principio esperanza podemos vencer los seis motivos expuestos por él: “El capitalismo del ‘me gusta’, el narcisismo creciente y el imperio del ‘smartphone’ sofocan cualquier tipo de levantamiento. Lo que necesitamos, sostiene el filósofo Byung-Chul Han, es un espíritu de esperanza”, así como el de la conjunción en uno mismo de la dialéctica amo-esclavo (no es el amo quien me explota, sino que yo me exploto a mí mismo. Soy a la vez amo y esclavo. En esta sociedad de flagelantes no es posible la revolución), la cólera que no nos mueve y con-mueve al haber sido desbancada por la indignación o por el descontento, “que son sentimientos incapaces de provocar cambios drásticos” y, por último, la parálisis actual fomentada por la angustia y el miedo diario a vivir, a la libertad, en definitiva. Estos motivos son los que hoy detienen y anulan la posibilidad de que la revolución social aparezca en nuestra sociedad ante el hartazgo del Universo Capitalista y Neoliberal que nos invade, para que vencido el miedo podamos caminar por donde se abran las grandes alamedas por donde pasemos las personas libres, utopians al fin y al cabo, que deseamos construir una sociedad mejor para todos.
Una cosa más. En las páginas finales del libro, las de salvaguarda y cortesía, aparece esta mención muy significativa y simbólica: “Este libro se terminó de imprimir en abril de 2022, más de tres siglos después de que los piratas Misson y Caracciolo fundaran Libertaria en la isla de Madagascar”. Un ejemplo de que la memoria democrática de las utopías demuestra el interés de muchas personas por alcanzar una vida plena en otro mundo, con diversos nombres pero siempre como un deseo, de determinadas personas, de regar todos los días con rocío la esperanzas de vivir en un mundo diferente y perfectamente posible.
UCRANIA, ¡Paz y Libertad!
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Debe estar conectado para enviar un comentario.