Sevilla, 17/II/2023
Asistimos diariamente a un goteo malayo para horadar la democracia en sus bases más beneficiosas para la humanidad. En nuestro país, asistimos a un escándalo tras otro al ver cómo se trata la democracia, su ocaso, que tantas veces he denunciado en este cuaderno digital, a pesar de que en los últimos años y gracias a la coalición del gobierno actual, se han dado pasos de gigante en beneficios sociales que, aparentemente, muy poca gente aprecia, bajo el mantra de que “todos los políticos son iguales”, es decir, lo peor de lo peor, cuando está suficientemente demostrado que no es así, por mucho que se empeñen en confirmarlo la derecha y la ultraderecha de este país. Ahí están los logros en salud pública con la atención a la pandemia del COVID-19, ya olvidada, la reforma laboral, el salario mínimo interprofesional, el ingreso mínimo vital, los avances incontestables en el ajuste social y económico de las pensiones, las leyes que dan más felicidad a colectivos sociales tradicionalmente marginados bajo las siglas LGTBI y derivados, la libertad sexual, la ley de la eutanasia, la de memoria democrática y tantas otros logros sociales que la memoria frágil de este país olvida y trata como si no se hubiera hecho nada. ¡Qué injusto!
En 2019 escribí una reflexión sobre esta alarmante situación, bajo el título Me disgusta la democracia cuando calla, porque el clima era parecido, donde decía algo que rescato hoy para tranquilizar mi alma de secreto, en la búsqueda de un mundo diferente para vivir con dignidad humana, tratando de que me remueva la conciencia y no deje de luchar y trabajar para transformar el mundo en el que vivimos, en la medida de mis posibilidades. Dije entonces algo que tiene ahora plena actualidad: “estamos viviendo momentos transcendentales en este país, en el que parece que la democracia calla, aunque cuando lo hace… me disgusta, recordando los contrarios del poema precioso de Pablo Neruda, Me gustas cuando callas. Salvando lo que haya que salvar, cada estrofa se podría asimilar al amor profundo, la creencia en la vida democrática y el disgusto por su silencio. Tengo la sensación de que hay un silencio aterrador, desesperado, cómplice, a la hora de defender la democracia, controlada por el poder del dinero, que siempre ha sido y es un poderoso caballero”. Hace unos días lo ejemplificaba con lo que está sucediendo en Andalucía con su Sistema Sanitario Público, que se vende poco a poco al mejor postor y que al paso que va dejará de ser “la joya de la corona” para convertirse en “bisutería fina”, porque se esquilmará en sus bases, quedando sólo para atender a los nadies, desde la perspectiva benefactora de lo más ricos, es decir, los de siempre y los allegados de última hora, ante el deterioro galopante del servicio público de salud, haciendo “su correspondiente año”, que no sólo “su agosto” las multinacionales de los seguros privados, para ricos y sobre todo para pobres, que también existen bajo la denominación de seguros low cost, que sólo el inglés los salva cuando lees la letra pequeña de las exclusiones que contienen.
Asistimos incólumes a las bravatas de la derecha ultramontana y la educada, que también existe, ante todo lo que en democracia se mueve en favor del interés general, al dolor de los migrantes que caminan hacia ninguna parte, al paro estructural, al deterioro controlado de los servicios públicos en general, a la abstención clamorosa en los procesos de elecciones, como ha ocurrido últimamente en las elecciones de Andalucía, sin ir más lejos, con un gran triunfo del Partido Abstencionista; a la fragmentación territorial y política de este país que lo hace cada vez más ingobernable y con avisos para navegantes de la derecha cerril que, a la memoria histórica hacia las personas que murieron de mala forma en la guerra civil, la reduce a “gasto en desenterrar huesos”. Y la democracia calla, no va a las urnas para acabar con esta ignominia general.
La estrofa final del poema de Neruda me vuelve a inspirar su contrario aplicándolo a la democracia, un amor verdadero a la dignidad humana: Me [disgustas] cuando callas porque estás como ausente. / Distante y dolorosa como si hubieras muerto. / Una palabra entonces, una sonrisa, bastan. / Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
Vuelvo a recordar algo en lo que creo profundamente: sólo recupero la alegría de vivir en un día cualquiera como hoy cuando, gracias a seres humanos, a millones de seres anónimos que se esfuerzan diariamente en nuestro país y en el mundo por hacer la vida más amable y digna a los demás, constato que podemos sacar a la democracia de su silencio, de su ausencia, de su distancia, de su desencanto, de su dolor, porque creo entonces que otro mundo es posible. Y comienzo a estar alegre, alegre de que no sea cierto su silencio.
NOTA: en el vídeo, Víctor Jara interpreta el Poema 15 del libro de Pablo Neruda Veinte poemas de amor y una canción desesperada, publicado en 1924. Esta canción pertenece al disco sencillo Venían del desierto, en su cara B, publicado en 1972 y que pertenecía al álbum El derecho de vivir en paz lanzado el año anterior.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
UCRANIA, ¡Paz y Libertad!