
Detalle del acto final de la manifestación de Sevilla, en la Plaza de la Encarnación (Las Setas) – 26/XI/2022 / JA COBEÑA
Sevilla, 27/XI/2022
Vivimos momentos muy especiales en la sociedad mundial y, obviamente, en nuestro país, afectados como estamos por un movimiento silente que se sitúa en la cola del mundo, que a modo de cordón umbilical de seguridad existencial lo quieren cortar los ideólogos capitalistas y liberales de turno. Esa cola la ocupan los desposeídos, situados estadísticamente en un centro en el que algo tienen y algo son, junto a los nadies defendidos por Eduardo Galeano, que nada tienen y nada son, los últimos de la cola existencial que, juntos y en una desunión sólo aparente, siguen presentes en la sociedad y cada día que pasa con mayor protagonismo, triste honor, en la sociedad actual, en nuestro país, en nuestra Comunidad Autónoma. En este contexto, he leído un artículo de opinión muy interesante en el diario El País, Los desposeídos, en el que su autor, Christophe Guilluy, afirma algo inquietante: “Se acusa con frecuencia a las clases medias y trabajadoras de dejarse llevar por pasiones tristes y elaborar un discurso contra las élites. Este análisis simplista esconde la verdadera naturaleza de un movimiento que no está “en contra de”, sino “en otro lugar”. Autónomos, impermeables a las arengas de quienes los desposeen cuando les dicen cómo deben sobrevivir y comportarse, los desposeídos ya no se dirigen a las “élites”, a las que consideran impotentes y ridículas, sino a la sociedad en su conjunto. Impulsado por el instinto de supervivencia, este llamamiento existencial que hace saltar por los aires el relato de quienes nos prometieron el mejor de los mundos no tiene más que un objetivo: reconstruir todo mediante el regreso a las realidades sociales y culturales de la vida ordinaria”. Ya no se aspira a nada más, sólo que nos quedemos, como dicen en el modismo popular, al igual que cuando se pide a la Virgen, como estamos y, sobre todo, que “a mí que no me llamen para nada, porque no estoy”. O algo peor, cuando se afirma: “¡no me hable de ideología, por favor! Yo no soy político o política”, porque aquí, el género, da lo mismo.
El retrato social que he expuesto anteriormente creo que no es fatalista sino realista en grado sumo. Ayer, sin ir más lejos, lo viví codo con codo con los manifestantes de la Marea Blanca aquí en Sevilla. No había casi siglas de partidos políticos o sindicatos, con toda la parafernalia clásica, sino múltiples movimientos ciudadanos de todo tipo, que se unieron, nos unimos, para reivindicar algo muy concreto, Recuperemos la salud pública, con un eslogan, entre otros muchos, que estaba escrito en minipancartas y que se coreaba por los allí asistentes: “Gobierne quien gobierne, la salud se defiende”. Aquello no era algo promovido por la conciencia de clase sino por miles de personas anónimas hastiadas de que se juegue con sus principales intereses personales y sociales, es decir, gritaban por ser desposeídos de algo que se les estaba robando, y aunque entendía perfectamente el fondo de la cuestión no me acababa de sonar bien porque los logros sociales del Estado de Bienestar no se alcanzan por cualquier gobierno que gobierne, porque todos los partidos políticos no son iguales, ni los Gobiernos tampoco. Tomé conciencia, en vivo y en directo, de que las ideologías están heridas de muerte y lleva razón el articulista de El País cuando dice en su columna de opinión lo siguiente: “Esta revuelta no está impulsada por la conciencia de clase, sino porque a la gente se le han arrebatado sus prerrogativas, se la ha empujado poco a poco hasta el borde del mundo. Su fuerza y su serenidad derivan de su integración a largo plazo. Por eso, este movimiento descoloca a los defensores del presente perpetuo y la agitación permanente. Sus motivos de fondo —y esta es su especificidad— no son solo materiales, sino, sobre todo, existenciales. Su dimensión inmaterial la hace imparable e incomprensible para las clases dirigentes, acostumbradas a resolver todo de forma “material”, a base de cheques. En contra de lo que se dice, la protesta tampoco distingue entre los que luchan por “llegar a fin de mes” (la gente corriente) y los que se preocupan por “el fin del mundo” (los intelectuales)”.
Por cierto, si la “manifestación pacífica de ayer” sólo era un problema de 4.000 personas según algunos medios oficiales (había muchas más y puedo dar fe de ello), periódicos de la órbita de la derecha y obviamente con el refrendo del Gobierno actual en Andalucía, podemos deducir claramente que los desposeídos, los nadies, lo tienen difícil para seguir defendiendo sus intereses legítimos, porque la mayoría actual en el Parlamento de Andalucía seguirá con su rodillo imparable y la oposición seguirá con silencios clamorosos ante una realidad dolorosa para este territorio que, digámoslo de paso, supone el 20% del país. Las ideologías de izquierda representadas por partidos políticos que pueden transformar la sociedad, no solo cambiarla, fueron ayer las grandes ausentes de la manifestación y lo considero algo como muy preocupante en este país, en pleno ocaso de la democracia. Personalmente, lo tengo muy claro: para los desposeídos y los nadies, no es lo mismo gobierne quien gobierne a la hora de atender las claves sociales de un Estado de Bienestar: educación, salud y servicios sociales, basadas en el principio de equidad en la accesibilidad a esos servicios en espacios públicos, financiados con dinero público y llevados a feliz término en tiempo público, es decir, el presupuestario que guían los resultados de una legislatura democrática y como resultado de unas prioridades no inocentes, en una tríada capitolina que no se debería olvidar nunca: espacio, dinero y tiempo, públicos. No es lo mismo, no es lo mismo, gobierne quien gobierne, transformar una sociedad que cambiarla, porque para llevar a cabo esta acción hace falta mucha ideología y liderazgo social, detrás y delante de cada movimiento ciudadano, para alcanzar logros sociales no inocentes, donde el interés general, por encima del individual, presida cualquier acción pública democrática de transformación social en favor de los desposeídos y nadies, fundamentalmente porque de ello se trata.
UCRANIA, ¡Paz y Libertad!
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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