Hay que reforzar la ética individual y colectiva ante el ocaso de la democracia

Sevilla, 12/XI/2022

Hace exactamente un año que publiqué en este cuaderno digital, por razones de necesidad que no de azar, un artículo sobre la ética para la postpandemia, atenazados como estábamos ante un peligro que nos acechaba a diario. Ha pasado un año y ahora la nueva pandemia que asola el país, la del virus de la antidemocracia, es lo que me anima a publicarlo de nuevo para reforzar los grandes principios éticos de la vida porque, sinceramente, no tengo otros. Cambio lo que tengo que cambiar por razones de contexto histórico, pero verán que tiene una actualidad plena ante el ocaso de la democracia en nuestro país.

Aquél día presenté en sociedad a Markus Gabriel, como un filósofo alemán de vanguardia y representante destacado del Nuevo Realismo, catedrático de epistemología, filosofía moderna y contemporánea en la Universidad de Bonn, director del Centro Internacional de Filosofía (International Center for Philosophy NRW) y del Centro para la Ciencia y el Pensamiento (Center for Science and Thought) en la Universidad de Bonn, que cuidaba con esmero científico el intercambio interdisciplinario entre la filosofía y las ciencias naturales para encontrar soluciones productivas y sostenibles a varias de las cuestiones más urgentes de nuestro tiempo y que acababa de publicar en su traducción española un libro de gran interés para aquél tiempo de postpandemia, Ética para tiempos oscuros. Valores universales para el siglo XXI (1), donde según la sinopsis oficial de la editora “analiza los grandes problemas humanos de estos tiempos oscuros: la amenaza a la democracia por parte de la ultraderecha, la xenofobia, el populismo, la coerción a la libertad y al pensamiento a través de la digitalización a ultranza y la obsesión con la tecnología, el consumismo desaforado y los retos de nuestro entorno, en especial, el coronavirus y el cambio climático. Para poder enfrentarnos a ellos necesitamos recuperar los valores universales nacidos de la Ilustración, y la filosofía será una herramienta fundamental para crear una sociedad más libre y justa, capaz de desafiar a los retos del siglo XXI!”. Consideraba, por tanto, de indudable interés su lectura en tiempos de postpandemia, tiempos oscuros y difíciles por definición. Hoy, ante el ocaso de la democracia, como vemos casi a diario liderado por líderes políticos en nuestro país y más allá de nuestras fronteras, como fenómeno más preocupante que lo que se piensa superficialmente en este país de tanta desmemoria democrática.

Leí el libro, porque tenía en aquellos días la ilusión de dar sentido a mi vida después de una travesía dura y pertinaz como fue la pandemia del coronavirus y los daños colaterales asociados que, por cierto, tan pronto hemos olvidado. Esta es la razón de fondo para leerlo de nuevo, porque ante tiempos de turbación y de tanta mudanza anímica, haciendo caso omiso a Ignacio de Loyola, deseo buscar el acompañamiento de Gabriel Markus, lo que me permite descubrir de nuevo el poder de la ética, en su justo sentido, tal y como la he venido definiendo a lo largo de los años en páginas especiales de este cuaderno digital que busca, esencialmente, islas desconocidas. La ética que he aprendido y enseñado en mis tiempos académicos ha sido siempre la de la situación que, a diario, nos interroga en nuestra persona de todos y en la de secreto, para alcanzar un objetivo que nos haga ser más felices viviendo con sentido lo que hacemos a diario. No hay nada más inteligente en la vida que buscar la felicidad a diario a través de la inteligencia humana. Esta realidad ética la he definido siempre como el suelo firme que justifica nuestra existencia, es decir, la solería que ponemos a lo largo de la vida y sobre la que pisamos a diario para seguir viviendo con justificación de lo que hacemos, no mero ajustamiento, tal y como me lo enseñó el profesor López-Aranguren hace ya muchos años, cuando comparaba la ética al suelo firme que justifica todos los actos humanos a lo largo de la vida, porque es la “raíz de la que brotan todos los actos humanos, o todavía mejor, el suelo firme que justifica dichos actos, en definitiva, una forma de vida”. Y es verdad, porque la ética no debería estar sometida a la moda o al mercado, como una mercancía más, como sucede ahora, porque bien entendida es una actitud permanente ante la vida personal y social, pública y privada, sostenida en el tiempo que corresponda vivir a cada uno, es decir, una forma de vida.

Dije también aquél 12 de noviembre de 2021 que, siguiendo al pie de la letra a Cavafis, cada uno de nosotros nos podemos convertir en un Ulises redivivo, lo que nos permite pensar que esta dura etapa que estamos atravesando de ocaso de la democracia, en múltiples proyecciones de la vida política diaria, como ciudadanos y ciudadanas de a pie, debería ser sólo eso, una etapa, un alto en un puerto hasta ahora desconocido, porque el viaje es muy largo: Ten siempre a Ítaca en tu mente. / Llegar allí es tu destino. / Mas no apresures nunca el viaje. / Mejor que dure muchos años / y atracar, viejo ya, en la isla, / enriquecido de cuanto ganaste en el camino / sin esperar a que Ítaca te enriquezca. También acudo a Benedetti cuando hago esta pausa para escribir en este largo viaje ético a la Ítaca particular de cada persona, porque él siempre supo poner hermosura a la vertiente más triste de la vida, ofreciéndonos una forma de entender las necesarias pausas en el caminar diario personal, familiar, profesional y social con altura de miras éticas hacia la Ítaca de cada uno: De vez en cuando hay que hacer una pausa / contemplarse a sí mismo / sin la fruición cotidiana / examinar el pasado / rubro por rubro / etapa por etapa / baldosa por baldosa / y no llorarse las mentiras / sino cantarse las verdades.

También es verdad que solo necesitamos hacer pausas de vez en cuando y no tanto rebobinar, porque no queremos perder el sentido de la vida. Es lo que Herman Hesse llamaba obstinación, una virtud, a la que admiraba mucho, una sola, porque es obediencia a una sola ley que lleva al “propio sentido” de la vida. Fundamentalmente, algo que necesitamos con urgencia: cantarnos las verdades sobre lo que nos pasa, pisando las baldosas que vamos poniendo en nuestra vida a modo de solería, que es lo único que justifica nuestros actos éticos para no tener que llorar las mentiras. Sin prisa, con pausa, buscando con ética personal y de situación la Ítaca que todos tenemos derecho a soñar y alcanzar algún día. Aunque ahora tengamos que luchar contra un cíclope antidemocrático, con ojos de huracán político, al que venceremos si nuestro pensar es elevado, si selecta es la emoción que toca nuestro espíritu y nuestro cuerpo. Porque hoy no olvidamos hacer una pausa Ética cuando navegamos a diario hacia cada Ítaca particular, que cuando llueve se moja como las demás al cruzar mares procelosos, a la que tenemos la legítima ilusión de llegar aunque ahora vivamos encerrados en una jaula de cristal.

Gabriel Markus habla en su libro, con rotundidad, de los peligros que nos acechan: “A los peligros de la crisis ecológica, así como de las nuevas guerras debidas a la potenciación del nacionalismo, que amenazan la vida de cientos de millones de personas, solo se les puede responder por medio del progreso moral. Ha llegado la hora de que el ser humano se acuerde de su capacidad moral y empiece a admitir que solo una cooperación global —que deje a un lado los egoísmos de los Estados nacionales— puede frenarnos en nuestro acercamiento cada vez más acelerado al precipicio de la historia mundial”. Y aborda determinadas respuestas a esta crisis galopante de valores, ofreciendo vías para alcanzar un nuevo progreso moral en el siglo XXI, entre las que destaca la detección de la nueva esclavitud humana que existe en la actualidad, el progreso y retroceso moral en tiempos de coronavirus, los límites que tiene el economicismo, arrojando una luz sobre una posible y necesaria pandemia metafísica. La Ética es hoy más necesaria que nunca, la ética de todos y para todos.

Creo que hoy, al publicar de nuevo aquellas palabras, salvando el contexto histórico que hay que salvar (mutatis mutandis), encuentro de nuevo en la frase final de la Introducción del libro citado, una declaración hermosa de intenciones al escribirlo, así como su hilo conductor: “La intolerancia radical, que tiene por objeto socavar por todos los medios posibles (incluida la violencia contra inocentes) las bases del Estado democrático de derecho, no es algo que uno deba tolerar. En consecuencia este libro se dirige a aquellas personas que sienten el deseo de abordar racionalmente —es decir, sin dejarse llevar tan solo por la propia opinión— la cuestión de si en estos tiempos oscuros hay hechos morales y un progreso moral, y de cómo podemos organizar un sistema de valores para el siglo XXI, sobre la base de los valores universales. Que esté creciendo la cantidad de personas que no se interesan por estas cuestiones forma parte del problema a cuya solución quisiera contribuir con estas reflexiones desde una perspectiva filosófica”. ¿Les suenan estas palabras en el contexto actual? De ahí mi interés por divulgarlo hoy de nuevo, porque lo necesitamos más que nunca ante los intolerantes y mediocres del Reino del Siempre Jamás, los antidemócratas por definición, que están mucho más cerca de nosotros de lo que parece a simple vista.

(1) Gabriel, Markus, Ética para tiempos oscuros. Valores universales para el siglo XXI, 2021. Barcelona: Pasado & Presente.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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